"Por la Nación". La caída de Arturo Illia

Autor: Mariano Grondona, 
Revista Primera Plana, 30 de junio de 1966 
Por la Nación 
En las jornadas de septiembre de 1962 surgió algo más que un programa, una situación militar o una intención política: surgió un caudillo. Fenómeno es éste de tanta importancia, que no se repite en la misma generación. A partir de entonces, el problema del país fue uno solo: cómo homologar el mando profundo, la autoridad secreta y sutil del nuevo protagonista. Se intentó primero la vía electoral. Pero cuando quedó bloqueada, el proceso político siguió una vida ficticia y sin sentido: exactamente como la legalidad que se edificó sobre su derrumbe. Al jurar la presidencia en octubre de 1963, Arturo Illia no comprendió el hondo fenómeno que acompañaba a su encumbramiento: que las Fuerzas Armadas, dándole el Gobierno, retenían el poder. El poder seguía allí, en torno de un hombre solitario y silencioso. Ese era un hecho que estaba más allá de las formas institucionales y de las ideas de los doctrinarios: un hecho mudo e irracional, inexplicable y milagroso. Siempre ha ocurrido así: con el poder de Urquiza o de Roca, de Justo o de Perón. Alguien, por alguna razón que escapa a los observadores, queda a cargo del destino nacional. Y hasta que el sistema político no se reconcilia con esa primacía, no encuentra sosiego. La Nación y el caudillo se buscan entre mil crisis, hasta que, para bien o para mal, celebran su misterioso matrimonio. En el camino quedan los que no comprendieron: los Derqui y los Juárez Celman, los Castillo y los Illia. 
No queremos comparar aquí a Juan Carlos Onganía con nuestros caudillos de ayer: sea cual fuere el juicio que ellos nos merezcan, su destino está cristalizado, es inmutable. Onganía, en cambio, es pura esperanza, arco inconcluso y abierto a la gloria o a la derrota. Queremos, en cambio, comparar su situación con la de sus antecesores. Y esa situación es idéntica y definida: el advenimiento del caudillo es la apertura de una nueva etapa, la apuesta vital de una nación en dirección de su horizonte. 

El gran error radical fue, entonces, producto de su óptica partidaria. Illia no comprendió que su misión era, en definitiva, viabilizar el encuentro del caudillo con la Nación. Lo pudo hacer si hubiera puesto el ideal de la Nación por encima del ideal del partido. Pero el radicalismo identificó su propia suerte con la del país. Illia, dueño del Gobierno, se creyó poseedor, también, del poder. Y de este equívoco fundamental surgió todo lo demás. Comenzó la anécdota. La polaridad y las pequeñas ofensivas ante militares. El retiro del Comandante en Jefe. Y, con él, la pérdida de la "pax" militar de septiembre y, paradójicamente, la puesta en evidencia de la necesidad de autoridad. El absurdo de un gobierno sin poder quedó, por así decirlo, manifiesto y demostrado. Y, con la revolución, todo volvió a su quicio. Es que hoy muere un caudillo y nace su sucesor. 

Estas son las cosas profundas, que están más allá de las formas legales o retóricas. La Argentina se encuentra consigo misma a través del principio de autoridad. El Gobierno y el poder se reconcilian, y la Nación, recobra su destino. 

Quiere decir, entonces, que los tres poderes de Alberdi -el civil, el militar y el bonaerense- están de nuevo reunidos en una sola mano. A partir de aquí, se puede errar o acertar. Pero lo que importa señalar en esta hora, en que la revolución es pura conjetura y posibilidad, es que hay una mano, una plena autoridad. Sin ella, con el poder global quebrado y sin dueño, no había ninguna posibilidad de progreso; porque la comunidad sin mando es la algarabía de millones de voluntades divergentes. Con ella, en cambio, hay otra vez Nación. Para ganar el futuro o para perderlo. Pero, al menos, para dar la batalla. 

Las naciones se miden por su impaciencia. Francia, así, demostró su magnitud cuando no resistió la navegación a la deriva de la Cuarta República. España, cuando rechazó el desquicio de las postrimerías de su propia República. Inglaterra, cuando no soportó la idea de una Europa alemana. La Argentina, en estos años cruciales, tenía que poner a prueba su vocación de grandeza. El mantenimiento de la situación establecida tenía sus ventajas: la vida apacible, las garantías institucionales, un cierto bienestar. Era la agonía a muy largo plazo: la vida para nosotros, la muerte para nuestros hijos. La Argentina tenía una tremenda capacidad para optar por la mediocridad: alimentos, buen nivel de vida en comparación con otros pueblos, facilidad de los recursos naturales. Todo la llevaba, aparentemente, a la holganza y a la lenta declinación. Era la tentación de una Argentina victoriana, que, usufructuaría de la grandeza del fin de siglo, se preparaba para bien morir, huérfana del desafío, del reto histórico que a otras naciones lanzan la guerra o la geografía. La Argentina tenía, en su lentísima desaparición, un solo elemento de reacción: su propio orgullo. 

