El gobierno de Baltasar Hidalgo de Cisneros

Por Gabriel Oscar Turone 

Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros que la formación e instauración del primer gobierno criollo –Primera Junta- significó la culminación de un proceso que se había iniciado algunos años antes.  El génesis tuvo lugar en 1806 y 1807 en los días de las Invasiones Inglesas, donde paradójicamente triunfaron las armas del virreinato español.



En los días de la primera invasión británica, Buenos Aires sufrió el saqueo sistemático de sus tesoros y riquezas, como cuando el general Beresford se apropió de los bienes de la Compañía de Filipinas.  Ésta había sido una fantástica empresa de tipo comercial que se encargaba de manejar y administrar los fondos provenientes de las colonias españolas del Lejano Oriente junto con las riquezas de los territorios del oeste y del norte argentinos.  Era algo así como la institución troncal de la economía virreinal del Río de la Plata.  El volumen de lo que allí se robó fue tal, que hicieron falta 6 carrozas con 8 caballos cada una para pasear la fortuna por las calles de Londres, ante la exaltación del público y la soberbia de la realeza.  Es más: cada carroza soportaba 5 toneladas de metal.  Sustrayéndonos al relato, bien podría inferirse que el endeudamiento nacional provino de esta amarga experiencia, que trajo miseria, pobreza y una economía de allí en más vapuleada.

Otro aspecto de la ocupación inglesa de Buenos Aires tiene que ver con los férreos lazos económicos que se consolidaron.  Las familias aristocráticas porteñas buscaron la simpatía de los oficiales del ejército invasor para estrechas vínculos de intereses.  Los criollos y españoles que planeaban reconquistar la ciudad y que luego morían en las calles con honor, contrastaban con la cobardía de los adinerados que deseaban casar a sus hijas con los británicos para formar sociedades comerciales, sin importarles la pérdida de la soberanía.  Para darnos cuenta de la magnitud en este aspecto, corroboramos que hacia 1804 existían en Buenos Aires 47 comerciantes ingleses, mientras que para la época de la revolución de mayo de 1810 se contaban en 2.000.

El librecambio llega al virreinato

 El año 1809 encontró prácticamente destrozada la economía del virreinato, y ese año fue crucial, dado que marcó el quiebre definitivo del poder hispánico a cambio de la ingerencia británica en los resortes económicos del Plata.  El 14 de enero se firmaba el pacto Apodaca-Canning, por el cual España otorgaba “facilidades al comercio inglés en América”, según una cláusula especial del mismo.  Inglaterra, desde luego, hablaba en nombre de la “libertad de comercio”, aunque en el fondo deseaba introducir sus mercaderías de forma libre, sin trabas aduaneras y por los medios que fueran posibles.

 Con la economía virreinal jaqueada, Baltasar Hidalgo de Cisneros asumía el 11 de febrero de 1809 como Virrey, elegido por la Junta de Sevilla.  Arribará a Buenos Aires recién el 30 de julio de ese año.  Mariano Moreno se posicionaba como consultor privado de la nueva autoridad, al tiempo que ejercía de abogado de los intereses comerciales ingleses en el Río de la Plata.  Una dualidad bastante oportuna y sospechosa.

Unos días después de haber llegado Cisneros a la capital del virreinato, el puerto se atestó de buques mercantes ingleses provenientes de Río de Janeiro, uno de los cuales traía a Lord Strangford.  La firma comercial Dillon y Thwaites, de origen británico, le mandó un petitorio a Cisneros en el que se excusaba de la llegada de tantos buques extranjeros a Buenos Aires, “pues esa plaza [la de Río de Janeiro] está tan abastecida de toda clase de géneros, que algunos bastimentos no habían podido evacuar la menor parte de ellos; y se tuvo por positivo de que se habían abierto y franqueado, o iba a verificarse pronto, al comercio inglés los puertos españoles”, expresaba el documento.  A su vez, la firma Dillon y Thwaites solicitó comerciar “por esta vez” sus productos en el virreinato.  Este fue, a grandes rasgos, el origen de la práctica del libre comercio en el puerto de Buenos Aires.

