Colombia. La Masacre de Marquetalia y el nacimiento de las Farc

La Masacre de Marquetalia
Por Johnny Delgado M.*
para El Espectador Colombia)
publicado el 5 de agosto de 2013

Algunos comerciantes de Manzanares y Marquetalia venían conversando dentro del bus de la empresa Arauca que se desplazaba lentamente en esa madrugada del lunes 5 de agosto de 1963, en cercanías del sitio La Italia, en la carretera que comunica a Marquetalia con Victoria en el oriente del departamento de Caldas. Iban a comprar y hacer transacciones bancarias a Honda o a la feria de Samaná.
Virgen en homenaje a las 39 personas que perdieron la vida.
Más adelante, tres volquetas con trabajadores de Obras Públicas se acercaban también al sitio en dirección a Victoria. Tras una curva cerrada, una docena de hombres vestidos de militares los hicieron detener y los obligaron a descender de los vehículos. En ese momento llegó el bus al cual le ordenaron lo mismo.


Los sorprendidos pasajeros escucharon a un hombre que parecía ser el comandante del grupo de hombres armados decir que se trataba de la banda de Efraín González y necesitaba saber quiénes eran conservadores. Los engañados obreros, campesinos y comerciantes que creyeron salvar la vida siendo partidarios del bandolero conservador se hicieron a un lado. De inmediato los llevaron y los encerraron en una casucha de madera al lado de la vía. Otros dos vehículos que arribaron a esa hora, seis y media de la mañana, también fueron detenidos. Todos fueron despojados de su dinero y objetos de valor.
El asalto en realidad había sido perpetrado por el famoso bandolero liberal José William Angel Aranguren alias Desquite. El calvario para las víctimas había apenas comenzado y durante casi dos horas de agonía, fueron pasando uno a uno hacia un patio donde eran interrogados. Luego recibían golpes de garrote en la cabeza para después ser rematados a machete inmisericordemente. Evitaban hacer disparos con sus armas para prevenir que las autoridades se pudieran dar cuenta y acudieran a socorrer a aquellas desventuradas víctimas.
Los muertos, algunos decapitados, eran amontonados como bultos de café en un costado del patio mientras un estanque de cemento se llenaba de cabezas y el suelo se cubría con la abundante sangre de las personas sacrificadas. Solo los quejidos y los golpes de madera y machetes sobre los cuerpos inermes se escuchaban en esa mañana de terror. Al final de la horrible masacre, 25 pasajeros del bus y 17 obreros viales, perecieron en el asalto.
Hubo una veintena de sobrevivientes que salvaron su vida por ser liberales, otros por ser conocidos de algún bandolero. Se conoció el caso de una señora que iba ser asesinada a machete por el verdugo. Entonces instantes antes, otro cuadrillero le pidió a Desquite que la salvara, que muchos días de su infancia, él “había calmado su hambre en el rancho pobre de aquella mujer”. Desquite ordenó liberarla. Otro hombre suplicó al comandante bandolero que no lo matara que viajaba a Victoria a comprar medicinas para su madre moribunda. Desquite se le acercó y le dijo que le repitiera su pedido. El hombre aterrorizado, con un último aliento le suplicó dejarlo vivo. William Angel le perdonó la vida pero lo obligó a no marcharse hasta un buen tiempo después que la banda se retirara.
La pavorosa masacre había sido planeada con mucha antelación y algunos colaboradores de la cuadrilla los habían conducido a preparar el asalto en esa zona desolada. Había un oscuro motivo de carácter político y era que se tenía información que un conocido dirigente conservador, patrocinador de los bandoleros y pájaros conservadores de Marquetalia, iba en el bus. Al final el referido político no viajó y salvó la vida. El caso era de suma importancia porque había obligado a Desquite salir de sus reductos del norte tolimense, cruzar el río Guarinó y entrar a Caldas.
Una vez consumado el execrable genocidio cruzaron el río y entraron de nuevo al Tolima. Durante un mes fueron perseguidos con todos los recursos bélicos del Ejército cuando se internaron en la Serranía de Lumbí, cercana a Mariquita, de donde lograron escapar del cerco militar.
El halo de terror que producía Desquite crecía. El hombre que hacía varios años había sido amarrado, desnudo y humillado públicamente en una calle de un poblado tolimense al ser capturado luego de cometer un asalto había cumplido su promesa y profecía: — me desquitaré, me desquitaré— había gritado con pudor, angustia y rabia contenida en ese lejano día. 
Los orígenes de su rebeldía
Cuando iniciaron las persecuciones de los conservadores a los liberales en 1946 y se recrudecieron con los triunfos electorales del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en 1947, la confrontación a gran escala se veía llegar. El modelo de exterminio chulavita institucionalizado en el gobierno de Ospina Pérez, y tras el asesinato de Gaitan en abril de 1948, arreció el conflicto que en 1949 se disparó para no parar hasta el presente.
En 1952, el alcalde conservador y la policía de Rovira, donde vivía la familia Angel Aranguren, asesinaron al padre de José William. Este ingreso al Ejército y luego de un tiempo se retiró siendo suboficial.
De retorno a su tierra, participó en el asalto al camión de Coltabacos donde el hermano de José William y él mismo, fueron capturados.
Luego de estar en la cárcel de La Picota en Bogotá, había escapado. Su hermano había sido enviado a la isla prisión Gorgona y él decidió marchar al norte del Tolima. En 1961, se encontraba en El Líbano ocupando el lugar que había dejado Joaquín González Centella al ser abatido por las autoridades en diciembre de 1960. Desquite sería el bandolero que los hacendados liberales protegerían en su lucha partidista contra los bandoleros conservadores del norte tolimense.
Sin embargo, su primer asalto lo realizaría en Pulí, Cundinamarca, el 16 de marzo de 1961, donde su temible cuadrilla asesinó a 7 campesinos. Un mes después haría su primera masacre en el Tolima, el 18 de marzo de ese año. Allí en Venadillo, masacró a 12 campesinos. Los años siguientes señalarían la descomposición social del norte tolimense. Una tierra de desolación donde el imperio bandolero operaba a su antojo. En abril de 1962, en unión de Jacinto Cruz Usma Sangrenegra y Noel Lombana Tarzán, emboscaron a un convoy militar y asesinaron a 13 militares y 2 civiles en el Taburete, Líbano.
El 19 de diciembre de 1962, atacó el puesto policial de El Hatillo, Mariquita. Murieron cuatro policías. Al trágico lugar habría de retornar Desquite y su cuadrilla el 11 de febrero de 1963. Se tomó el caserío y estuvo durante cinco días al dominio de la población, autonombrándose como jefe civil y militar. 

