La epopeya de Cerro Corá

Por Gustavo Carrère Cadirant 
Cerro Corá: “La Epopeya de un Pueblo” – Buenos Aires (2008)

Cerro Corá -en guaraní: escondido entre los cerros-, es un paraje casi inmediato a la actual frontera con Brasil y a una decena de kilómetros al sudoeste de las ciudades de Pedro Juan Caballero y Punta Porá, en el XIIIº Departamento de Amambay, República del Paraguay. Se encuentra al sur del río llamado Aquidabán y a un lado del riachuelo, brazo del anterior, el Aquidábanigüi también conocido como Niguí. Allí, a partir de la madrugada del 1 de marzo de 1870, sucedió el último combate de la Guerra del Paraguay, Guerra Grande, Guerra do Paraguai o de la Triple Alianza, que fue, a decir por el Coronel Felipe Varela (1): “…una guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana, cuya base fundamental es la conservación incólume de la soberanía de cada República”.(2)

Y podemos ir más allá en los conceptos: “La guerra al Paraguay es la primera evidencia del reniego signado en Caseros: el primer signo visible de la destrucción de las fuerzas propulsoras de la grandeza de Hispanoamérica, pactada en Caseros”. Una misma línea de conducta, mejor dicho: de inconducta, guía a los pocos hombres que llevaron adelante la hazaña de Caseros y del Paraguay. Las víctimas también las mismas y los mismos gestores reales. Caseros y paraguay, dos nombres unidos en una distancia de trece años, encierran en su paréntesis la vigencia trágica de una determinación claudicante de una minoría intelectual, que llevó el unitarismo entreguista rivadaviano a sus últimas consecuencias”.(3)

En relación a esta “alianza criminal”, recordaba José Mármol: “Ambos gobiernos, brasilero y argentino, se aliaron en propósitos y medios desde ese momento infausto, y bajo la debilidad criminal y de una política cobarde”. “…El tratado mentía indignamente, y una mentira tan mal disimulada a la perspicacia, a la intuición de los pueblos, es siempre un desdoro, una vergüenza para los gobiernos que se permiten tales ardides y fascinan con tales cubiletes”.(4)

Por los ríos del Paraná, Paraguay y Uruguay fluía la vida. Por las tierras de vegetales selváticos o esteros relumbraba tranquilos y serenos días. Hasta que, una vez, los hombres de tres naciones trajeron los ojos negros de los cañones, el rumor combativo de las caballerías, los efímeros campamentos saturados de carpas blancas, los infantes que disparaban con fusiles a veces, y embestían con bayonetas otras. Venía la guerra con todos sus seguidores. Y la muerte inició su sucesión de largas y macabras jornadas sanguinarias; la tierra, antes verde y ahora roja, se convertirá en tumbas y cementerios.

Las causas esenciales de esta guerra inmoral, ocurrida entre 1865 y 1870, fueron los intereses británicos, la ambición brasileña y la ceguera argentina. El diputado Bustos Fierro, en sesión del 5 de mayo de 1954, expresaba: “El imperialismo inglés aparece en ese momento sobre Paraguay, sobre ese suelo virgen en cuanto al crédito público, que durante sesenta años no había tenido un solo centavo de deuda con el extranjero, ofreciendo, para reparar la desolación de la guerra, un empréstito de 200.000 libras esterlinas, que –escuché con pavor en la Honorable Cámara- se reconoció después en la increíble suma de 1.400.000 libras esterlinas. Se hipoteca el destino económico de la república guaranítica y del Plata; se lo “yugula” a los intereses del imperialismo avasallante”.(5)

En secreto se hizo la trama, y desde la prensa se fogoneó el incendio. Paraguay se había mantenido prescindente de las guerras civiles entre provincias, y el aislamiento le dio impulso propio. Un aislamiento totalmente justificable si se tiene en cuenta la perversa política liberal porteña erigida por “derecho universal” en heredera, jefa y dueña de la nación; le dio medio siglo de prosperidad, y luego su aniquilamiento a manos de traidores y cipayos al servicio del imperio inglés y de la masonería.

Refuerza este concepto Giménez Vega: “La guerra con el Paraguay, por sus antecedentes, sus alianzas y pactos secretos –preparativos para un crimen furtivo y no para una guerra- fue la expresión más acabada de cansancio, de claudicación y de entrega. Sus gestores fueron hombres que no probaron su fe en los destinos americanos en la lucha por la libertad, sino que crecieron en el juego de la clandestinidad y de la fuga, compartiendo, en la embajada sobornadora, el vino del triunfo por el poder, embriagados en el “odium plebis” que satura toda su literatura parlanchina”.(6)

El progreso “independiente” de Paraguay daba por tierra con las teorías liberales de “libre comercio”, “empresa privada” y “progreso liberal”.

