Descartes. Un singular periodista

Por  César Luis Díaz
para La Señal medios
Publicado el 3 de octubre de 2018

Desde fines del siglo XV, las potencias europeas se expandieron por todo el globo y dieron lugar a una organización de la economía a escala mundial mediante el sistema capitalista, a cuyo fortalecimiento contribuyó sin duda la comunicación. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que la prensa ha ejercido un papel protagónico como medio por excelencia para transmitir tanto los pareceres de un monarca, los intereses de un imperio, como las ideas de un partido, las demandas de un grupo o sector, etcétera. Y no es menos cierto que nuestra región se incorporó al circuito de la comunicación como productora de mensajes en 1759, año a partir del cual comenzaron a crearse para su circulación diferentes exponentes del periodismo gráfico, que en ese momento era manuscrito, debiéndose aguardar hasta abril de 1801 para contar con el primer periódico impreso. En efecto, el “cuarto poder” rioplatense fue impulsado por quien debería ser considerado el primer periodista de nuestra patria: Manuel Belgrano (Díaz, 2016). Lo sucedieron numerosos connacionales, entre ellos nuestros hombres políticos más importantes, quienes valoraron esta herramienta y no dudaron en hacer uso de ella en pos de transmitir sus ideales y, en algunos casos, su obra de gobierno. De hecho, Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo, Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas, Bartolomé Mitre, Domingo F. Sarmiento, por nombrar solo algunos hombres públicos del siglo XIX, ejercieron el periodismo y le dieron vida a distintas publicaciones para comunicarse con sus compatriotas en la Argentina y en el extranjero, así como también estaban interesados en hacer conocer sus posicionamientos a quienes actuaban con responsabilidad institucional o “sin ella” en otras latitudes.

Esta tradición, por cierto, no fue abandonada durante el siglo XX: también los estadistas argentinos se valieron de determinados medios para llegar a la ciudadanía, aunque con dispar suerte. Uno de los mandatarios más gravitantes que apeló al “cuarto poder” para comunicarse con su pueblo fue Juan D. Perón. A través de un seudónimo, se desempeñó como columnista en el diario Democracia en el primer lustro de la década de 1950. Así, el 24 de enero de 1951 apareció en este matutino el primero de una serie de artículos firmados por “Descartes” sobre un tema general: “Política y Estrategia”; colaboración que se prolongaría de forma consecutiva todos los jueves hasta septiembre de 1952, alcanzando 88 contribuciones; la última, bastante distanciada, publicada el 30 de junio de 1953, completó la serie de 89.2

Desde entonces, el apelativo “Descartes” fue usado por Perón para contactarse con su movimiento en diversas oportunidades, especialmente en la década de 1960 (Primera Plana, 30/6/1966: 7).

Sobre estas columnas, no se han hallado trabajos analíticos comunicacionales que den cuenta de los “planes” que el por entonces Presidente tenía para sostener esta tarea periodística con regularidad. Con tal fin, nuestra ponencia elaborará una breve reseña
morfológica del cotidiano Democracia, hará un acercamiento a diferentes razones del seudónimo utilizado y, por último, examinará la muestra periodística con el objeto de extraer algunas particularidades.

Algunos elementos teóricos y metodológicos

Todo periódico es un “actor político” y el periódico independiente de información general es un verdadero actor político de naturaleza colectiva, cuyo ámbito de actuación es el de la influencia, no el de la conquista del poder institucional o la permanencia en él (Borrat, 1989: 10). A ello este autor agrega que existen periódicos de dispar naturaleza que dependen de su correspondiente empresa editora, a los que llama “independientes”, mientras que la prensa oficial asume su dependencia principal del gobierno que aspira a conseguir la permanencia en el poder. Aquí se debe hacer la salvedad de que Democracia era un diario “oficialista” cuya empresa editora, ALEA, según el testimonio de Carlos Vicente Aloé –uno de los dueños– “era una organización de empresas periodísticas dirigida por funcionarios del gobierno y por otra gente que no lo era. Claro que respondía a una idea: la de formar opinión, porque todos los gobiernos necesitan tener medios de información que les sean adictos” (Primera Plana, 21/2/1967: 36).

El concepto de “actor político” permitirá apreciar en su verdadera dimensión el impacto del diario Democracia donde “Descartes” colaboró, escribiendo periódicamente sus columnas políticas, las que según sus estilos conforman lo que Susana González Reyna (1997: 6) denomina “género opinativo, donde se incluyen los mensajes que transmiten ideas. Su basamento son los hechos, pero su finalidad es la opinión, el cuestionamiento, el juicio del periodista”. Esta tipificación resulta adecuada porque los artículos de Perón poseían una particular construcción, más allá de la firma que lo acompañaba. Así pues, dada su similitud con las notas de opinión, se incorporará al análisis también la taxonomía para los editoriales propuesta por Rivadeneira Prada3 (1986: 227). Una característica distintiva de las notas de este género periodístico es la firma, que las diferencia del resto de los artículos de un medio gráfico. Según José Luis Martínez Albertos (1989: 179), la presencia de una firma o signatura en un relato periodístico es garantía de seriedad de la tarea individual del periodista que ha desarrollado dicho trabajo. En relación con los aspectos lingüísticos de esos escritos, creemos necesario efectuar ciertas precisiones acerca del análisis del discurso para buscar las huellas “impregnadas” y, a la vez, aquellas que nos facilitaron entender el contexto en el cual se produjo y someterlo a una revisión histórica. Porque “no es posible la producción de un discurso sin contexto, así como no es posible su comprensión si no se toma en cuenta el contexto. Las emisiones solo tienen sentido si tenemos en cuenta su utilización en una situación específica, si comprendemos las convenciones y reglas subyacentes, si reconocemos su inmersión en una cierta ideología y cultura y, lo que es aún más importante, si sabemos a qué elementos del pasado remite el discurso” (Fairclough y Wodak, 2000, T. 2: 394). En efecto, como ha expresado Roberto Marafioti (2003: 241): “los discursos sociales no son producto de una realidad estable e inmutable sino que, por el contrario, los usuarios producen.