Luego de la masacre de La Italia, de la cual se cumplen en estos días los 50 años, Desquite sería asediado sin descanso. El coronel Joaquín Matallana y el Batallón Colombia lo perseguirían donde fuera. En marzo de 1964, fue muerto junto a tres de sus hombres en Venadillo, en el norte del Tolima. A su muerte, el poeta Gonzalo Arango dedicó una Elegía a Desquite donde habría de anunciar otra profecía cumplida:

….Nunca la vida fue tan mortal para un hombre. Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: 

¿No habrá manera de que Colombia en lugar de matar a sus hijos los haga dignos de vivir?

Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una tragedia: Desquite resucitará y la tierra volverá a ser regada de sangre, dolor y lágrimas...

Triste epitafio para varias generaciones de colombianos que debido al horror de la guerra, ya sea como víctimas o como victimarios, se han desperdiciado para la patria. Cuando se juzga al bandolero y al bandolerismo sin conocer el trasfondo histórico del conflicto se omite un aspecto crucial de la reparación con las víctimas. De la reparación del derecho a conocer la Verdad por parte de las víctimas. Porque las clases dirigentes nacionales que lanzaron a los campesinos y gamonales de los pueblos de mitad del siglo XX, manipularon la historia, politizaron y degradaron a la policía, empujaron al Ejército a la tiranía del período rojista y crearon un Frente Nacional excluyente para ocultar su responsabilidad histórica. Por el contrario, los principales responsables de dicha catástrofe social, con el tiempo y el olvido, alcanzaron una aureola de respetabilidad.
Cuando la violencia bipartidista terminaba mediante la eliminación del contrario y no por los cambios sociales y políticos que eran necesarios, esa misma casta política del Frente Nacional, beligerante, guerrerista, sectaria en lo político y lo religioso, no satisfecha con ello, lanzó desde el Congreso y el gobierno, la consigna de exterminar a los grupos y ligas agrarias liberales y comunistas que vivían arrinconados en las selvas remotas, huyendo a las violencias anteriores.
Hoy el tiempo ha cambiado y algunos vientos soplan para beneficio de la patria. Cuando se acepta que hay un conflicto y se reconoce al adversario no para aniquilarlo sino para construir, podemos decir que se aspira mediante la reconciliación, evitar que se repitan las tristes historias como la de Desquite. 

