Década infame. La verdad verdadera

Por Teodoro Boot

Agustín Pedro Justo
Hacia finales de febrero de 1876 nacía en Entre Ríos el general Agustín P. Justo. Militar, diplomático y político, gestor en las sombras del golpe de 1930 que derrocó a Hipólito Yrigoyen, resultó su principal beneficiario: proscripto el radicalismo yrigoyenista y habiendo optado Marcelo T. de Alvear por una extravagante abstención revolucionaria en París, 8 de noviembre de 1931 Justo se impuso como candidato a presidente contra la fórmula de Lisandro de la Torre y Nicolás Repetto. El apoyo de la autodenominada Concordancia (coalición integrada por los partidos Demócrata Nacional, Socialista Independiente y Unión Cívica Radical antipersonalista) era suficiente para imponerse, lo que de ninguna manera impidió que se privara de un monumental fraude.

Autor, más que su inútil vicepresidente (un botarate portador de apellido que ni siquiera usaba nombre sino diminutivo), del Pacto Roca Runciman, mediante el que la oligarquía bonaerense entregó el país al Imperio Británico a cambio de la sobrevivencia de sí misma, no descansó un segundo en el engaño, la manipulación y la corrupción moral e intelectual de los argentinos.

Durante su periodo presidencial tuvieron lugar notables estafas al Estado, sólo superadas en tiempos recientes y únicamente merced a los avances tecnológicos, entre las que merecen ser recordadas la de la corrupción de los niños cantores de la Lotería Nacional o los sobreprecios pagados por los terrenos para uso militar de Palomar, en un pase de manos inspirador de futuros parques eólicos.

De distinta naturaleza y de mayor significación cultural será el turbio negocio de la exportación de carnes, a precios preferenciales para los ganaderos bonaerenses y, dentro de ellos, el propio ministro de Agricultura y Ganadería Luis Duhau, cuyos animales, a juicio de los frigoríficos británicos, eran siempre de categoría “especial”.

La interpelación a los ministros Duhau y Pinedo llevada adelante por el senador De la Torre, en defensa, no ya de los intereses nacionales ni, Dios no lo permita, de un desarrollo industrial independiente, pero sí de los discriminados ganaderos de Santa Fe, al fin de cuentas, su base electoral, llevó a que un pistolero al servicio del ministro Duhau disparara contra De La Torre asesinando al senador Borbabehere.

Luego de que dos obreros portuarios revelaran al senador Alfredo Palacios la ubicación de los libros contables del frigorífico Anglo, ocultos en un buque a punto de zarpar, ya nada parecía ser capaz de salvar al gobierno. Sin embargo, el indudable genio de Agustín P. Justo y el de su amiguete Natalio Botana (maestro de periodistas, y así estamos) transformaron en indiscutido ídolo popular a un cantor que, con ser extraordinario en modo alguno había sido el preferido de un sensiblero público porteño más propenso a conmoverse por los lamentos de Agustín Magaldi o Ignacio Corsini: mediante una hábil operación diplomática y una intensiva campaña de prensa, el lumpen Charles Romuald Gardes renació de sus cenizas y devino en el primer y único Fénix rioplatense.

Los restos del cantor demoraron meses en alta mar, deteniéndose en varios puertos en los que se les rendía tributo y celebraban desopilantes honras fúnebres, mientras el diario Crítica, pronto seguido de sus colegas, batiría records de tirada aturdiendo a un pueblo cada día más escéptico e indiferente, llenando su corazón de amor por el ídolo desaparecido, mientras Duhau, Pinedo, Bordabehere, el Pacto Roca-Runciman y los precios de las carnes bonaerenses iban cayendo gradualmente en el olvido.

El estrépito producido por la prensa fue de tal intensidad o el pueblo se había habituado hasta tal punto a los malandras de guante blanco que podría decirse que pasó sin pena ni gloria el grosero negociado de la CADE en connivencia con concejales radicales y socialistas independientes. Sin embargo, la casa radical de la calle Alsina, se yergue en medio de la cuadra, como silencioso recordatorio.

Se dice –gustan creer historiadores y moralistas– que el turbio negocio de la CADE fue la gota que rebalsó el vaso y movió a un sector de jóvenes oficiales del Ejército a acabar con el régimen instaurado por Justo el 20 de febrero de 1932. Cumplimos con el penoso deber de informar que eso no es cierto: Agustín P. Justo, caudillo indiscutido de un Ejército que él mismo se había ocupado de depurar de elementos radicales, se disponía a volver a la presidencia, lo que luego de la muerte de Marcelo T. de Alvear ya nadie se encontraba en condiciones de impedirle. El fraude patriótico, la Concordancia, la corrupción, el escepticismo, la neutralización del Ejército y el desgano general, lo garantizaban.

Pero contra la Parca no hay quien talle: el 11 de enero de 1943 Agustín Pedro Justo partió rumbo al más allá, un año antes de que pudiera volver a convertirse en presidente, precipitando los acontecimientos.

Su personalidad mordaz, cínica, amoral y descreída marcó toda una época. La nombró el periodista José Luis Torres, pero a la Década Infame la inventó él.