Mario Rapoport versus Roberto Cortés Conde. La verdadera causa de la decadencia argentina: ¿el peronismo o el neoliberalismo?

La verdadera causa de la decadencia argentina: ¿el peronismo o el neoliberalismo?

Por Mario Rapoport
para Pagina 12
publicado el 23 de noviembre de 2019

Debate de historiadores sobre el origen de las crisis argentinas. El Profesor Emérito de la UBA, Mario Rapoport, analiza el círculo vicioso del neoliberalismo nacional, lejos de la mirada de Roberto Cortés Conde, que fija el foco en la política de sustitución de importaciones impulsada por el peronismo.
José Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Cavallo y Mauricio Macri, los une la responsabilidad por la decadencia de la economía argentina a partir de la década del '70. 



No hay que recurrir a la teoría económica neoliberal predominante en el mundo para entender las características del neoliberalismo criollo. Entre nosotros existe una avanzada de esa teoría que tiene el mérito de tratar de partir de la historia económica argentina y el error de tomar los intereses del sector interno dominante como base de sus ideas. Para los teóricos neoliberales de las grandes potencias, estas tienen por fundamento en sus políticas la expansión de sus economías, su comercio, sus industrias y sus finanzas a través de los procesos de globalización y constituyen una plataforma ideológica para dominar el mundo. La versión criolla, más modesta, propone, en cambio, mantenernos siempre dependientes de aquellas.

Es el caso, por ejemplo, de un autor con una extensa y respetable obra compuesta por numerosos libros y trabajos escritos, cargos en instituciones nacionales o internacionales en el ámbito académico, y una gran influencia entre historiadores y economistas, como Roberto Cortés Conde. Un reciente artículo periodístico suyo, al igual que otros en el pasado, van más directamente al fondo de sus ideas y a ellos nos referiremos principalmente.

Inflación

Para él, el mal de la Argentina es la inflación y ésta, según sus palabras, fue introducida por la industrialización promovida por las políticas económicas del primer peronismo. El 31 de octubre, publicó “El círculo vicioso de las recurrentes crisis económicas” en La Nación, que continua, en realidad, otro artículo publicado el 14 de mayo de 2010 en ese mismo diario titulado “Casi un siglo de caída económica”.

En éste afirma que la Argentina creció entre 1870 y 1914 a un 3 por ciento anual, mucho más que la generalidad de los países del mundo, y entró luego en una profunda decadencia, marcada por la Primera Guerra Mundial y por la crisis de los años 30, fenómenos que cerraron la economía produciendo una caída de las exportaciones y de los ingresos de los gobiernos y, sobre todo, un aislamiento del mercado internacional de capitales. Esto fue, para él, el resultado de factores externos -en verdad internos al modelo agroexportador ya desfalleciente-, como las crisis y la guerra mundial, que no pudieron evitarse. Pero luego predominaron otros de orden exclusivamente internos como consecuencia de las políticas proteccionistas e industrialistas adoptadas a partir de la llegada del peronismo al poder que fueron la causa inicial de un proceso inflacionario -tras medio siglo de estabilidad previo a la Segunda Guerra Mundial- que continua hasta el presente. “No se trata -dice en su artículo más reciente- de que el argentino tenga una perversa adhesión al dólar, sino de que la inflación reiterada durante 70 años le hizo perder al peso todo su valor”. Algo que también escuchamos del presidente Macri.

Según su punto de vista el problema principal es que se conformó una economía cerrada con sectores industriales de escaso capital, tecnologías obsoletas, baja productividad, importaciones de insumos y combustibles, y salarios más elevados. Para ello se usó el Banco Central que financió los déficits estatales y realizó transferencias de divisas del sector agropecuario al sector industrial. Se inició así la llamada restricción externa y las reiteradas crisis de la balanza de pagos que comenzaron en 1949 y siguieron en años posteriores. Ese sería el origen de los problemas económicos argentinos, aunque a la inflación le siguió algo nuevo: los default desde los años 80 del siglo XX.

Endeudamiento externo

Y aquí comete el error de dar continuidad hacia adelante a los ciclos económicos inflacionarios y obviar aquellos que vienen de muy atrás. En el período agroexportador de fines del siglo XIX, que el autor exalta, hubo también fuertes inflaciones, crisis de balanza de pagos y en algún caso default de la deuda externa, como en 1873, 1885, 1890 y 1913. Esas crisis tuvieron por causa principal, como plantean autores reconocidos (Williams, Ford, Prebisch), el endeudamiento externo. Salvo Cortés Conde que las atribuye a fenómenos de expectativas monetarias.