Mapeo de la política exterior del peronismo

Nadie duda que la situación de la Argentina luego de la segunda guerra era, cuanto menos, incómoda. Las potencias triunfantes, sobre todo Estados Unidos, presionaban política y económicamente al país con el propósito de que se reincorporase al escenario continental y mundial de ese momento. Para ello, la gestión contaba con un eficiente canciller, que se destacó en diversas oportunidades y sobresalió en la crisis del bloqueo de Berlín y en la constitución de la OEA (Organización de Estados Americanos), pues prosperaría la propuesta de Argentina que impugnaba la denominación de “asociación” en el entendimiento de que tal concepto implicaba una subordinación de las soberanías nacionales (Rapoport, 2015: 134). Con todo, debió renunciar en 1949 y lo sucedió Hipólito Paz, también distinguido por llevar a buen puerto, en un momento de enormes tensiones, la relación con EEUU. La ratificación del Tratado Internacional de Asistencia Recíproca, por caso, constituyó un escollo a superar. La Argentina había sido castigada por su resistencia a romper con el Eje durante la segunda guerra mundial. Esta decisión implicó la pérdida de la ayuda económica y militar, además de una política de precios y boicot comercial que perjudicó sus intereses. Las nacionalizaciones de las empresas mayoritariamente británicas se añadieron a las causas de una crisis de su balanza de pagos.

En septiembre de 1947 se había producido la reunión de los países del continente en Brasil, y la Argentina tuvo posiciones firmes, las que un especialista expone con ironía: “así como la inclusión de las Malvinas y la Antártida en la zona de seguridad del TIAR sirvió de excusa para la ratificación del Tratado de Río, la neutralidad norteamericana respecto de la cuestión Malvinas, proclamada mucho tiempo antes y reiterada en Río, sirvió de excusa para que Argentina no enviara tropas a Corea: después de todo, y como todo el mundo sabe, un líder carismático no tiene necesidad de exhibir la coherencia que se le exige a un simple mortal” (Escudé, 1988: 14). En efecto, el resultado sobresaliente de la conferencia de Río fue la firma del TIAR, el cual no había sido rubricado por la Argentina y no por falta de “coherencia”. Debieron transcurrir más de tres años y el inicio de una guerra para que dicho tratado fuera firmado. Fue entonces cuando el anuncio de la concesión del préstamo otorgado a la Argentina colocó al Departamento de Estado en una posición difícil. Habiendo comenzado las sesiones del Congreso argentino el 1° de mayo, a mediados de junio la Cámara de Diputados aún no había rubricado el acuerdo. El secretario Adjunto de Asuntos Latinoamericanos, Miller, señalaba en este sentido que solo restaba “cruzar los dedos y esperar”. Es por eso que la embajada norteamericana profundizó la presión para concretar la ratificación. Una ley había condicionado las ventas de armas a países latinoamericanos previa aprobación del TIAR imposibilitando la compra de equipos militares y naves de guerra. Poco después, el 28 de junio de 1950, el embajador de EEUU informaba a Truman la confirmación del canciller Paz que la Cámara de Diputados ratificaría lo pactado. Los acontecimientos se habían precipitado: tres días antes con el inicio del conflicto en Corea, y el 27, con la invitación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –ausente la URSS– a los miembros de la organización a “aportar ayuda en defensa de Corea del Sur”  (Rapoport y Spiguel, 1994: 88).

Las controvertidas negociaciones tenían para la Argentina un doble frente. Por un lado, el externo, pletórico de inquietudes para los EEUU por la vigencia de la “tercera posición”4 sostenida por el gobierno justicialista, que se mencionaba en numerosos documentos –el relevante Policy Statement for Argentina del 21 de marzo de 1950– y que había obligado a llevar tranquilidad a Washington: “el presidente Perón nos ha asegurado que la Tercera Posición es una política de tiempos de paz y un recurso político que no tendría efecto alguno si los Estados Unidos y la URSS entrasen en guerra, en cuyo caso la Argentina declararía la guerra inmediatamente del lado de los EEUU” (Escudé, 1988; Rapoport, 2015). Por otro lado, el frente interno no ofrecía tampoco sosiego; Perón había manifestado que no endeudaría al país y la oposición –de izquierda, radical y nacionalista– hacía sentir su disconformidad en el Congreso y la vía pública por el crédito otorgado por EEUU. Según Belini (2017: 22) el peronismo postulaba una concepción de la economía como dimensión subordinada y, por lo tanto, adaptable a la voluntad política. El impacto de estas ideas sobre las políticas aplicadas por Perón fue significativo para las relaciones exteriores de la Argentina en el mundo bipolar de posguerra. La “tercera posición” ha sido vista como la reformulación de la posición tradicionalmente neutralista de la Argentina y del sentimiento antinorteamericano que había caracterizado a las élites políticas desde fines del siglo XIX. La política exterior argentina careció de uniformidad y estuvo sometida a la influencia de diferentes factores políticos y económicos. Tan así fue que en la IV Conferencia de Cancilleres en Washington (26/3 al 7/4 de 1951) la Argentina tuvo un protagonismo inobjetable. La crónica enviada desde la conferencia por el corresponsal de Democracia detallaba: “es lógico asegurar, como lo indica la clara posición de la Argentina, México y Guatemala, que las naciones americanas no han aceptado en momento alguno el deber jurídico o político de rechazar la agresión que pudiera registrarse en el ‘hemisferio occidental’ [Europa], a menos que tal agresión se dirija contra un miembro del sistema regional americano. La insistencia de imponer una ambigua fórmula desacreditada es más absurda si se considera que hoy mismo, el grupo encargado de la redacción definitiva del proyecto aceptó plenamente las observaciones argentinas y reemplazó en todas partes ‘hemisferio’ por ‘continente’, utilizando con propiedad la terminología del tratado de Río de Janeiro” (5/4/1951). La postura argentina estaba directamente relacionada con la actitud de solidaridad de los EEUU con Gran Bretaña respecto al tema Malvinas.