*Autor de ‘El bandolerismo en el Valle del Cauca 1946-1966’, ganador del premio Jorge Isaacs 2011.

Fuente
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Elegía a “Desquite”


Sí, nada más que una rosa, pero de sangre. Y bien roja como a él le gustaba: roja, liberal y asesina. Porque él era un malhechor, un poeta de la muerte. Hacía del crimen una de las más bellas artes. Mataba, se desquitaba, lo mataron. Se llamaba “Desquite”. De tanto huir había olvidado su verdadero nombre. O de tanto matar había terminado por odiarlo.
Lo mataron porque era un bandido y tenía que morir. Merecía morir sin duda, pero no más que los bandidos del poder.
Al ver en los diarios su cadáver acribillado, uno descubría en su rostro cierta decencia, una autenticidad, la del perfecto bandido: flaco, nervioso, alucinado, un místico del terror. O sea, la dignidad de un bandolero que no quería ser sino eso: bandolero. Pero lo era con toda el alma, con toda la ferocidad de su alma enigmática, de su satanismo devastador.
Con un ideal, esa fuerza tenebrosa invertida en el crimen, se habría podido encarnar en un líder al estilo Bolívar, Zapata, o Fidel Castro.
Sin ningún ideal, no pudo ser sino un asesino que mataba por matar. Pero este bandido tenía cara de no serlo. Quiero decir, había un hálito de pulcritud en su cadáver, de limpieza. No dudo que tal vez bajo otro cielo que no fuera el siniestro cielo de su patria, este bandolero habría podido ser un misionero, o un auténtico revolucionario.
Siempre me pareció trágico el destino de ciertos hombres que equivocaron su camino, que perdieron la posibilidad de dirigir la Historia, o su propio Destino.
“Desquite” era uno de esos: era uno de los colombianos que más valía: 160 mil pesos. Otros no se venden tan caro, se entregan por un voto. “Desquite” no se vendió. Lo que valía lo pagaron después de muerto, al delator. Esa fiera no cabía en ninguna jaula. Su odio era irracional, ateo, fiero, y como una fiera tenía que morir: acorralado.
Aún después de muerto, los soldados temieron acercársele por miedo a su fantasma. Su leyenda roja lo había hecho temible, invencible.
No me interesa la versión que de este hombre dieron los comandos militares. Lo que me interesa de él es la imagen que hay detrás del espejo, la que yacía oculta en el fondo oscuro y enigmático de su biología.
¿Quién era en verdad?
Su filosofía, por llamarla así, eran la violencia y la muerte. Me habría gustado preguntarle en qué escuela se la enseñaron. El habría dicho: Yo no tuve escuela, la aprendí en la violencia, a los 17 años. Allá hice mis primeras letras, mejor dicho, mis primeras armas.
Con razón... Se había hecho guerrillero siendo casi un niño. No para matar sino para que no lo mataran, para defender su derecho a vivir, que, en su tiempo, era la única causa que quedaba por defender en Colombia: la vida.
En adelante, este hombre, o mejor, este niño, no tendrá más ley que el asesinato. Su patria, su gobierno, lo despojan, lo vuelven asesino, le dan una sicología de asesino. Seguirá matando hasta el fin porque es lo único que sabe: matar para vivir (no vivir para matar). Sólo le enseñaron esta lección amarga y mortal, y la hará una filosofía aplicable a todos los actos de su existencia. El terror ha devenido su naturaleza, y todos sabemos que no es fácil luchar contra el Destino. El crimen fue su conocimiento, en adelante sólo podrá pensar en términos de sangre.
Yo, un poeta, en las mismas circunstancias de opresión, miseria, miedo y persecución, también habría sido bandolero. Creo que hoy me llamaría “General Exterminio”.
Por eso le hago esta elegía a “Desquite”, porque con las mismas posibilidades que yo tuve, él se habría podido llamar Gonzalo Arango, y ser un poeta con la dignidad que confiere Rimbaud a la poesía: la mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. Pero la vida es a veces asesina.
¿Estoy contento de que lo hayan matado?
Sí.
Y también estoy muy triste.
Porque vivió la vida que no merecía, porque vivió muriendo, errante y aterrado, despreciándolo todo y despreciándose a sí mismo, pues no hay crimen más grande que el desprecio a uno mismo.
Dentro de su extraña y delictiva filosofía, este hombre no reconocía más culpa, ni más remordimiento que el de dejarse matar por su enemigo: toda la sociedad.
¿Tendrá alguna relación con él aquello de que la libertad es el terror?
Un poco sí. Pero, ¿era culpable realmente? Sí, porque era libre de elegir el asesinato y lo eligió. Pero también era inocente en la medida en que el asesinato lo eligió a él.
Por eso, en uno de los ocho agujeros que abalearon el cuerpo del bandido, deposito mi rosa de sangre. Uno de esos disparos mató a un inocente que no tuvo la posibilidad de serlo. Los otros siete mataron al asesino que fue.
¿Qué le dirá a Dios este bandido?
Nada que Dios no sepa: que los hombres no matan porque nacieron asesinos, sino que son asesinos porque la sociedad en que nacieron les negó el derecho a ser hombres.
Menos mal que Desquite no irá al Infierno, pues él ya pagó sus culpas en el infierno sin esperanzas de su patria.
Pero tampoco irá al Cielo porque su ideal de salvación fue inhumano, y descargó sus odios eligiendo las víctimas entre inocentes.
Entonces, ¿adónde irá Desquite?
Pues a la tierra que manchó con su sangre y la de sus víctimas. La tierra, que no es vengativa, lo cubrirá de cieno, silencio y olvido.
Los campesinos y los pájaros podrán ahora dormir sin zozobra. El hombre que erraba por las montañas como un condenado, ya no existe.
Los soldados que lo mataron en cumplimiento del deber le capturaron su arma en cuya culata se leía una inscripción grabada con filo de puñal. Sólo decía: “Esta es mi vida”.
Nunca la vida fue tan mortal para un hombre.
Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?
Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas.
Gonzalo Arango
Fuente:
Obra negra. Santa Fe de Bogotá, Plaza & Janés, primera edición en Colombia, abril de 1993, p.p.: 42 - 44.

