Clelia Luro y Jerónimo Podestá.

Besos
Por Gisela Marziotta
para Pagina 12
publicado el 9 de febrero de 2019

Clelia Luro llegó exactamente a las doce, a la hora pautada telefónicamente con Jerónimo unos días antes. Puntual. Así era ella. Jerónimo Podestá llegó más tarde, alrededor de una hora y media después de lo acordado. Así era él. El encuentro fue un sábado cualquiera en la casa de la madre de Jerónimo. Ese día iniciaron una amistad que los uniría definitivamente; una amistad “fundada en la profunda afinidad de las almas, la profunda simpatía, la honda concordancia de ideales; es decir, un común sentido de “misión”, escribiría Clelia años después.
Era abril de 1966. Podestá era por entonces el obispo de la diócesis de Avellaneda y había participado en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Lo conocían como El obispo de los obreros por liderar la experiencia pastoral renovadora iniciada en Francia.

Clelia se puso en contacto con Podestá por un pedido del obispo de Salta. Tenía que solicitar su ayuda para un sacerdote salteño con problemas de alcoholismo. Ella estaba separada de su marido y se había vuelto de Salta a Buenos Aires con sus seis hijas: María, Nannina (Cristina), Clelia, Clara, Alejandra y María de los Ángeles. Las niñas estaban pupilas en un colegio de monjas porque el padre no le daba la tenencia a Clelia.

La conexión entre Clelia y Jerónimo fue inmediata. Jerónimo había calculado que la reunión se extendería como mucho hasta media hora antes del almuerzo, pero duró más de lo imaginado. Querían escucharse, estar juntos y compartir la tarde. Lo sintieron natural, como si todas sus tardes hubieran sido siempre así.

Bastante tiempo después, ambos reconocerían que habían sentido lo mismo aquel primer día fundacional, cuando nació su vínculo eterno. Lo que sintieron fue tan fuerte que ambos tuvieron la necesidad de escribirlo y de compartirlo al instante. Ese mismo día, en cuanto Clelia llegó a su casa, se sentó frente a su máquina de escribir para contarle en una carta a un sacerdote amigo la impresión que había tenido del obispo.

“(…) Hoy estuve con Podestá. Se apareció sencillamente con su clergyman. Parecía un curita (…) Me citó en casa de su madre, a las doce, pero apareció recién a las trece treinta. Su madre entró al escritorio a pedirme disculpas por la demora y me dio un diario para entretenerme. ‘Siempre llega tarde’, me comentó con una sonrisa. Estuvimos conversando hasta las quince… Nos sentíamos tan bien juntos, como si nos hubiéramos conocido de siempre. Nos quedamos sin almorzar, a mí se me fue el hambre. Había invitados en su casa pero él, a pesar de los llamados de su madre, me tranquilizaba y me pedía que siguiese hablando. Le conté muchas cosas, le hablé de mi inquietud por la Iglesia. Me dijo que no temiera ver, que fuera fuerte y siguiera adelante. Luego me preguntó si tenía tiempo libre, no sé para qué. Quizá sea con él mi camino. Te aseguro que no sé qué quiere Dios que haga y quizá moriré así. Me dejo llevar de la mano. No dejaba de pensar con hombres así ¡qué distinta sería la Iglesia!”.

También Jerónimo tenía la costumbre de escribir lo que sentía y ese mismo día, en cuanto estuvo solo en su habitación, describió al encuentro con Clelia:

“(…) Veo algo en esa mujer decidida, audaz, que no tiene trabas ni inhibiciones y que a pesar de su fuerza de espíritu no tiene agresividad. Me interesa su conversación, siento que irradia amor y cariño entrañable por la Iglesia y sus sacerdotes. No advierto nada que me moleste o perturbe, todo libertad y fuerza pero no desenfado. En su fuerza hay bondad y amor, esto me encanta. Es muy mujer pero en ella no aparece lo ‘caído’ de la mujer sino lo grande. Me habla con total naturalidad y la escucho con gran placer, como si ya nos hubiéramos conocido y fuésemos viejos amigos. Habla el idioma que me gusta: con sabor a Dios, a Evangelio, a Concilio, a renovación de espíritu, autenticidad, sin miedo, con generosidad de alma grande. Desde ese momento percibí el carisma. Por otra parte habla el idioma que me gusta porque es el verdadero, pero que yo no siempre tengo el valor de usar. Siento que esa mujer me habla con gran amor sobrenatural y limpio afecto humano; me trae un mensaje y comprendo que habrá de tener una parte importante en mi vida porque tiene una profunda afinidad con mi alma. Pero justamente me trae lo que a mí me falta. Me habla de Dios, de la Iglesia argentina, de los Obispos, de los Sacerdotes, de la necesidad de renovarse en el Amor de Cristo… Me plantea dos cosas concretas: la salud de un sacerdote del norte y mi opinión sobre una carta que tiene escrita para el señor Nuncio. La carta es verdaderamente audaz, pero tiene la santa libertad de los hijos de Dios, a pesar de lo extraño del caso la carta me gusta, en cuanto al sacerdote le prometo hacer todo lo que me sea posible. Me gusta tanto escucharla pues tiene el mismo concepto de Dios, de la Gracia y del Pecado, pero al mismo tiempo tiene una libertad de la que yo carezco. Varias veces me ofrece retirarse pero yo la insto a que continúe todo el tiempo que quiera. Me gusta su alma y su calidad de mujer… Lo extraño del caso es que, a pesar de tener tantas cosas fuera de lo común, no siento ninguna prevención, por el contrario, una gran afinidad y simpatía…”.

