La falsificación de nuestra historia

 Como historiador engañó a generaciones enteras: Mitre había escrito la historia de Belgrano (bastante criticada por Vicente Fidel López en esa época) y Adolfo Saldías (liberal, discípulo y admirador de Mitre), le propuso a Mitre (y éste lo alentó) continuar con la historia de la "tiranía" de Rosas y la "liberación" de Mitre. Adolfo Saldías se tomó las cosas en serio y revolvió todos los documentos de la época, y hasta el propio archivo de Rosas en Inglaterra, facilitado por Manuelita Rosas. Cuando terminó su Historia de Rozas, luego Historia de la Confederación Argentina, (basada en un estricto estudio de la documentación), le mandó orgulloso un ejemplar a Mitre para pedirle opinión sobre su investigación histórica; Mitre le mandó a Saldías una carta con una serie de gansadas y reprochándole entre otras cosas que no había mantenido los "nobles odios que todo liberal debe mantener a toda tiranía"; o sea que para Mitre la historia no se hace en base a "documentos", sino a "nobles odios". El loco Sarmiento fue más sincero: "Jovencito, no tome como oro de buena ley todo lo que hemos escrito contra Rosas. Nosotros éramos sus enemigos políticos" (JMR tVII.p.187).


"Los federalistas no solo quieren que Buenos Aires no sea la capital, sino que como perteneciente a todos los demás pueblos, divida con ellos el armamento, los derechos de aduana y demás rentas generales; en un palabra, que se establezca una igualdad física entre Buenos Aires y las demás provincias, corrigiendo la naturaleza que nos ha dado un puerto, unos campos, un clima y otras circunstancias que le han hecho físicamente superior a otros pueblos, y a la que por las leyes inmutables del orden del universo está afecta cierta importancia moral de un cierto rango" (La Gazeta de Buenos Aires 15-12-1819) [AGM.p.103]. ¿Cuáles eran las leyes inmutables del universo que condenaban a las provincias a pagar derechos de aduana para su comercio? ¿Por qué se adjudicaba Buenos Aires las rentas de un puerto y negaba el comercio a través de cualquier otro?

"…Siendo Buenos Aires la única base posible de un gobierno general, el único centro de donde podría partir un impulso vigoroso y una inmensa masa de recursos puestos al servicio de la comunidad…" (Mitre. Historia de Belgrano II cap. XXVII, p.364) ¿A que "inmensa masa de recursos" se refería Mitre? La inmensa masa de recursos de la oligarquía porteña, eran precisamente los recursos de la aduana del puerto, cuyo beneficio debería haber pertenecido al interior. ¿Al "servicio de qué comunidad" se referiría Mitre? ¿A "su" comunidad? ¿A la comunidad británica? ¿A la comunidad masónica?

"Aquí en Buenos Aires se juega con los pueblos y se les ata como mansas bestias al carro de la fortuna de cuatro docenas de hombres…" (Gorriti, Papeles y Memoria, public. of Jujuy,1936). A estos hombres Rosas los llamó "los quebrados y agiotistas que forman esa aristocracia mercantil" (Rosas a Estanislao López, Hacienda de Rodríguez, 12 dic. de 1828) "… Los que han querido mantener en sus manos el monopolio del comercio exterior y en su cofre el producto de las rentas que le produce. El puerto único habilitado por las Leyes de Indias para el comercio exterior ha pugnado por mantener sus caducos privilegios. Esta es la verdad histórica. Este es el punto de partida de nuestra revoluciones." (Benigno T. Martínez, Historia de Entre Ríos).

Hay que aclarar sin embargo que nos referimos a "cuatro docenas de hombres" y no al pueblo de Buenos Aires o de la campaña, que tal vez fue la primer victima de la oligarquía porteña, también explotada y despreciada por la gente "ilustrada". Vicente Fidel López, historiador liberal unitario, se refiere en estos términos despectivos hacia el pueblo: "En la provincia de Buenos Aires, excitada por el partido de oposición (Federal)… las muchedumbres de la campaña y las heces de los suburbios, repletos todavía de plebe desmoralizada… se contagiaban por instantes con el ejemplo de las provincias, y era de temer que de un momento a otro hiciesen explosiónsa, en el seno profundo y sombrío de las masas, aquellos instintos vagos y bárbaros que se desatan….cuando esta clase de perturbaciones aflojan los vínculos de orden social…" (V.F.López. Hist.de la Rep.Arg, t.X.p.230).

No toda la oligarquía porteña fue "nativa del puerto". También formó parte de esa oligarquía gente del interior, como el sanjuanino Sarmiento, los cordobeses Paz y Vélez Sarsfield, los tucumanos Avellaneda y Roca, los orientales Paunero y Flores, etc.

