La historia económica argentina y el endeudamiento externo

Por Mario Rapoport
para Diario BAE
Publicado en enero de 2014

Desde vertientes diferentes y en distinto grado, historiadores y analistas en el mundo y en Argentina empiezan a plantearse hacia las décadas de 1930 y 1940 –y no es casual porque coincide con la caída del Imperio británico, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial–, formas diferentes de encarar la historia. Señalan, sobre todo, que la historia política y la historia económica y social están profundamente entrelazadas; que la sociedad tiene diversos niveles de análisis estructurales y superestructurales (en los que interactúan el Estado y las clases sociales); que los factores internos y externos en un capitalismo globalizado se hallan cada vez más vinculados y aparecen nuevos actores no estatales con los que hay que negociar, como los organismos financieros internacionales; que los tiempos históricos también juegan para explicar la sociedad actual.

La coyuntura no se explica solo por circunstancias del momento si no por fenómenos que vienen de lejos, de mediana o larga duración, como los define Fernand Braudel. Tampoco se pueden separar completamente en el análisis los aspectos políticos, económicos sociales e incluso culturales, ignorar los contextos históricos o soslayar el papel decisivo de las personalidades o del azar. Es posible y necesario, por la vastedad de los temas y conocimientos que se abordan, privilegiar algún aspecto: una biografía, un período determinado, una temática institucional, hasta una novela histórica, pero siempre articulando el conjunto de factores provenientes de las estructuras existentes o de la coyuntura actual y teniendo en cuenta debidamente las principales corrientes de ideas que los explican.

Un ejemplo propio, el del endeudamiento externo, viene al caso. Qué duda cabe de que estamos hablando aquí de un aspecto fundamental de nuestra historia económica; que al mismo tiempo revela una manera dramática de vincularse con el mundo y forma parte del campo histórico de las relaciones internacionales. Pero que también tuvo que ver con decisiones de los gobiernos y corresponde a la historia política, mientras que sus consecuencias mayormente negativas lo hacen objeto de estudio de la historia social. Pocos discuten el papel que desempeñó el Estado, en sus distintas instancias, o la presión de intereses económicos y políticos de turno, internos y externos. Hubo así responsables y corresponsables de ese endeudamiento.

Existieron, por otro lado, coyunturas decisivas. La primera de ellas estuvo vinculada al golpe de Estado militar de marzo de 1976, que se planteó arrasar con las estructuras productivas y políticas existentes y construir otro tipo de país con el predominio de intereses agrarios y financieros, en tanto se violaban groseramente todos los derechos humanos y las libertades públicas. Para no hablar de personajes nefastos que implementaron esas políticas y pertenecían a tradicionales sectores sociales. La “perversa deuda externa”, como se la llegó a llamar, surgió del interés de economistas neoliberales que creían en la “magia” de las finanzas para engrosar sus fortunas personales, dañando el funcionamiento del aparato productivo y comprometiendo a generaciones presentes y futuras.

Una segunda coyuntura fue la conjunción de la hiperinflación de 1989, el predominio ideológico del Consenso de Washington y la caída del Muro de Berlín. Aquí, otro gobierno, vestido con un ropaje populista del que se desembarazó rápidamente mostrando seductores contornos neoliberales, aprovechó a fondo la incertidumbre de nuestra sociedad para completar el trabajo de los militares. El endeudamiento ahora tuvo el agravante de que fue acompañado de una trasnochada convertibilidad, una irresponsable venta de los activos públicos y una política exterior vergonzosa, sostenida por presuntas “relaciones carnales” que se revelaron inocuas cuando Argentina entró en la vorágine de la crisis.

Sin embargo, no todo se explica por las coyunturas. El largo plazo también juega. Por algo se intentó volver a revalorizar el modelo agroexportador, basado en gran medida, en el endeudamiento externo. Incluso hubo presidentes que hacia fines del siglo XIX, frente a las primeras crisis financieras de magnitud, juraban que todos los argentinos “economizarían hasta sobre su hambre y su sed” para responder a los compromisos externos de la deuda pública; por algo nos resuenan desde más lejos aún los ecos del inútil empréstito Baring de 1824, que terminó de pagarse casi un siglo más tarde. ¿Cuánto del despilfarro y de la corrupción que vivimos recientemente estaba inscripto así en esas etapas de nuestra vida pública?

En todo caso, es necesario poder realizar múltiples lecturas de ese complejo pasado, que no tiene dueño. Todos quieren construir una historia oficial y utilizan para ello el poder del conocimiento, que es un poder como los otros, como el poder político o el económico. Lo que importa es que el saber histórico no es neutro, ni para los que lo escriben ni para los que lo leen. La política se cimenta en él. La historia de cada nación fue construida con ese fin.