A partir de ese día sus caminos ya no dejaron de cruzarse. Por una cosa u otra, hablaban por teléfono o ella, directamente, iba a verlo hasta Avellaneda para reunirse con él y tomar unos mates.

A final de ese año, cuando todavía gobernaba la dictadura de Onganía, se realizó en Mar del Plata la X Reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam). Durante los días que duró el encuentro, Podestá y Clelia establecieron un estrecho vínculo con Hélder Câmara, el progresista obispo brasileño que había desempeñado un papel importante en el Concilio Vaticano II e impulsado el Pacto de las Catacumbas. Hélder era conocido como El obispo rojo por la dictadura brasileña.

Clelia hizo como periodista la entrevista con los dos obispos y publicó en tapa de la revista Imagen del País la foto de Podestá y Câmara juntos. La repercusión de la nota fue inmediata. La dictadura de Onganía tomó con preocupación el acercamiento entre los dos referentes de la Iglesia.

Para entonces, Clelia y Jerónimo ya habían establecido una relación de profundo amor y mutua identificación. El vínculo, según decidieron, se mantendría exclusivamente en el plano espiritual y con el formato de una “pareja mística”. 

En 1967, Clelia y Jerónimo fueron invitados a visitar al padre Câmara en Recife, poco antes de que el obispo brasileño encabezara la firma del “Manifiesto de los 18 Obispos del Tercer Mundo”. 

Clelia y Jerónimo debatían sobre las cosas que pasaban y juntos potenciaban su compromiso social. Se complementaban a la perfección. Podestá decidió nombrar a Clelia su secretaria personal en el Obispado, lo que provocó un revuelo importante. No era usual que una mujer ocupara ese puesto en la Iglesia. Los chismes comenzaron a rodar y, con el tiempo, ya eran imparables. Pero a ellos no les interesaba: no ocultaban su vínculo, sentían que no tenían nada que esconder y eran conscientes de que no rompían ninguna de las reglas eclesiásticas. Ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder ante la hipocresía de la Iglesia, que, aunque no les prohibía su relación, le recomendaba a Jerónimo que mantuviera en secreto el vínculo con “esa mujer”.

Desde que empezó a ejercer su rol de secretaria, Clelia acompañó a Podestá en todos sus compromisos. Estaba siempre a su lado: en los actos, en los reportajes y en las actividades públicas en las que participaba. Los superiores de Podestá en la Iglesia no disimulaban su aversión hacia Clelia. No toleraban su presencia y se referían a ella sin mencionar su nombre. La llamaban “esa mujer”, como alguna vez ocurriera con Evita entre los opositores al peronismo. Buscaban invisibilizarla, ningunearla y deshumanizarla. 

Clelia y Jerónimo solían escribirse cartas para intercambiar sus opiniones políticas sobre la Iglesia pero, por sobre todas las cosas, para expresarse el profundo amor que los unía desde que se habían conocido, sin traicionar el juramento de celibato de Podestá y aceptando, a la vez, ese sentimiento como una gracia.

“Querido Jerónimo:

Hoy pregunté a Dios por qué quiero, por qué amo así; no quería amar, se sufre. De lo profundo de mi alma, vino la respuesta: así tengo que quererte. Es cierto que me has dado mucha felicidad al compartir todo lo tuyo, pero también es cierto -y lo sé en toda su profundidad- que es renunciamiento… Tus manos, Jerónimo, amo tus manos que consagran y bendicen. Tú debes ser otro Cristo en la historia de hoy. Todos los cristianos deberíamos ser otros Cristos para que la historia madure. Toda tu vida y todo tu ser: tus labios que dan Su palabra, tus ojos que reflejan a Dios, tus pies que no se cansan de andar para anunciar el Evangelio…

Clelia, Navidad de 1966”.

“Clelia querida, te amo mucho, te amo de veras, te amo bien; te quiero mucho, muchísimo, con todo mi ser. No quiero ni la más leve sombra que pueda empañar la dignidad y nobleza de este cariño. Asimismo, te digo que no debemos permitir la más leve rebaja del nivel y de la dimensión que Dios le ha dado a nuestro encuentro.

Jerónimo, 2 de enero de 1967”.

Pocos días después de este cruce epistolar, a mediados de enero de 1967, Podestá recibió por primera vez una seria advertencia de los obispos Humberto Mozzoni, Antonio Plaza y Raúl Primatesta sobre su relación con Clelia. Les molestaba Clelia, por supuesto, pero más allá de no aceptar la relación que ellos mantenían, lo que verdaderamente inquietaba al poder eclesiástico y al poder político eran los canales de participación, reflexión y análisis que abría Podestá con su militancia. 

En paralelo al hostigamiento personal al que era sometido, Podestá comenzó a dar conferencias sobre Populorum Progressio, la encíclica del papa Paulo VI. Sus charlas se volvieron cada vez más populares, sobre todo en medios sindicales y peronistas, ambos prohibidos por la dictadura.