La etapa que se cierra era segura y sin riesgos: la vida tranquila y declinante de una Nación en retiro. La etapa que comienza está abierta al peligro y a la esperanza: es la vida de una gran Nación cuya vacación termina.

“[…] El ejército tiene que tomar partido
entre lo que ocurre en el país. Porque es
parte esencial e imprescindible de nuestra
historia.”(Mariano Grondona, Primera Plana,
7/6/1966”)
“[…] actualmente se utilizan los términos
‘dictadura y […] dictador como sinónimos de
tiranía y de tiranos. Es un grave error de
perspectiva histórica.”(Mariano Grondona,
Primera Plana, 35/5/1966”)
“El ejército ha cometido en forma quizá casual
una operación de desdoblamiento: hoy las
reservas del país son dos, una es el ejército,
y otra es Onganía. Una es institucional, otra
personal, como en la época de Aramburu.”(Mariano
Grondona, Primera Plana, 4/1/1966”)

Clase media alta por florida, aún no estaban de modas las cacerolas PEEEROOO
















   LOS MEDIOS













            GOLPISTAS


MARIANO GRONDONA Y SUS ACÓLITOS CONTINÚAN GOLPEANDO LOS CUARTELES
El golpe de estado contra Illia

“… – ¿Quién es usted?, Yo no lo conozco – pregunta Illia.


El general Julio Alsogaray, hemano del economista Alvaro Alsogaray fue uno de los propulsores del golpe de estado.El golpe fue bien recibido en los sectores y financieros liberales
- Soy el general Julio Alzogaray.
- Bueno espérese que estoy atendiendo a un ciudadano.
El Presidente firmaba un autógrafo.
- Respéteme – se indigna Alzogaray.
Illia rubrica la foto y se la entrega al secretario que la había solicitado. Observa al general y dice.
- Este muchacho es mucho más que usted. Es un ciudadano digno y noble.- hace una pausa, sus ojos se posan un instante en Emma, su hija; Illia conoce el temperamento de ella y sabe que su reacción podría desencadenar acontecimientos trágicos. Y en un segundo se pregunta si los futuros acontecimientos no serían aún más trágicos para la Republica. Le aspetá al general. – ¿Que es lo que quiere?
- Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe.
- El comandante en jefe soy yo.- toma del escritorio un ejemplar de la Constitución Nacional. Y señalando con ella las alturas del techo del salón sentencia.- Mi autoridad emana de esta Constitución que nosotros hemos cumplido y usted ha jurado cumplir. A lo sumo, usted es un insurrecto que engaña a sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente esto; esa juventud de mi Patria que se verá privada por este acto de un ambiente de paz, tranquilidad y progreso.
Ese anciano ridiculizado por algunos medios de comunicación faccistoires daba cátedra de civilidad ante el intento de desalojo por la fuerza de un grupo de militares, las empresas farmacéuticas y petroleras y los civiles cipayos de estas.
Alzogaray, no tenía argumentos para contraponerlos a los de Illia. Así que opto por dar el mensaje encomendado.
- En representación de las Fuerzas Armadas le pido que abandone el despacho.
- Usted no representa a las Fuerzas Armadas, solo representa a un grupo de insurrectos. Usted y quienes lo acompañan actúan como “salteadores nocturnos, que como los bandidos aparecen de madrugada para tomar la Casa de Gobierno.”
- Señor Presi…- Alzogaray se reconoce anonadado por la personalidad del Presidente Arturo Humberto Illia, sabe que no puede llamar Presidente a quien viene a derrocar. Se rectifica.- Doctor Illia, lo invito otra vez a que haga abandono de la casa para evitar violencias.
- ¿De que violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la República; yo he predicado en todo el país la concordia entre los argentinos, he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. El país les recriminará siempre esta usurpación. Con este proceder quitan a la juventud y al futuro de la república la paz, la legalidad, y el bienestar.
- Le garantizamos su traslado a la Residencia de Olivos- agrega vacilante Alzogaray.
- Mi bienestar personal no me interesa. Me quedo trabajando en el lugar que me indica la ley y mi deber. – con un gesto señalando la puerta del despacho y elevando la voz.- ¡Cómo Comandante en Jefe del Ejército le ordeno que se retire!
- Recibo órdenes del Comandante en Jefe del Ejercito.- Alsogaray intenta una dignidad que no es tal puesto que de a poco se aproxima a la puerta.
- ¡Ustedes obedecen órdenes para traer horas aciagas a la República! ¡Ustedes son insurrectos! ¡Retírese!
- ¡Traidor hijo de puta, tu estirpe quedará maldita!
La voz de Emma Illia retumba en el despacho. Alzogaray sale del despacho humillado.
No se pudo detener el golpe, hasta los propios dirigentes de la UCR miraron a otro lado. El Presidente salia caminando de la Casa de Gobierno y se tomaba un taxi para ir a su casa.



