El mismo Dr. Alberdi lo nota y lo dice: “Hoy mismo, en 1865, ¿por quienes esta bloqueado el Paraguay sino por sus eternos bloqueadores de toda la vida, los intereses monopolistas de los que tienen las puertas del Plata?”.(7)

Mientras la prensa liberal levantaba diatribas y mentiras, y el General Bartolomé Mitre, “el enano de talla raquítica”(8), preparaba la ruina del Paraguay, le reconocía al Mariscal Francisco Solano López: “V.E. se halla en muchos aspectos en condiciones mucho más favorables que las nuestras. A la cabeza de un pueblo tranquilo y laborioso que se va engrandeciendo por la paz y llamando en ese sentido la atención del mundo; con medios poderosos de gobierno que saca de esa misma situación pacífica, respetado y estimado por todos los vecinos que cultivan con el relaciones proficuas de comercio; su política está trazada de antemano y su tarea es tal vez más fácil que la nuestra en estas regiones tempestuosas, y es como lo ha dicho muy bien un periódico ingles de esta ciudad, V.E. es el Leopoldo de estas regiones, cuyos vapores suben y bajan los ríos superiores enarbolando la bandera pacífica del comercio, y cuya posición será más alta y respetable, cuanto más se normalice ese modo de ser entre estos países.”(9)

Increíblemente el que escribía esto estaba preparando la trama que llevaría al genocidio casi completo del “pueblo tranquilo y laborioso”.

La planificación del genocidio estuvo lista mucho antes del conflicto, bajo la batuta inglesa. Los últimos detalles se convienen en Buenos Aires con la reunión del gabinete en pleno, el representante brasilero y el propio representante inglés, Eduard Thornton. Preveía la distribución del botín de guerra y prohibía entablar conversaciones de paz por separado; es decir, una guerra “de aniquilamiento”.

La prensa imperial y mitrista venía preparando el ambiente, con mentiras y diatribas contra “el tirano López”, que “ha infringido todos los usos de las naciones civilizadas” y el periódico Standard de Buenos Aires anticipaba que Mitre “llevará en su victoriosa carrera, además del peso de glorias pasadas, el impulso irresistible de la opinión pública en una causa justa”. Las futuras acciones de guerra dejarán bien en claro quienes fueron los “salvajes” y genocidas: el Gral. Mitre, que antes llamó al Mcal. López “el Leopoldo de estas regiones” ahora lo llama el “Atila de América”, “la última vergüenza del continente” y habla “de los paraguayos libres que gimen bajo un tirano”. Y para eliminar los gemidos, piensa “eliminar a todos los que gimen”.

Más allá de los títulos de “La Nación” de Mitre, “El Orden” de Domínguez, “Tribuna” de los Varela, “El Nacional” de Sarmiento, que llamaba “gobiernos semi-salvajes”, los europeos -que Mitre idolatraba-, publicaban conceptos muy distintos sobre Paraguay: “De todos los países de la América del Sud que desde hace cincuenta años buscan el verdadero camino que conduce a los pueblos a ser grandes naciones, el Paraguay es, sin contradicción, el que ha hecho más esfuerzos para desembarazarse de las ligaduras de la barbarie…”.(10)

Pero para Inglaterra, Paraguay era un mal ejemplo que no podía permitir, y arma la intriga del Brasil de Pedro II, la Confederación de Mitre, y el Uruguay de Flores, para acabar con López, y hasta con el pueblo paraguayo. Aunque Inglaterra no participó directamente en la horrorosa hazaña, fueron sus mercaderes, sus banqueros y sus industriales quienes resultaron beneficiados con el crimen de Paraguay. La invasión fue financiada, de principio a fin, por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild, en empréstitos con, intereses leoninos que hipotecaron la suerte de los países vencedores.

En síntesis, sectores sociales de distintos países confluyen en una alianza ofensiva -colorados orientales, liberales mitristas, clase dominante brasileña y burguesía inglesa-, en perjuicio de los sectores nacionales expresados por los blancos orientales, los federales argentinos y el frente social paraguayo.

El Gral. Mitre le escribe al General Justo de Urquiza: “Nos toca combatir de nuevo bajo la misma bandera que reunió en Caseros a todos los Argentinos”.

Se refería a la bandera imperial, y de este modo le agradecía que no ayudase a López ni permitiera el paso del ejército Paraguayo en auxilio a Uruguay agredido por Brasil. El Gral. Urquiza(11) ya había vendido a buen precio toda la caballada de su ejército a los brasileños, enriqueciéndose durante la contienda.

Asimismo tenía problemas para juntar los contingentes, las divisiones de Victoria y Gualeguay se negaron a marchar, y López Jordán le escribe: “Usted nos llama para combatir el Paraguay. Nunca, general; ese es nuestro amigo. Llámenos para pelear a los porteños y brasileros; estaremos prontos; ésos son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú.”

La oposición federal es unánime, y hasta los unitarios se manifiestan en contra de la política mitrista: José Hernández (12) (El Argentino) y Evaristo Carriego (El Litoral) apoyan la actitud del Supremo y se preguntan si no deban ayudarlo los argentinos. Parecido opinan Francisco Fernández y Víctor Olegario Andrade (Concepción del Uruguay), Navarro Viola y Carlos Guido y Spano (Buenos Aires – El americano), el gobernador liberal de Corrientes, Manuel Lagraña y su correligionario Patricio Cullen que gobierna Santa Fe.

El paisanaje de las provincias, que intervino tantas veces voluntariamente en las luchas ante la sola convocatoria de los caudillos, se negó a participar en una guerra que no sentía suya. Sintiéndose más cercanos a la provincia hermana del Paraguay que a los porteños y a los “macacos” brasileros, se negaban a enrolarse, lo que motivo la deserción y levantamiento de muchos batallones del interior; ni el ofrecimiento de paga varió la negativa a incorporarse y la incorporación debió hacerse forzosa, “engrillados” y atados “codo con codo”.