El 1º de mayo de 1967, Podestá publicó un artículo cuestionando la prohibición del gobierno militar de realizar actos durante el Día Internacional de los Trabajadores. Podestá, Clelia y Perteagudo planeaban realizar un acto en el estadio Luna Park para fines de ese año, en plena dictadura. La idea era que el obispo fuera el único orador y la exposición abordara Populorum Progressio. El 25 de junio Podestá le escribió una carta a Hélder Câmara en la que le cuenta que el nuncio papal Humberto Mozzoni le había advertido que no debía realizar el acto en el Luna Park. En esa misma carta, le habla a Hélder del profundo significado de su vínculo con Clelia y la decisión de ambos de asumir en libertad la “colaboración sacerdote-mujer”. También le expresa, no sin preocupación, la fortaleza que les exigía asumir ese sentimiento.

A mediados de 1967 la situación de Podestá se complicó todavía más. Onganía lo citó en su despacho, en junio, para transmitirle que lo consideraba el mayor peligro de la Revolución Argentina. Y con la intención de presionarlo a Podestá para que renunciara a su puesto de obispo, le ordenó a la revista Sí que publicara en la tapa las fotos del obispo con su secretaria. Los denunciaban, sin ningún tipo de eufemismos, de mantener una relación amorosa.

Clelia habló con sus hijas sobre lo publicado, porque estaba convencida de que se enterarían del contenido de la nota y porque, además, sabía perfectamente que de ahí en adelante las habladurías estarían a la orden del día. Había otro tema que la preocupaba: todavía no tenía la tenencia de sus hijas y pensaba que el contenido de la nota le podía jugar en contra para conseguir ese objetivo. Ellas aún permanecían pupilas en un colegio religioso y su padre conservaba la patria potestad.

Presionado por las autoridades de la Iglesia argentina y convencido de que el pontífice lo entendería, Podestá anunció que iría a hablar con el papa Paulo VI para defender su honor y enterarlo de la limpieza de su conducta. Así lo hizo, pero la audiencia no resultó como suponía y el Papa, en lugar de entenderlo, le exigió que “arrancara” ese sentimiento de su corazón.

Podestá sabía que podía hacer cualquier cosa menos renunciar a Clelia y al amor que los unía. Ellos no tenían nada que ocultar. La relación con “esa mujer” era la excusa de la Iglesia para sacarse de encima al obispo obrero que molestaba con cuestiones sociales y políticas que afectaban sus propios intereses.

Finalmente, el 10 de noviembre, el nuncio Mozzoni le pidió a Jerónimo la renuncia al Obispado. Clelia y Jerónimo se abrazaron y lloraron juntos un largo rato. Estuvieron durante horas sentados en el sillón del living de la casa de Clelia, en silencio, juntos. Con el alma partida pero, al mismo tiempo, con la certeza de que eran indestructibles. Jerónimo y Clelia viajaron a Roma para hablar con el Papa, pero Paulo VI nunca los recibió.  De vuelta en Buenos Aires, el 3 de diciembre de 1967, cinco días antes de lo que le habían informado, Podestá fue desalojado por la policía de la diócesis de Avellaneda. 

Ya fuera de la Iglesia, Jerónimo se mudó a un departamento de un ambiente, a una cuadra de la casa de Clelia. Ahí empezó a escribir y a ordenar todos los discursos que había dado en los últimos años. En 1968 publicó su primer libro, Violencia del amor. Fue una iniciativa de Clelia, que además colaboró en su redacción. Al año siguiente trabajaron juntos sobre un segundo libro: La Revolución del Hombre Nuevo.

A partir de su relación con Clelia, Podestá atribuyó un papel central en su prédica a la idea del “amor”. Manifestó su simpatía por el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) –antecedente de la Teología de la Liberación–, creado en 1968 como adhesión al Manifiesto de los 18 Obispos del Tercer Mundo que impulsó Hélder Câmara.

Para entonces, la prensa había difundido la información de que Podestá y Clelia se habían casado o vivían en pareja. Podestá decidió exponerse a declarar públicamente que sentía un profundo amor por Clelia, pero que ambos habían decidido mantener la relación en un estado puramente espiritual debido a su condición de sacerdote. Declaró además que aquella “versión indignante” sobre su casamiento era una maniobra de quienes pretendían que le fuese quitada su condición de obispo. Mientras tanto, al mismo tiempo que debía defenderse de los dichos públicos sobre su relación con Clelia, se ocupaba de denunciar los asesinatos en manos de grupos militares y paramilitares, de escribirle cartas al Papa para mostrarle la situación del país, de denunciar las violaciones a los derechos humanos y de reunirse con otros sacerdotes comprometidos como él.

Podestá volvió a mudarse, esta vez al mismo edificio de Clelia, en el barrio de Almagro. Y un tiempo después, empezaron su convivencia. Tampoco podían seguir solventando los dos departamentos. Así fue como Jerónimo se sumó a la vida familiar de Clelia y sus seis hijas. A ella no le gustaba cocinar, a Jerónimo le encantaba pero no era un experto en materia culinaria, aunque le ponía voluntad. Fueron años duros para todos en la casa. Clelia, la tercera hija, recuerda los días en que llegaba a la casa y su madre les preguntaba: “¿Qué comemos hoy? ¿Arroz con sopa o sopa de arroz?”. 