"Por obra de Buenos Aires no somos los Estados Unidos del Sur, tan potentes y grandes como los del Norte; a la oligarquía portuaria y a los ideólogos del unitarismo se lo debemos".(García Mellid, Proceso a los Falsificadores de la historia del Paraguay-t.I.p.94.100).

El gran instrumento para desargentinizar la Argentina y hacer de la Patria de la Independencia y la Restauración de la colonia feliz había sido la falsificación de la Historia.

No bastaba con la caída de Rosas ni con las masacres que siguieron a Pavón. Era necesario dotar a la nueva Argentina de una conciencia compatible con el dominio de una clase y el tutelaje foráneo. La patria ya no sería la tierra, o los hombres, o la tradición sino las instituciones copiadas, la libertad restringida, la civilización ajena.

Pero nuestra historia era el relato del nacimiento, formación y defensa de una nacionalidad. Había en ella -como en toda historia nacional- emoción de pueblo, gestos de conductores, coraje de auténticos patricios.

Por eso la preocupación primera de los hombres de Caseros, aún antes de la Constitución a copiar y los extranjeros para poblar, fue la falsificación del pasado dotar a los argentinos de una historia arreglada (la palabra es de Alberdi), de mentiras a designio (la frase es de Sarmiento) que enalteciera la civilización ajena en perjuicio de la barbarie nativa.

Se amañó el pasado. Se adaptó (como en toda América) la leyenda negra de la conquista española. Juan María Gutiérrez, el rector de la universidad de Buenos Aires, hablaría de los crueles conquistadores y lujuriosos frailes que España nos mandó para nuestro mal. Se mostró a la Revolución de Mayo como un complot de doctores ansiosos de libertad de comercio y constituciones escritas; para llevar sus beneficios fueron Belgrano al Paraguay y San Martín a Chile y el Perú. No había tierra ni tradiciones; nada de eclosión turbulenta y magnífica de un pueblo que brega por su independencia; todo pasaba en una sola clase social; todo ocurría por móviles extranacionales. Don Bernardino Rivadavia, de vinculaciones con empresas británicas (en especial, la River Plate Mining Association), que gobernó de espaldas a la realidad, dislocó el antiguo virreinato en cuatro porciones insoldables, e hizo dictar en horas de guerra internacional una constitución que levantó contra su gobierno a todo el país, fue presentado como el Grande Prócer de la Argentina.

El arreglo resultó fácil hasta los tiempos de Rivadavia, porque la leyenda negra había sido preparada por los enemigos de España retaceando y tergiversando auténticos materiales españoles, y la concepción minoritaria y extranjerizante de la Revolución existió realmente, sino en los patricios de 1810, en los mayos de 1838. Era cuestión entonces de ocultar la presencia del pueblo en las jornadas de 1810, en el grito de Asencia, en la noche del 5 al 6 de abril, y negarlo como montonera cuando irrumpió en el litoral llegando a la plaza de la Victoria en febrero de 1820. Se llamó anarquistas a los conductores de ese pueblo con Artigas a la cabeza, y se calificó de próceres a quienes buscaban por Europa el dominio extranjero que asegurase el dominio de su clase. San Martín y Belgrano no fueron como hombres de pensamiento político definido, ni expuestas sus opiniones sobre las cosas y la gente de la tierra, sino como héroes de alto, pero único, valor militar.

Con esos materiales se podía fabricar la historia de la primera década independiente, y avanzar en la segunda hasta el fracaso de Rivadavia en 1827 por las ambiciones y barbarie de los caudillos. Fue lo que hicieron Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. Aquél en la Historia de Belgrano y la independencia argenta con alcance a la muerte del héroe epónimo en 1820; y éste en la Historia de la revolución argentina que llegaba hasta los tiempos de Dorrego en 1828.

No se podía avanzar más allá. Porque más allá estaba Rosas.

Y la época de Rosas era un problema.

Había una nacionalidad enfrentando las fuerzas poderosas de ultramar, un pueblo patriota imponiéndose a una minoría extranjerizada, un jefe de extraordinarias condiciones políticas venciendo a los interventores extranjeros y sus auxiliares nativos. Debía pasarse por alto la creación de la Confederación Argentina, el entusiasmo y participación populares y sobre todo la defensa de la soberanía contra las apetencias foráneas. No se podían separar los ejércitos libertadores ni las asociaciones de Mayo de las intervenciones foráneas y su fondo de reptiles, ni disimular el cañón de Obligado, ni la victoria de los tratados de Southern y Lepredour, ni la derrota por Brasil cuando el Imperio adquirió al general Urquiza (y con el general, el ejército) encargado de llevarle la guerra.