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Masacre de Marquetalia: El mito fundacional de las Farc


Eduardo Pizarro Leongómez*

Hace cuarenta años, en 1964, se llevaron a cabo las operaciones militares contra las regiones en las cuales se refugiaron los núcleos guerrilleros comunistas que enfrentaron la brutalidad oficial en el período de La Violencia. Estos núcleos, acogidos a la política de paz del primer presidente del Frente Nacional, Alberto Lleras Camargo, a su turno se habían negado a abandonar las armas, transformándose, como en la época de la amnistía del general Gustavo Rojas Pinilla, en 1953, en organizaciones de autodefensa campesina. El ciclo autodefensa - guerrilla móvil - autodefensa - guerrilla móvil, iniciado en 1949 cuando la dirección comunista hizo un llamado a "organizar la autodefensa en todas las regiones amenazadas por ataques reaccionarios", culminaría con el nacimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) a mediados de los años sesenta.


¿Cuál fue el origen de estas operaciones militares? En encendidos discursos en el Congreso de la República, el líder conservador Álvaro Gómez Hurtado venía denunciado desde 1961 la existencia de 16 "repúblicas independientes" que escapaban al control del Estado y en las cuales, según su retórica reaccionaria, se estaban construyendo unas zonas liberadas. Se trataba, ante todo, de Marquetalia, Riochiquito, El Pato, Guayabero, Sumapaz y la región del Ariari. Ante esta presión, el presidente conservador Guillermo León Valencia tomó la decisión de exterminar a sangre y fuego estos enclaves comunistas. Como consecuencia del ataque militar, las autodefensas se transformaron en guerrillas móviles mediante la creación del llamado inicialmente Frente Sur (1964), dos años más tarde, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

El ataque a Marquetalia constituyó el núcleo central del discurso leído -sin la presencia del jefe máximo de las Farc, Manuel Marulanda Vélez- por el comandante Joaquín Gómez, en el inicio de las negociaciones de paz fracasadas en San Vicente del Caguán. Un solitario y desconcertado Andrés Pastrana tuvo que escuchar en silencio una larga diatriba contra esta lejana agresión militar que se convertiría con el tiempo en el mito fundacional de las Farc.
La sigla EP de las Farc simboliza
el paso de la resistencia defensiva a la ofensiva
 total hacia la toma del poder político.