Clelia y Jerónimo realizaron una gira por Europa en 1971. Estuvieron en Roma durante una serie de encuentros de sacerdotes. Allí, varios medios quisieron entrevistarlos. Era un momento en que se empezaba a discutir la cuestión del celibato en los sacerdotes.

En 1972, Podestá se manifestó sobre la Masacre de Trelew y recibió a familiares de las víctimas. Ese mismo año lo invitaron a Yugoslavia y volvió a viajar junto con Clelia. El recorrido incluyó escalas en las principales ciudades europeas. De vuelta en el país, Clelia y Jerónimo siguieron con su vida y militancia. Se cuidaban mutuamente. Discutían con vehemencia cuando hablaban de política o de religión, pero jamás se peleaban o enojaban. Jerónimo siempre la tomaba de la mano, incluso en los momentos en que Clelia se ponía brava, durante alguna acalorada discusión.

En 1974 los amenazó la Triple A: “Eso sí que fue muy feo. Ocurrió en agosto del 74. Me acuerdo porque yo estaba embarazada de tres meses, más o menos. Sonó el teléfono en casa y era Tomás Eloy Martínez, quien preguntó a mamá si Jerónimo estaba con ella. Mi mamá le dijo que sí y le preguntó si estaba todo bien. Al recibir la respuesta afirmativa, no dudó: ‘Váyanse todos ahora’, le dijo Tomás Eloy. Esa era una época en la que la Triple A te avisaba pocos días antes de que te iba a matar”, contó Clelia hija.

Tras la advertencia, salieron inmediatamente de la casa. A la noche llamaron para saber cómo estaban las cosas y, para su sorpresa, un hombre desconocido atendió el teléfono y se hizo pasar por “amigo de las chicas”. Comprendieron enseguida que tenían la casa tomada.

Después de discutirlo durante horas, estuvieron de acuerdo en que se tenían que ir del país. Tras muchas idas, venidas y cambios de países, Jerónimo y Clelia decidieron que Perú era el lugar para pasar el exilio, porque no estaba tan lejos de Buenos Aires. Los dos querían volver, no les gustaba vivir separados de su familia. Durante esos años vivieron de lo que pudieron y luego de vivir varios años en Perú, con unos ahorros lograron comprar un departamento en Buenos Aires, sobre la calle Chirimay, en el barrio de Caballito. 

Clelia estaba convencida de que era una oportunidad para que Jerónimo volviera. Nadie sabía de esa nueva dirección y podría estar seguro. Parecía que todo se iba acomodando y que pronto volverían a ser una familia como la de antes, pero el día de la mudanza, mientras ella esperaba el camión acompañada por cinco de sus seis hijas, escucharon una sirena. Todas se miraron preguntándose a quién irían a buscar. La sorpresa fue que las buscaban a ellas. Un vecino, que era policía, las había denunciado como subversivas y de ahí se llevaron detenidas a las cinco hijas de Clelia hasta la Comisaría 13ª. Por alguna razón, a ella no la detuvieron.

Primero en la Argentina y luego en Latinoamérica, Clelia y Podestá fueron los fundadores del Movimiento de Curas Casados. Hacia mediados de los 80, su militancia se concentró en el trabajo con ese grupo. Realizaban muchos viajes por la región y reuniones locales. Unos años después armaron la Federación Internacional.

Jerónimo sufrió el desprecio de los sacerdotes, sobre todo cuando se puso a militar de lleno en el Movimiento de Curas Casados. Con el correr de los años, el único que se le acercó fue Jorge Bergoglio.

Jerónimo se había levantado un día con la idea de pedir una audiencia con el entonces cardenal Bergoglio. Clelia intentó convencerlo de que no era una buena idea porque ya le había pasado con Quarracino, quien, a pesar de haber sido compañero de seminario y tener los dos la misma edad, le había negado el encuentro cuando se lo había solicitado. Clelia temía que le pasara lo mismo con Bergoglio, pero, para sorpresa de ambos, el cardenal aceptó el pedido y recibió a Jerónimo.

Pudieron reunirse por primera vez en 2000. Jerónimo ya no estaba bien de salud. Desde 1994 padecía una insuficiencia cardíaca que requería cuidados y había empeorado en esos meses. A principios de mayo de ese año fue internado por primera vez. Estaba en la clínica San Camilo y, cuando Bergoglio se enteró, le pidió permiso a Clelia para ir a visitarlo y darle la unción de los enfermos. 

En junio, cuando fue internado por segunda vez en terapia intensiva, Clelia llamó a Bergoglio para decirle que las monjas del sanatorio no la dejaban entrar a verlo. El cardenal ordenó a las monjas que la dejaran estar las veinticuatro horas junto a Jerónimo, y así fue. Clelia pudo estar a su lado los cuatro días que permaneció en coma. 

Luego de su muerte, Bergoglio comenzó a llamar a Clelia todos los domingos a las tres de la tarde. La última charla la tuvieron el domingo 3 de noviembre de 2013. El lunes 4, Clelia murió.

Clelia y Jerónimo se habían casado en 1994. Fue idea de Jerónimo, quien consideraba que era necesario como una forma de proteger a Clelia en caso de que a él le pasara algo. Además, resultó una muy linda excusa para celebrar. Ese día, luego del registro civil, fueron directo a su casa para brindar con familiares y amigos. Algo sencillo e íntimo, sólo para los amigos más cercanos.