Los excesos de emisión de gobiernos como el de Juárez Celman, que decía que el Estado era un mal administrador y había que entregarle el manejo de la economía a las empresas privadas, se basaba en ese endeudamiento. El déficit fiscal causado por la gigantesca deuda sólo logró conjurarse a principios del siglo XX. Sin embargo, el endeudamiento continuó y al final de ese período, incluso con saldos positivos en la balanza comercial entre 1900 y 1912 -cuando se afirmó el patrón oro- los servicios de la deuda consumieron anualmente más de un 30 por ciento de las divisas obtenidas por las exportaciones, provocando otra crisis en 1913, al caer aquellas marcando ya los limites del modelo. Por otra parte, volver al patrón oro fue, en verdad, una forma de devaluar el peso sin decirlo, dado que la revaluación en pesos de las exportaciones por su expansión no convenía a los exportadores. En cambio, estabilizar su valor permitía aumentar el precio del oro y consolidar la fortuna de ese sector.

La oligarquía

Nadie niega que la Argentina tuvo una aceptable tasa de crecimiento económico en aquella época, aunque es más discutible la idea de que llegara a ser uno de los países más ricos de entonces y cabría preguntarse si su crecimiento se debió a una dirigencia clarividente. Más bien, fue el resultado de diversos factores. En primer término, de una renta agraria diferencial de carácter internacional gracias a las riquezas naturales de la pampa húmeda, que se tradujo en masivas exportaciones agropecuarias de las cuales se obtuvieron las divisas necesarias para importar los bienes manufacturados y los capitales que faltaban. El financiamiento se dio en el marco de una coyuntura internacional que favoreció el endeudamiento externo; mercados mundiales que requerían nuestros productos agrarios (en ambos casos, en especial Gran Bretaña) y la presencia de mano de obra barata como consecuencia, sobre todo, de la inmigración de poblaciones de países en crisis en Europa. Gracias a estos factores se pudieron obtener las divisas que impulsaron, atravesando períodos muy turbulentos, como la crisis de 1890, ese crecimiento, e hicieron posible, en especial, el enriquecimiento de una elite: la llamada oligarquía terrateniente.

Esa oligarquía no cedió un gramo de sus beneficios a la sociedad, lo que generó en los años 40 la legislación social del peronismo, plenamente justificada. Ninguna ley social importante se había dictado hasta entonces. Pero el gasto público con esos fines para el neoliberalismo criollo no es necesario. Lo mismo ocurre con las políticas para impulsar el proceso de industrialización, cuando en el mundo fueron éstas las que llevaron al desarrollo económico de los países que hoy conforman el círculo de los exitosos. Así sucedió con Canadá y Australia quienes comenzaron su inserción en la economía mundial como espacios vacíos al mismo tiempo que la Argentina y eran también agroexportadores. Ahora nos superan ampliamente en sus niveles de desarrollo.

En su artículo de 2010 Cortés Conde afirma que con el peronismo los objetivos de proteger la industria y asegurar el pleno empleo fueron contradictorios. Agregando que la salida populista consistió en mantener el poder de compra del salario bajando lo precios de los alimentos y de los servicios de transporte y energía “con sus consecuencias sobre el estancamiento de exportaciones y el déficit, lo que concluyó en inflación y reiteradas crisis”. Una tesis controvertida, porque la experiencia de los últimos años muestra lo contrario: el aumento de tarifas del macrismo fue una de las causas principales de la inflación actual. 

El peronismo pudo haber dado pasos errados en la industrialización del país, pero se encontró con formidables obstáculos externos e internos para ese proceso. Por el lado de las importaciones, el obstáculo fue la inconvertibilidad de la libra, porque hasta ese entonces, Gran Bretaña era el principal socio comercial. Esto afectó las compras en Estados Unidos, el proveedor casi exclusivo de la época. Por el lado de las exportaciones el mayor problema fue el Plan Marshall que cerró los mercados europeos a la Argentina. Es cierto que en 1949 se produjo un quiebre en la sustitución de importaciones y por eso la crisis. Pero no fue originada como en las crisis posteriores o anteriores por el endeudamiento externo sino por la insuficiencia de equipamientos y maquinarias -que ya venía de los años 30 y de la Segunda Guerra Mundial- y por dos sequías consecutivas. Lo más remarcable es que se salió de ella con los más bajos índices inflacionarios de la historia reciente (salvo el abismo deflacionario del uno a uno), el 4 por ciento en 1953 y el 3,8 por ciento en 1954, con un crecimiento del 5,4 y 4,4 por ciento, respectivamente. Es decir que la economía no andaba tan mal. La crisis no afectó mayormente la política de ingresos de los trabajadores. La participación de los asalariados en el ingreso nacional alcanzó en todo el período los mayores niveles de la historia económica argentina.

