Segunda Guerra Mundial: Los alemanes en las tenazas de Stalingrado

Por Armén Oganesián
para Sputnik
Publicado el 15 de febrero de 2013

Hay momentos de la historia que, por su trascendencia y simbolismo, casi no dejan a la razón ni a la conciencia libertad para interpretar. Uno de ellos fue la batalla de Stalingrado durante la Segunda Guerra Mundial.

Tanques rusos hoy en Volgogrado (antigua Stalingrado), en el 75º aniversario del final de la batalla. TATYANA MAKEYEVA REUTERS
Alexander Chubarián, director del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Rusia y creador de un manual histórico ruso-alemán, explica que las versiones de las partes sobre el gran choque a orillas del Volga difieren mucho. Pero peor sería si sus enfoques hubieran coincidido por completo.
Para Alemania la derrota en la ciudad rusa supuso una tragedia nacional. Si el luto de tres días decretado por Hitler tras anunciar el fin de la batalla se hubiera mantenido para convertirse en un homenaje anual a los caídos, hubiese sido el antídoto por excelencia contra el nazismo. Y no sólo en Alemania.


Lo cierto es que los alemanes y los rusos nunca serán lo suficientemente objetivos para valorar con frialdad este episodio histórico. El académico Chubarián parece apuntar que la diferencia principal de las perspectivas de los autores rusos y alemanes que aparecen en el manual nace de la antigua discusión de si la batalla de Stalingrado supuso o no un cambio decisivo en el curso de la guerra. Analicemos entonces si Stalingrado marcó un punto de inflexión no sólo en la Segunda Guerra Mundial, sino en la historia de Europa y de toda la humanidad.
Según los testimonios del mariscal de campo Friedrich Von Paulus, general en jefe del 6º Ejército, que sucumbió en Stalingrado, las primeras órdenes para planear la ofensiva del verano de 1942 habían llegado al 6º Ejército ya en abril de aquel año. Poco antes Hitler, durante un discurso en Poltava (Ucrania), expuso ante sus generales su estrategia de la campaña: "Mi idea principal es ocupar la zona del Cáucaso tras asestar un golpe decisivo a las tropas rusas. Si no conseguimos el petróleo de Maikop y Grozni (Chechenia), tendré que poner fin a esta guerra".
De esta manera las operaciones en el Volga y en el Sur de Rusia en general, según la idea del líder nazi, decidirían el desenlace de la guerra. Al mismo tiempo Hitler estaba absolutamente convencido de la supremacía del ejército alemán sobre el soviético. “Los rusos agotaron sus fuerzas en las batallas de invierno y primavera. En estas circunstancias es necesario y posible poner fin a la guerra en el este antes de que termine el año”, decía Hitler.
Para comprender el significado de la epopeya de Stalingrado hace falta imaginar qué papel tuvo en el contexto de la estrategia del Tercer Reich y por qué la derrota en el Volga anuló los planes de Hitler a largo plazo.
El 3 enero de 1942, en una conversación con el embajador de Japón en Berlín, el general Oshima, Hitler declaró: “No pienso lanzar más ofensivas en el Frente Central. Mi objetivo será el avance en el sur. En cuanto mejore el tiempo emprenderé un ataque en el Cáucaso. Esta es la dirección más importante. Tenemos que acceder al petróleo, tener salida a Irán e Irak”.
Estos ambiciosos planes ya estaban perfectamente formulados en abril: derrotar al enemigo al oeste del Don para luego hacerse con los campos petrolíferos del Cáucaso y atravesar la cordillera caucásica.
Los generales de la Wehrmacht elaboraron los respectivos planes, que preveían desarrollar la ofensiva en dirección a Sujumi para unirse a las tropas turcas. Para aquel momento 26 divisiones del Ejército turco estaban listas para entrar en combate en la frontera con la URSS. De haberse realizado estos planes, Turquía se habría unido al Eje.
¿Qué batalla de la Segunda Guerra Mundial podría reducir a cenizas estas ambiciones de los nazis? ¿La de Kursk? ¿La de Moscú? ¿La defensa de Leningrado o Sebastopol? Ninguna de ellas, a pesar de su importancia para la victoria final de la URSS, era suficiente para frustrar los planes de Hitler. Sólo Stalingrado era capaz de aplacar su obsesión por la dominación mundial.
