Cuando un marino argentino ignoro la bandera de EEUU en República Dominicana

Por Roberto Bardini
Publicado el 15 de enero de 2011

El 13 de enero de 1920, el gobierno y la Marina de Guerra de Argentina dan un noble, atrevido y admirable ejemplo de solidaridad iberoamericana –casi sin equivalente en todo el siglo XX– que ha sido cuidadosamente olvidado por nuestra historia oficial



Sucede en aguas del Caribe. El crucero 9 de Julio, ancla en el puerto de Santo Domingo e ignora la bandera de Estados Unidos, que desde 1907 ocupa militarmente al pequeño país antillano. Rinde honores, en cambio, al inexistente –en ese momento– pabellón de la República Dominicana.

Entre 1899 y 1920, los marines yanquis han desembarcado en Cuba, Honduras, Nicaragua, Haití, México y Panamá. Y en varias ocasiones se quedan unos cuantos años.

En el caso de Dominicana, permanecen hasta 1924. Es “para bien de los dominicanos a pesar de ellos mismos”, escribe convencido el historiador norteamericano Samuel Flagg Bemis en La diplomacia de Estados Unidos en América Latina, publicado en 1943.

Pero esta pequeña historia que culmina en Santo Domingo comienza, en realidad, unos meses antes y en otro país. Exactamente el 24 de mayo de 1919, cuando muere en Uruguay el embajador mexicano Juan Crisóstomo Ruiz, también concurrente en Argentina.

El diplomático es mucho más conocido en toda América hispana por su seudónimo de poeta, novelista y ensayista: Amado Nervo.

El autor de La amada inmóvil y Raza de bronce fallece a los 48 años. “Eran tiempos en que la muerte de un poeta conmovía a pueblos y gobiernos”, escribirá décadas más tarde Carlos Piñeiro Iñíguez, ex embajador argentino en República Dominicana.

El gobierno uruguayo decide que el cuerpo del poeta se traslade a Veracruz en el crucero Uruguay. El presidente argentino Hipólito Yrigoyen acompaña el gesto y dispone que el crucero 9 de Julio lo escolte hasta México.

El comandante de la nave argentina es un desconocido capitán de fragata. Se llama Francisco Antonio de la Fuente y tiene 38 años. Ocho meses después demostrará que es un auténtico oficial y caballero de mar.

Cumplida su misión, inicia el regreso. Tiene instrucciones de efectuar visitas de cortesía en algunos países del Caribe.

El 6 de enero, cuando avista la costa de Santo Domingo, el capitán De la Fuente enfrenta un dilema: debe realizar el saludo protocolar de 21 salvas a la bandera nacional del puerto al que llega… Pero ve que en la fortaleza Ozama, construida por los españoles en el siglo XVI para vigilar el mar, ondea la bandera de Estados Unidos.

Pide instrucciones por telégrafo al embajador argentino en Washington. El diplomático se comunica con la cancillería en Buenos Aires. Y poco después, el marino recibe un mensaje muy claro: por orden del presidente Yrigoyen, debe saludar a la bandera dominicana.

Pero no existe esa bandera en el puerto… No importa. En el crucero hay varias de distintas repúblicas y De la Fuente encuentra una del país que visita. El 13 de enero, fondea frente a Santo Domingo, hace izar el pabellón dominicano en lo más alto del palo mayor y, ante la vista del pueblo que se ha reunido en los muelles, ordena disparar los 21 cañonazos de rigor como saludo a una nación soberana.

Frente a este inesperado gesto de nobleza y homenaje, los dominicanos enloquecen y estallan en gritos de alegría. Inmediatamente se corre la voz y los pobladores se lanzan a las calles, desafiando las ordenanzas de las fuerzas ocupantes.

Algunas personas juntan trozos de tela y los unen precariamente, componen los colores de su enseña patria y la hacen flamear en el torreón de la fortaleza Ozama para ser dignos de ese honor. La felicidad del sufrido pueblo dominicano dura apenas un par de horas, pero es suficiente. Y cuando los marinos argentinos desembarcan, la gente aplaude, los abraza y les entrega ramos de flores.

Así, un viejo –para la época– presidente de 68 años, un poeta romántico y un joven marino amalgaman ética, estética y épica, valores que casi nunca coinciden con la política. Pero cuando lo hacen, son los ingredientes que al gesto más pequeño le confieren dimensión de epopeya. Como este simple episodio de soberanía nacional que honra al respetado y al que respeta.

Pero la historia no concluye ahí. En  1965, en su viaje de instrucción alrededor del mundo, la fragata argentina Libertad se detiene en Santo Domingo y entrega como obsequio el cañón del crucero 9 de Julio con el cual se hicieron aquellos disparos de honor. Aún hoy permanece frente a la Escuela Naval de la República Dominicana como símbolo de amistad entre los dos pueblos.