Convendrá en adelante reparar en que este “equilibrio inestable” se puede sintetizar en lo manifestado por Perón a su canciller H. Paz, quien rememora: “así quedó expresado y tácitamente formulado una suerte de acuerdo táctico, en el sentido que yo haría la parte de interlocutor dispuesto a acortar los puentes y él se reservaría el papel de hombre duro” (Rapoport, 2015: 305); plan que puede constatarse en la labor periodística del primer mandatario que se estudiará más adelante.

Democracia, el mayor diario de la cadena

Alain Rouquié (2017: 14) afirma –no sin vacilaciones– que “los gobiernos representativos nacidos del sufragio universal que recortan las libertades en nombre de los intereses populares no son dictaduras patrimoniales tradicionales, ni Estados totalitarios de partido único, ni democracias liberales”. En consecuencia resultaría todo un desafío apartarse de la “trampa” facilista que se cierne sobre la compleja relación del peronismo y los medios entre los años 1945-1955. En realidad, existen dos fracciones –una a favor y la otra en contra– que discuten la problemática, pero sin ánimo de “transigir”, sino de defender sus creencias; así han omitido al propio Perón, quien se encargó de plantear el dilema apelando a una metáfora bélica, como se verá en otro apartado. De un lado, hablan y circunscriben todo a una contienda de guerra entre los medios “independientes” y un poder que procura acallarlos o, en el mejor de los casos, cooptarlos (Sirven, 2011). Del otro lado, los que consideran que el monopolio estatal era lo mejor que podía haber pasado para frenar el avance de la “antipatria”.

En el medio de estas dos posturas irreconciliables surgió la voz del propio Perón que colocaba un gran signo de interrogación sobre las conclusiones de ambos contendientes.
En este punto, resulta interesante la reflexión en voz alta que el veterano líder efectuaba en la década del 70: “en 1945 con todos los medios en contra fuimos capaces de ganar.

En 1955 con la mayoría de los medios en nuestras manos, nos derrocaron. Y en 1973 con todos los medios en contra volvimos a ganar”. De modo que, en apariencia al menos, el control de los medios no garantizaría nada.

Afortunadamente, hace unos años un investigador “conmovió” el campo comunicacional introduciendo un muy sugestivo punto de vista al sostener que el acaparamiento de la gran mayoría de la prensa comercial por parte del gobierno de Perón, como simple manifestación del autoritarismo de un sector importante del régimen, es subestimar la magnitud de los múltiples conflictos que existían en el interior y en torno de una prensa industrial institucionalmente diversa que se hallaba en medio de importantes cambios estructurales, jurídicos e ideológicos.

El peronismo logró articular un discurso tanto descriptivo como normativo de ese medio –es decir, de lo que el periodismo es y debe ser– que proponía al Estado no como la perpetua amenaza a su buen funcionamiento, tal como sostenía el liberalismo tradicional, sino como su defensor que permitiría perfeccionar su ejercicio: “de los trabajadores frente a los dueños de diarios; de los órganos periodísticos más débiles frente a los más poderosos; de la opinión pública frente a los efectos distorsionantes de los intereses comerciales y de la industria de la prensa frente a los impactos económicos internos y externos que la aquejaban” (Cane, 2007: 30). La hipótesis de este estudioso es muy sugerente, sin embargo solo se cita con el fin de señalar las posiciones dicotómicas que suponen minimizar el complejo campo que se abre y que aquí no se examinará. Por eso, este trabajo se centra en efectuar una reseña sobre el diario que contiene el corpus de análisis para, de este modo, tener un punto de apoyo que facilite una mejor interpretación de las columnas de “Descartes”.

El diario vería la luz pública inicialmente como vespertino el 3/12/1945 apoyando la candidatura presidencial de Perón en los comicios del 24 de febrero de 1946, de los que resultaría triunfador. La primera etapa de Democracia no tenía publicidades. Esa cuestión era esencial para sus fundadores –el abogado Antonio M. Molinari, el ingeniero agrónomo Mauricio Birabent y el Mayor Fernando Estrada–, quienes en varias de las primeras notas remarcaban que eso les permitía funcionar en forma independiente. No obstante, a pocos meses de iniciado, Democracia incorporó solicitadas oficiales y algunas propagandas (Pelazas, 2008: 37). La autora agrega más adelante que al leer las distintas secciones de Democracia durante su primer período, se observa que su estilo periodístico se parecía más a Clarín que a La Época. Si bien Democracia tenía secciones donde el lenguaje adquiría tonos más populares y cercanos a los de La Época, y poseía una columna para los obreros, estos no eran su mayor preocupación, como lo eran para los también oficialistas El Líder y El Laborista.