Clelia y Jerónimo siempre estuvieron juntos. Y probablemente esos encuentros se estén recreando aún hoy en alguna otra dimensión, desde ese lunes 4 de noviembre de 2013.

Fuente: pagina12.com.ar

La historia de amor que hizo cimbrar al Vaticano
Por Luis Bruschtein
para Pagina 12
publicado el 21 de agosto de 2000

El amor entre Clelia Luro y el obispo Jerónimo Podestá y la decisión de ambos de vivirlo públicamente porque creían en una Iglesia democrática y comprometida con la realidad hizo cimbrar al Vaticano en 1967

Siempre tuvieron el apoyo del combativo monseñor Helder Cámara de Brasil.

Clelia Luro era una mujer separada, de 39 años, y con seis hijas cuando conoció en 1966 al obispo de Avellaneda, monseñor Jerónimo Podestá, de 45 años, quien para muchos estaba llamado a convertirse en cardenal primado. Sus compañeros de promoción habían sido los obispos Eduardo Pironio, Antonio Quarracino, y también de Raúl Primatesta. Ambos se enamoraron y decidieron que su unión debía reafirmar sus convicciones sobre la Iglesia. Podestá dio una lucha en dos frentes: por un lado el compromiso social que cobraba fuerza entre los sacerdotes y por el otro hizo público su amor por Clelia. Fue duramente presionado por obispos y por las autoridades militares, viajó a Roma, habló con el Papa, hasta que finalmente fue obligado a renunciar. Desde el llano ambos se convirtieron en presidentes de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados hasta la muerte de Podestá a los 79 años, el 23 de junio pasado.
--Había vivido diez años en un ingenio azucarero de los Patrón Costas. Me había concientizado allí. De Santa Fe y Callao, de pronto me casé y me fui a vivir al ingenio en Salta y empecé a vivir la realidad de los indígenas, la realidad del país. Era de una familia de clase media alta y no había tenido la oportunidad de vivir el drama de la gente. Había tomado cursos de medicina preventiva en la Cruz Roja, entonces agarraba el caballo y me iba a los huetes, las chozas de la zafra en Orán, a enseñar a alimentar a los niños, colaboraba con el médico del ingenio, hacía prevención, porque los chicos allí morían como moscas. De chica tenía una visión muy fuerte del Evangelio, del mensaje de Jesús, que no compaginaba en mí con la institución Iglesia. Entonces ahí pude desarrollar lo que había sentido, porque había querido ser monja. Me di cuenta de que no era necesario ser religiosa para trabajar con la gente.
--¿Y había leído teología, cuestiones sociales...?
--No, solamente el Evangelio. Me eduqué en el Colegio del Sagrado Corazón donde me echaban de las clases por rebelde. Orán fue madurando mi visión. Después me separé y vine a Buenos Aires con cinco hijas y embarazada de la más chica. Las puse pupilas en el colegio hasta que conseguí tenerlas, pero para eso tenía que trabajar. Años después quedé viuda. Entonces empecé en una empresa de ahorro y préstamo para automotor, para la vivienda. Hablaba de dinero todo el día y estaba harta hasta que con un amigo publicamos la revista Imágenes del país. En el Norte había quedado un cura que estaba alcohólico. El obispo de Salta, que me había ayudado en la separación, me sugirió que hablara con algún obispo para traer al cura Francisco. Llamé a Jerónimo y nos conocimos. Ha escrito páginas muy lindas donde cuenta cuándo me conoció. Dice que le impactó mi fuerza, que lo ayudé a abrirse. Fue encontrarse con lo femenino y sin peligro porque yo lo que pedía era por ese cura. Viajamos al Norte a buscar a este sacerdote que estaba tirado en la cama borracho y lo trajimos a Avellaneda y a partir de allí empecé a trabajar con él. Jerónimo era un líder en el país, era el obispo de los obreros, cualquier problema, huelgas, paros, él estaba con ellos. 
--¿Pero para ustedes fue muy importante el encuentro con monseñor Helder Cámara?
--Había una reunión del Celam en Mar del Plata y yo había oído hablar de Helder Cámara. Le dije a Jerónimo que iría a Mar del Plata y que tenía que presentarme a Cámara. Nosotros todavía no éramos pareja, pero nos había unido mucho el trabajo, había cruces de corazón y de ojos y de todo... pero para mí era un amor imposible. Fui a Mar del Plata y allí apareció Cámara, un hombrecito pequeño, pero un verdadero gigante y a partir de allí hemos hecho un camino de a tres, porque Cámara cuando me conoció, me dijo que tenía la señal de Dios. "Usted tiene una misión que cumplir" me dijo. Cuando Jerónimo me lo iba a presentar apareció el Nuncio, que no me quería, y prefirió hacerse a un lado. Yo tenía credencial de periodista, así que lo esperé a la salida entre un grupo grande de periodistas y la gente. Vino derecho hacia mí, me agarró las manos y me dijo todo. Y Cámara le dijo a Jerónimo: "No tengas miedo de Clelia, porque Clelia va a ser tu fuerza". Para Jerónimo, el camino conmigo era un camino querido por Dios, un camino marcado, por eso tuvo fuerzas para afrontar todo lo demás.
--En esa época estaba Onganía y no quería dejar a venir a Cámara...
--En esa época, monseñor Plaza, a quien yo trato siempre de no nombrar en esta casa igual que a José López Rega, le había pedido a Jerónimo que tratara de controlar a Cámara. Jerónimo no me lo había contado. Helder me dijo: "Lo han puesto a monseñor Podestá para que me controle". Y yo le contesté: "Pero él no lo va a hacer". "Clelia, a cada país que voy me ponen a un obispo progresista para que me controle" me contó Cámara. Ibamos a tomar el desayuno en el hotel Provincial con Helder y Jerónimo sin darme cuenta de que me rodeaban obispos y cardenales, y que todos estaban observando este puente entre Jerónimo y Cámara conmigo. El nuncio y Plaza lo querían a Jerónimo porque era muy inteligente, era una figura muy destacada y además era un hombre dócil. Lo querían para nombrarlo cardenal primado, como fue después Quarracino. Se lo dijo el nuncio una vez y cuando vio que estaba yo de por medio y que Cámara se unía más a Jerónimo, empezó a sentir que se le iba de las manos en la línea de la Iglesia progresista.
--¿Qué efecto produjo Cámara en Podestá?
