Vivien Leigh, entre el coraje y la locura

Por Magdalena Tsanis Sanzo
para Levante (España)
Publicado el 4 de noviembre de 2013

Aunque era británica, su inolvidable Escarlata O'Hara la hizo pasar a la historia como la encarnación de la belleza trágica e impetuosa del sur de EE UU, cualidades que también marcaron la vida real de Vivien Leigh, que mañana habría cumplido cien años.

Tan desafortunado como el destino de aquella heroína sureña fue el devenir de la actriz, varias veces sometida a tratamientos de electroshock por un trastorno de bipolaridad mal diagnosticado, y fallecida de tuberculosis con 54 años, según cuenta José Madrid en la biografía Vivien Leigh, la tragedia de Scarlett O'Hara. La obstinación y la rebeldía que compartió con el personaje le ayudaron a conseguir ese papel, que descubrió a los 23 años cuando, guardando reposo tras un accidente de esquí, devoró el novelón de Margaret Mitchell que había revolucionado EE UU el verano de 1936.

Cuando supo que, al otro lado del Atlántico, David O. Selznick buscaba poner rostro a la caprichosa Escarlata, se buscó un agente en EE UU y no paró hasta conseguir una cita con el productor, que ya había empezado el rodaje de su épico delirio. Tan claro tenía la actriz que ella sería Escarlata, papel que le valió su primer Oscar, que al inicio de su aventura americana rechazó ponerse a las órdenes de Cecil B. de Mille en Union Pacific y un contrato con Paramount para cuatro películas, sólo para estar disponible. 

El mismo empeño que puso la joven y casada Leigh en perseguir a Laurence Olivier. También él estaba casado cuando la entonces prometedora actriz de teatro se presentó, simulando un encuentro casual, en el hotel de Capri donde él pasaba unas vacaciones con su esposa. Comenzó así una larga y no siempre fácil historia de amor, que se ensombrecería con el tiempo con infidelidades mutuas y que acabó por desmoronarse semanas después de que el sir de la escena británica le regalara un Rolls Royce azul por su 45 cumpleaños.

Carácter demostró también Leigh cuando en 1957 encabezó una protesta para salvar del derribo el Saint James Theater, por un proyecto para construir apartamentos; hasta entró a gritos en la Cámara de los Lores, lo que llevó a Churchill a escribirle una carta admirando su coraje y desaprobando sus formas.

Pero no fue sólo Escarlata la que guardó semejanzas con su vida. La desgarradora Blanche Dubois, sus polémicas tendencias sexuales y su desequilibrio mental en Un tranvía llamado deseo, de Elia Kazan, fueron un oscuro presagio. El alcahuete Scotty Bowers cuenta en Servicio completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood, que tanto Leigh como Olivier eran bisexuales y que ambos usaron sus servicios con frecuencia. «Era una mujer muy sexual. Puesta en faena exigía una satisfacción completa. Aquella noche follamos como si de ello dependiera la supervivencia del planeta», escribe Bowers. Aquel papel junto a Marlon Brando, le deparó su segundo Oscar, pero también agudizó sus crisis. En su siguiente rodaje, La senda de los elefantes, acabó sustituida por Elizabeth Taylor, tras varios ataques de histeria y olvidos del guión.

La filmografía completa de Leigh suma una veintena de títulos, como The Deep Blue Sea (1955) o Ana Karenina (1948). La intérprete de ojos verdes nunca abandonó el teatro. La recompensa le llegó, aunque tardía, en forma de un Tony a la mejor actriz por el musical Tovarich (1963).

Tras un sonado divorcio que fue asunto nacional, los últimos años de su vida los pasó junto al también actor John Merivale, sin perder nunca el contacto con su primer marido, Leigh Holman, y padre de su hija.

Cien años después de su nacimiento en la India británica, el legado de Leigh permanece en forma de imborrables frases que figuran entre las más míticas como «A Dios pongo por testigo de que no volveré a pasar hambre» o «Ya lo pensaré mañana. Después de todo, mañana será otro día».


Fuente: levante-emv.com