Además, fue el comienzo de un conflicto de grandes proporciones, pues estaban los proteccionistas –en su mayoría comerciantes españoles como los Álzaga- por un lado, y los partidarios del librecambio, por el otro, como por ejemplo Mariano Moreno, hombre de bibliotecas pero no tan atento a la realidad circundante.  Él llegó a decir en medio de la encrucijada, que “los que creen la abundancia de efectos extranjeros como un mal para el país ignoran seguramente los primeros principios de la economía de los Estados”, dejando entrever en esas palabras las teorías extranjeras de autores como Quesnay, Filangieri o Adam Smith.  

El 6 de noviembre de 1809 el virrey Cisneros se ve obligado a firmar un Edicto de Libre Comercio, que no era otra cosa que garantizar la compra de bienes importados manufacturados a cambio de las materias primas y los víveres de nuestros suelos.  Los resultados, al cabo de unos pocos meses, fueron la virtual desaparición de los obrajes montados en el Alto Perú y el Paraguay, así como la pauperización de los talleres dedicados a los tejidos e hilados de las dos intendencias del Tucumán, agregando el enorme perjuicio propinado a la industria vinícola de Cuyo.  Al mismo tiempo, el flujo económico que producía la comercialización de las artesanías quedó paralizado, lo mismo la industria minera, que al estancarse malogró sus implicancias industriales para beneficio de la economía virreinal.

 El Edicto de Libre Comercio, por otra parte, aseguraba la libre exportación de metales como el oro y la plata de nuestros suelos para poder pagar en dinero en efectivo, una vez transformados en liquidez, los productos manufacturados ingleses, los mismos que terminaron con las nacientes industrias de las provincias.


El desamparo del Virrey Cisneros

El malestar fue minando el mandato de Baltasar Hidalgo de Cisneros, si bien su ordenanza de 1809 favorecía al comercio y las finanzas inglesas.  De todas maneras, parecía más adecuado tener a los godos fuera de toda ingerencia gubernamental, para, en cambio, reemplazarlos por rioplatenses que se adapten más dócilmente a los nuevos tiempos.

Desde 1807 y hasta 1810, puede notarse el fortalecimiento del Cuerpo Urbano de Patricios de Buenos Ayres como batallón de la ciudad portuaria, el cual se nutría de criollos de temple poderoso y vigor inquebrantable, capaz de ejercer un dominio respetable entre la población. Será justamente este cuerpo militar el centro de una conspiración finamente urdida para destronar al Virrey Cisneros, aunque faltaba un motivo real y concreto para poder llevar a cabo dicho plan.

La importancia del Cuerpo Urbano de Patricios, resultante de su descollante actuación durante la Segunda Invasión Inglesa, se vio engrandecida cuando desde el 1 de enero de 1809 el Virrey Santiago de Liniers decide disolver los cuerpos españoles que para esa fecha se le habían sublevado.  De modo que los Catalanes, los Andaluces, Vizcaínos, etc., más numerosos veteranos de las invasiones inglesas y valientes soldados peninsulares, todos fueron dados de baja.  Cuando meses más tarde asume el Virrey Cisneros, se encuentra rodeado mayormente de batallones compuestos por criollos pero no por españoles.  Flaco favor le hizo y menuda carga le dejó Liniers a su sucesor.

 El día 18 de mayo de 1810, Cisneros lee al pueblo una proclama conteniendo las últimas noticias sobre la invasión que Napoleón Bonaparte había lanzado contra España.  En ella declaraba que los únicos dominios que permanecían en manos españolas eran Cádiz y la isla de León.  Al momento de la lectura de dicha proclama, Saavedra se encontraba en San Isidro, y hasta allí viajaron emisarios a contarle las últimas novedades provenientes del viejo mundo.  Esa misma noche del 18, varios militares e integrantes de la futura Primera Junta fueron a la casa del capitán y partidario de la revolución Juan José Viamonte, lugar desde el cual planearían los pasos a seguir.

 Dos días más tarde, el 20 de mayo, el teniente coronel Cornelio de Saavedra visitó al Alcalde de primer voto, don Juan José Lezica; también los acompañó Manuel Belgrano.  Ambos le exigieron a Lezica la convocatoria de un cabildo abierto, es decir, el destronamiento del Virrey Cisneros.