La cuestión del cambio de propiedad de este “actor político” suscita hasta la actualidad ciertas discrepancias que aquí se procurarán ordenar. En efecto, Gambini consigna en la revista Primera Plana (21/2/1967: 35) que cuando Perón dio la espalda a la política de la reforma agraria, una vez en el poder, los propietarios se desprendieron del diario. Así, Democracia fue comprada por Eva Duarte, según Birabent, por cincuenta mil pesos, y según Arístides Zurita, su nuevo director, solo por cuarenta mil. Más allá de las cifras, interesa aquí establecer con claridad el momento del traspaso. Gambini afirma que esto ocurría a mediados de 1947, fecha que no es compartida ni por Mercado ni por este estudio, quienes sostienen que la venta se realizó en octubre de 1946 a la ya mencionada empresa ALEA. Seguramente, la nota institucional del 8/10/1946, titulada “Hoy como ayer”, proporcionará algunas certezas: “después de la venta de nuestras maquinarias, consolidada económicamente nuestra empresa periodística y librados todos los que cotidianamente realizamos la tarea de forjar un diario, de las preocupaciones que una editorial acarrea, Democracia tenía que volver a ser lo que fue: un diario combativo,
ágil, moderno, como siempre al servicio de la Revolución. Nuestros lectores experimentarán hoy la grata sorpresa de encontrarse con el diario de la primera hora, de igual formato y análoga presentación” (citado en Pelazas, 2008: 50). Modificación empresarial que además se corrobora con el testimonio acercado por Gambini: “cuando asumí la dirección de Democracia –evoca ahora Zurita–, el tabloide de 4000 ejemplares se convirtió en un gran diario, con una tirada que superó las 300.000 copias, alcanzando un lugar en el periodismo argentino”. El dato que no menciona Zurita es que rápidamente fue desplazado por el hombre fuerte de la comunicación peronista: Raúl Apold, a quien se lo ha señalado orientando el matutino desde principios de 1947, momento en el cual asumiría varios cargos de importancia: “Perón debe haber quedado muy satisfecho con esa primera avanzada entre el noticiero y el diario, porque en enero del 47 le ofreció a Apold la Dirección General de Difusión, cargo que sólo aceptó si podía continuar dirigiendo Democracia y el Noticiero panamericano. No quería perder la cotidianeidad con el Presidente y su Gabinete, y con una dirección eso no estaba garantizado. Como así le fue concedido, asumió la nueva función” (Mercado, 2013: 97).

Ahora sí, Apold se esmeraría para conferir a las columnas del medio una impronta indeleble. El 25/1/1947 se insertaban conceptos que no dejaban dudas de que se estaba leyendo “el diario de Evita” –en el más lato sentido de la expresión– 5: “nos pusimos los pantalones largos […] conscientes de la responsabilidad de afrontar las circunstancias y las contingencias como cuadra a los «mayores», aquí está Democracia: remozada, viril, pujante y por sobre todo, abanderada del movimiento revolucionario que no reconoce más que a un hombre y un destino: el Gral. Perón y el futuro grandioso de la patria […] el espíritu de doña María Eva Duarte de Perón ha de filtrarse, gota a gota, en las líneas de nuestras linotipias, para convertirse en frases dulces y oasis de esperanza”. Este enigmático funcionario de las “segundas filas peronistas” siguió escalando jerarquías en el gobierno, de forma que el 8/3/1949 se alejaría de la conducción del ahora poderoso “actor político” y sería reemplazado por el periodista Martiniano Passo, quien ocuparía el cargo hasta que fuera designado en la dirección del “nuevo” diario La Prensa, recién traspasado a manos de la CGT (Panella, 2013: 27). Entre tanto, la dirección acéfala de Democracia quedaría en manos del veterano periodista Luis María Albamonte, más conocido por su seudónimo de “Américo Barrios”, desde 1951 a 1955, cuando el gobierno democrático fue derrocado por la Revolución Libertadora.

Las dos últimas gestiones son las que interesan a esta investigación, de modo tal que se abordarán sucintamente ciertos aspectos del diario durante la publicación de las colaboraciones de “Descartes”. La llegada de Passo a Democracia tuvo repercusiones en el contenido del medio. Se fortalecieron las secciones policial, turfística y publicitaria, quedando tal cual estaban las otras, incluso el lema que acompañaba el nombre del diario, que continuó siendo “Mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”. Sentencia que, según Pestanha (2009: 27) “no constituía una simple consigna para diferenciarse de la inacción de sus detractores. Componía también un mensaje dirigido a las elites vernáculas formadas en un racionalismo de oratoria, a fin de que tomaran conciencia de la magnitud de la obra que había que realizar para obtener una Argentina integrada. Desde la otra, una clara advertencia a sus seguidores respecto a la vocación de servicio, el compromiso y el sacrificio que demandaba la hora”. A principios de 1951 se observa que los domingos no publicaba el editorial y que los jueves era reemplazado por la nota de opinión firmada por “Descartes”. Ambos ocupaban la primera plana y estaban encuadrados con una línea dentada o zigzagueante.

Es útil subrayar aquí que, ante todo, la colaboración de “Descartes” invariablemente ocupaba el lugar de mejor impacto visual, es decir, el ángulo superior derecho. Respecto a la tapa, existe un equívoco generalizado, acaso echado a andar por el propio Jorge A. Ramos, quien ha sostenido que solo él y Perón (“Descartes”) firmaban en la primera página (Raventos, 2006). Esto no fue así, pues además de los artículos firmados por Evita en los años precedentes (Vázquez, 2010), supieron aparecer notas firmadas como las de José Espejo en dos oportunidades: la primera, al difundir las “XX Verdades JUSTICIALISTAS” con conceptos suyos –veinte entregas–, y la segunda, en ocasión de compartir con los lectores sus apreciaciones sobre la XXXIV Conferencia Internacional del Trabajo (OIT) –ocho entregas–, a la cual había concurrido como miembro de la delegación argentina. La otra excepción la constituyen los ya mencionados envíos de Carlos Dobarro desde Washington como corresponsal del diario durante el tiempo que se llevó adelante la IV Conferencia de Cancilleres –siete entregas.