Resulta sorprendente que los fallos estratégicos que Moscú y Berlín cometieron a la hora de planificar la campaña de verano de 1942 fueran casi idénticos. En un intento de persuadir a Japón de atacar la URSS, Hitler aseguraba al ya mencionado embajador nipón que el Ejército Rojo sería derrotado durante el próximo verano, a más tardar. “No hay salvación posible para ellos... Los bolcheviques serán arrastrados tan lejos que nunca volverán a pisar las zonas civilizadas de Europa”, decía el líder nazi, para el que la debilidad del Ejército Rojo era una evidencia.
También Stalin subestimaba al enemigo y por ello no tenía una idea exacta de la situación en el Frente Sur. Además, a causa de la desinformación, estaba esperando una ofensiva contra Moscú en lugar de en el sur, según afirmó el mariscal Gueorgui Zhúkov.
El historiador ruso Gueorgui Kumaniov ha investigado nuevos documentos de archivo y pone de manifiesto que la “minosvaloración por parte de Stalin de las fuerzas de la Wehrmacht y el excesivo optimismo sobre el potencial del Ejército Rojo” constituyeron un factor clave en el desarrollo de la batalla de Stalingrado. La causa de que el Gran Cuartel General de las Fuerzas Armadas de la URSS manejara información desvirtuada en cuanto a la situación real en los frentes fueron los informes inexactos sobre las bajas proporcionados por la Dirección General de Inteligencia.
“Según estos informes, entre el 22 de junio de 1941 y el 1 de marzo de 1942, las bajas de las  tropas alemanas habrían sumado 6,5 millones, de las que 5,8 millones correspondieron al Ejército de Tierra; pero en realidad las bajas del Ejército de Tierra durante este período fueron poco mayores de un millón de efectivos”, asegura el experto.
Esta subestimación del enemigo costó muy caro al Ejército soviético durante los primeros meses de la batalla a orillas del Volga.
Un corresponsal alemán informaba mientras se acercaba con las tropas a Stalingrado: “Los rusos, que antes defendían con tenacidad cada kilómetro, se retiraban sin un disparo. Tan sólo los puentes destruidos y los bombardeos aéreos frenaban nuestro avance. Cuando la retaguardia rusa no lograba evitar el combate elegían posiciones que les permitieran aguantar hasta la llegada de la noche... Nos resultaba muy inusual avanzar por la ancha estepa sin ver rastro del enemigo”.
El mariscal Vasili Chuikov escribió sobre los primeros días de la defensa de Stalingrado: “Las unidades sufrieron muchas bajas y se retiraron. Esto no significa que las tropas se hubieran desplazado de manera organizada siguiendo una orden. Es una muestra de que los soldados que lograron sobrevivir en aquel caos y consiguieron escapar de los tanques alemanes llegaban heridos hasta la siguiente línea de defensa, donde les entregaban municiones y les enviaban otra vez al combate”.
Al mismo tiempo ninguna de las partes veía el frente que había en la estepa cerca de Stalingrado como el escenario de la confrontación decisiva de un número colosal de hombres y máquinas de guerra.
En la reunión del 12 de septiembre de 1942, celebrada en la ciudad ucraniana de Vínnitsa, Hitler advirtió a Friedrich Von Paulus y a otros generales: “La resistencia en Stalingrado debe ser calificada como local. Los rusos ya no son capaces de realizar operaciones estratégicas de gran envergadura que puedan representar para nosotros algún peligro... Hay que intentar tomar la ciudad cuanto antes para no permitir que se convierta en un problema por mucho tiempo”.
A pesar de estas advertencias, Stalingrado cada vez se parecía más un 'agujero negro' que se tragaba las mejores divisiones de la Wehrmacht. Mientras, Stalin persistía en su convicción de que el líder nazi lanzaría el grueso de sus tropas contra Moscú. Y, aunque no descartaba la posibilidad de una eventual ofensiva alemana en el sur, restaba efectivos de los frentes de las provincias sureñas del país.
Como consecuencia, según calculan los historiadores occidentales, los nazis superaban notablemente a los soviéticos en efectivos y artillería (tres veces más), en tanques (seis veces), en aviones (más del doble).
Sólo durante la reunión del 13 de septiembre los generales Gueorgui Zhukov y Alexander Vasilevski pudieron convencer a Stalin de que urgía diseñar una contraofensiva. Los estrategas soviéticos sostenían que Stalingrado debería ser defendida con una batalla de desgaste, utilizando las tropas necesarias para mantener viva la defensa. No debían desperdiciarse soldados en contraataques menores, a no ser que fueran absolutamente necesarios para impedir al enemigo que tomara todo el margen occidental del Volga. Entonces, mientras los alemanes se centraban enteramente en capturar la ciudad, se reunirían secretamente nuevos ejércitos detrás de las líneas para preparar un gran cerco.