“….el reclutamiento de los contingentes no fue fácil. (…) Para llenar las cuotas provinciales se autorizó reclutarlos mediante paga, pero pocos lo hicieron. Entonces los gobernadores, mitristas en su totalidad, y los comandantes de frontera se dedicaron a la caza de “voluntarios”. Emilio Mitre , encargado del contingente cordobés, escribe el 12 de julio que manda los “voluntarios atados codo con codo”; Julio Campos, porteño impuesto como gobernador de La Rioja, informa el 12 de mayo: ”Es muy difícil sacar los hombres de la provincia en contingentes para el litoral…a la sola noticia que iba a sacarse, se han ganado la sierra” Los “voluntarios” de Córdoba y Salta se sublevan en Rosario apenas les quitan las maneas; el gobernador Maubecin, de Catamarca, encarga 200 pares de grillos para el contingente de la provincia”.(13)

Al percibir la impopularidad el Cnl. Varela de la guerra del Paraguay, se fue a Chile. Cuando leyó el texto del tratado secreto de la Triple Alianza, indignado, vendió su estancia, compró armas, equipó unos cuantos exiliados argentinos y atravesó los Andes con dos batallones formados por chilenos y algunos emigrados argentinos dispuestos a enfrentar al gobierno de Mitre. Llevaba una bandera con las consignas “¡Federación o Muerte! ¡Viva la Unión Americana! ¡Viva el ilustre Capitán General Urquiza! ¡Abajo los negreros traidores a la Patria!”. Llegó a Jáchal y desde allí lanzó su proclama revolucionaria, fechada el 6 de diciembre de 1866: ¡Argentinos! El hermoso y brillante pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron altivamente en cien combates, haciéndolo tremolar con toda gloria en las tres más grandes epopeyas que nuestra patria atravesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el General Mitre gobernador de Buenos Aires.

La más bella y perfecta Carta Constitucional democrática republicana federal, que los valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en Caseros al centralismo odioso de los espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta hoy, por Mitre y su círculo de esbirros.

El Pabellón de Mayo que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre -orgullosa autonomía política del partido rebelde- ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyuti, Curuzú y Curupaytí.

Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en mas de cien millones de fuertes, y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño, que después de la derrota de Cepeda, lacrimando juró respetarla.

Compatriotas: desde que Aquél, usurpó el gobierno de la Nación, el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño, es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del Gobierno Mitre.

Tal es el odio que aquellos fratricidas tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y guillotinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio, Sarmiento, Sandez, Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios oficiales dignos de Mitre.

Empero, basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón y sin conciencia. Cincuenta mil víctimas hermanas, sacrificadas sin causa justificable, dan testimonio flagrante de la triste o insoportable situación que atravesamos, y que es tiempo ya de contener.

¡Valientes entrerrianos! Vuestros hermanos de causa en las demás provincias, os saludan en marcha al campo de la gloria, donde os esperan. Vuestro ilustre jefe y compañero de armas el magnánimo Capitán General Urquiza, os acompañará y bajo sus órdenes venceremos todos una vez más a los enemigos de la causa nacional.

A él, y a vosotros obliga concluir la grande obra que principiasteis en Caseros, de cuya memorable jornada surgió nuestra redención política, consignada en las páginas de nuestra hermosa Constitución que en aquel campo de honor escribisteis con vuestra sangre.

¡Argentinos todos! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la Patria! A vosotros cumple ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo ensangrentado el Pabellón de Belgrano, para enarbolarlo gloriosamente sobre las cabezas de nuestros liberticidas enemigos!

Compatriotas: ¡A las armas!… ¡es el grito que se arranca del corazón de todos los buenos argentinos!
¡Abajo los infractores de la ley! Abajo los traidores a la Patria! Abajo los mercaderes de Cruces en la Uruguayana, a precio de oro, de lágrimas y de sangre Argentina y Oriental!

¡Atrás los usurpadores de las rentas y derechos de las provincias en beneficio de un pueblo vano, déspota e indolente!

¡Soldados federales! nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas Americanas. ¡¡Ay de aquél que infrinja este programa!!

¡Compatriotas nacionalistas! el campo de la lid nos mostrará al enemigo; allá os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte, vuestro jefe y amigo.

Felipe Varela
Campamento en marcha, Diciembre 6 de 1866.

Vale citar, asimismo, la óptica que refuerza sus conceptos de la guerra del Paraguay, explicitada en un manifiesto proclamado por él mismo el 1º de enero de 1868 (14), en el que afirmaba lo siguiente: “En efecto, la guerra con el Paraguay era un acontecimiento ya calculado, premeditado por el general Mitre”.

El Cnl. Varela señalaba que la “política injustificable” del Gral. Mitre había sido conocida en el Parlamento británico por la correspondencia del ministro inglés en Buenos Aires y citaba textualmente las expresiones de éste: “El Ministro Elizalde, que cuenta como cuarenta años de edad, me ha dicho que espera vivir lo bastante para ver a Bolivia, Paraguay y la República Argentina, unidos formando una República en el continente”.

Según él, éstas habían sido las aspiraciones reales del Gral. Mitre y los objetivos de su política, desde que había entregado al dominio del Imperio la vecina República del Uruguay.