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El Presidente Yrigoyen y el Imperialismo en América

Trabajo de investigación histórica enviado desde E.E.U.U. por su autor, Sr. Carlos A. Manus

  El 24 de mayo de 1919 había fallecido en Montevideo el ilustre poeta Amado Nervo, embajador de México ante la República del Uruguay.  Como Nervo había sido embajador concurrente en la República Argentina, el presidente Hipólito Yrigoyen ordenó que sus restos fueran repatriados con todos los honores en el crucero acorazado “Nueve de Julio”.

 Al regreso el barco se vio obligado a hacer escala, y su comandante consultó con el ministerio de Marina si podía tocar o no Santo Domingo y, en caso afirmativo, si saludaba a la bandera norteamericana al entrar al puerto, a la sazón ocupado por fuerzas militares de los Estados Unidos.

 La inmediata respuesta del presidente Yrigoyen fue: “Id y saludad al pabellón dominicano”.

 Al entrar al puerto, el acorazado izó al tope la bandera del país hollado, saludándola con una salva.  Corrió la voz por la ciudad, y personas fervorosas compusieron con trozos de tela una bandera dominicana que izaron en el torreón de la fortaleza.

 Veintiún cañonazos de la nave argentina tributaron el homenaje a la enseña dominicana.  La multitud se lanzó a las calles, y una gran manifestación se dirigió hasta la casa municipal ante la perplejidad de las autoridades de ocupación que no se atrevieron a impedir el pronunciamiento popular.

 Uno de los improvisados oradores dijo: “Loor al presidente argentino Yrigoyen que nos ha hecho vivir siquiera dos horas de libertad dominicana”.

 Dos años después, dos delegados del Partido Nacional Dominicano llegaron a la Argentina a testimoniar al presidente Yrigoyen el reconocimiento del pueblo de su patria por su extraordinario gesto.  Uno de los emisarios, el doctor Francisco Henríquez y Carvajal, relató el suceso mientras la emoción llenaba sus ojos de lágrimas.

 La campaña de los patriotas dominicanos para el retiro de las tropas norteamericanas tuvo una alta expresión en la asamblea del año 1921, que se dirigió al Presidente argentino en los siguientes términos:

 San Pedro de Macorís (Rep. Dominicana), marzo 15 de 1921

El Congreso de las Juntas Patrióticas instalado el 6 de marzo, envíale mensaje de gratitud dominicana y confía en que vuestro constante esfuerzo de apoyo a la causa de la República acelerará su éxito.

(firmado) Rolando Martínez, presidente.

 La posición internacional del presidente Yrigoyen está reflejada en las palabras que diez años más tarde, -en su segunda presidencia y con motivo de la ocupación de Nicaragua por los Estados Unidos, le dirigiera al presidente (electo) Herbert Hoover: “Los pueblos son sagrados para los pueblos, y los hombres son sagrados para los hombres”.

 En la concepción yrigoyeneana, la soberanía de las naciones, aun de las más débiles, es de carácter “inmanente” y su condición es “inmutable”.

 Bibliografía:

Del Mazo, Gabriel. El Radicalismo. Ensayo sobre su historia y doctrina. Ediciones Suquía SRL. Buenos Aires, 1983

Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 10. Editorial Oriente SA. Buenos Aires, 1976

  Carlos A. Manus

Agosto 10, 2000

   Desde 1907, un “síndico general de aduanas” nombrado por los Estados Unidos tenía a su cargo en Santo Domingo la recaudación de la renta y podía reclamar para ese menester la ayuda de su país.  El síndico retenía el monto para pagar los servicios y amortizaciones de los empréstitos extranjeros y daba el remanente al gobierno.  En 1913 una revolución depuso al gobierno grato a los Estados Unidos, y (Woodrow) Wilson-(William Jennings) Bryan ordenaron al síndico retener la parte del gobierno y “no entregarla a ningún presidente institucional”.  Desembarcaron tropas para custodiar la aduana y vigilar las elecciones; como éstas no fueron satisfactorias, ocuparon la capital, y se quedaron hasta 1924 “para bien de los dominicanos a pesar de ellos mismos”, asegura seriamente S. Flagg Bennis (La diplomacia de Estados Unidos en la América Latina)


 Doctrina Luis María Drago condenando el cobro compulsivo de las deudas

Fuente

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Hipólito Yrigoyen y la solidaridad latinoamericana

Los articulos que aparecen aqui fueron escritos por el Sr. Carlos Piñeiro Iñíguez, embajador de la Republica Argentina en Santo Domingo y por  César de Wlndt Lavandier. Contraalmirante Marina de Guerra Dominicano y fueron publicados en el Boletin del Centro Naval Nº 800; son un complemento del articulo de Carlos Manus sobre el mismo tema.