Otro detalle es que el 1°/3/1951 Democracia anuncia que a partir del día siguiente todos los diarios saldrán con 8 páginas por disposición del Ministerio de Industria y Comercio. Directiva que, de algún modo, el matutino no acataba, dado que los jueves publicaba un suplemento titulado “Rotograbados” con papel satinado de 4 páginas, aumentando el número a 12, y que estaba profusamente ilustrado con fotografías que solían coincidir con efemérides. También contenía una sección de poesía y literatura, todo bajo la supervisión de Fulvio Cravacuore.6 Denota el sesgo oficialista del medio, entre otros muchos aspectos, el recuadro insertado en la contratapa –sección deportes–: “por intermedio del gran diario Democracia destacamos la honra que significa para nosotros poder realizar este raid, trasuntando el anhelo del pueblo argentino: que el general Perón acepte su reelección presidencial por el período 1952-1958” (13/6/1951), firmado por los hermanos Juan y Roberto Gálvez. Por supuesto, la recorrida por todo el país tuvo una exhaustiva cobertura periodística.

Por esta época, el diario adquirió una diagramación más dinámica. Para ello apeló a sumar pequeños recuadros para llamar la atención; desplazó las informaciones internacionales a la página 4, colocando en su lugar las nacionales; e incluyó los domingos también el editorial, entre otras novedades. Hubo, por otra parte, un gran despliegue al celebrarse el 1° Congreso Nacional de Periodismo Argentino, donde se anuncia que el secretario será M. Passo, sin embargo, como una suerte de preanuncio, el cargo fue ocupado finalmente por Américo Barrios, quien pronto también lo sustituirá en la dirección del diario.

Algunas aproximaciones al porqué del seudónimo

En la entrevista realizada por el autor (2008) al prestigioso jurisconsulto Alberto González Arzac, este puntualizó que “Juan D. Perón, durante sus primeras presidencias, no solo escribió artículos periodísticos con el seudónimo de ‘Descartes’, sino también con el de ‘Bill de Caledonia´ y ‘Licurgo’”, agregando, respecto a este último, que fue “un legislador espartano que promulgó una Constitución y cuyo nombre se utiliza para aludir a una persona inteligente y astuta”. Además Perón echó mano de otros nombres célebres para firmar, tales como “Alejandro” rey de Macedonia o “Augusto”, emperador romano.

Por lo demás, durante su exilio, el líder justicialista se valió de varios apodos que de una forma u otra sugerían su condición de político perseguido. De allí que tranquilamente se podrían asociar a una rúbrica que no solo procuraba mantener el anonimato de quien escribía, sino que también aspiraba a confundir a un eventual “lector indeseado”.

Muchas de esas firmas las podemos encontrar en la vastísima correspondencia mantenida por Perón y su delegado personal John W. Cooke, por caso: “gerente”, “P”. Asimismo, en la comunicación epistolar mantenida con quien luego sería su delegado personal, el mayor Bernardo Alberte, se encuentra en carta del 4/4/1957 otro de sus alias: “Pecinco” (Gurucharri, 2001).

Yendo al punto que interesa indagar aquí, se puede conjeturar sin temor a equivocarse que más de un estudioso, militante o curioso de la vida política del país se ha preguntado la razón de aquella elección y preferencia, del líder justicialista, al adoptar por seudónimo el nombre del autor de “Meditaciones de prima philosophia” y de “Discours de la méthode”. El protagonista se encargaría de develar con el tiempo dicha incógnita, según me lo comentó Fermín Chávez hace algunos años, en oportunidad de alentarme a escribir sobre la participación periodística de Perón (Entrevista realizada por el autor, 2005), mientras, con la generosidad que siempre tuvo para conmigo, estiraba la mano alcanzándome una copia de un escrito suyo. Se trataba de un artículo periodístico (Clarín, 9/3/1989). Allí escribe que “en 1643, Descartes, en comunicación dirigida al Consejo de la ciudad de Utrecht, agregó a su patronímico su calidad de ‘seigneur du Perron’. Dice Charles Adam, en su vida del filósofo, es decir que el nombre provenía de un pequeño feudo ubicado en la antigua provincia de Poitou y heredado de su abuela. Por el mismo Adam, podemos conocer el resto: todavía en 1644 el filósofo se agregaba el ‘señor de Perron’ según ese medallón diseñado por un holandés”. Dicho en otras palabras y en un tono desprovisto de solemnidad por Alberto González Arzac, ante la requisitoria: “creo que nada tiene que ver con la duda metódica, ni con ‘cogito, ergo sum’. El filósofo René Descartes (1596-1650) tenía un título nobiliario hereditario de la Francia feudal: era ‘Seigneur du Perron’ y firmó con esa denominación algunos escritos. Por eso decía Juan Domingo Perón: ‘Si Descartes firmaba como Perón, ¿por qué Perón no va a firmar como Descartes?’”. En fin, hasta aquí se examinaron algunas razones de la elección del seudónimo, con el valor agregado de que los aportantes de los datos conocieron personalmente a Juan Perón. En adelante se estudiará al “periodista” en acción, no sin antes recuperar el remate que hace Fermín Chávez en su artículo periodístico: “Descartes, en la tercera parte de sus Discours de la Methode, donde revela su formación moral inicial, dice que trataba de ser espectador más que actor en todas las comedias que se jugaban […].

Perón era todo lo contrario y por eso también aceptó ser el actor ‘Descartes’ en el escenario de la década de 1950 en que la historia lo colocó”. En efecto, el por entonces Presidente de la República Argentina supo usar muy bien las columnas periodísticas, al punto que ni sus más atentos lectores, funcionarios y diplomáticos de la embajada estadounidense pudieron percatarse: les llevó un buen tiempo descubrir a quién respondía la curiosa rúbrica de “Descartes”.

