Diez años inolvidables

>Por Aldo Ferrer

Los diez años transcurridos entre el 2001 y el 2011 registran cambios profundos en la Argentina y en el mundo. El período se inicia con el colapso del régimen económico en nuestro país y concluye con la crisis financiera no resuelta en la Unión Europea y los Estados Unidos. Ambos hechos tienen un origen común: la financiarización. Es decir, la subordinación de la economía real y de las políticas públicas a la especulación financiera.
El proceso tiene su origen en el déficit de largo plazo de los pagos internacionales de los Estados Unidos, los petrodólares de los países exportadores de petróleo y el avance en las comunicaciones y el procesamiento de datos. Sobre estas bases, en la década de 1970, tomó impulso el desproporcionado crecimiento del mundo del dinero respecto de las demandas de crédito y servicios de la economía real. Consecuentemente, la especulación se convirtió en el componente fundamental de la actividad financiera. En ese contexto, se produjo una transformación extraordinaria de la estructura del sistema, la aparición de nuevos instrumentos como los derivados, la interdependencia entre los diversos agentes y la aceleración de las transacciones procesadas por computadoras. La contrapartida de ese proceso fue la búsqueda de nuevos mercados, la globalización de la financiarización y, como contrapartida, el aumento de las deudas soberanas y las burbujas especulativas en diversos mercados, particularmente el inmobiliario.
Simultáneamente con el despegue de la financiarización, aumentaron las presiones inflacionarias impulsadas por la puja distributiva en los países centrales y la primera crisis del petróleo. Esto provocó un creciente rechazo a las políticas de expansión de la demanda agregada, el pleno empleo y el bienestar social, prevalecientes en el “período dorado” de la posguerra. En la década de 1970, enfrentar la inflación respondía a un reclamo en las economías avanzadas del Atlántico Norte y, al mismo tiempo, un requisito para el despliegue de la financiarización.
Con el objetivo de recuperar la estabilidad, las políticas públicas se fueron alejando del paradigma keynesiano hasta culminar, bajo los gobiernos del presidente Reagan en los Estados Unidos y la señora Thatcher en el Reino Unido, con la implantación del Estado neoliberal. Vale decir, la liberalización y desregulación de los mercados financieros, el repliegue del Estado y la consagración de la autonomía de la esfera monetaria y los bancos centrales respecto del poder político y la administración de la economía real. El paradigma neoliberal se propagó a los países vulnerables de la periferia, principalmente América latina. El “pensamiento céntrico”, denunciado por Prebisch, volvía a prevalecer en nuestros países y, en la Argentina, con mayor virulencia que en cualquier otra parte.
Es en ese momento, mediados de la década de 1970, cuando la Argentina pasa a ser parte de esta historia. El golpe de Estado de 1976 liberalizó la actividad financiera y el movimiento de capitales. Impuso una política económica que generó déficits crecientes en los pagos internacionales y el presupuesto, financiados por crédito externo. Esa política incluyó, como instrumento fundamental, la apreciación del tipo de cambio y la gratuidad del seguro de cambios vía la “tablita”. Allí comenzó a crecer la deuda en mucha mayor medida que la economía real y la capacidad de pagos del país, hasta culminar en el default.
En resumen, la historia de la deuda externa argentina comienza al mismo tiempo que la financiarización del sistema global. Es el mismo tiempo de partida pero la Argentina se anticipa, en varios años, en el epílogo. En nuestro país, la financiarización, denominada en las memorias de la época del Banco Central “la industria financiera”, culminó en la década de 1990. El régimen de convertibilidad y la aplicación, hasta sus últimas consecuencias, de la estrategia del Consenso de Washington, convirtieron a nuestro país en un modelo del Estado neoliberal, celebrado en el centro del sistema y por la ortodoxia criolla.
La profundidad de las medidas adoptadas en el país tuvo, como resultado, la intensidad de la crisis argentina. En la turbulenta historia de nuestra economía no existe un descalabro del régimen económico, comparable con el registrado en el 2001. En la experiencia mundial hay que referirse a acontecimientos extraordinarios, como la inflación alemana en la posguerra de la Primera Guerra Mundial, para encontrar una debacle que se aproxime al del epílogo de la hegemonía del Estado neoliberal en la Argentina.
A su vez, en la economía mundial, la crisis de la financiarización y del Estado neoliberal, inaugurada con la insolvencia de las hipotecas norteamericanas y propagada, luego, al escenario global, se prolonga hasta la actualidad. No se trata ahora, como en otras ocasiones de las últimas décadas, de problemas parciales de algunos países (ej. la deuda latinoamericana en la década de 1980) o mercados (ej. la caída de las cotizaciones de las acciones tecnológicas a fines de la década de 1990). Se está en presencia de un problema sistémico de alcance global que compromete la existencia misma del sistema financiero de las economías centrales y provoca la debilidad del crecimiento, el aumento del desempleo y el agravamiento de los desequilibrios macroeconómicos, preexistentes a los problemas actuales.
Estos diez años, 2001-11, prometen ser inolvidables por varios motivos. Para la Argentina, porque se inician con el descalabro de la financiarización y el Estado neoliberal y, a partir de la crisis, continúan con la reaparición del Estado nacional. El cambio de rumbo de la política económica, la reestructuración de la deuda y la cancelación de la pendiente con el FMI, la recuperación de la gobernabilidad y de los equilibrios macroeconómicos fundamentales, permitieron poner al país de pie con sus propios recursos, sin pedirle nada a nadie. La consecuente recuperación de la soberanía permitió la transición del Estado neoliberal al Estado nacional. Para nosotros, estos diez años inolvidables concluyen con un país que ha recuperado el comando de su propio destino y, también, con el desafío de consolidar lo logrado fortaleciendo la densidad nacional y la soberanía.
En el orden mundial, el interrogante sigue abierto. ¿Seguirá el Estado neoliberal predominando en los países centrales del Atlántico Norte y, dentro de la Unión Europea, el Estado supranacional que constituyen las reglas de la Unión? En tal caso, no parece posible resolver los problemas que plantea la financiarización y recuperar la autonomía de las políticas públicas, necesaria para reactivar la demanda agregada, la producción y el empleo. Por lo tanto, en el orden global, estos años perdurarán, en la memoria, como aquellos en que los países centrales tuvieron, o no, la capacidad de resolver sus problemas y, por lo tanto, de iniciar una nueva fase de expansión o de prolongar las frustraciones del presente. La decisión de los países centrales tendrá consecuencias de vasto alcance.
Simultáneamente con el predominio de la financiarización y del Estado neoliberal en las antiguas economías industriales, han surgido, en el resto del mundo, nuevos protagonistas, incluyendo a China y otros países emergentes de Asia. Surgen así una nueva dinámica en la globalización del orden mundial y nuevos desafíos y oportunidades a la Argentina y América latina.
En cualquier caso, el mensaje que transmiten estos años inolvidables es que países como los nuestros tienen los recursos y la capacidad necesarias para responder a los desafíos y oportunidades de la globalización, a la emergencia de nuevos protagonistas y a las consecuencias de las decisiones que, en definitiva, adopten las antiguas economías industriales del Atlántico Norte. Estos diez años inolvidables confirman que cada país tiene la globalización que se merece en virtud de la fortaleza de su densidad nacional.