El 24 de mayo de 1919 moría en Montevideo Amado Nervo. Cumplía allí y en Buenos Aires funciones diplomáticas, como embajador de México ante los gobiernos del Uruguay y de la Argentina. Este honroso cargo empalidecía ante su condición de "poeta de América"; desaparecido Rubén Darío apenas tres años antes, Amado Nervo era la voz poética más conocida de la América Hispánica. Representaba a una generación de escritores que se había reconocido como americana en Europa, y había adoptado el programa de compartir con los pueblos la convicción de tener un común destino americano.
Eran tiempos en que la muerte de un poeta conmovía a pueblos y gobiernos.

El presidente uruguayo Baltasar Brun dispuso que el cuerpo de Nervo fuese trasladado de Montevideo a Veracruz en el crucero Uruguay,  el presidente argentino Hipólito Yrigoyen decidió que el crucero 9 de Julio lo acompañara. La entrega del cuerpo se cumplió sin incidentes; los inconvenientes —si así se los puede denominar— se producirían durante el regreso.

En 1916, Hipólito Yrigoyen había accedido al gobierno argentino a través del libre ejercicio de la soberanía popular; en su ideario, democracia, libertad e independencia estaban indisolublemente ligados. Desde esa perspectiva, ciertos sucesos que se producían en el continente no podían despertar simpatías. Concretamente, nos estamos refiriendo a la ocupación de la República Dominicana por fuerzas militares de EE.UU., situación que se prolongaba desde 1916.

 Pese a que la intervención militar se había realizado en cumplimiento de una muy discutida "Convención Dominico-Americana de 1907", el presidente Yrigoyen tenía dificultades para comprender cómo el gobierno del llamado "apóstol de la democracia" Woodrow Wilson podía haber descendido a invadir Estados autónomos, privando a los pueblos de su natural soberanía.

La "Religión Cívica" yrigoyenista era clara y sencilla en su proyección internacional: "Los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos", "No estamos con nadie contra nadie sino con todos por el bien de todos". Fueron esas convicciones éticas las que guiaron su política exterior. Convicciones que indicaban que debían afrontarse las consecuencias del sostenimiento de los principios de igualdad de las naciones con independencia de su fuerza material. La soberanía de las naciones, aun de las más débiles, era de carácter inmutable. La libertad de América es la libertad de cada una de sus partes

El núcleo de la historia que hoy traemos a la memoria americana, se relaciona con la actitud adoptada en Santo Domingo por el comandante del crucero argentino 9 de Julio, capitán de fragata Francisco Antonio de la Fuente, por instrucciones de las autoridades nacionales argentinas. El Ministerio de Marina había dispuesto que, en su viaje de regreso, el 9 de julio tocara el puerto de Santo Domingo en la República Dominicana; como hemos dicho, ese país se encontraba en manos de las fuerzas de ocupación de EE.UU.

Concretamente, el día 6 de enero de 1920, el capitán de la Fuente consultó acerca de cuál bandera debía saludar desde el crucero: la de las fuerzas de ocupación o la domininicana. La respuesta provino directamente del presidente Yrigoyen, y era terminante: "Id y saludad al pabellón dominicano en reconocimiento a su independencia y soberanía". El 13 de enero, el 9 de Julio fondeó frente a Santo Domingo y saludó izando a tope ese pabellón.

Las memorias dicen que los pobladores cosieron de apuro con grandes trozos de tela la bandera dominicana, y que la izaron en el torreón de la fortaleza; el 9 de Julio respondió con una salva de veintiún cañonazos. El pueblo se lanzó a las calles, olvidando las prohibiciones impuestas por las tropas de ocupación. ¿Cómo actuaron éstas? Los delegados pidieron instrucciones a Washington y ese mismo día recibieron una sensata y conciliadora respuesta: responder los saludos con las salvas de práctica.

La invasión norteamericana "Más que un crimen era un error"; ante la difusión internacional que tuvo el suceso, Washington resolvió de inmediato cablegrafiar a Santo Domingo para que fueran levantadas por medio de la Orden Ejecutiva  Nº 385 las disposiciones que conculcaban la libertad de expresión oral y escrita de los dominicanos. Aprovechando el nuevo clima de relativa distensión contituyeron Juntas Patrióticas que exigieron con firmeza el fin de la ocupación.

En 1921, el Congreso de las Juntas Patrióticas reunido en San Pedro del Macoris, envió un mensaje de agradecimiento especial a Yrigoyen, y al recuperar la completa independencia en 1925, la ciudad de Santo Domingo honró al presidente argentino imponiéndole su nombre a una calle céntrica.