¿Laso o Lazo?

El 27 de mayo de 1994 se inició la operación militar contra Marquetalia con un importante contingente bajo el mando del coronel Hernando Correa Cubides, comandante de la VI Brigada, con sede en Ibagué. Este dispuso de la totalidad de los helicópteros con que contaban en ese entonces las Fuerzas Armadas, de compañías del Ejército especializadas en la lucha de contrainsurgencia, de grupos de inteligencia y localización (GIL) formados en la Escuela de Lanceros de Tolemaida y, finalmente, de aviones de combate T-33. Un descomunal esfuerzo militar.

Uno de los debates más agudos en la historiografía colombiana ha girado en torno a la denominación exacta este plan militar. ¿Se llamó Plan Laso o Lazo? Aún cuando el debate gira en apariencia en torno a una letra (s ó z), las implicaciones son obviamente más profundas. Para las Fuerzas Armadas, el proyecto fue elaborado por la propia institución castrense y se denominó Plan Lazo, dado que se trataba de "enlazar", de llevar a cabo un cerco militar para desactivar las regiones de influencia comunista. Esta postura ha sido defendida con pasión por el general Álvaro Valencia Tovar, uno de los protagonistas de la toma de Marquetalia. Para sus críticos, en especial de izquierda, el proyecto se llamó, por el contrario, Plan Laso (en razón de su denominación en inglés,Latin American Security Operation) , debido a que el ataque a Marquetalia se habría inscrito en un proyecto contrarrevolucionario global para toda América Latina agenciado desde Washington.

¿Quién tiene la razón? A la vez ambas partes y ninguna. Como ha mostrado Dennis Rompe, hubo en efecto un plan Laso para América Latina diseñado en Washington en el marco de la política de contrainsurgencia posrrevolución cubana que impulsó el gobierno de John F. Kennedy con la Alianza para el Progreso. Este proyecto global se "españolizó" bajo el nombre de Lazo en la también llamada Operación Soberanía contra Marquetalia y el resto de los enclaves comunistas. En otras palabras, Laso con 's' fue el diseño estratégico elaborado por los expertos del Departamento de Defensa en Washington y Lazo con 'z' fue la adaptación táctica en el terreno de batalla realizada por el Estado Mayor del Ejército Nacional.


¿Un error estratégico?
Las Farc-EP han continuado con su estrategia
 de aterrorizar a las poblaciones civiles, cometiendo
 de manera recurrente actos de terrorismo,
 señaló el último informe del Alto Comisionado de las
 Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

¿El Plan Lazo (o Laso) constituyó un error estratégico de las élites colombianas, en la medida en que sirvió de detonante para la emergencia de las Farc, como sostuvo Manuel Marulanda en el discurso que nunca pronunció en San Vicente del Caguán? Al respecto, existen dos lecturas encontradas.

Por un lado, quienes afirman que la emergencia de las Farc no se hubiese producido en efecto si no se hubiese llevado a cabo el ataque contra Marquetalia. Las autodefensas campesinas de influencia comunista se habrían mantenido como tales y, probablemente, con el correr del tiempo se hubieran extinguido lentamente. Esta es la opinión, por ejemplo, del historiador Pierre Gilhodès, quien sostiene que "no es exagerado concluir que en Colombia, desde el punto de vista estrictamente militar, se inventó el enemigo en nombre de una respuesta continental (.) La inspiración vino del exterior en esta ofensiva ideológico-militar de comienzos de los sesenta. Se presionó sobre un presidente débil para tener en la cúspide militar a un oficial de nuevo corte, apto para aplicar una teoría gemela y complemento de la Alianza para el Progreso" . Gilhodès se refiere al general Alberto Ruiz Novoa, comandante del Batallón Colombia en la Guerra de Corea, la cual introdujo al Ejército colombiano, que se hallaba inmerso en una guerra civil interna, en la lógica de la Guerra Fría. Con lo cual pasamos -según los conocidos términos de Francisco Leal Buitrago- de un Ejército de "adscripción bipartidista" a un Ejército de "adscripción anti-comunista".