Párrafos más adelante, hacía declaraciones que parecen confirmar la tesis de McLynn respecto de los orígenes de la guerra de la Triple Alianza, cuyas causas primarias estarían más ligadas a la política mitrista que a la imperial. Sostenía el jefe montonero en su citada proclama: “No he hecho esta ligera reseña con el ánimo de hacer cargo de ninguna naturaleza al Emperador del Brasil, pues en mi conciencia él no ha hecho más que aprovechar la circunstancia que le ha presentado el poder de Mitre, para engrandecer su imperio, y dar riquezas a su Gobierno”. “No es el Emperador el responsable ante el mundo de los grandes crímenes políticos del actual Presidente de la Argentina”.

La impopularidad de la Guerra de la Triple sumada a los tradicionales conflictos generados por la hegemonía porteña, provocaron levantamientos en Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis.

El Gral. Mitre trataba de explicar las dificultades de la guerra echándole la culpa a la creciente oposición interna: “¿Quién no sabe que los traidores alentaron al Paraguay a declararnos la guerra? Si la mitad de la prensa no hubiera traicionado la causa nacional armándose a favor del enemigo, si Entre Ríos no se hubiese sublevado dos veces, si casi todos los contingentes de las provincias no se hubieran sublevado al venir a cumplir con su deber, si una opinión simpática al enemigo extraño no hubiese alentado a la traición ¿quién duda que la guerra estaría terminada ya?”.

No obstante, había hecho un pronóstico inicial demasiado optimista sobre la guerra, propio de su arrogancia y soberbia: “En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en 3 meses en la Asunción”. Pero lo cierto es que la guerra duró casi cinco años, le costó al país más de 500 millones de pesos y 50.000 muertos. Sin embargo, benefició a comerciantes y ganaderos porteños y entrerrianos cercanos al poder, que hicieron grandes negocios abasteciendo a las tropas aliadas.

Un año antes de Cerro-Corá, viejo y pobre en su destierro de Southampton, el Brigadier General D Juan Manuel de Rosas, que por sostener lo mismo que López había sido traicionado y vencido en Caseros por los mismos que ahora traicionaban y atacaban al mariscal paraguayo, se conmovió ante la heroica epopeya americana. El Restaurador miró el sable que el Libertador, General D José de San Martín, le había legado por su defensa de la Confederación contra las agresiones de Inglaterra y Francia; ordenó que se cambie su testamento. Así, el 17 de febrero de 1869, mientras el Mariscal y el heroico pueblo guaraní se debatían en las últimas como jaguares decididos que se niegan a la derrota, Rosas testó el destino del sable de la soberanía en nombre de D Francisco Solano López: “Su excelencia el general D. José de San Martín me honró con la siguiente manda: “La espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia será entregada al general Rosas por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de la Patria”.

“Y yo, Juan Manuel de Rosas, a su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a S. E. el señor mariscal Presidente de la República paraguaya y generalísimo de sus ejércitos la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue posible sostener esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los derechos de su Patria….”.

Finalmente, no dejando dudas de las causas reales de la guerra, el Gral. Mitre declaró: “En la guerra del Paraguay ha triunfado no sólo la República Argentina sino también los grandes principios del libre cambio (…) Cuando nuestros guerreros vuelvan de su campaña, podrá el comercio ver inscripto en sus banderas victoriosas los grandes principios que los apóstoles del libre cambio han proclamado”.

En contraposición, el Dr. Alberdi señaló: “La América no conoce la historia del Paraguay sino contada por sus rivales. El silencio del aislamiento ha dejado a la calumnia victoriosa”. (15)

Y profundiza aún más: “A las ofertas de una libertad interior de que el Paraguay no sospechaba de estar privado, su pueblo ha respondido sosteniendo a su gobierno, con mas ardor y constancia a medida que le veía más debilitado y más desarmado de los medios de oprimir, y a medida que veía a su enemigo más internado en el país y más capaz de proteger la impunidad de toda insurrección. El Paraguay ha probado de este modo al Brasil que su obediencia no es la del esclavo, sino la del pueblo que quieres ser libre del extranjero. (16)

Afirmó en un memorando del 9 de marzo de 1869: “Si con Paraguay aniquilado somos hoy exigentes, no esperemos simpatías cuando ese pueblo renazca. Esperémoslas si lo contemplamos en sus desgracias, a pesar de los enormes sacrificios y de la sangre derramada (…)”. (17)

El 8 de mayo el Dr. Varela reafirmaba su pensamiento diciendo: “Casi todas las naciones de la tierra han mostrado horror a la guerra de Paraguay, por desconfianza de nuestras intenciones. No debemos, por tanto, dar pretexto de que tales recelos se confirmen”.(18)

En su mensaje del 21 de diciembre, enunció finalmente la famosa frase: “…la victoria no da derechos a las naciones aliadas para declarar por sí, límites suyos los que el tratado señaló”.

El principal fundamento de la llamada Doctrina Varela sostenía que si el gobierno argentino había intervenido en la guerra contra el régimen de Francisco Solano López, lo había hecho por haber sido agredido por el dictador paraguayo y no por reclamos territoriales.