El líder soviético dudaba. Pero aquella noche, por fin, dio su respaldo a este plan. Instruyó a los dos hombres para que obraran dentro del más estricto secreto. “Nadie, fuera de nosotros tres, debe saber de esto por ahora”. La ofensiva se llamaría 'Operación Urano'.
Estos planes se ejecutaron durante la campaña de otoño e invierno de 1942: del 19 de noviembre al 2 de febrero duró esta batalla en Stalingrado. A las 14.46 horas del día 2 de febrero, un avión alemán de reconocimiento sobrevoló a gran altura la ciudad transmitiendo el siguiente mensaje: “En Stalingrado no hay señales de combate”.
Nunca, en ninguna batalla la Wehmacht había sufrido tantas bajas: un millón y medio de soldados y oficiales, que representaban la cuarta parte de las tropas de Alemania en el Frente Oriental. El número de los prisioneros de guerra superó, según los datos soviéticos, las 154.000 personas (113.000, según fuentes alemanas).
Al ascender a Paulus al grado de Mariscal de Campo, Hitler dijo a general Alfred Jodl: “Ningún mariscal se había rendido en la historia militar”. Aquel mismo día, 31 de enero, el comandante del 6º Ejército fue capturado con vida.
Aquel tremendo choque en el Volga fue especial en muchos aspectos. Según el testimonio de los generales alemanes, nunca un triunfo militar del enemigo había sumido en tal terror al pueblo alemán. “Nunca en la historia de Alemania tantos hombres perdieron la vida de una manera tan horrorosa”, decía el general Siegfried Westfall.
El general Von Butler se daba cuenta de la imposibilidad de continuar la guerra tras la derrota en Stalingrado: “Alemania no sólo perdió una batalla y un ejército experimentado en los combates. Perdió la gloria de la que se había cubierto al principio de la guerra, una aureola que ya empezó a palidecer en la batalla de Moscú en invierno de 1941. Esta circunstancia no podía sino cambiar radicalmente el curso de la guerra...”
Un diplomático berlinés recordaba que la sociedad alemana estaba paralizada por una profunda crisis “cuyo símbolo era una sola palabra: Stalingrado”. Esta batalla disipó cualquier atisbo de esperanza que albergase Berlín en cuanto al ingreso de Japón y Turquía en la guerra contra la URSS y aceleró la ruptura de Italia con el Eje. Y, finalmente, la batalla de Stalingrado frustró todos los planes geopolíticos de Hitler y preparó el terreno para la apertura de un segundo frente en Europa.
El desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía estaba desde un principio condicionado a que los alemanes no dispusieran de más de 27 divisiones para mandar al Frente Occidental. El golpe que los soviéticos asestaron a la Wehrmacht en Stalingrado hizo que este requisito se cumpliera.
Es curioso que dos personas tan diferentes como el cómico de origen judío Charles Chaplin y el general nazi  Hans Doerr pudieran sentir acertadamente que el significado histórico de Stalingrado rebosó los límites de la guerra. Doerr escribía: “En Poltava, en 1709 Rusia se ganó el derecho de llamarse una gran potencia europea. Stalingrado la convierte en una de las potencias mundiales más importantes”. Por su parte Charles Chaplin exclamaba con admiración: “Rusia, has ganado la admiración de todo el mundo. Rusos, el futuro es vuestro”.
Los que participaron en aquel choque también percibían la trascendencia de aquella batalla. Escribe el historiador Guergui Kumaniov: “Los veteranos dicen que en la guerra no hay ateos, los defensores de la ciudad del Volga entregaban su vida y su corazón a Dios”.
En las películas soviéticas de la guerra los soldados se lanzan al ataque al grito de “¡Por la Patria! ¡Por Stalin!”, pero muchas veces gritaban también: “¡Sálvame Dios!”. Y fue el comandante del 62º Ejército, que defendía Stalingrado, Vasili Chuikov, el “general de las trincheras” como le llamaban los soldados, el que encendió la primera vela en homenaje a la victoria en una de las iglesias que milagrosamente quedó en pie en la ciudad arrasada.
El filósofo ruso Iván Ilián dijo: “El patriotismo únicamente tendría cabida en un alma receptiva a lo sagrado y que en su propia experiencia haya apreciado su valor objetivo e incondicional, identificándolo en las reliquias de su pueblo”. Este es el auténtico significado histórico de la batalla de Stalingrado.