POLITICAS DEL GOBIERNO DE ILLIA Y TRES NOTAS DE PAGINA 12 Ya el 12 de febrero de 1964, bajo la presidencia de Arturo Umberto Illia, se promulga la Ley nacional 16 454 "Ley nacional de abastecimiento", reglamentada por el decreto 987/64.Dicha ley declara como objeto "promover el normal abastecimiento y distribución en condiciones de calidad y precio razonable, de todos los bienes y servicios económicos que afectan las condiciones de vida de la población, para la defensa del consumo y crecimiento efectivo de la producción".

En 1966 el Gobierno e Arturo Illia intento promulgar una ley parecida a esta:

Unanimidad en el Congreso para cortar por lo sano

La norma cambia el concepto de los remedios como negocio. Y fomenta los laboratorios públicos de medicamentos.


 Por Pedro Lipcovich
El Senado de la Nación aprobó por unanimidad la Ley de Producción Pública de Medicamentos. La normativa –que también había tenido aprobación unánime en Diputados– declara “de interés nacional la producción pública de medicamentos, vacunas y productos médicos”, que deben ser entendidos como “bienes sociales”. La ley impulsa la articulación de los laboratorios públicos con las universidades y pide “otorgar preferencias” a los laboratorios públicos en las compras del Estado nacional, de las provincias y de la Ciudad Autónoma. Representantes de la Red Nacional de Laboratorios Públicos –organizada a partir de la crisis de 2001– se alborozaron ante la sanción, que juzgan “un hecho histórico”. Luego de la promulgación por el Poder Ejecutivo –que se descuenta y tiene un plazo de diez días–, vendrá su reglamentación, a cargo del Ministerio de Salud. Integrantes de la Red apuestan a que la reglamentación propicie, entre otras, dos líneas de desarrollo: una es que el Plan Remediar –proveedor de medicamentos esenciales a todos los centros de atención primaria del país– se reformule para basarse en productos de laboratorios públicos; otra es que, mediante la articulación con las universidades públicas, se genere investigación aun para las drogas más novedosas (y costosas).
El nuevo texto legal procura “promover la accesibilidad de medicamentos, vacunas y productos médicos y propiciar el desarrollo científico y tecnológico a través de laboratorios de producción pública”; esto incluye a “los del Estado nacional, provincial, municipal y de la Ciudad Autómoma de Buenos Aires, de las Fuerzas Armadas y de las instituciones universitarias de gestión estatal”.
La ley pide “establecer como marco de referencia la propuesta de medicamentos esenciales de la Organización Mundial de la Salud”, definiendo “prioridades” en función de “los perfiles epidemiológicos de las regiones de nuestro país”; y “promover la provisión de medicamentos, vacunas y productos médicos que demande el primer nivel de atención”. Requiere “promover la investigación y producción de medicamentos huérfanos” (que las compañías farmacéuticas no abordan por ser poco rentables) y “promover la articulación con instituciones académicas y científicas y organizaciones de trabajadores y usuarios”.
“¡Se aprobó justo a las seis y cuarto de la tarde!”: la hora exacta está ya para siempre en la memoria de Martín Isturiz, coordinador del Grupo de Gestión de Políticas de Estado en Ciencia y Tecnología, que desde hace años lucha por la producción pública de medicamentos. Claudio Capuano –coordinador de la Cátedra de Salud y Derechos Humanos de la UBA y uno de los referentes de la Red Nacional de Laboratorios Públicos– afirmó que “esta ley es un hecho histórico: esperamos que, a partir de la reglamentación, se genere una política de Estado. La investigación, desarrollo y producción de medicamentos debe pertenecer a todos, no sólo a empresas”.
Isturiz advirtió que “la reglamentación es muy importante. Una reglamentación inadecuada puede esterilizar una buena ley, en tanto limite sus objetivos. En ésta, la idea central apunta a los medicamentos básicos en la atención primaria. Sobre este eje se articula la investigación, mediante convenios con universidades y con organismos de ciencia y técnica”.
“Prácticamente todo el Plan Remediar puede cubrirse con medicamentos de producción pública”, sostuvo Isturiz. El Remediar provee fármacos a todas las salas de atención primaria del país, por un valor de unos 200 millones de dólares al año; se financia con ayuda del BID, y los productos se adquieren por licitación pública internacional. “Pero el Gobierno puede llegar a adquirir directamente los productos a los laboratorios públicos –afirmó Isturiz–. Incluso se podría abastecer a hospitales públicos. Todo esto ya se hace en la provincia de Santa Fe, donde la producción pública de medicamentos es política de Estado a través de gobiernos de distinto signo político.”
Desde Santa Fe, Guillermo Cleti –miembro del directorio del Laboratorio Industrial Farmacéutico (LIF)– destacó que “la ley permite que la producción pública de medicamentos quede firme, más allá de los funcionarios de turno, y señaló que “la ley plantea la interacción de la producción pública con las universidades. En nuestro caso, tenemos convenios con las universidades de Rosario y del Litoral, para el desarrollo de nuevas fórmulas, con buenos resultados. Si alguien investigó en salud a lo largo de la historia argentina, fueron las universidades”.
Desde el Ministerio de Salud de la Nación, Jaime Lazovski –subsecretario de Relaciones Sanitarias e Investigación– sostuvo que la nueva normativa “es una ley general que estimula el apoyo del Ministerio a la producción pública de medicamentos, con la misma modalidad del programa que ya viene funcionando”. En cuanto a la posibilidad de que el Remediar pueda cubrirse con fármacos de producción pública, Lazovski destacó que “el Plan viene financiado por organismos internacionales, lo cual incluye el requisito de que se efectúen licitaciones internacionales donde todos los oferentes, públicos o privados, se presenten en igualdad de condiciones. Las licitaciones se efectúan una vez por año y para todo el país, por lo cual se adquieren volúmenes muy grandes de medicamentos”. En todo caso, “cuando un renglón queda desierto, entonces sí, el Ministerio siempre da prioridad a los laboratorios públicos”.
Lazovski precisó que, de los laboratorios públicos de la Red, “sólo cinco o seis ya tienen la habilitación de la Anmat”, que les permite entregar medicamentos por fuera de su propia provincia. Esta habilitación es necesaria para que, como se propone la Red de Laboratorios, algunos de éstos puedan especializarse en determinados productos, para optimizar costos y rendimientos. “Asesoramos permanentemente a los laboratorios y los acompañamos para cumplir los estándares”, contó el funcionario.
Precisamente ayer, Lazovski y Cleti participaron en una reunión de capacitación de los laboratorios de Santa Fe –LYF y LEM–, Córdoba –Hemoderivados, de la Universidad– y San Luis –Laboratorios Puntanos–. Cleti comentó que “bosquejamos un borrador para armar, los cuatro laboratorios, una red regional: esto va a respaldar la nueva ley, la va a hacer caminar, va a impedir que, como tantas otras, quede en un cajón. Los productores públicos tenemos que hacernos responsables de que esta ley no pase al olvido”.