No. A la época de Rosas debía borrársela de la historia argentina, negarla en bloque, condenarla sin juicio, tiranía y nada más.

Lo dijeron en claras palabras los legisladores que condenaron a Rosas como reo de lesa Patria. No lo hicieron porque así lo sintieran. Lo hicieron con la esperanza de que un fallo solemne impidiera una posterior investigación de carácter histórico por el argumento curial de la cosa juzgada. Lo dijo el diputado Emilio Agrelo. ("No podemos dejar el juicio de Rosas a la historia ¿qué dirán las generaciones venideras cuando sepan que el almirante Brown lo sirvió, que el general San Martín le hizo donación de su espada, que grandes y poderosas naciones se inclinaron ante su voluntad. No, señores diputados. Debemos condenar a Rosas, y condenarlo con términos tales que nadie quiera intentar mañana su defensa" ). Absurdo, pero así fue.

Para la enseñanza primaria y secundaria bastaba rellenar los años posteriores a 1829 con los cargos contra Rosas de los escritores unitarios al servicio de los interventores europeos. Pues como Aberdeen, Guizot y Thiers, necesitaran presentar su empresa colonial como una cruzada de la Civilización contra la Barbarie (como se presentan en todos los tiempos, todas las empresas coloniales de todos los imperialismos), existía una abundante literatura de horrores cometidos por Rosas, que iban desde el incesto con su hija a la venta de cabezas de unitarios como duraznos por las calles de Buenos Aires, pasando por rostros adobados con vinagre y orejas ensartadas en alambres que adornaban su salón de Palermo.

La presentación del monstruo, que tanto había impresionado a la clientela burguesa de "Le constitutionelle" de Thiers, hasta arrancarle un apoyo a las intervenciones que llevarían la civilización a los sauvages sudamericains (no ocurrió lo mismo en Inglaterra, pese al Manchester Guardían y a los discursos de Peel, tal vez por el mayor sentido común de los británicos) serviría ahora para adoctrinar a los niños argentinos en el horror al tirano y la repudio a sus secuaces. Todo lo que pudo servir contra Rosas (Tablas de sangre, novelas como Amalia, poesías condenatorias, alegatos de resentidos, chismes de comadres) fue vertido en dosis educativas en los libros de texto como definición de la tiranía. Contra ella los auxiliares del imperialismo lucharon veinte años con patriótico desinterés, pues el Catecismo de la Nueva Argentina presentaba un gran demonio rojo –Rosas– perseguido sin tregua por unos ángeles celestes. Finalmente el Bien se imponía sobre el Mal como debe ocurrir en todos los relatos morales.

En la Universidad el cuadro variaba. Rosas seguía siendo el monstruo y sus enemigos los hombres de bien; pero su mayor crimen había sido postergar con argumentos fútiles por veinte años la ansiada constitución -objeto exclusivo de la revolución de Mayo– hasta caer por uno de sus tenientes (Urquiza) convertido oportunamente al constitucionalismo y la libertad. Llegó entonces la Constitución de 1853; pero como Urquiza tenía resabios federales debió esperarse hasta su derrota en Pavón para que los goces de la libertad se extendieran por toda la Argentina. El 12 de octubre de 1862, con la asunción de la presidencia por Mitre, se detenía la historia. Más allá no había nada importante (fuera del corto epílogo del Paraguay para abatir a otro tirano monstruoso en beneficio de su pueblo oprimido) y solamente se registraba una galería de presidentes con fechas de su ingreso y egreso y alguna frase final sobre los grandes destinos. Era cierto, certísimo que más allá de Caseros no había historia las colonias felices, como las mujeres honestas, carecen de historia.

Si a la política liberal y a los métodos aplicados por la oligarquía porteña los despojamos de los falsos emblemas con que trataron de cubrirse, todo el aparato de la historia "oficial" se desmorona porque su prosperidad se asienta en la proclamación de que tales sectores representan los elementos de la civilización y del progreso en lucha con las fuerzas retrógradas de la "anarquía` y la barbarie". Exponentes, según dicen, del refinamiento y de las luces, les tocó desempeñarse en un medio inculto y rudimentario en el cual la sombra terrible de los caudillos se proyectaba sobre un fondo tenebroso de montoneras.