Baltasar Hidalgo de Cisneros comprendió rápidamente que toda resistencia ya era inútil. Escribiría tiempo después, “que los sediciosos secretos, que desde el mando de mi antecesor [Liniers] habían formado designios de sustraer esta América a la dominación española…han ido ganando prosélitos”.  Como se ha dicho, no tenía batallones ni regimientos españoles con qué defenderse, y España se hallaba invadida y sometida por las tropas francesas.  Además, Cisneros se quejará en carta al Rey que Saavedra faltó a su palabra, cuando éste le juró lealtad: “Les recordé [a Saavedra y demás comandantes], las reiteradas protestas y juramentos con que me habían ofrecido defender la autoridad y sostener el orden público; y los exhorté a poner en ejercicio su fidelidad en servicio de V. M. y de la patria”.  Y sigue diciendo: “Pero tomando la voz, don Cornelio Saavedra, Comandante del Cuerpo Urbano de Patricios, que habló por todos, frustró mis esperanzas.  Se explicó con tibieza, me manifestó su inclinación a la novedad, y me hizo conocer perfectamente que si no eran los Comandantes los autores de semejante división y agitación, estaban por lo menos de conformidad y acuerdo con los facciosos”.

 La postura de los comandantes es la que permite, en definitiva, el poder declinante del último Virrey del Río de la Plata, y no el pueblo en sí que permanecía ajeno a todas estas truculencias. Obra en el Registro Oficial de la República Argentina, tomo I, página 42, el comentario que Cisneros le hace al monarca español Fernando VII sobre la no ingerencia del pueblo en la revolución de mayo de 1810: “Ocultos los vecinos en sus casas, contraídos los artesanos en sus talleres, lóbregas las calles, en nada se pensaba menos que en ingerirse e incorporarse a tan inicuas pretensiones, especialmente cuando bajo el pretexto de fidelidad de patriotismo y de entera unión entre americanos y europeos se descubrían sin disimulo los designios de independencia y de odio a todos los buenos vasallos de V.M.”.

Explica muy bien Hugo Wast cuando refiere que el famoso Cabildo abierto no fue resultado de una “asamblea espontánea y popular, como quieren hacernos creer”.  Más bien se trató de la reunión de “vecinos calificados”, o, como también se les decía, “la parte sana del vecindario”, a saber: el obispo, los militares, los magistrados, varios adinerados de la ciudad, etc.  La particularidad es que, en ese entonces, respondían a la autoridad del teniente coronel Cornelio Saavedra.  Esta fracción minoritaria de la población, reunida en el Cabildo abierto el 22 de mayo de 1810, debía votar por la continuidad o no del Virrey y, si ganaba el voto negativo, la conformación de una junta de gobierno criolla.

Buenos Aires tenía 50.000 habitantes, de los cuales solamente 3.000 debían ir a votar por tratarse de vecinos “de distinción”, pero ocurrió que el Cabildo solamente invitó a 300 (“vecinos calificados” con grandes intereses comerciales británicos, dicho sea de paso).  Pero más exiguo fue aún el número de votantes: de los trescientos se presentaron solamente 224, siendo el resultado el siguiente: 155 votaron por la cesación de las funciones del Virrey Cisneros y 69 por su continuación en el mando.  Apenas el 8% de la población concurrió, y pudieron observarse libretas en blanco, votos comprados, intimidación de los opositores por gentes armadas, intervención del ejército, capotes, sables y pistolas a la vista.

Pero, ¿qué había pasado con los partidarios o seguidores de Cisneros?  Los mismos no habían podido ir a votar porque sobre ellos pesaban las represalias de los uniformados, de los militares. En tal sentido, no está mal inferir que lo que había votado la minoría reunida en el Cabildo abierto fue a contramano de la voluntad del pueblo.

Lo que siguió a la votación de la noche del 22 y la madrugada del día 23 de mayo, fue la frágil esperanza por parte del Virrey Cisneros por ser nombrado presidente de la nueva junta de gobierno que se iba a formar en reemplazo de la autoridad virreinal.  Al día siguiente, ni el Virrey ni los Cabildantes –en su mayoría españoles- se atrevían a consultar sobre aquélla medida a los Comandantes de los cuerpos armados de Buenos Aires (Patricios, Artilleros, Ingenieros, Dragones, Granaderos de Fernando VII, Húsares del Rey, Migueletes, Arribeños, etc.), quienes, disconformes, el 25 de mayo de 1810 comparecen a las 9:30 de la mañana en el Cabildo para pedir la definitiva renuncia y eliminación del gobierno virreinal.  Finalmente, Cisneros se resigna y firma su dimisión.

