Cavallo y el “repechaje” de la convertibilidad

Eduardo L. Curia
Diario BAE


El ex ministro de Economía Cavallo, candidato a diputado nacional, formuló varias declaraciones en su campaña. Convengamos que, por el tenor de las mismas y por venir de quien vienen, se incorpora un rasgo entretenido que, con las salvedades del caso, no hay que desperdiciar.
En una reciente declaración, Cavallo señaló que, a fines de salir del actual cuadro inflacionario, lo mejor es sentar una nueva convertibilidad, aunque, ahora, bajo una forma flotante. Como referencia de la convertibilidad flotante puso a Perú, aludiendo a que allí los agentes, dada una flotación cambiaria, pueden transar libremente las monedas que deseen.
Reafirmando los conceptos, adujo que la ciudadanía no tiene un mal recuerdo de la convertibilidad noventista, pero sí de la traumática salida, ligada a una devaluación tremebunda. Agregó que a finales del 2001, las encuestas decían que la gente no quería dejar la convertibilidad, y que aun personas envueltas luego en el reemplazo de la convertibilidad tampoco explicitaban la intención de salir del esquema.

¿Un repechaje?
De lo dicho por Cavallo, se desprenden determinados tópicos en los que vale detenerse un rato. Por de pronto, lo más “cautivador” es la mención de un repechaje de la convertibilidad, en una versión aggiornada, vinculada a un cambio flotante. Cabría preguntar como “cierra” una fórmula de este tenor. Volveremos sobre esto. Quizá, la remisión a la economía peruana ayude algo.
En lo inmediato, el ex ministro cae en una mórbida inversión de la causalidad (incurre en el selection bias, dirían los econometristas). Así, sigue coloreando de rosa a la convertibilidad noventista que él engendró (y que luego llevó hasta los bordes de la tumba), y cargando todas las tintas sobre la salida del régimen y la megadevaluación. Obviamente, acéptese que esta instancia fue dolorosa, pero ella fue el obligado corolario del desahucio de la convertibilidad, al que ni siquiera las prestidigitaciones de último momento de Cavallo lograron revertir. Con tamaña decrepitud por parte del citado régimen, la salida, como era de esperar, pintaba objetivamente proclive a una expresión traumática. Sin embargo, este fenómeno significaba, en esencia, el sinceramiento de una enorme distorsión, amparada artificialmente por un chaleco –el 1 x 1– que terminó en pedazos. O sea, el orden de causalidad es exactamente el inverso al planteado por el candidato a diputado.
No obstante, hay dosis de verdad en los dichos del colega. Si bien es cierto que en su segunda gestión llevó a la convertibilidad a los bordes mismos de la tumba, hasta casi el último instante fue acompañado con empeño por vastas capas dirigenciales, y en medio del clima vigente, mucha gente se vio arrastrada en el perverso itinerario, resultando no pocos engañados y sufriendo severas pérdidas al darse el ineluctable desenlace.
En rigor, la terquedad generalizada en el tiempo de no reconocer lo dañino de la aguda distorsión de precios relativos macroeconómicos operante –corporizada por el hipodólar–, con sus pésimas secuelas en grandes áreas de lo productivo y en lo laboral, impidiendo entonces afrontar más temprana y ordenadamente el reemplazo del régimen, fue el resorte de responsabilidad básica de las penosas implicancias del desenlace. Dicho sea de paso, en nuestra historia, este tipo de sensible dilema que se asocia a la cuestión cambiaria, con sus enojosas decantaciones, registra bastante recurrencia.

Auscultando el “nuevo engendro”
Volviendo a la nueva convertibilidad, ahora con flotación, corresponden algunas aclaraciones. La de los ’90 se asimilaba a una currency board, incluyendo un cambio fijo. Cavallo, en un trabajo, usó un célebre texto de Friedman intitulado La cantidad óptima de dinero, para concluir que ya no era pertinente hablar de tipo de cambio, sino que lo relevante era que los agentes tenían la libre capacidad de elegir la moneda de preferencia a su gusto.
Por el contrario, echar mano de un régimen cambiario abierto a fluctuación arroja un dato de entidad. Lo que, entonces, parece estar en juego es la libre conversión de monedas –obviamente, un esquema diferente del hoy existente entre nosotros– al cambio, en principio, definido por las fuerzas del mercado. El símil de la currency board se borra.
Citada que fue la economía peruana, compútese que se trata de una economía que vino creciendo desde hace tiempo, con un período de auge en el lapso 2001/2007, que mostró una tasa anual de expansión del 5,3 por ciento. Avanzó en el 2008, se defendió durante la crisis internacional, y fue retomando luego el crecimiento. En el 2012 creció un 6,3%, una de las tasas más altas del continente. En la actualidad, se debate en Perú si no se ha penetrado en una instancia de desaceleración.
Perú tiene una estructura económica de acotada diversificación, siendo gran productor de minerales, lo que se refleja en la composición de sus exportaciones. El ciclo internacional de minerales tendió a ser propicio (ahora vacila algo), favoreciendo la economía y las exportaciones, a lo que se debe sumar el aflujo de capitales. Por su lado, el incipiente sector manufacturero se ve más expuesto, con las presiones derivadas de un tipo de cambio real que se aprecia.
La dolarización doméstica es grande en Perú, pesando en la hoja de balance de los agentes. Luego, aun asumiendo una flotación, los movimientos cambiarios pueden ser especialmente problemáticos. Rige, en el presente, un esquema de metas de inflación, que enfatiza el manejo de la tasa de interés interbancaria como instrumento, apuntando al control de la inflación (a un dígito) y de la actividad, pero atendiendo oblicuamente, asimismo, al tipo de cambio y a sus posibles oscilaciones (administrando reservas en su caso).
Aunque la dolarización prevalezca, las autoridades buscan, en el tiempo, ceñirla paulatinamente, y algo se viene logrando en la materia. Ellas entienden que la dolarización turba el control macroeconómico y el rol de la tasa de interés de cara a la inflación, en virtud de los efectos riqueza suscitables.
Por lo que se ve, en Perú, más allá de los datos positivos mostrables, el grado de dolarización interna no deja de preocupar, se es muy sensible al manejo de la tasa de interés y al movimiento del tipo de cambio en flotación, siendo también crucial cómo se consiguen los dólares y qué reflejo productivo se asocia a esto. En rigor, el nuevo engendro de Cavallo –la convertibilidad con flotación– luce más fácil como fórmula verbal que como mecanismo a implementar.