Populismo

No obstante, serían la industrialización y el populismo –según afirma la revista británica The Economist (14/2/2014)- los responsables de la inflación y del declive del país. Una tesis con la cual el neoliberalismo criollo coincide. Pero cuando uno observa las cifras concretas, en el período que va de 1945 a 1975, esa inflación fue entre un 20 y un 30 por ciento anual, salvo años en que se aplicaron planes de estabilización del FMI. Una inflación promedio alta para los países desarrollados pero muy baja con respecto a la Argentina que vendría después, lo que Cortés Conde reconoce. También acepta que entre 1964 y 1974 la tasa de crecimiento fue del 5 por ciento anual, mientras continuaba la industrialización sin crisis. Sin embargo, del mismo modo que olvida mencionar los procesos inflacionarios del período agroexportador para él existe una especie de continuidad hacia delante entre la inflación que se habría iniciado en los años 40, y la generada por las políticas neoliberales impuestas por la dictadura militar de 1976 que siguieron gobiernos posteriores.

Aquí pone bajo un mismo techo dos etapas económicas completamente diferentes y se oculta el inicio de la verdadera decadencia del país con la implementación de las políticas neoliberales. A partir del ’76 se revierte el proceso de industrialización, tratando de volver al pasado agroexportador de endeudamiento externo y apertura total de la economía. La inflación pasó (ya en 1975 con el Rodrigazo) a ser de tres dígitos, hubo formidables crisis en la balanza de pagos, hiperinflación, cuasi dolarización de la economía con el uno a uno y la convertibilidad (un remedo trágico del patrón oro), y políticas de ajuste con altas tasas de desocupación y pobreza. En este caso, el endeudamiento externo tuvo de nuevo un rol decisivo, y nos llevó directamente a la crisis de 2001, acompañado por un crecimiento nulo o negativo de la economía para todo el período. Luego, desde 2015 la vuelta del neoliberalismo creó la fantasía de poder llegar a ser un hipermercado del mundo, acentuando la desindustrialización y conduciendo a la crisis actual.

Lo que Argentina no tuvo es una clase dirigente identificada con el desarrollo industrial. Las recurrentes crisis inflacionarias que sufrió el país fueron por esa puja de los intereses agroexportadores y del capital internacional con aquellos que pretendieron cambiar las reglas del juego predominantes en la economía argentina desde el siglo XIX, culminando con la aceptación del Consenso de Washington y los consejos del Fondo Monetario Internacional, corresponsable de las últimas crisis argentinas.


* Profesor Emérito de la UBA y del ISEN (Instituto del Servicio Exterior de la Nación).

Fuente

***
La falacia de los 70 años
Por Mario Rapoport
para Pagina 12
publicado el 16 de septiembre de 2018

El déficit de las cuentas públicas, y en forma más general el excesivo gasto público, ha sido uno de los caballitos de batalla con los que el gobierno y el FMI han insistido para lograr un acuerdo final sobre el préstamo (stand-by) que, mediante un nuevo ajuste, le permitiría al país salir no sólo de la crisis actual sino de los 70 años que el presidente Macri marcó como los de la decadencia argentina. El acuerdo con el FMI, dice Macri, nos va a dar más tranquilidad. La mayor parte de la oposición lo niega y señala que los desequilibrios de la economía no provienen del déficit primario sino de la cuenta corriente, es decir de la restricción externa, y ésta, a su vez, de las políticas seguidas desde el inicio de la gestión de este gobierno.

El argumento es al mismo tiempo cómodo y falso, y además viene de una larga tradición política y de una cierta saga de gobiernos que tuvo el país. Por un lado, la mala lectura de la situación económica y financiera mundial, las erradas políticas que preveían que en esta fase de globalización las inversiones lloverían, sobre todo a través de los mercados y no de los estados (aunque se atrevieron a pedir un préstamo adicional a Donald Trump) y, por otro, conocer más claramente el destino, casi misterioso de los fondos que llegaron en un principio, de carácter más financiero que productivo, mientras se hablaba de la herencia recibida sin ayudarnos a resolver el problema: volvemos a ser unos de los mayores deudores del mundo. Pero Argentina es un país donde la historia no forma parte por lo general de la cultura de los políticos, y menos la historia económica. 