Los acontecimientos antes relatados fueron mucho más que un noble y atrevido gesto diplomático. El saludo al pabellón dominicano fue un hecho político, consciente y premeditado. La vena de la solidaridad americana había latido; la Patria era América y dolía allí donde fuera herida.

La lira del gran poeta muerto había convocado a la dignidad del estadista. La estética y la ética celebraron entonces nupcias que siempre es provechoso recordar, porque nuestra América —todavía joven— tiene mucho por aprender de quienes nos mostraron el sentido de la unidad y solidaridad continentales.

Carlos Piñeiro Iñiguez
Embajador de la República Argentina Santo Domingo, Diciembre 2000

En 1920 el crucero argentino 9 de Julio saluda a la bandera dominicana
En la noche del 24 de mayo de 1919 exhaló su último suspiro en Montevideo-Uruguay el romántico poeta Amado Nervo, Ministro de México. La nación uruguaya, dispuso que el cuerpo del poeta fuera devuelto a su patria en una de sus unidades navales. La Argentina decidió que uno de sus buques de guerra acompañara al buque uruguayo, con tal motivo, por expresa disposición del Presidente Hipólito Yrigoyen, el Ministro de Marina ordenó al comandante del crucero 9 de Julio, capitán de fragata Francisco Antonio de la Fuente:
"Que el buque a su mando escolte al crucero Uruguay que conducirá a México los restos de Amado Nervo".

Según versiones muy socorridas, el capitán del crucero argentino recibió instrucciones del Presidente Yrigoyen, de que al regresar a su país hiciera escala en la República Dominicana, en aquel entones ocupada militarmente por fuerzas de Estados Unidos, cuya bandera flameaba en nuestro país intervenido. Refiere la tradición que a los cruceros 9 de Julio y Uruguay, al navegar por aguas del Mar Caribe, con destino a Veracruz, se les incorporó el crucero Cuba de la marina de guerra cubana.

A su regreso hacia Argentina, después de cumplida su misión, arribó al Puerto de Santo Domingo el 20 de enero de 1920. El comandante del crucero 9 de Julio al no ver en la fortaleza "Ozama" la bandera dominicana, no hizo los saludos exigidos por el protocolo internacional, lo que motivó que las autoridades norteamericanas pidieran al Capitán las causas de su descortesía.

Cuando ocurrió este desagradable caso, hacía 4 años que se había declarado oficialmente la implantación del gobierno militar norteamericano, que tuvo lugar en aquella época (1916), cuando el íntegro patricio doctor Francisco Henríquez y Carvajal, designado Presidente de la República por decisión del Congreso Nacional, se negó a aceptar las humillantes condiciones que para su formal reconocimiento le hiciera el gobierno de Estados Unidos que en ese entonces detentaba, de acuerdo con la convención de 1907, la total percepción de los ingresos aduaneros dominicanos.

Todos conocemos que una fuerza de ocupación coloca al tope de los edificios y fortalezas cautivas su propia bandera. La dominicana no flameaba sobre la tierra de las virtudes soñada por Juan Pablo Duarte, que siempre deseó una patria libre, soberana y sin intervención de extrañas potencias. La gallarda respuesta del comandante del crucero 9 de Julio, no se hizo esperar. Tengo instrucciones de mi gobierno de saludar la bandera dominicana. Así lo hizo.

Epopeya sin nombre, gran hazaña sin par.

Hace más de ochenta años, la muy noble y leal ciudad de Santo Domingo, sintióse regocijada y fortalecida cuando el crucero argentino 9 de Julio, en arbolando al tope de su palo mayor la bandera dominicana, la saluda tal y como se le hace a una nación soberana, gesto sin precedente, en aquellos tiempos cuando nuestra soberanía estaba eclipsada por la intervención militar de Estados Unidos.

La población de Santo Domingo, no sabía cómo agradecer a la Nación Argentina tan noble gesto. Todos sus habitantes se lanzaron a las calles entregándoles flores a los audaces marineros, que en noble acción, señalaban que la patria no había perecido ante la injustificable ocupación militar impuesta por la fuerza de las armas.

Años después, por gestión de la Liga Naval Dominicana, la Armada Argentina obsequia a la Marina de Guerra Dominicana el cañón del crucero 9 de Julio, con el que se habían disparado las históricas salvas en honor a nuestro país intervenido.

Sirva este gesto amistoso para perpetuar el ejemplo y la dignidad de los hombres que en la oscuridad de la noche, nos dieron un anhelo de esperanza que hoy nos permite amar más a nuestra Patria.

César de Wlndt Lavandier - Contraalmirante Marina de Guerra - República Dominicana!

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