A propósito de la autoría de las colaboraciones, dado que invariablemente se desconfía, y con razón, de que un Primer Mandatario pueda y quiera dedicar su escaso tiempo a comunicar “ideas y pensamientos” que llevan todo un trabajo argumentativo, se recurrirá al testimonio de quien fue amigo de Perón antes, durante y luego de ejercer el poder. Se trata de Enrique Oliva, un importante periodista –corresponsal de Clarín en Europa, cuyo seudónimo era “François Lepot”– y militante consecuente con la causa nacional, quien me ha manifestado que el mismo general Perón hacía llegar sus colaboraciones al matutino Democracia “escritas de propia mano, con lápiz y letra clara. Eran unas hojas parecidas a las de carpetas y cuadernos escolares, con rayas pero sin perforación. No sé de dónde las sacaba porque casi no se usaban ya en esos tiempos” (Entrevista realizada por el autor, 2008). Por cierto, el testimonio es portador de detalles nimios, pero no menos convincentes como para no dudar que Perón era quien los escribía, por caso, el tipo de papel y el dato de que estaban escritos a mano serían prueba irrefutable.

Aproximación a los núcleos temáticos de “Descartes”

En este apartado se centrará el esfuerzo en sintetizar los ejes que interesaban al articulista para compartir con los lectores, los que a priori se puede conjeturar que eran muy heterogéneos, pues excedían a los interpelados por el diario –trabajadores, justicialistas, funcionarios, seguidores/as de Evita, etc.– al alcanzar a los diplomáticos, opositores y, claro está, a los lectores ocasionales. Desafortunadamente, el medio no contaba con un espacio destinado a reproducir las “cartas de lectores” 7 , pues esta sección hubiera proporcionado pistas del nivel de recepción de la columna “Política y Estrategia”.8 Para sortear este escollo, es necesario recurrir a un agudo lector de aquellos tiempos, quien con su testimonio permitirá reconstruir algunos aspectos valiosos. Se trata nada menos que del Dr. Oliva, quien me ha expresado que “resulta inobjetable que los sueltos insertados en la primera plana del diario capitalino eran muy bien recibidos por los lectores, sobre todo, los obreros”; a juzgar por sus impresiones, se caracterizaban por ser “notas buenísimas, sencillas, cortas, de notable síntesis, siempre de actualidad”. En efecto, las colaboraciones de “Descartes” aludían “especialmente, a cuestiones de política y estrategia, pero en un tono muy coloquial,
basado en el refranero popular. De este modo teníamos a un lector que de pronto se sumergía en cuestiones muy delicadas de la vida de las naciones tratadas didácticamente y sin perder profundidad” (Entrevista realizada por el autor, 2008). He ahí precisamente el alto valor periodístico de las notas que, no por tratar temas que podrían reputarse de alta complejidad como es el caso de las relaciones internacionales, pues involucran a distintas naciones, lenguas, culturas, tradiciones y por lógica consecuencia intereses, tienen que resultar inaccesibles al gran público lector de diarios.

La lectura detenida del corpus confirma enteramente lo antes afirmado y además permite complejizar el estilo periodístico, que admite percibir nítidamente el “discurso social” imperante. Asimismo, sin ánimo de ser exhaustivo, pueden establecerse ciertas preferencias –de “Descartes” – a la hora de examinar la política internacional vinculándola con la nacional para exponer sus ideas elaboradas desde un sitial privilegiado como era ocupar la presidencia del país.

En tal sentido, resulta oportuno dejar claramente establecido, en primer término, cuál era el artículo predilecto según el juicio del autor. Ha escrito Fermín Chávez (1990: 54) que el tres veces Presidente de la República Argentina expresaba que el mejor de todos los artículos se publicó el 17 de abril de 1952, titulado “Confesión de parte”; tenía sólo 21 renglones y estaba referido a una declaración efectuada por Rockefeller en 1952, donde afirmaba que a los EEUU le había costado caro comprar amigos en Latinoamérica pues consideraba que tal inversión era plata perdida. Se puede observar aquí, en la ironía sobre el gasto económico inútil efectuado por el país del norte, la trascendencia que confería Perón a la política internacional.

La estrategia comunicacional de “Descartes”, ciertamente, obedeció al plan pergeñado por el Presidente argentino de ejercer la postura intransigente frente a los EEUU tal cual se lo había manifestado al canciller H. Paz. Es posible verificar este esquema siguiendo diversos caminos, por ejemplo el de analizar las colaboraciones que transitan la divulgación de los preceptos fundamentales sobre los que se apoyaba la doctrina justicialista: “la comunidad organizada”, “la hora de los pueblos”, “la tercera posición”, “la cuestión Malvinas”, entre otras. Pero por razones de espacio privilegiamos la temática que hace eje en los EEUU con algunas posibles aristas como la comunicación, el antagonismo con la URSS y ciertas implicancias en la Argentina.

Para comprender en su justa dimensión las ideas plasmadas por “Descartes” hay que considerar que este protagonista entendía que el mundo se hallaba inmerso en la “guerra fría” y ante la inminente acechanza de una tercera guerra mundial. De ahí que supiera expresar: “no pueden considerarse como de la diplomacia los métodos basados en la mentira, la calumnia, el engaño, la deslealtad y la traición. Por eso, para darle un nombre, se la llama ‘guerra fría’. Es algo como un período intermedio entre la diplomacia y la guerra, que carece de las formas honorables y serenas de la diplomacia, y no se somete a las reglas del honor militar de la lucha abierta y sincera que caracteriza a la guerra” (12/2/1951). Más allá de la opinión crítica explicitada por el analista, en cierta ocasión, se permitía ironizar: “prácticamente, el mundo se halla en una guerra que ha dejado de ser fría para convertirse en ‘tibia’, y su amenaza se levanta inquietante. Más aún, parecería que la situación que se vive desembocará lamentable pero fatalmente en la conflagración que todos temen” (17/5/1951).