llia, Alfonsín, CFK

Con reverberaciones marxianas, el debate propuesto por 17 intelectuales identifica con la aventura militar de 1982 la posición del actual gobierno. Por el contrario, CFK sigue la línea firme pero pacífica de los ex presidentes Illia y Alfonsín. Llamarlos gurkhas o traidores no rebate sus endebles argumentos, como el reclamo de una autocrítica que no ejercen. El Proyecto X no contiene Inteligencia sobre las protestas sociales, cuya criminalización es un estigma político, no legal.


 Por Horacio Verbitsky
La catástrofe ferroviaria postergó el anuncio sobre la construcción de un museo histórico dedicado a las Malvinas, allí donde hoy están los dormitorios en desuso de los marinos que prestaron servicios en su Escuela de Mecánica. Cuando se conoció ese propósito, por una visita oficial al predio, organismos defensores de los Derechos Humanos comunicaron su inquietud.
CFK la disipó al regreso de su operación: ordenó publicar el aún secreto Informe Rattenbach, que es la cuña más aguda que alguna vez se clavó en el palo militar; proclamó la precedencia de la soberanía popular sobre cualquier reivindicación territorial; renegó de todo intento bélico sobre las islas; denunció la militarización y nuclearización del Atlántico Sur y encuadró el reclamo dentro de la defensa de los recursos naturales de Sudamérica, amenazados por el pillaje de las grandes potencias. Eso explica el respaldo regional que nunca antes había acompañado la posición argentina, para exigir que el gobierno británico cumpla con la resolución de las Naciones Unidas que ordenó a ambas partes negociar dentro del marco del proceso de descolonización. Fue conseguida por el presidente Arturo Illia, en 1965. En 1982, el único político notable que se opuso a la invasión fue otro dirigente de la UCR, Raúl Alfonsín. Esa posición mesurada y su promesa de enjuiciar a los conductores de la guerra sucia contra la sociedad argentina fueron las razones de su sorprendente victoria sobre su lúgubre adversario justicialista, el mismo Italo Lúder que les dio a las Fuerzas Armadas “licencia para matar”, según la precisa descripción del dictador Videla. Los hechos posteriores, que culminaron con la desdichada frase sobre los héroes de Malvinas y con la ley de obediencia debida, no borrarán el reconocimiento histórico que Alfonsín merece por aquellos deslindes fundamentales. Pero tampoco pueden ser omitidos del análisis, que recobra actualidad ahora, cuando Cristina retoma y profundiza el rumbo firme y pacífico señalado por Illia y Alfonsín.