Ellos afrontaron con sin igual energía una contienda en la que llevaban siempre las de perder, pues al sistema de pulcra tolerancia que preconizaban, sus adversarios oponían los peores procedimientos de terror y de exterminio. Fueron héroes en el sentido más impar de la palabra: por sus hazañas y sus virtudes, sobrellevadas ambas con la entereza de los más ilustres varones de la epopeya. El país debe agradecerles el tesón con que arrastraron todos los peligros y mantuvieron encendida la guerra civil, convocaron una otra vez en su auxilio a las potencias extranjeras, aniquilaron a miles y miles de paisanos "alzados" y por último cerraron a las masas rústicas el camino de la legalidad que les habría permitido echar por tierra el edificio de los grandes principios liberales que tan dolorosamente construyeron. Si no fuera por la increíble fortaleza con que una tan ínfima minoría se enfrentó con la con la corriente de los instintos populares, la República Argentina seguiría conmovida por ese "avispero" de hombres incultos que bullía en las soledades agrestes de Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental'', según lo advirtió el fino y erudito historiador Vicente Fidel López (Hist. de la Rep. Argentina).

El esquema sarmientino de "civilización o barbarie" es una síntesis preciosa, que guarda todo el secreto de esta historia. Porque si se comprobara su falacia, si llegara a establecerse que los "bárbaros" no eran los bárbaros y que los "civilizadores" no tenían ni pizca de civilizados, la historia oficial se derrumbaría como una casa de papel y buena parte de los próceres quedarían a la intemperie. Este desbarajuste nos obligaría a repensar toda la historia argentina, y perecería esta novela histórica, de ángeles y pistoleros, que sirvió para humillar a la Nación v descalificar al pueblo.

El general Mitre, pontífice máximo del fraude histórico que todavía tiene prosélitos, no ocultó la abominación que sentía por "los bárbaros desorganizadores como Artigas, a quienes hemos enterrado históricamente" (Carta de Mitre a V. F. López. - Cfr. V. F. López: Manual de Historia Argentina. Buenos Aires, 1920).

Es ésta la confesión de los desafectos y repulsiones que movieron a los entierros históricos practicados por los liberales. Pero su lógica tenían: Artigas y todos los caudillos populares surgieron como encarnación del sentimiento de libertad que insurreccionaba a los pueblos contra los planes absolutistas del "partido porteño", centralista y portuario. No podían encargarse de su vindicación quienes militaban en la opuesta trinchera. Mitre captó el fenómeno y trató de explicarlo a su modo: "El instinto popular dirigía aquellas masas conmovidas por el soplo revolucionario, y de su seno surgían caudillos que se disputaban la supremacía sin tener ninguno de ellos la capacidad ni la energía suficientes para dominarlas. De esa revolución debía nacer el caudillaje y la anarquía" (B. Mitre: Hist. de Belgrano)

En este párrafo está toda la trampa de la historia falsificada; pues ni los caudillos disputaban entre sí ninguna supremacía, ni podía achacárseles, precisamente, falta de energía, ni era lícito atribuirles la inestabilidad y la anarquía que desencadenaron las facciones porteñas. Pero Mitre, Sarmiento y toda la escuela histórica liberal tenían que sustentar una tesis que aplacara sus remordimientos y les abriera una vía decorosa hacia la posteridad. Ellos necesitaban convencerse, antes que convencer, de que en verdad representaban un principio superior, una forma de excelencia a la que no estaban dispuestos a renunciar, aunque el pueblo bárbaro e indomeñable los repudiara.

No se renuncia - decía Sarmiento - porque los pueblos en masa nos den la espalda a causa de que nuestras miserias y nuestras grandezas están demasiado lejos de su vista para que alcancen a conmoverlos" (D. F. Sarmiento: Civilización y Barbarie).

Sí, demasiado lejos y demasiado elevadas para que los pueblos alcanzaran a comprenderlas; ¿es que podría ensayarse una explicación más confortadora?

Pero la confortación de quienes perdieron el rumbo en los entre veros de una historia que no supieron descifrar, obliga a la condenación de los pueblos que en masa les volvieron la espalda. Esto no podemos admitirlo ni por conciliación ni por debilidad. En la formulación de este falso esquema, Sarmiento puso esa impetuosidad de que lo dotaba su soberbia intelectual. Se consideraba un predestinado para la grande obra de desmoronar la civilización auténtica de las campañas y reemplazarla por las formas importadas y postizas de una falsa civilización. Odiaba a la pampa sin haberla visto; se entretuvo en pintarla en su Facundo sin haber asomado las narices a sus praderas ubérrimas en un discurso que pronunció en Chivilcoy, en 1868, confesó: "Yo había descripto la pampa sin haberla visto, en un libro que ha vivido por esa sola descripción geográfica” (La Nación Argentina, año VII n° 223. Buenos Aires, 4 de octubre de 1868).