--Encontró la idea que buscaba, y además la fuerza, porque Cámara fue como un mensajero para nosotros. El nos unió y esa unión a través de Cámara siguió hasta el final, hasta el año pasado que fuimos en febrero a festejar su último cumpleaños, sus 90 años. Concelebró misa con Jerónimo. Hablaba todas las semanas por teléfono con Cámara y grabé como 50 casetes, él lo sabía, por supuesto. Porque la historia de Cámara es una historia aparte. Fue controlado y silenciado con una especie de muerte civil e intraeclesial después que dejó la diócesis. Pusieron ahí al arzobispo Cardoso que es del Opus Dei, que desarmó todo lo que había hecho. Cámara pasó quince años en Recife, en un cuartito, callado, sin hablar, silenciado, sólo hablaba cuando iba al exterior.
--¿Quarracino y Pironio habían sido compañeros de promoción de Podestá?
--Fueron compañeros y más o menos también Primatesta. Quarracino tenía una formación de tipo más social al principio. Incluso estuvo cuando comenzaron los curas del Tercer Mundo. Pero después lo llevaron al Celam y allí López Trujillo lo fue captando...
--Finalmente se hizo muy reaccionario...
--Sí, porque el poder corrompe. Si vos querés el poder en base a ir contra tus principios, si querés ir subiendo de esa manera, a la larga terminás así. No todos porque finalmente aquí tuvimos obispos como De Nevares, Devoto, Angelelli, Hesayne y otros pocos en la Argentina y cardenales en algunos países, sobre todo en Brasil, que son hombres fuertes que han mantenido sus ideales.
--¿Y Pironio continuó la relación que tenía con Podestá?
--Pironio era muy obediente, más espiritualista. Quarracino era más político. Pironio nos quiso mucho, pero tuvo que obedecer. Cuando lo sacaron a Jerónimo de Avellaneda, Pironio le dijo que iría a ocupar la diócesis el 8 de diciembre, pero apareció el 3 con carros de la policía a la vuelta de la Curia porque los obreros habían amenazado con tomar las fábricas. Eran órdenes de la Nunciatura. Tuvieron miedo de que Jerónimo se opusiera. Una vez lo fui a ver a Pironio y le dije que le venía a traer el perdón de su hermano. Medio emocionado me dijo: "Tuve que obedecer". Y yo le contesté: "Te felicito porque te probaron en la obediencia hasta actuar así con tu hermano y eso para Roma es muy importante, te van a llevar a Roma, te van a nombrar cardenal y descuidate que te hagan papa". Después de veinte años lo encontré en Roma en la Vía de la Conciliación y ya era cardenal, me dio un abrazo.
--¿Y con Quarracino no se hablaban?
--No, yo creo que Quarracino le tenía miedo a Jerónimo. Una vez lo fue a hablar y no lo recibió. Jorge Bergoglio, que lo reemplazó, no ha sido así, habló con Jerónimo, que lo consideraba un hombre inteligente y sensible y se ha portado completamente distinto, lo fue a visitar a la clínica cuando estaba enfermo, antes que muriera.
--¿Quiénes fueron los que más conspiraron contra Podestá en 1967?
--El nuncio Humberto Monzoni, que consiguió la subvención de Onganía a la Universidad Católica a cambio de la renuncia de Jerónimo. Estaba Plaza, que en tiempos de Illia le había pedido a Jerónimo que le resolviera un problema que tenía con un banco. Jerónimo no quería y Plaza había prometido que se vengaría. Fue el que viajó a Roma con el vicario de Jerónimo a hablar con el Papa. Yo creo que al Papa no lo podían sensibilizar en ese momento con el tema social. Jerónimo andaba por todo el país difundiendo la "Populorum Progressio". Entonces buscaron atacarlo por el tema de la mujer. Y yo creo que Paulo VI era muy misógino y se sintió afectado. Este vicario y Plaza fueron a Roma. Después fue Jerónimo a hablar con el Papa. Le dijo: "Yo tengo un gran afecto por esta señora, no hemos pensado hacer pareja y me es sumamente necesaria, es un encuentro que me madura y me hace crecer". El Papa le dijo que tenía que prometerle que me arrancaría de su corazón. Y Jerónimo le contestó: "Usted no me puede pedir que arranque de mi corazón ningún sentimiento, me puede pedir que no haga escándalo, que no lo hago, pero el escándalo me lo están haciendo". Y después fue conmigo a Roma y me presentó al cardenal Benelli, secretario de Estado del Vaticano. Le dije que quería hablar con el sacerdote y con el hombre, no con el funcionario.
--Era la única mujer en ese mundo de hombres, en uno de los centros de poder más importante de Occidente...
--El problema era justamente ser mujer. Hablé con Benelli más de una hora. Cuando se ponía duro y en funcionario, le tomaba la mano y él volvía a aflojar. Le decía: "¿No ve que yo estoy trabajando con él nada más?, cuando celebramos la misa estamos en paz". "¿Y por qué habla en plural? insistía. "Bueno, porque en Argentina, después del Concilio, se dice: 'hemos celebrado la misa, demos gracias a Dios'". "Sí, pero él es el celebrante" me decía. "Sí pero yo soy el pueblo de Dios, sin el pueblo no sirve nada" le decía yo. Y todo el diálogo era así. El me decía: "Usted tiene que obedecer, Santa Teresa era obediente". "Santa Teresa era una desobediente, porque el nuncio Sega decía que no tenía que hablar y hubiera sido una monjita que nadie hubiera conocido, y ustedes hoy no la hubieran podido hacer doctora de la Iglesia, después de 400 años". "¿Y la virgen María?" me decía él. Y yo le contestaba: "¿Quién estaba al pie de la cruz cuando murió Jesús? Las mujeres, los apóstoles tuvieron miedo; Jesús era el que les daba fuerza y muerto Jesús esa fuerza se la daban las mujeres, como María". 
--Esa discusión que parecía entre dos amigos estaba cuestionando gran parte de la estructura de la Iglesia...
--Estábamos en el Vaticano, pero yo siento que todos los seres humanos somos iguales, nada más que en este mundo cada quien ocupa el lugar que le toca, desde el panadero hasta el Papa. No me inhibía nada de todo eso.
--¿Usted era como la bruja, el demonio que había dominado a un obispo?