La impronta marxiana

Cuesta comprender, entonces, la declaración de 17 intelectuales que identifican esta madura perspectiva con “la trágica aventura militar de 1982”. Varios firmantes provienen de distintas confesiones marxistas. Cuestionan como contrario a la paz “el intento de devolver las fronteras nacionales a una situación existente hace casi dos siglos –es decir: anterior a nuestra unidad nacional y cuando la Patagonia no estaba aún bajo dominio argentino–” y destacan las “inevitables consecuencias de largo plazo” que atribuyen a la guerra perdida en 1982. En esta legitimación pasiva del apoderamiento británico de las islas reverbera el Manifiesto Comunista de 1848 y su apología de la expansión colonial como transmisora de “la civilización hasta a las naciones más salvajes”. O la declarada alegría de Marx ese mismo año por “la conquista de México” por los Estados Unidos porque, como celebró Engels “la magnífica California” fue “arrancada a los perezosos mexicanos, que no sabían qué hacer con ella”. Podría seguir con las enmiendas tardías de Marx, perfeccionadas por Lenin al distinguir entre el nacionalismo opresor de las grandes potencias y el nacionalismo liberador de las sociedades más débiles sometidas por aquellas, fundamento del posterior tercermundismo. Pero sería superfluo para estos efectos, porque los buscadores de nuevas alternativas para las Malvinas se quedaron en 1848. En esas definiciones marxianas puede encontrarse también la génesis del tránsito de algunos de ellos hacia el liberalismo y su aversión hacia el actual gobierno, que parece su motivación más profunda. Es legítimo reclamar la “crítica pública del apoyo social que acompañó a la guerra de Malvinas y movilizó a casi todos los sectores de la sociedad argentina” y no es verosímil reducir ese fervor a una manipulación mediática, aunque es ostensible que ocurrió. Pero no hay razón para excluir de esa revisión a ellos mismos y a los partidos y las organizaciones en las que militaban. Salvo error u omisión, las corrientes leninistas, trotskystas y maoístas apoyaron la invasión con entusiasmo.

Prioridades nacionales

No veo tampoco que el gobierno plantee lo que ellos llaman “la causa-Malvinas” como “una cuestión de identidad” ni que la coloque “al tope de nuestras prioridades nacionales y de la agenda internacional del país”. Ocurre que están por cumplirse tres décadas de la guerra de 1982 y dieciocho de la ocupación inglesa de 1833 y esto coincide con grandes novedades en la escena mundial, como la profunda crisis europea y la emergencia de un nuevo poder regional, que tiene a la Argentina en su núcleo (Mercosur, Unasur y la CELAC) y que estrecha relaciones comerciales y políticas con otros polos de poder emergente. En el número enero-febrero de “Nueva Sociedad”, el economista y diplomático mexicano Jorge Eduardo Navarrete destaca que la contribución de los países emergentes al Producto Bruto global desde 1998 “es mayor que la de las economías avanzadas. En otras palabras, se modificó la brecha de producción entre los dos grandes segmentos de la economía mundial”. Mientras el Reino Unido “ha tenido un crecimiento aplanado a resultas de la austeridad”, entre el cuarto trimestre de 2007 y el primero de 2011 el crecimiento real del PIB argentino per cápita sólo fue superado por China y la India, y seguido por Brasil. Si se consideran los países integrantes del G-20, la Argentina, Brasil y México ocupan el 4º, 5º y 9º puesto en la tabla de solidez de la recuperación, luego de China, Turquía y la India. En cambio, Gran Bretaña está en el penúltimo escalón, después de Italia y antes de España.
La participación en tales agrupamientos, en cuya concreción Néstor Kirchner tuvo un papel más reconocido fuera que dentro del país, encabeza las prioridades y define la identidad nacional, no Malvinas. En cuanto a la “escasa relación” de las islas con “los grandes problemas políticos, sociales y económicos que nos aquejan”, me permito disentir. La militarización y nuclearización de la única zona de paz del mundo es una amenaza gravísima, sobre todo si se ejerce en apoyo de las exploraciones hidrocarburíferas en el mar y de la depredación de los recursos ictícolas. Ambas cuestiones están vinculadas con algunos de los problemas principales del país, como la restricción externa que amaga por la crisis global. En 2011 la Argentina exportó pescados y mariscos por 1.365 millones de dólares, más de lo que obtiene por la venta de carne vacuna. Y la balanza del comercio energético arrojó un saldo negativo de 4.500 millones de dólares, que explica la escalada de conflicto con Repsol-YPF.¿Qué lógica tendría controlar la remisión de utilidades y exigir inversiones a las multinacionales radicadas en el continente e ignorar que Gran Bretaña explota los tan necesarios recursos propios en el Atlántico Sur? La declaración recomienda al respecto “una gestión de los recursos naturales negociada entre argentinos e isleños”, olvidando que Gran Bretaña decide sin consultar a nadie y que los pasados intentos por congraciarse con los isleños sólo sirvieron para que el Reino Unido acelerara el usufructo inconsulto de esos recursos.