El Gral. Mitre criticó abiertamente esta posición, diciendo que: “…el gobierno argentino no podía sostener que la victoria no daba derechos, cuando precisamente había comprometido al país en una guerra para afirmarlo por las armas. Que si la victoria no daba derechos, la guerra no había tenido razón de ser… Que sostener tal doctrina era asumir ante el país una tremenda responsabilidad, declarándole que su sangre derramada, sus tesoros gastados, todos sus sacrificios hechos, no habían tenido objeto… Que el tratado de alianza no tendría razón de ser, y se rompía la solidaridad con los aliados… Esto sólo nos hace perder las ventajas adquiridas a costa de grandes esfuerzos, y además condenábamos la guerra misma, por el hecho de declarar que se había derramado la sangre y los tesoros del pueblo argentino para restablecer las cosas al estado anterior”. (19)

Finalmente el presidente Sarmiento –que había sostenido la continuación de la guerra contra los que llamara “perros”, y a su presidente “idiota, borracho y feroz”, abandonó la política exterior del Dr. Varela y lo reemplazó por Carlos Tejedor; dio así el golpe de gracia a la soberanía argentina y al futuro de las relaciones americanas.

No obstante el Dr. Varela se atrevió a predecir: “…los tratados podrán ser favorables a la alianza, pero los resultados futuros le serían dañosos… habríamos dejado en Paraguay un germen de odios… los pueblos jamás olvidan los ultrajes a sus derechos y las humillaciones al decoro nacional”.

Pero volvamos a Cerro Corá…

El 28 de febrero de 1870, algunos indios caygús traen alimentos a los paraguayos y le advierten a López la proximidad de los brasileños; le ofrecen esconderlo en sus tolderías, en el fondo de los bosques, donde no podrían encontrarlos: Jaha caraí, ndétopái chéne repe los camba ore apytepe -”Vamos, señor; no darán con usted los negros adonde pensamos llevarle”-. López agradece y declina el ofrecimiento, pues le comunica luego a sus oficiales, algunos de éstos sobrevivientes, que su destino ya estaba marcado y que no estaban hechos para huir, que era preferible morir que dejar que el ejército invasor regara esos terrenos de sangre sin oponer resistencia.

Una tropa brasileña de aproximadamente unos 4500 soldados bien pertrechados persiguió y arrinconó a la desfalleciente y mal armada hueste de unos quinientos combatientes paraguayos (exactamente 409: entre ellos inválidos, ancianos, mujeres y niños). Eran 10.000 siete meses atrás, cuando comenzaron la travesía al norte conocida como el Vía crucis de la Nación.

Los brasileños siguen al último puñado de paraguayos rebeldes. Aquéllos tienen un jefe: el Mariscal de Caxias (20), que escribe a su emperador, Pedro II: “…Su disciplina proverbial de morir antes que rendirse y de morir antes de hacerse prisioneros porque no tenía orden de su jefe ha aumentado por la moral adquirida, sensible es decirlo pero es la verdad, en las victorias, lo que viene a formar un conjunto que constituye a estos soldados, en soldados extraordinarios invencibles, sobrehumanos. López tiene también el don sobrenatural de magnetizar a sus soldados, infundiéndoles un espíritu que no puede apreciarse bastantemente con la palabra; el caso es que se vuelven extraordinarios; lejos de temer el peligro lo acometen con un arrojo sorprendente; lejos de economizar su vida, parece que buscan con frenético interés la ocasión de sacrificarla heroicamente, y de venderla por otra vida o por muchas vidas de sus enemigos (…)Vuestra Majestad, tuvo por bien encargarme muy especialmente el empleo del oro, para acompañado del sitio allanar la campaña del Paraguay, que venía haciéndose demasiadamente larga y plagada de sacrificios, y aparentemente imposible por la acción de las armas; pero el oro, Majestad, es materia inerte contra el fanatismo patrio de los Paraguayos desde que están bajo la mirada fascinadora, y el espíritu magnetizador de López…soldados, o simples, ciudadanos, mujeres y niños, el Paraguay todo cuando es él son una misma cosa, una sola cosas, un sólo ser moral indisoluble… ¿cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos precisaremos para terminar la guerra, es decir para convertir en humo y polvo toda la población paraguaya, para matar hasta el feto del vientre de la mujer…?”.

La tropa paraguaya estaba comandada por el presidente paraguayo el Mariscal López; el coronel Panchito Solano, de quince años, jefe de su Estado Mayor. Derribaron a López a orillas del Arroyo Aquidabán Niguí.

Su uniforme casi intacto, era como un blanco a lo lejos que resaltaba entre la soldadesca, se le tiran unos soldados cambá y lo bajan de su caballo bayo hecho ya un jamelgo, lo hieren de un sablazo en el bajo vientre y recibe un fuerte golpe en la cabeza, sin embargo logra escapar. Un par de sus oficiales lo rescatan y lo intentan sacar del lugar llevándolo hacia el Niguí, a unos treinta metros de donde lo hirieron. Algunos soldados imperiales los alcanzan, la cabeza de López tenía precio, lo arrinconan estando casi inconsciente semi sumergido en agua y lodo ensangrentado, donde le exigen la rendición: “Cámara se le acerca y le formula la propuesta de rigor: “Ríndase, Mariscal, le garantizo la vida”, López lo mira con ojos serenos y responde con una frase que entra en la historia: “¡Muero con mi Patria!” al tiempo de amagarle con el espadín. “Desarmen a ese hombre”, ordena Cámara desde respetable distancia. Ocurre una escena tremenda: un trompudo servidor de la libertad se arroja sobre el moribundo eludiendo las estocadas del espadín para soltarle la mano de la empuñadura; el mariscal, anegada en sangre el agua que los circunda, medio ahogado, entre los estertores de la muerte, ofrece todavía resistencia; el cambá lo ase del pelo y lo saca del agua. Ante esa resistencia, Cámara cambia la orden: “Maten a ese hombre”. Un tiro de Manlicher atraviesa el corazón del mariscal que queda muerto de espaldas, con ojos abiertos y la mano crispada en la empuñadura del espadín. “¡Oh! ¡diavo do López!” (“¡Oh! diablo de López!”), comenta el soldado dando con el pie en el cadáver”(21).