--Claro, un día el nuncio le dijo a Basilio Serrano que la Cuarta Internacional me había puesto junto a Podestá para destruir a la Iglesia. Todo era así. Al final Benelli me dijo: "Bueno, pero si ustedes se quieren pueden estar juntos, pero que no los vean, porque cómo una mujer va a estar influenciando a un obispo". Me harté y le dije que yo no iba a ser su amante escondida porque no era nuestro camino. "El y yo vamos a luchar juntos dentro de la Iglesia, y si me lo dice un funcionario como una amenaza, no me da miedo, si lo dice el sacerdote con dolor, se lo agradezco y rece por nosotros". Lo que yo quería y lo que hice siempre ha sido hablar lo que siento y lo que pienso. Como dice el Evangelio: se tira una semilla y cae en una piedra o en tierra fértil. No pensé en convencerlo y no sabía si me iban a entender. 
--¿Y después volvieron a Buenos Aires?
--Sí, porque estaba planificado un gran acto en el Luna Park para difundir la Encíclica Populorum Progressio. El único orador iba a ser Jerónimo. La gente se enfervorizaba en las charlas que daba Jerónimo sobre la Encíclica, era la voz de los sin voz. Y yo lo acompañaba siempre. El más molesto con Jerónimo era el general Juan Carlos Onganía que había asumido después del golpe del '66 y empezó a presionar para que lo saquen.
--¿Durante ese tiempo seguía la presión contra Podestá?
--Sí, llegaban cartas del Vaticano y demás. En las cartas no me nombraban, decían "la consabida persona", que se separara de "esa mujer". "Deciles que me llamo Clelia" bromeaba con Jerónimo. Estaba muy metida en el lío, fue una época muy brava... Y después Jerónimo renunció, se fue a su casa en el campo en Córdoba, le habían dicho que su madre estaba enferma, había una orden del nuncio de que no lo dejaran salir de ahí. Quedó incomunicado por un tiempo largo, fue todo muy turbio. La gente no entiende, lo simplifica. Que Jerónimo renunció a todo por mí es verdad también. Pero si yo no hubiera sido como soy, quizás no hubiera renunciado. El vio que éramos dos que mirábamos para el mismo lado y que íbamos a luchar juntos. Fui su compañera de lucha, ésa era la cosa.
--Esa lucha lo llevó también a ser amenazado y al exilio...
--En 1974 lo amenazó la Triple A, al día siguiente que mataron a Silvio Frondizi. Arturo, el ex presidente y hermano de Silvio, le aconsejó que se fuera. Fuimos a Roma y al salir del Vaticano Jerónimo dio una conferencia advirtiendo del baño de sangre que se cernía sobre la Argentina y que había pedido a la Iglesia que hiciera lo posible para evitarlo. La Iglesia es muy responsable de lo que pasó. Excomulgó a Perón por quemar templos de piedra, que ni siquiera lo hizo él, y no hacía nada a los militares que estaban torturando y asesinando. Yo entraba y salía del país y eso le dije a monseñor Adolfo Tortolo en el '76: ¿por qué no excomulgan a los militares que están haciendo eso? 
--En la época en que fue obispo de Avellaneda llegaron las ideas de Teilhard de Chardin. ¿Cómo vio esa propuesta Podestá?
--En Avellaneda, cuando Jerónimo era obispo se hicieron las primeras experiencias de los curas obreros. Y después, cuando se gestó el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, también participó y empujó el movimiento.
--Pero Carlos Mugica era muy defensor del celibato...
--Con Carlos éramos muy amigos. Yo conversaba mucho con él y le decía que lo suyo era muy político. Ahora hay obispos y hasta cardenales que están de acuerdo con el celibato optativo. Pero nada madura si alguno no empieza a vivirlo y nos tocó a nosotros. La lucha no era sólo contra el celibato, sino por una Iglesia democrática, horizontal, comprometida con el mundo, con la justicia. Cuando no había ninguna asociación de derechos humanos, el hombre de la Iglesia que se jugaba era él. Estuvimos en Trelew y denunció la masacre. Algunos curas no querían discutir el celibato para no dar otro flanco en la Iglesia y tomaban distancia. Pero no hay revolución sin revolucionarios. Si no hacés la revolución en vos mismo antes que nada, para ser coherente con tu existencia, en primero querer la Justicia en vos y quererla en los demás, se trata de una militancia hueca que, cuando llegás al poder, te corrompe. Nosotros queríamos un camino de coherencia, aceptamos la marginación, porque Jerónimo tuvo cinco años de exilio político, pero toda la vida de exilio dentro de su propia Iglesia. Era un dolor fuerte para él. Veía una Iglesia que no avanzaba. Pero era muy seguro de sí mismo, de lo que hacía y nunca tuvo rencor en el corazón, siempre perdonó todo. Yo creo que le tenían una especie de temor.
--¿Por qué había esa especie de temor?
--Es que Jerónimo habló 30 años antes. Cuando dio la conferencia de la "Populorum Pogressio", en el Teatro Roma, nos vinieron a llamar porque se estaban quemando las cortinas de la curia y habían escrito en la pared: "Paulo VI traidor, Podestá comunista". Eramos todos comunistas los que hablábamos de la injusticia y enfrentábamos al gobierno por los problemas sociales. Hoy es pan comido. Después que terminó el tema del comunismo, el Papa habla del capitalismo salvaje sin problemas, pero antes no era así.
--El tema social se puede hablar, pero el tema del celibato sigue estando prohibido...
--La Iglesia sigue muy cerrada con la mujer. Hay 150 mil curas casados, más 150 mil esposas, más los hijos, tiene un millón de personas que quieren luchar dentro de la Iglesia. Jerónimo hizo una carta abierta al Papa. "A mi hermano mayor" se llama.
--¿Y cuándo decidieron ustedes formar pareja?
--En 1972, Jerónimo ya tenía la suspensión 'ad divinis', pero monseñor Adolfo Tortolo la hizo pública antes de tiempo para desligarse políticamente de nosotros. Teníamos que ir a declarar a la Cámara Federal del Crimen por el caso Salustro. Ellos nos estaban empujando ya a que viviéramos como pareja. Y efectivamente, poco tiempo después fue así. Después comenzamos a participar en las reuniones internacionales de sacerdotes casados y nos nombraron vicepresidentes. Jerónimo fue el único obispo que asumió una posición pública. Participamos en la organización de la Federación Latinoamericana de sacerdotes casados y en estos últimos diez años hemos viajado por todos los países de Latinoamérica. "Al fin encontré mi diócesis", me decía Jerónimo. Somos presidentes de la Federación. Digo "nosotros", porque creemos que debemos dar testimonio de pareja, de lo que significa la unión de un hombre y una mujer, no casados porque sí, sino a través de un compromiso común.