La saga, como quedó dicho, comenzó el jueves 24/1/1951 con el artículo titulado “¿Tienen el mundo en sus manos y no saben qué hacer con él?”. El tono era eminentemente combativo, y ya desde el principio, citando una revista norteamericana, compartía la crítica a las más altas autoridades: Truman, Mac Arthur, Acheson, George Marshall, quienes a juzgar por “Descartes” incurrían en gravísimos errores. El columnista predecía el triste destino que les esperaba, sentenciando, por medio de un refrán popular: “los países, como los pescados, comienzan a descomponerse por la cabeza”. Para explicar las razones de su inevitable debacle, como militar que era, advertía: “en la guerra no se aseguran los éxitos con una propaganda costosa, hecha a base de mentiras, de difamaciones y de calumnias. Son necesarios aciertos que sólo se acumulan a base de sabiduría y de prudencia”.

En otra colaboración, el singular periodista explicita su convicción más profunda: “solo existe política mundial. Toda política nacional es un capítulo de ella” y, con tal fin, en forma explicativa apela a dejar claro que las guerras no se ganan con dinero, sino con decisiones políticas acertadas: “los países que todo lo confían a su poder poseen la política de su fuerza y suelen renunciar a la habilidad. Los débiles, generalmente, desde que carecen de poder, deben servirse de su habilidad y tienen sólo la fuerza de su política” (1°/2/1951). Este razonamiento demostraba que la Argentina no se sentía derrotada en la contienda internacional y que se diferenciaba de la estrategia desarrollada por la potencia del Norte y con tono “admonitorio” escribía “que no fuéramos amigos a la fuerza”. La dimensión comunicacional preocupaba y ocupaba a “Descartes”. Así pues, ya en 1945 Perón había procurado contrarrestar el dominio de la prensa internacional creando la Agencia de Noticias Télam.9 Como buen comunicador, supo alertar a la vez que señalar a sus lectores cuáles eran las herramientas de las que se valía el “imperialismo” para “sumar voluntades” a su causa. Así, expresaba: “las antiguas agencias de noticias pasaron a ser verdaderas ‘centrales de información’, convirtiéndose en organismos estatales o subvencionados, generalmente integrantes de los ‘servicios de inteligencia’.

Por eso también, ‘disfrazados de periodistas’, actúan en el mundo un sinnúmero de agentes de espionaje y provocación de esos servicios” (20/9/1951). Su prédica, manteniendo el tono “crítico”, también supo denunciar que EEUU “habla de la libertad de prensa y encadena la publicidad del mundo mediante la corrupción de su dinero y el monopolio del papel. Defiende la libre empresa y con sus cárteles, monopolios y conferencias instaura en el mundo la economía internacional dirigida” (26/6/1952).

En efecto, el “arma” más esgrimida por el democrático “capitalismo” era la publicidad, que a juicio del columnista “ha sido decisiva para su utilización en la política internacional y en la guerra”. Por lo tanto, también supo transmitir a sus lectores cuestiones que cotidianamente naturalizaban: “hoy no es un secreto para nadie que muchos consorcios y cadenas de diarios no son sino empresas comerciales, que venden papel escrito como se venden cosméticos o artículos de ferretería” (15/3/1951). Luego, desenmascaraba el mecanismo internacional: “los imperialismos se sustentan en algo más serio que la simple publicidad. A ellos no les es suficiente publicar un aviso para vender su artículo, sino que deben imponerlo a toda costa”. Y alzando el tono “crítico”, relacionaría la política estadounidense con la nacional para aseverar sin eufemismos: “las agencias oficiales u oficiosas A. P. y U. P. se encargan de desparramar infundios con el fin de desprestigiar a nuestro país en el mundo con una pertinacia digna de mejor causa […]. Desde hace más de un año el Continente ha sido inundado por panfletos contra la Argentina, cuyo origen estadounidense no se oculta” (7/6/1951).

Como no podía ser de otra manera, el articulista aborda el tema de gran impacto internacional en la época: la expropiación del diario de los Gainza Paz,10 y con tono combativo expresa: “hace poco un conflicto gremial paralizó al diario ‘La Prensa’. Este órgano, por su origen, por los capitales que lo financian, por su prédica foránea y los testaferros que lo representan, es un foco de traición a la Patria. Bastó que un alto funcionario extranjero, abogado de Wall Street, en atrevidas e imprudentes declaraciones, abogara en su defensa, para que la reacción popular se hiciera sentir y, con ello, su destino se decidiera”. Remataba su artículo con un juego de palabras: “en este país […] no existe libertad para atentar contra la libertad” (29/3/1951). Cabe agregar que Democracia cubrió el proceso completo con editoriales y con amplias crónicas de los debates parlamentarios.

A propósito de ese término abstracto e insondable, “Descartes” se sumergía en didácticas reflexiones con el fin de procurar un acercamiento a dicho concepto y en forma explicativa manifestaba: “hay, pues, una libertad esencial: la colectiva, y otra que es su consecuencia: la individual. Ello es indiscutible, desde que nadie puede presuponer hombres libres en una nación esclava”. Razonamiento que, sin vacilación alguna, relacionaba con el movimiento que conducía: “de ahí parte el Justicialismo cuando, por extensión, afirma que la libertad del hombre en un régimen de explotación, como el comunismo o el capitalismo, es simplemente una ficción. El hombre sólo puede ser libre si se desenvuelve en un medio libre”. En rigor, la pericia estribaba en que apelaba a aforismos de muy fácil y pronta receptividad por parte del lector. Así se leían frases como “Dios nos libre de estos libertadores”, pues se les “ve las patas a la sota”, en definitiva “de lo sublime a lo ridículo hay un solo paso. Lo sublime es no darlo” (8/2/1951).