Algunos afirman que intentó tragarse un retazo de la bandera antes de que lo encontraran, para evitar que fuera mancillada. Así caía heroicamente un soldado con mayúsculas, quien había expresado antes de la contienda:

“Prefiero abrir una ancha tumba en mi patria entes de verla ni siquiera humillada. Cada gota de sangre que cae en la tierra es una nueva obligación para los sobrevivientes”.

En el Parque Nacional Cerro Corá, se hallan los bustos y los nombres -además del Mariscal López-, de otros oficiales caídos: Coronel D Dionisio Lirios, Coronel D Luis Caminos, Presbítero D José de la Cruz Aguilar, Capitán D Benigno Ocampos, Capitán D Francisco Argüello, Alférez D José Ortigoza, Teniente Coronel D Vicente Ignacio Ortigoza, Subteniente D Agustín Sebbato, Presbítero D B. Adorno, Sargento Mayor D José Miguel Gauto, Coronel D Gaspar Estigarribia, Teniente Agustín Estigarribia, Presbítero D Francisco Espinoza, Coronel D Juan De La Cruz Ávalos, Sargento Mayor Ascención López, General D Francisco Vaz, Vice Presidente D Francisco Sánchez, Coronel D Juan Francisco Solano López (Panchito).

Respecto a sus últimos hombres, este es el ejemplo de entrega que han dejado: “El exterminio de los últimos paraguayos es atroz. El general Roa, sorprendido en el arroyo Tacuaras, había sido intimado. “¡Rendite, paraguayo danado!” (¡Rendite, paraguayo condenado!); “¡Jamás!”, y se deja degollar. El vicepresidente Sánchez, moribundo en su coche, es amenazado. “¡Ríndase, fio da put…!” (“¡Ríndase, hijo de…!”); el viejo octogenario abre los ojos asombrado; “¿Rendirme yo, yo?”, y descarga su débil bastón sobre el insolente: un tiro de pistola lo deja muerto. Panchito acompaña a su madre y sus hermanos pequeños que han conseguido refugiarse en su coche; hace guardia junto a la puerta. Llegan los brasileños y preguntan si esa mujer es “la querida de López, y esos niños, “sus bastardos”; Panchito arremete contra los canallas, que sujetan al niño: “¡Ríndete!” “¡Un coronel paraguayo no se rinde!”. Lo matan”. (22)

Pergeñado por el imperio inglés para terminar con la progresista Paraguay y todo su pueblo, y llevado a cabo por sus agentes “masones” y “liberales” en Brasil, Pedro II, en la Argentina, Gral. Mitre y en Uruguay, Venancio Flores, las cifras del genocidio son difíciles de digerir, ya que exterminaron al 99 % de la población masculina mayor de 10 años:

Población de Paraguay al comenzar la guerra: 800.000 – 100,00 %.
Población muerta durante la guerra: 606.000 – 75.75 %.
Población del Paraguay después de la guerra: 194.000 – 24.25 %.
Hombres Sobrevivientes: 14.000 – 1,75 %.
Mujeres sobrevivientes: 180.000 – 22.50 %.
Hombres sobrevivientes menores de 10 años: 9.800 – 1,22 %.
Hombres sobrevivientes hasta 20 años: 2.100 – 0,26 %.
Hombres sobrevivientes mayores de 20 años: 2.100 – 0,26 % (23)

En tal sentido, vayan las siguientes expresiones ilustrativas: “La guerra con el Paraguay marca en la historia de la pasión argentina, el capítulo del reniego al destino heroico que le habían señalado las luchas por la independencia exterior, y el levantamiento de los caudillos contra los prepotentes y mandones porteños que, sobre toda consideración pietista y seudocultural, testimoniaron la presencia de una casta de hombres capaces de argüir sus ideales con el insobornable argumento de la muerte”. (24)

“…las guerras exteriores de la Argentina no son mas que expedientes suscitados a propósitos, ya por la Una (Bs. As.), ya por la otra (las provincias) fracciones para encontrar la solución interior que cada una desea. Son guerras civiles en el fondo…como la presente (contra el Paraguay). La Triple Alianza es la liga de tres enemigos natos, cada uno de los cuales desconfía mas de su aliado que del enemigo…encierra tres políticas, siendo cada política, domestica en sus miras, para cada aliado…Flores no tiene otro enemigo que los blancos, Mitre no tiene mas adversario en vista que las provincias y Don Pedro II no tiene mas enemigo que la ex republica de Rió Grande”. (25)