¿Por que Clelia Luro?. El pájaro canta hasta morir
Cuando Clelia vio que El pájaro canta hasta morir estaba muy a la vista y que su libro estaba escondido, se enojó con el librero. "Esta es la historia de un cura que se enamoró y abandonó a su mujer para llegar a cardenal, sin saber que estaba embarazada, es la historia de un hombre que renunció al amor por el poder" le dijo señalando el best seller. "Pero este libro --Me llamo Clelia-- es la historia de un obispo que no renunció a nada y menos al amor".
Clelia publicó su libro a pulmón y no tiene distribuidor. Ahora está escribiendo otro sobre monseñor Helder Cámara, que se titulará El mártir que no mataron. Y después escribirá otro sobre Jerónimo Podestá, su compañero, que murió hace dos meses, luego de 35 años de vida en común. "Por todo lo que vivimos, yo creo que son más de 70 años del tiempo normal."
La historia que protagonizaron conmovió a la opinión pública en su momento, pero no fue entendida y ambos dedicaron el resto de sus vidas a explicarlo. "Para Jerónimo --dice Clelia-- ser obispo significaba un compromiso con los humildes, era la voz de los que no tenían voz. Y no abandonó eso, sino que creía que el amor le ofrecía la posibilidad de profundizar ese compromiso, éramos compañeros de lucha".
No se trata solamente de una historia de amor, aunque también lo fue y muy fuerte, sino también una forma de asumir el compromiso con los demás como un compromiso con la verdad y con la coherencia. Sin embargo, esa actitud le valió a Podestá el exilio, tanto político como de la Iglesia. Fue perseguido por los dictadores como Juan Carlos Onganía, por los obispos de derecha como Antonio Plaza, por José López Rega y también muchas veces evitado incluso por muchos curas que no querían dar en ese momento la pelea contra el celibato.

Fuente: pagina12.com.ar