Para dar una cabal muestra del poder de los Comandantes militares porteños en el proceso que desembocó en el 25 de mayo, es preciso citar un artículo publicado en La Gaceta Mercantil el 25 de mayo de 1826, por Cornelio de Saavedra: “La Revolución la prepararon gradualmente los sucesos de Europa.  Los patriotas de ésta nada podían realizar sin mi influjo y el de los jefes y oficiales que tenían las armas en la mano”.  ¿Era ésta la naturaleza que se escondía en la “manifestación popular” de la revolución de 1810?

Mayo y después…

No termina aquí la vida política del último Virrey que tuvo el Río de la Plata. Cisneros creyó, para junio de 1810, que todo se trataba de una aventura sustentada por algunos criollos, por eso intentará volver a retomar las riendas del gobierno utilizando algunos apoyos que le pudieran suministrar españoles que vivían tanto en el interior como en la ciudad de Buenos Aires.  Hasta pensó en apostarse en Montevideo, que todavía estaba gobernada por realistas.  En carta fechada el 22 de junio de 1810 que elevó a Madrid, el ex Virrey Cisneros descarga su furia contra la Primera Junta que lo echó del poder: “El Presidente [Saavedra] habita en el Real Fuerte, de donde me obligó a trasladarme a una casa particular; tiene la misma guardia y recibe los mismos honores que un Virrey; este numeroso pueblo está oprimido”.  Y en otro párrafo, agrega: “Nunca he sido más obsequiado y respetado del vecindario que cuando me veo despojado del mando, y es que su fidelidad respecta en mí la verdadera representación de V. M., al mismo tiempo que detesta por modos bien notorios la autoridad de la Junta”.

Habiendo permanecido en Buenos Aires, la Primera Junta comienza a espiar a Cisneros en todos sus movimientos y contactos, lo cual determinó su expulsión.  Juan Larrea, vocal de la Junta, se encargó de este trámite.  Él era un hombre muy relacionado a los capitanes de ultramar, varios de los cuales también eran agentes secretos en las costas del Plata.  Larrea se ganó la confianza de uno de ellos, el capitán del cúter británico Dart, Marcos Bayfield, un experto contrabandista y mejor amigo de personalidades de la oligarquía porteña.  Bayfield sería el encargado de llevar a la isla Gran Canaria a los siguientes hombres: Baltasar Hidalgo de Cisneros, los oidores Francisco Tomás de Anzoátegui, Manuel Sebastián de Velazco, Manuel José de Reyes y los fiscales Manuel Genaro de Villota y Antonio Caspe y Rodríguez. Dicen las crónicas, que los expulsados fueron escoltados hasta el puerto por un escuadrón de Húsares.

Mientras tanto, el inglés Marcos Bayfield, en razón de este favor que cumplía, recibió una jugosa compensación de parte de la Primera Junta, que se comprometió a protegerlo y le concedió el permiso para desembarcar, libre de derechos, una partida de tabaco –rapé- que tenía en su embarcación Dart, dejándolo, además, libre de impuestos para la introducción de 100.000 pesos en géneros, y extraer otros tantos frutos del país igualmente libres.  Zarpó el barco inglés el día 24 de junio de 1810, y arribó a Gran Canaria el 4 de septiembre de 1810.  Nunca más se volvió a oír el nombre de Cisneros por el Río de la Plata. 

Bibliografía

Cañás, Jaime. “Qué hicieron los agentes secretos en el Río de la Plata”, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, Mayo de 1970.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Rosa, José María. “Defensa y pérdida de nuestra independencia económica”, Peña Lillo editor, Buenos Aires, Argentina, Noviembre de 1986.

Triana, Alberto J. “Masonería. Historia de los Hermanos Tres Puntos”, Segunda Edición, Buenos Aires 1958.

Wast, Hugo (Gustavo Martínez Zuviría). “Año X”, Editorial y Librería Goncourt, Buenos Aires 1970.