“El heroísmo indescriptible y la pasión fanática con que el pueblo paraguayo siguió a su conductor y resistió a los embates de los invasores, casi sin medios defensivos, rodeado de esteros y extenuado por las largas fatigas, es uno de los hechos más impresionantes de la Historia Universal, aún comparado con los ejemplos más sublime y conmovedores”. “Fue el heroísmo integral de todo un pueblo, pues no hubo distinción de sexo, clase, o edades. Las mujeres y los niños dieron ejemplos de valor y de grandeza; los ancianos se entregaban desfallecidos a las tareas más pesadas y viriles. El pueblo paraguayo murió cantando las glorias de su estirpe y ratificando su vínculo con la tierra tradicional y materna. Lo mismo defendiendo los terrones jugosos del solar nativo que afrontando los fusilamientos con que los aliados castigaban la altivos de los prisioneros”. (26)

‘”Solo el esfuerzo del Paraguay se puede calificar de grandioso y sublime. Toda la raza paraguaya, casi sin excepción, hizo de la guerra el problema capital de su existencia, sobreponiéndola a todo otro interés… fue el sacrificio deliberado de todo su ser, de todo aquello que cada ciudadano estimaba en algo; vida, riqueza, bienestar, afectos, familia. Semejante sentimiento, tan absoluto e imperioso, antojase sobrehumano”. (27)

El “liberalismo” es una filosofía de odio que no se sacia ni siquiera con la muerte; los liberales argentinos no han hecho hasta el presente otra cosa que exponer graves doctrinas, ajenas en absoluto a las convicciones y necesidades de nuestro pueblo y sus tradiciones: “Todas sus aberraciones advienen de esta falsa cosmovisión, de una concepción que prescinde de la idea de Dios y pervierte la noción de justicia y del derecho emergentes de la ley natural y divina. No extrañe, pues, que el liberalismo haya cubierto entre nosotros tan larga etapa de crímenes y perversiones, y que esté dispuesto a recorrerla de nuevo si las circunstancias fueran propicias a su restablecimiento en el poder”. (28)

Y en el caso puntual del pueblo paraguayo y su caudillo, el Mcal. López, caben las siguientes palabras sobre el obrar del liberalismo: “Pero aún más grave que el delito mismo es la tentativa de aligerar el peso de sus crímenes arrojando sobre los hombros de los opositores el pesado bulto de sus iniquidades”. (29)

El Mcal. López había cometido un solo “error” para los intereses ingleses: crear un país próspero y de vanguardia para la época, y jugarse en defensa de los intereses supremos de su Nación, que es la ley suprema de todo gobierno genuinamente nacional. Bien lo señalaba José María Rosa: “Cinco años antes, al comenzar la guerra de la Triple Alianza, el Paraguay de los López era un escándalo en América. El país era rico, ordenado y próspero, se bastaba a sí mismo y no traía nada de Inglaterra… Abastecía de yerba y tabaco a toda la región y su madera en Europa cotizaba alto”.

Así, poco después de marzo de 1870 no había más gobierno paraguayo que el impuesto por el Imperio del Brasil; la República Argentina así, aliada al Brasil, había ganado la guerra contra el Paraguay, contribuyendo a la aniquilación, destrucción y devastación de una nación independiente, de su territorio y de sus habitantes. No obstante, el Gral. Mitre, desde su tribuna en el diario La Nación Argentina, afirmaba: “Los soldados argentinos no han ido al Paraguay a derribar una tiranía, aunque por accidente sea uno de los fecundos resultados de su victoria. Han ido a vengar una afrenta gratuita asegurar su paz interna y externa, a reivindicar la libre navegación de los ríos y a reconquistar sus fronteras de hecho y derecho”. (30)

La síntesis más clara de la esencia de ese liberalismo-masónico-laico la expresa el Dr. Sarmiento, “el Satírico sanjuanino de talla grotesca y de espíritu dañino” (31), en carta al Gral. Mitre, en 1872: El pueblo paraguayo: “Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie… Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrescencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.

En 1879, el Dr. Alberdi, en conversación en Paris con el Dr. Ernesto Quesada, le decía en relación a la Guerra de la Triple Alianza: “Para consolidar tal “Redención” y uniformar el país en ese sentido, los hombres de Buenos Aires se enfeudaron a la política brasilera, y fomentaron la revolución Oriental de Flores, el escándalo de Paysandú y terminaron con el tratado de la triple alianza para arrasar al Paraguay y obligar a las provincias, so capa de la guerra internacional y merced al estad de sitio, a someterse a la política porteña. Consideré tal guerra como el más funesto error histórico y la mayor calamidad para nuestra nacionalidad: por eso la combatí desde el extranjero, como lo hicieron Guido Spano y lo mismo Navarro Viola, que como verdadero patriota, debía mostrar a nuestras provincias el abismo que conducía tan monstruosa guerra, contraria a los intereses verdaderos de Plata y que solo serviría al Brasil para debilitar a sus linderos del Sud, consolidar su influencia agresivamente imperialista y legalizar sus usurpaciones territoriales…”.