Intereses vs. deseos

Los firmantes ven un “clima de agitación nacionalista” y proponen como alternativa “una estrategia que concilie los intereses nacionales legítimos con el principio de autodeterminación”. Hubiera sido útil que explicaran qué intereses nacionales consideran legítimos y cómo conciliarlos con la autodeterminación de los habitantes de las islas. Sólo un tercio de esas 3.000 personas descienden de los ocupantes originarios, desde 1983 tienen la nacionalidad británica, y ningún argentino puede radicarse allí aunque lo desee. Esto ridiculiza aún más la pretensión autodeterminatoria. El resto fueron traídos de otras colonias inglesas, son trabajadores migrantes de Chile y Perú y funcionarios de la administración colonial. Como escribió un grupo de ex soldados conscriptos, los habitantes viven en una aldea controlada y no toman ninguna decisión de política exterior, forman parte de los territorios de ultramar de Gran Bretaña. “Conviven en una relación de un habitante por un miembro de las Fuerzas Armadas británicas, unos 3.000 soldados que están asentados en la fortaleza Malvinas en la base de Mount Pleasant, donde se violan tratados de la comunidad internacional como lo es el de Tlatelolco. Hoy Malvinas es un campo de entrenamiento de las últimas tecnologías militares”. No hay partidos políticos. La única radio y el único canal de televisión son militares y, según una fuente de la cancillería uruguaya, allí se preparan las tropas que inocularán la democracia al pueblo salvaje de Afganistán. El rompehielos “Protector”, que reemplazó al “Endurance” y llegó a las islas el mes pasado, es un barco científico, pero posee defensas que lo hacen invisible para el radar, lo cual lo asemeja a una nave de guerra. Los firmantes también consideran contradictoria la propuesta de “abrir una negociación bilateral que incluya el tema de la soberanía” con el anuncio de que “la soberanía argentina es innegociable”. Es sólo un juego de palabras: en todos los procesos de descolonización los países que negociaron su soberanía ofrecieron algo a cambio. Mandela renunció al enjuiciamiento de los crímenes del apartheid en Sudáfrica y China admitió que Hong Kong mantuviera su régimen de gobierno y su sistema financiero integrado al circuito occidental. La Constitución de 1994 declara el respeto por el modo de vida de los habitantes de las islas y en todos los foros internacionales la Argentina ha expuesto que toma en cuenta sus intereses. Pero Gran Bretaña pretende, y los firmantes de la declaración lo comparten, que se pongan en la balanza sus deseos, que es otra cosa. También proponen “ofrecer instancias de diálogo real con los británicos y –en especial– con los malvinenses”, que es lo que Londres querría como legitimación del escenario colonial. Agregan que ese diálogo debería ocurrir “con agenda abierta y ámbito regional”, como si no tomaran nota del apoyo de todos y cada uno de los países de la región a la soberanía argentina. Agenda abierta quiere decir, entonces, renuncia al derecho que nuestro país invoca y “abdicar de la intención de imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno”, como si las tres cosas fueran lo mismo.

Autodeterminación
vs integridad

De los tratados de derechos humanos incorporados a la Constitución en 1994, los declarantes deducen en forma correcta que “los habitantes de Malvinas deben ser reconocidos como sujeto de derecho”. Es discutible si se les aplica la Convención Americana, dado que Gran Bretaña no la firmó y nadie reconoce a los malvinenses otra representación política. En cualquier caso ese tratado prescribe el respeto por la vida, la libertad, la seguridad, la integridad de cada persona, que nadie les discute. El artículo 23 reconoce incluso los derechos políticos “de los ciudadanos” a elegir y ser elegidos para ocupar cargos públicos, pero la Corona designa al gobernador sin consultarlos. El derecho a la autodeterminación sí está contenido en el Pacto de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas. El sujeto de ese derecho no son los individuos sino los pueblos y, desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas sancionó en diciembre de 1960 la Resolución 1514, está condicionado al derecho de integridad territorial de los Estados. En 1964, la Secretaría General incluyó a las Malvinas entre los territorios a descolonizar aplicando esos principios y en 1965 la Asamblea votó la resolución 2065 en la que reconoce que hay una disputa de soberanía entre ambos países, a los que insta a negociar una solución pacífica que tenga en cuenta “los intereses de la población”, pero no sus deseos. Es decir que el principio de integridad territorial prevalece sobre el de autodeterminación de un agrupamiento humano injertado allí por un acto de fuerza. Comparar esto con el proceso inmigratorio de nuestra “sociedad plural y diversa” es extravagante. ¿Por qué Gran Bretaña no reconoce, y los firmantes no se lo reclaman, el derecho humano a migrar, universal, imprescriptible e indivisible, que la Argentina consagró en la ejemplar ley 25.871/04, y después de unos años sin restringir la radicación de argentinos convoca a un plebiscito autodeterminatorio?
Mi desacuerdo con este documento no implica desconocer la legitimidad del debate que propone y de su oposición a sacralizar posiciones. No discutiría tampoco que “los principales problemas nacionales y nuestras peores tragedias no han sido causados por la pérdida de territorios ni la escasez de recursos naturales”. Llamar a los firmantes gurkhas, cipayos, colonizados, quinta columna o traidores no es la mejor manera de rebatir sus endebles argumentos.