Por otro lado, están los que sostienen lo inevitable del nacimiento, tarde o temprano, de las Farc, dado que ya existía en el seno del Partido Comunista (PC) las tesis para justificar su nacimiento. En efecto, desde el IX Congreso del PC celebrado en 1961 se había aprobado la tesis de la "combinación de todas las formas de lucha revolucionaria". En la resolución política se subrayaba que "la revolución puede avanzar un trecho por la vía pacífica. Pero, si las clases dominantes obligan a ello, por medio de la violencia y la persecución sistemática contra el pueblo, este puede verse obligado a tomar la vía de la lucha armada, como forma principal, aunque no única, en otro período. La vía revolucionaria en Colombia puede llegar a ser una combinación de todas las formas de lucha". Una de las particularidades de Colombia en el contexto de América Latina fue el nacimiento temprano de guerrillas inspiradas por un partido de izquierda, con amplia antelación a la revolución cubana. Como vimos, los núcleos iniciales emergen a principio de los años cincuenta y, el Partido Comunista, ante los cambios de la situación política (Gustavo Rojas, Alberto Lleras) lanza la consigna de transformar las guerrillas móviles en autodefensas campesinas, pero, bajo ninguna circunstancia, la desmovilización y la entrega de armas. Esta tradición de lucha armada sería la base para la transformación del movimiento agrario en fuerza guerrillera, tras el ataque a Marquetalia.

Este punto es todavía objeto de discusión entre los historiadores y analistas del fenómeno guerrillero en Colombia. Lo cierto es que, más allá de si el nacimiento de las Farc estaba o no inscrito en la lógica del desarrollo histórico el Partido Comunista, el cerco militar contra Marquetalia le sirvió a la incipiente organización para crear un poderoso mito fundacional. Todavía hoy, el órgano de expresión de las Farc se denomina Resistencia , a pesar de que en la histórica VII Conferencia de esta organización, celebrada en 1982, se le añadió a la sigla Farc la significativa sigla EP (Ejército del Pueblo), para simbolizar el paso de la resistencia defensiva a la ofensiva total hacia la toma del poder político.

Según este mito, las Farc no surgieron por iniciativa propia, sino como resultado de una agresión externa. El movimiento guerrillero incipiente no habría sido quien le declaró la guerra al Estado, sino, por el contrario, fue el Estado quien le declaró la guerra a las organizaciones agrarias comunistas, las cuales se vieron obligadas a defender su vida mediante las armas. El discurso de Manuel Marulanda en San Vicente de Caguán se inscribe en la lógica propia de esta lectura de la historia.

Mediante este mito histórico, las Farc buscaron siempre desligarse del resto de grupos guerrilleros de la época, las llamadas "guerrillas de primera generación" (Epl y Eln), las cuales habrían surgido con base en la iniciativa política de sectores de clase media urbana radicalizadas. Frente al voluntarismo y al foquismo guevarista, las Farc aparecían como el resultado de una agresión del Estado contra la población campesina. Mediante la construcción de esta visión sobre sus orígenes remotos, las Farc han construido y recreado su justificación histórica, con total autonomía de los cambios que se han producido tanto en el ámbito internacional (el fin de la Guerra Fría), como en el interno (la Constitución de 1991 y la apertura democrática).

Hace cuarenta años...

Así, pues, tras 40 años de los hechos trágicos de Marquetalia, el conflicto armado continúa. Se trata de uno de las confrontaciones armadas más antiguas del mundo. Solo tres conflictos le disputan a Colombia el triste récord de la longevidad: la confrontación por el Cachemira entre la India y Pakistán (1947), la guerra entre Israel y Palestina (1948) y la guerra de secesión en Birmania (1960).

Marquetalia es leída por algunos como el inicio de una gloriosa historia de luchas armadas de carácter revolucionario. Para otros, como un grave error histórico de las élites colombianas que ha ensangrentado al país sin pausa ni tregua desde hace ya cuatro décadas. El debate y la herida siguen abiertos.

* Investigador del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) de la Universidad Nacional de Colombia.

The Past as Prologue: A History of U.S. Counterinsurgency Policy in Colombia , 1958-1966, Carlisle, Strategic Studies Institute, 2002.

"El Ejército colombiano analiza la violencia", en Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (eds.), Pasado y presente de la violencia en Colombia , Bogotá, p. 317.