Dada la complejidad de la política internacional, con análogo sentido recurría al uso de pares antagónicos 11 en la búsqueda de llegar a una mayor cantidad de lectores. En ese convencimiento recurría, en uno de los artículos –solo se toma a modo de ejemplo – a estos conceptos dicotómicos con la finalidad de hacer comprensible el discurso que quería transmitir: “por eso, cuando se dice ‘la lucha de Oriente contra Occidente’, ‘el choque de dos ideologías’, ‘el conflicto de la democracia y el totalitarismo’ y aun ‘la guerra de dos imperialismos’” (5/4/1951). Con todo, el par antagónico más utilizado por el avezado comunicador fue “comunismo/capitalismo”, para explicar que la única solución que tenían –al menos los países débiles – era la “tercera posición”. “Hay que considerar que, siendo el comunismo una doctrina, sólo puede ser vencida por otra doctrina mejor. El capitalismo se ha mostrado insensible a las justas reclamaciones de los pueblos […]. Él es el culpable de la penetración comunista”. Y, en forma “apologética”, concluía: “nuestro justicialismo ha demostrado ser una solución, superando al capitalismo y al comunismo”. Finalmente, restaría anotar que el crítico discurso periodístico sostenido en la columna se interrumpió a mediados de 1952, y cuando se lo retomó, a través de un solo artículo más, ciertamente el contexto político había sufrido profundas modificaciones, ya que el gobierno de Truman daba lugar al de Eisenhower, con quien el gobierno peronista tendría mejor entendimiento. Por lo tanto, el tono variaría ostensiblemente, al punto que la nota de opinión del 30 de junio de 1953 se tituló “Nuevos rumbos”12, encabezado que era todo un presagio de lo que vendría.

Palabras finales

Alan Rouquié ha manifestado con certeza que “Borges es argentino, pero es un argentino universal. Perón también, pero a su manera y por otras razones”. Entre otras “razones” sobresale la labor periodística del por entonces primer mandatario en el diario Democracia. Esta ponencia, consecuentemente, ha procurado establecer con meridiana precisión ciertos aspectos del medio, no solo subrayando el nivel de gravitación que poseía ese actor político, sino acercando detalles morfológicos y de su vida interna, sobre todo en el contexto en que se publicaron las colaboraciones de la columna semanal “Política y Estrategia”. Allí “Descartes”, entre muchos tópicos, escribió con tono “crítico” y “combativo” el rol que asumían las potencias “imperialistas” –EEUU y la URSS – en la guerra fría. El periodista Perón buscaba que la opinión pública contara también con elementos “comunicacionales”, dado que eran las herramientas eficaces de la que se valían los imperialismos para mantener sojuzgados a los demás Estados.

Naturalmente, el periodista/Presidente consideraba como única salida a esa dicotomía a la “tercera posición”, de la cual el justicialismo era su principal adalid.



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FUENTES PERIODÍSTICAS
Diarios Democracia y Clarín
Revista Primera Plana
ENTREVISTAS REALIZADAS POR EL AUTOR:
GONZÁLEZ ARZAC, Alberto (2008)
OLIVA, Enrique (2008)
CHÁVEZ, FERMÍN (2005)

Notas:
Agradezco al colega y amigo Darío Pulfer, quien me facilitó bibliografía. Asimismo, dada mi ceguera –física – agradezco a Melina Gorsd por su comprometida lectura de bibliografía y al integrante de mi equipo de investigación Lic. Lucas Casado por ayudarme a leer detenidamente el corpus. El reconocimiento de siempre al personal de la Hemeroteca de la H. C. Senadores de la Pcia. de Buenos Aires, sobre todo a Víctor Díaz. Finalmente hago lo propio con los colegas Karina Bonifatti y Mario Giménez por la lectura atenta y las sugerencias proporcionadas. 
Se puede observar que en el T. 16 de las Obras Completas de Perón (1999) no se incorporó este último artículo.
Este autor propone las siguientes categorías: “expositivo, explicativo, combativo, crítico, apologético, admonitorio, predictivo”. 
4 Véase Baschetti (2015). 
Puede consultarse P. Vázquez (2010), quien rescata del anonimato la efectiva participación periodística de Evita en el diario. 
6 Este suplemento venía de la época en que el diario fue comprado por ALEA. Poseía ocho páginas y su primer responsable fue Eros Nicola Siri, quien fue sucedido por Valentín Thiebaut (Chávez, 1996:189). 
Cf. Pelazas (2008: 60), quien afirma que tenía la sección carta de lectores y en ella se pueden apreciar las repercusiones que despertaban las colaboraciones de Descartes. 
8 La única repercusión que pudimos constatar apareció en la tapa el 10/2/1951, en un recuadro que informaba: “el vespertino O mundo publica en extenso un editorial de Democracia, de Buenos Aires, y que firma el editorialista Descartes”. 
9 Puede consultarse a Lisandro Sabanés (2014). “Descartes”, unos años después de la creación de Télam, sostenía: “cada país, interesado en el mejor cumplimiento de sus tareas guerreras, ha llegado a poseer sus propios servicios internacionales de información y difusión. Mediante ellos libra en lo político, en lo económico y en lo militar la lucha en el campo publicitario. Los países que no poseen tales servicios están indefensos e inertes en esa lucha” (20/9/1951). Cf. Piñeiro Iñiguez y Baschetti (2015:33). 
10 La determinación corrió por cuenta de la Cámara de Diputados de la Nación, destacándose la participación del diputado J. W. Cooke. Para profundizar, véase Panella (1999).
11 Los pares antagónicos son “los antónimos que van por parejas complementarias […] constituyendo pares originales que un análisis contrastativo debe destacar” (Maingueneau, 1989: 65-67).
12 Debe recordarse que el Congreso había aprobado la Ley de Inversiones Extranjeras, se habían levantado las restricciones a los medios de comunicación norteamericanos y se había moderado la crítica anti-norteamericana de la prensa oficial.

VI Congreso de Estudios sobre el Peronismo
Eje temático sugerido: Cultura
Título: “Descartes”: un singular periodista
Autor: César Luis Díaz
CEHICOPEME/ FPyCS (UNLP)

Fuente: xn--lasealmedios-dhb.com.ar