“Platero y yo“, el libro para adultos que leímos con candor

Por Bárbara Alvarez Plá
para  Revista Ñ
Marzo de 2014
Habla de sexo, trabajo infantil y hasta de un caldo de perritos, señala un experto. Influyó incluso en Borges.
Con su mujer. Juan Ramón Jiménez con Zenobia.
 Una pelea con ella determinó la publicación del libro. /EFE
“Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños”, decía Juan Ramón Jiménez (1881-1958) en el prólogo a la primera edición de Platero y yo, la novela a la que su nombre quedaría adherido. “Es un libro que necesita una lectura adulta, habla de sexo, de homosexualidad, de trabajo infantil”, señala Jorge Urrutia Gómez, especialista en este autor, que marcó el canon de la poesía española y fue Premio Nobel en 1956.

Cargando con este malentendido, Platero y yo cumple 100 años. En 1914, cuando la publicó la editorial La Lectura, la obra tenía sólo 63 capítulos desordenados: la versión con los 136 capítulos originales, más dos anexos, en el orden en que hoy los conocemos, no apareció hasta 1917.

En realidad, en 1914, el libro se publicó por casualidad. El escritor tenía pendiente un trabajo con el que no pudo cumplir a causa de una discusión con su esposa, Zenobia Camprubí. Pero para no dejar sin nada a su editor, Jiménez le dio unos capítulos de Platero.

Jorge Urrutia Gómez, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de la Edición Crítica de Platero y yo, cuenta que “en 1914, el editor no sabía qué hacer con el texto, y lo metió en una colección juvenil, entonces empezó a leerse en las escuelas españolas. Ahí se hizo una interpretación sentimentaloide que nada tenía que ver con la realidad.

Le han hecho muy mal las instancias escolares... hay mucha crueldad”.

¿De qué habla? De cosas como ésta: agárrense: “Aquella dorada y blanca, como un poniente anubarrado de mayo... Parió cuatro perritos, y Salud, la lechera, se los llevó a su choza de las Madres porque se le estaba muriendo un niño, y don Luis le había dicho que le diera caldo de perritos” .

El libro no sólo se leyó en las escuelas españolas: varias generaciones de estudiantes argentinos transitaron las peripecias del narrador y el burrito “pequeño, peludo y suave”.

Platero y yo dejó su marca en la literatura. En diálogo con Clarín, Urrutia señala que “es responsable de la fijación de la prosa poética como género en la literatura en español. Su prosa reacciona contra el barroquismo anterior, es seca, sencilla, no le sobra nada. Demuestra cómo la lengua puede describir incluso lo más doloroso de la forma más bella. El texto busca la belleza lingüística, por eso no se aprecia su crueldad en una lectura superficial”.

Simpatizantes de la República, Juan Ramón y Zenobia dejaron España en 1939, cuando empezó la dictadura de Franco. Fueron a Miami, pero finalmente se instalarían en Puerto Rico hasta la muerte del poeta.

En 1948, la pareja llegó por unos días a Buenos Aires. Aquí Jiménez, dice Urrutia, “instauró la idea de que había que perder la idea nacionalista de la literatura ”. Sus influencias alcanzaron a Jorge Luis Borges, que en su libro El Hacedor, incluyó un texto titulado “Borges y Yo” que “nunca hubiera podido escribirse sin leer Platero y Yo ”, dice Urrutia. “Borges captó perfectamente la idea de Juan Ramón, que es la disociación del sujeto. La obra se podría haber llamado “Yo y Yo”, porque el burro Platero no es más que el poeta. Se trata del enfrentamiento del poeta consigo mismo, de un enfrentamiento con la vida, que inevitablemente terminará en la muerte, eso es Platero y Yo, y por eso Borges termina esa historia diciendo no estar seguro de cuál de los dos ha escrito la página”.

Cuando Juan Ramón recibió el Nobel de Literatura, en España se entendió que era un premio contra Franco. El poeta nunca quiso volver a su tierra. Pero sí ser enterrado en su pueblo natal, Moguer, para cerrar el ciclo de la vida, que primero había concluido ese otro al que el poeta imaginó con sus “ espejos de azabache de los duros ojos cual dos escarabajos de cristal negro ”. “¿ Platero, tú nos ves, ¿verdad ?”, escribe Juan Ramón Jiménez al final de la obra, cuando el año termina y el burrito asciende al cielo de Moguer.