Referencias

(1)Estanciero y militar catamarqueño, líder del último pronunciamiento de los caudillos del interior contra la hegemonía política conquistada por la provincia de Buenos Aires en la batalla de Pavón -después de pavonizar la Argentina, los mitristas se fueron a pavonizar al Uruguay-. Apodado el Quijote de los Andes por el desafío que plantó al gobierno central con un reducido ejército de menos de 5.000 hombres, hizo frente a éste en la región andina y cuyana; siguió con la causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran “bandolero” como a Peñaloza. Finalmente derrotado, murió exiliado en Chile.
(2)Varela, Felipe – “Viva la Unión Americana”, en “Manifiesto a los pueblos americanos” – Potosí. (1868). (3) Giménez Vega, Elías S. – “Testigos y Actores de la Triple Alianza” – A. Peña Lillo, Editor. Colección La Siringa – Página 9 – Buenos Aires (1961).
(4)Giménez Vega, Elías S. – Op. Cit. Pág. 37.
(5)Congreso Nacional. Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados. Año 1954. Imprenta del Congreso de la Nación. Buenos Aires. Tomo I. Pág. 246.
(6) Giménez Vega, Elías S. – Op. Cit. Pág. 7.
(7) Alberdi, Juan Bautista – “Los intereses argentinos” – Página 18 – Buenos Aires.
(8) En frase del escritor Víctor O. Andrade.
(9) Carta de Mitre a López, 2 de enero de 1864 – Archivo del Gral. Mitre, II .p.50 – Biblioteca de la Nación – AGM.I. Pág. 426.
(10) Revue des Razes Latines – Art. de “H. Francignes” – Paris (1861).
(11) El autor brasileño Pandiá Calógeras lo describe: “Nao existía em Urquiza o estófo de un homem de Estado: Nao passava de un condottieri”; y el Tcnl. Thompson: “…supo aprovecharse de la ocasión, salvando a su provincia del envío de grandes contingentes, y logrando enriquecerse y enriquecer a su comarca con la proveeduría de ganados y caballos para el ejército aliado, durante la guerra”.
(12) En el diario El Río de la Plata del 24-8-1869, expresó: “…como puede llamarse guerra de regeneración para el Paraguay la que estamos sustentando, arrebatando palmo a palmo el territorio y pasando adelante solo sobre los cadáveres de sus defensores…”. A fines de 1870 Hernández se incorporó a las filas del ejército jordanista compartiendo la derrota de Ñaembé el 26 de enero de 1871. Posteriormente emigró junto con López Jordán a Santa Ana do Livramento, en territorio brasileño, donde permaneció desde abril de 1871 hasta principios de 1872.
(13) Revista de la Biblioteca Nacional – XXI, N° 52 – Buenos Aires.
(14) Ortega Peña, R. y Duhalde, E. – “Felipe Varela contra el Imperio Británico” – Buenos Aires.
Sudestada. 1966. Págs. 339-342. Cit. en “Polémica pública sobre la Guerra del Paraguay”. Pág. 280.
(15) Alberdi, Juan Bautista – “Intereses, peligros y garantías de los Estados del Pacífico” – Paris, Septiembre de 1866. El imperio del Brasil…Pág. 83.
(16) Alberdi Juan Bautista – Prefacio al “El Imperio de Brasil”, p. XV. París. Junio de 1869. “El Imperio de Brasil ante la democracia de América”. Colección de artículos escritos durante la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza. Ed. Especial de El Diario. Asunción. 1919. (Atilio García Mellid, Proceso a los Falsificadores de la Guerra del Paraguay. T.II. Pág. 222. – Buenos Aires (1964).
(17) Quesada, Ernesto – “Los tratados argentino-paraguayos. Historia secreta de la negociación” – Revista Estudios, 1, año 1901, cit. en J.M. Rosa, Op. Cit., Pág. 270.
(18) Herrera, Luis Alberto – “El Drama del 65” – Pag. 62, cit. en ibid., pág. 270.
(19)Rosa, José M. – “La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas” – Hyspamérica – Pág. 275 –
Buenos Aires (1986).
(20) El Marqués de Caxias, fue jefe de las tropas brasileñas en Caseros; informó al ministro de guerra Souza de Melo: “La 1º División, formando parte del ejército aliado que marcho sobre Bs. As., hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileras perdido el 20 de febrero de 1827” (Es decir la batalla de Ituzaingó, victoriosa para las tropas argentinas). No es de extrañar entonces que, a pesar de que la derrota de Rosas fue el 3 de febrero, el ingreso triunfal de las tropas de la alianza argentino-brasileras se haya producido recién el 20. Urquiza fue “comprado” por el Brasil para que traicionara a su Patria en ese 1852, y lo volvería a hacer en 1865, traicionando así a Paraguay; puso su espada en contra de aquello mismo que había prometido sostener.
(21) Rosa, José M. Op. Cit. Pág. 263.
(22) Rosa, J. M. Op. Cit. Pág. 263.
(23) Chiavenatto, Julio José – “Genocidio Americano, A guerra do Paraguai” – Pág. 150 – Sao Paulo.
(24) Giménez Vega, Elías S. – Op. Cit. Pág. 7.
(25) Alberdi, Juan Bautista – “El Brasil ante la democracia de América” – Paris (1869).
(26) García Mellid, Atilio – “Proceso a los falsificadores de la Historia del Paraguay” – II Tomo, Pág. 268 – Buenos Aires.
(27) Tabuco, José – “Guerra del Paraguay” – Pág. 230.
(28) García Mellid, Atilio – “Proceso al Liberalismo Argentino” – Ediciones Teoría. Biblioteca de Estudios Históricos – Pág. 579 – Buenos Aires (1964).
(29) García Mellid, Atilio. – Op. Cit. Pág. 579.
(30) Rosa, José M. – Op. Cit. Pág. 268.
(31) En frase del escritor Víctor O. Andrade.