G-20: Indice de Solidez de la Recuperación

“Fue el primer golpe con intenciones fundacionales”

Hace 40 años era derrocado Arturo Illia. Tres historiadores explican que con la dictadura que encabezó Juan Carlos Onganía comenzó “la idea de la transformación del sistema político” y la represión sobre expresiones del poder civil.


Hace 40 años el general Julio Alsogaray y otros oficiales armados entraron en la Casa Rosada y rodearon al presidente radical Arturo Illia. Lo desalojaron a la fuerza en la mañana del 28 de junio de 1966. Así comenzó la dictadura que encabezó el general Juan Carlos Onganía. “He asumido el cargo que las Fuerzas Armadas han coincidido en conferirme. La circunstancia nacional nos impone obligaciones inexcusables: producir un cambio fundamental que devuelva a los argentinos su fe”, proclamó Onganía. Como un preanuncio del golpe que vendría después, dijo que la “Revolución Argentina” no tenía plazos. Página/12 consultó a tres historiadores sobre las consecuencias políticas, económicas y culturales que tuvo ese golpe, así como sobre el rol que jugaron los movimientos sindicales, culturales y los medios masivos de comunicación en la antesala del terrorismo de Estado.
“En la época de Illia ya estaban planteados los conflictos que después se desplegaron en los setenta. La movilización tan amplia y generosa que hubo en los setenta no tuvo como opción la democracia. Ahí es donde ese tajo de Onganía en la historia hizo mucho daño a la Argentina, al no permitir la opción de la democracia”, explicó Luis Alberto Romero, titular de la cátedra de Historia Social y General de la UBA, quien también recordó el rol que jugaron los medios de comunicación en el golpe. “La construcción de la imagen de Illia empezó antes de que asumiera. Toda la caída estuvo rodeada por esa imagen de la incapacidad del Presidente, sumada a la de la crisis económica, aunque luego se comprobó que era un momento de bonanza. La otra imagen totalmente construida fue la de Onganía: de un mediocre general trataron de hacer un nuevo caudillo”, aseguró Romero.

El hecho maldito

“Lo que hace inviable la democracia es la proscripción del peronismo en el ’55, pero Illia había avanzado mucho para abrir ese callejón sin salida. Con un poco más de tiempo, podría haber llegado a un acuerdo sobre las reglas del juego, como fue después La Hora del Pueblo, en 1971”, destacó Romero, que –haciendo uso de la historia contrafáctica– matiza el rol que cumplió el sindicalista Augusto Timoteo Vandor con su proyecto de formar un “peronismo sin Perón”. “Los sindicatos jugaron un papel importante en el golpe, pero el vandorismo básicamente era oportunista, no estratégico. Si las cosas hubieran ido por el lado de las instituciones, se hubieran acomodado”, hipotetizó.
“Al participar de algún modo del golpe, el vandorismo produjo una crisis en el movimiento obrero”, destacó el historiador José Vazeilles, quien afirmó que rápidamente se generaron resistencias dentro del propio sindicalismo: la CGT de los Argentinos, de Raimundo Ongaro, y el clasismo sindical de Sitram-Sitrac y de Luz y Fuerza, con Agustín Tosco en Córdoba. Vazeilles rechaza la lectura de que Illia haya tenido un “pecado de origen” con la proscripción del peronismo, que se volcó al voto en blanco y lo llevó a ganar las elecciones con un 27 por ciento en julio de 1963. “A Illia lo habían votado unos millones y a Onganía lo votaron cuatro personas. El iba camino a resolver la proscripción, que era la bestia negra de los militares”, aseguró.