PIB

En cambio, entre los historiadores se discutió durante mucho tiempo la cuestión de la presunta “decadencia” argentina. En febrero de 2014, la revista británica The Economist publicó un artículo que se titula “La parábola argentina”, diciendo que en algún momento la Argentina había tenido un PIB per cápita superior a varias potenciaas europeas y con el peronismo ese PIB fue ampliamente superado. Ese país, que en la poética expresión de Rubén Darío se había transformado en el “granero del orbe”, según las controvertidas cifras que brinda el economista de la OCDE, Angus Maddison superaba económicamente en su PIB por cápita hasta la segunda posguerra a naciones europeas antes mucho más ricas como Francia, Alemania o Italia, al menos hasta fines de los años ‘40 y principios de los ‘50. 

Sin embargo, analizando los propios cuadros de Maddison, el PIB argentino per cápita recién fue superior al francés en 1940 y continuó siéndolo hasta 1949, fue superior al alemán de 1945 a 1951 y con respecto al italiano fue superior en varios años de la década de 1930 y también durante la guerra, pero luego el PIB per cápita de esos tres países superó ampliamente al argentino y en 1994, el último año que toma Maddison, cada uno de ellos más que lo duplicaba. 

En principio debemos señalar que en los años anteriores al ‘40 que toma el mismo autor para la Argentina, las cifras del PIB son simples estimaciones porque las primeras cifras oficiales comenzaron a calcularse por esos años y se publicaron por primera vez en 1955. Por lo que no pueden ser objeto de aquellas comparaciones. Aún así, notemos que cuando la comparación es posible, a partir de la Segunda Guerra Mundial, los tres países europeos mencionados resultaron notoriamente afectados y sus economías casi destruidas por la guerra. La reconstrucción sólo vino después del Plan Marshall gracias a la ayuda norteamericana, que se le negó a la Argentina y al resto de América latina, desde 1948.

Deuda y PIB

Vemos aquí como todo confluye: a esos 70 años perdidos tienen para el presidente Macri como inicio aquel año mágico. Luego de la profunda crisis de 1890, la recuperación posterior hizo que desde 1900 a 1930 el gasto público comenzara a incrementarse, como correspondía, a un país en crecimiento y donde luego, por el primer gran conflicto bélico se había producido cierta industrialización. Ese es el país al que llega como presidente Hipólito Yrigoyen. En el período radical, entre 1916 y 1930, el ingreso creció, tomando, como índice 100 en ese primer año, 4 veces, los gastos 6 veces y la deuda pública 2,5 veces. Durante los gobiernos posteriores el déficit fiscal fue muy alto: en 1930 (plena crisis) y 1940, consiguiéndose cierto equilibrio en los años intermedios. La falta de ingresos propios por la caída de los precios a la importación se cubrió en parte en 1933 con la creación del impuesto a los réditos, más la deuda externa, sobre todo con Inglaterra.

Así llegamos al gobierno de Perón. Durante el peronismo, desde 1945 a 1955, el déficit primario fue alto los cuatro primeros años, alcanzando su pico máximo en el 48 con un 17,87 por ciento del PIB debido, por un lado, a la política de redistribución y, por otro, a la falta de todo tipo de financiamiento externo. Por el contrario, el gobierno utilizó parte de las reservas en desendeudarse, y el déficit externo llegó a cero en ese mismo año. Se tuvieron que usar reservas en dólares, las que se tenía en libras por la guerra estaban bloqueadas, para comprar en Estados Unidos la mayor parte de las importaciones necesarias. 

En el ‘49 la primera crisis de industrialización obligó a pedir un empréstito al Eximbank de 125 millones de dólares, que sirvieron sobre todo para financiar la salida de los beneficios de sus empresas. La inflación pegó también un saltó hasta cerca del 40 por ciento, pero a partir de allí, fue disminuyendo y en 1953 y 1954 el fenómeno inflacionario se frenó, con tasas de 3 y 4 por ciento y se lograron las tasas más bajas en la historia desde el ‘45 hasta la deflación de fines de los ‘90-2001, que llevaron a la crisis de 2001. 

El PIB creció 11,1 por ciento en 1947 y 8,0 al año siguiente (tomamos las cifras que se dan oficialmente de esos años). El promedio de crecimiento del PIB fue moderado por la crisis y tiene un mínimo de -6,6 por ciento en 1952. Hubo una redistribución del ingreso para los trabajadores y sectores menos favorecidos, que llegó ser un 50 por ciento del PIB, nunca alcanzado en la historia argentina. También por primera vez el PIB industrial superó al agropecuario. 