No conocía ni entendía a lo que odiaba; tenía la vaga sensación de que en sus vastas extensiones se generaban eso, hombres de brava estampa –los caudillos- que amenazaban a la civilización. Pero ¿a cual civilización? A la que Sarmiento concebía como plasmación sobre el alma del terruño, de moldes foráneos que rendían frutos benéficos en otras latitudes, climas y sociedades de un grado de evolución muy diferente.

“Sin eso - exclamaba en 1884, en un discurso pronunciado en Chile - , puede hacerse de quichuas, rotos y de rotos, caudillos bárbaros, como hicimos de Quiroga, de López, de Ibarra, de Rosas, nosotros" (Sarmiento Discurso en Chile. 5 de abril de 1884. Obras Completas XXII. 7)

Arremetía Sarmiento contra los gauchos, que "viven en la civilización del cuero", y consideraba a los caudillos como "frutos naturales del desierto" (Ibídem)

Nada más falso que esta versión de los caudillos que nos legó Sarmiento, y que luego convirtió en dogma la escuela liberal. No fueron los caudillos rústicos ignorantes ni bárbaros.

Algunos como Quiroga, Bustos o Heredia, pertenecían a encumbradas familias de rancio abolengo. Casi todos fueron hacendados de muy holgada posición. Se contaban entre sus partidarios, no sólo las masas bravías, sino los elementos más cultos clérigos y juristas de sus respectivas provincias. Los escritos que llevan sus firmas especialmente los de Artigas, López y Quiroga, constituyen piezas de sólida doctrina y de muy seria ilustración. Aldao, Güemes, Bustos y Heredia fueron guerreros insignes en los ejércitos de la Independencia. Ibarra y Estanislao López fueron vanguardias de la civilidad en la lucha contra el indio. Quiroga fue soldado de San Martín y Bustos, de Belgrano. Heredia había realizado estudios superiores en la Universidad de Córdoba, recibiendo las orlas de doctor en teología y derecho. Don Juan Manuel de Rosas pertenecía a familia principal, era estanciero y hacendado, figuró como precursor de la industria saladeril y exhibía dotes de inteligencia que destacaban su poderosa personalidad.

Todo esto lo saben los que estudiaron con un poco de objetividad la vida de estos hombres. Alberdi, curado de sus errores y contemplando en perspectiva, desde París, las cosas de la tierra natal, pudo escribir: "Artígas, López, Güemes, Quiroga, Rozas, Peñaloza como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución americana como sus primeros soldados" (J. B. Alberdi: Grandes y pequeños hombres)

Sarmiento tenía la obsesión de los caudillos y fraguó páginas desdorosas para pulverizarlos. Al fray Aldao y el Chacho (como les llamaba) les dedicó sendos trabajos, que integran su libro Los Caudillos (Sarmiento: Las caudillos. Colec. Grandes Escritores Argentinos, 3; W. Al. Jackson, Inc. Buenos Aires, s/f.) al general Quiroga lo aplastó con la imponente montaña de su Facundo (Sarmiento: Civilización y Barbarie)

Pero, según dice el proverbio español, no se puede tapar el cielo con un harnero, y a Sarmiento se le escaparon frases que son la justificación y apología aquellos mismos a quienes quiso destruir. ¿Qué mayor alabanza puede hacerse, de un conductor que considerarle símbolo y cifra de una época de la historia? Pues de tal debió reconocer a Facundo, "expresión fiel de una manera de ser de un pueblo, de sus preocupaciones e instintos". Facundo, agregó “es el personaje histórico más singular, más notable, que puede presentarse a la contemplación de los hombres" porque "un caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia" (Ibidem) ¿No se ve claro que cuando se trata de deslucir a los caudillos, lo que en verdad se hace es agraviar a la patria que los generó como expresión fiel de su naturaleza y de su ser?

Bibliografia:

1)HISTORIA ARGENTINA, TOMO VII y VIII de José María Rosa

2)HISTORIA DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA de Adolfo Saldías

3)HISTORIA DE LA REPUBLICA ARGENTINA de Vicente Fidel López

4)HISTORIA DE BELGRANO de Bartolomé Mitre

5)PROCESO A LOS FALSIFICADORES DE LA HISTORIA DEL PARAGUAY de Atilio García Mellid

6)RIVADAVIA Y EL IMPERIALISMO FINANCIERO de José María Rosa

7)FACUNDO: CIVILIZACIÓN O BARBARIE de Domingo Faustino Sarmiento

8)OBRAS COMPLETAS de Domingo Faustino Sarmiento

9)GRANDES Y PEQUEÑOS HOMBRES DEL PLATA de Juan Bautista Alberdi