No tan dictablanda

“La intención era gobernar con la exclusión de todos los partidos, porque el bloque oligárquico sólo momentáneamente ha tenido un partido propio, como fue el intento de la UCeDé de Alvaro Alsogaray, que era hermano del oficial que lo desalojó a Illia”, remarcó Vazeilles, quien recordó que “los golpes nunca han sido puramente militares, sino que fueron impulsados por los sectores concentrados, con la participación de la Sociedad Rural, que siempre fue una institución golpista. Ellos lo aplaudían a Onganía, a pesar de que sus políticas económicas no favorecían al campo”.
El historiador también consideró que la caída de Illia sentó un precedente para el golpe del ’76. “Una cosa que inaugura el golpe del ’66 es no declararse gobierno provisional, sino que tiene intenciones fundacionales de un nuevo orden constitucional. Esa es una novedad en esa historia de los golpes, que retoma el de 1976, que fue el más terrorista de todos desde 1955”, resaltó.
En ese sentido, la historiadora Hilda Sábato coincidió con que “este golpe en particular inaugura de una forma muy fuerte la idea de la transformación del sistema político. Se pretendía cambiar las bases con las que el sistema republicano argentino existe desde sus orígenes”. “También inaugura una práctica de represión sobre distintas expresiones del poder civil: intervienen la universidad, los partidos políticos, la vida sindical, cosa que el golpe del ’76 volvió a hacer con creces. La idea era cambiar las bases del sistema institucional y convertirlo en un sistema corporativo”, reflexionó Sábato.
La historiadora planteó que confluyeron en ese momento las visiones de sectores progresistas y de derecha sobre el gobierno radical. “Curiosamente, también los sectores de izquierda estábamos contra Illia por otros motivos, por lo que jugó como un movimiento de pinza”, consideró. “Los militares le cuestionaban su debilidad ante el comunismo internacional porque, por ejemplo, con la intervención de Estados Unidos en Santo Domingo en 1964, Illia se negó a mandar tropas”, analizó.
“También los militares le señalaron el problema del ‘libertinaje’ cultural de los sesenta: el lugar de la mujer, el sexo. Eso tuvo una repercusión en la vida cotidiana, en la forma en la que nos vestíamos y nos comportábamos”, recordó la historiadora, que en ese momento era estudiante universitaria. “Los grupos progresistas lo dábamos como natural, mientras por derecha lo veían como la decadencia de la familia y los valores cristianos. Lo primero que hizo Onganía fue atacar todo eso: desde intervenir el Instituto Di Tella hasta cortar el pelo a los jóvenes en la calle”, señaló Sábato. “El golpe de Onganía se inscribe en una serie que empieza en los ’30 y esperemos que haya terminado”, concluyó.



Escrito en Febrero de 1983 por Santiago Kovadloff.
En el n° 99 de la revista Humor.

No fue un Churchill. Ni un De Gaulle. Ni un Adenauer. No fue un Yrigoyen ni un Peron. No despertó el fervor de las masas ni en su palabra palpito la genialidad de un iluminado. Con el no perdimos una personalidad deslumbrante. Ni un orador que nos cautivara. Ni una inteligencia sin par. Perdimos a un hombre bueno.
Solo quienes ignoran el sentido medular de esta palabra pueden subestimar lo que ella implica cuando es atributo de un estadista.

Una vez a los argentinos nos gobernó un hombre bueno. Ello implica: un ser para quien sus convicciones personales jamas fueron dogma, ni el prójimo un instrumento, ni el despotismo un recurso valido de poder, ni el gobierno en si mismo un fin.

El país anda hoy sediento de virtudes elementales: justicia, honradez, paz, confianza, trabajo y libertad. Son formas de la bondad que es, en ultima instancia, la esencia del altruismo.
Una vez lo argentinos tuvimos por presidente a un hombre bueno. Si es hondo el deterioro de la Republica se debe a que la sustancia humanista de nuestra organización social se ha perdido. Deshecha por la frustración, ella parece haberse acercado como nunca a esa tierra de nadie y de nada que la Biblia intuyo bajo el nombre de Apocalipsis.

A las naciones se las predica con la conducta de sus gobernantes. Roguemos que no haya cundido, entre los gobernados de nuestra patria, el ejemplo de quienes la condujeron estos últimos años. Que no hayamos aprendido a asesinar para resolver nuestras discrepancias. A estafar, a mentir, a aterrar, a sobornar, a torturar y a negar nuestros actos. Roguemos que cunda, en cambio, el ejemplo de hombres como el que ahora perdimos y que caben comodamente en la palabra bueno.

Con el se fue un rostro transparente. Por lo tanto, un rostro excepcional en la Argentina moderna. El rostro de un hombre que nunca recurrio al lenguaje para estafar a quienes lo escuchaban. Que jamas hablo para ocultar sino para darse a conocer entero.

Hubo en la historia del país algunos estadistas a quienes es posible imaginar de pie y sin custodia en cualquier esquina de Buenos Aires, confundidos con la marea ciudadana. Hombres entre hombres. El fue uno de ellos. Todo en el remitia a las virtudes del ciudadano cabal. A quienes trabajan y recorren las ciudades y los campos. A quienes habitan las casas donde no hay armas ni centinelas. A quienes desconocen la retorica, la soberbia, el miedo que emana de las acciones miserables y las mediocridades del lujo mal habido. Entre los que gobernaron la Nacion, hubo algunos a quienes es posible identificar con los gobernados porque fueron seres de su misma estirpe. El fue uno de ellos. Fue, como los millones que le dan forma al cotidiano del país, un presidente de todos los días.

Si como quiso el griego clásico, los muertos hablan a los vivos desde el reino de las sombras, pidamos que su voz no se aparte de la patria; que se haga oir y que respalde a los que aun creemos que la Republica es posible. Que nos alumbre para que sepamos que no hacer, que no decir, que no creer, que no escuchar. Ya nos ocuparemos nosotros, bajo su aliento inspirador, de seguir luchando mas y mejor por lo que si cabe hacer, decir, creer y escuchar. Y para que un dia este suelo sea de contar al Dr. Arturo Umberto Illia entre quienes en el descansan en paz.