Déficit fiscal e inflación

En cuanto a las cuentas públicas, después de la caída de Perón, entre 1957 y 1962, el déficit fiscal, incluidos intereses ascendió del 3,35 al 6,79 por ciento. El país llegó a un acuerdo con el Club de París y adhirió al FMI donde tomó su primer préstamo. En ese período se profundizaron las crisis de stop and go, donde la falta de divisas en el sector externo fue determinante frente al crecimiento de las importaciones y los mayores costos del sector industrial. 

Por consejo del FMI se efectuó una fuerte aumentó de la paridad cambiaria en 1959 del 113,7 por ciento, con pérdida de ingresos de gran parte de la población y el PIB bajó 6,4 por ciento. Luego la inflación se contuvo y el PIB creció 7 por ciento anual, pero el golpe pseudo militar que llevo a José María Guido a la presidencia en 1962 trajo también como ministro de Economía a Federico Pinedo y una terapia de shock con otra gran devaluación y dos descensos del PIB en 1962 y 1963. 

El gobierno de Arturo Illia trató de desprenderse de los consejos del FMI y el país tuvo altos índices de crecimiento de cerca del 10 por ciento en 1964 y 1965, con un déficit fiscal en descenso del 7 al 4 por ciento entre 1962 y 1966. De hecho, encaminado, con mayor o menor fortuna el proceso de sustituciones de importaciones, el país tuvo tasas medias de crecimiento continuas sin nuevas crisis de balanza de pagos de cerca del 5 por ciento, entre 1964 y 1974, mientras la tasa de inflación llegó a un mínimo de 7,6 por ciento en 1969 y osciló después entre 15 y 30 por ciento, salvo 1972 y 1973, en medio de un gran cambio político, donde alcanzó el 60 por ciento. 

Avanzó el proceso de industrialización y el PIB y se frenó luego por las posteriores medidas neoliberales. El balance comercial fue, mayormente positivo en todo ese período, y a los tropezones, la sustitución de importaciones, pese a sus problemas, y el mercado interno se mantuvieron, con distintos gobiernos, civiles y militares. Como señala Susana Torrado el salario real, la salud, la educación y cultura (mayormente públicas) y la vivienda mejoraron en todos esos años, así como se redujo la pobreza. Es toda esa época, a la que agrega los años del retorno a la democracia sin diferencia sus etapas, liberales y desarrollistas (más precisamente kirchneristas) a las que el presidente Macri llama los 70 años de decadencia (con lo que incluye, quizás sin darse cuenta, dos años de su mandato). 

Neoliberal

Pero la realidad fue otra, la decadencia comenzó con la última dictadura militar, el formidable negocio del endeudamiento externo, que lo llevó de 8000 millones a más de 170 mil millones de dólares, las devaluaciones o una falsa paridad con el dólar, la fuga de capitales, los procesos hiperinflacionarios, la enajenación de activos del patrimonio nacional, el empobrecimiento de gran parte de la población, el crecimiento nulo y la gran crisis del 2001. En los años posteriores a la crisis se revirtió parte de ello. 

Sin embargo, de la democracia surgió otra vertiente, de una ideología neoliberal y aun más radical que la de los militares, que nos ha sumido de nuevo en otra profunda crisis. La decadencia argentina viene de los gobiernos que prohijaron esas políticas. Fueron menos años que los que afirma el presidente Macri, pero le hicieron mucho daño al país. Es hora de revertir el rumbo si quiere, y no gradualmente sino con rapidez, pero con otras políticas. El desempleo, la inflación, la corrida bancaria, la caída del nivel de vida de la mayor parte de la población, el alza de las tarifas, la disminución de salarios y jubilaciones y el ajuste que se viene obligan a ello. La desglobalización en curso en el mundo y el nuevo rol de los Estados compromete a hacerlo. 

Es difícil, recurrir nuevamente a un canje de la deuda como el gobierno anterior, pero debe tenerse en cuenta que el problema es el de las divisas y el mayor gasto público genera un mayor consumo y producción internos y reanima la economía. Esto y la creación de nuevos nichos tecnológicos y productivos, para lo cual hay que revertir, entre otras cosas, la política educativa y de ciencia y técnica serían dos buenos pasos. Una reindustrialización y creación de empleos lo seguiría. Lo contrario, sería ver como en Grecia, un país de 10 millones de habitantes, se marcharon de él 500 mil jóvenes, la mayoría técnicos y estudiantes.

Fuente