Carlos Pellegrini industrialista

Por Arturo Frondizi
Conferencia pronunciada el 27 de noviembre de 1984.(El texto de esta conferencia está tomado del libro Carlos Pellegrini en perspectiva, Biblioteca del Jockey Club, Buenos Aires 2007)


I.                     Introducción
El sentido espiritual que he querido darle a mi vida no me ha hecho despreciar la consideración de los problemas económicos, sino comprender la importancia trascendental que ellos tienen para la Nación. Por eso, esta noche me voy a ocupar del industrialismo a través de Carlos Pellegrini y de su vigencia en el pensamiento económico nacional.

II.                  Continuidad del pensamiento nacional
Uno de nuestros males ha sido y es no aprovechar el pensamiento nacional, cualquiera sea el origen político de quien lo haya expuesto o lo exponga. Grandes orientaciones e iniciativas son ignoradas. Algunas por ocultamiento deliberado, otras por pasión política, otras porque hieren intereses internos o externos que no quieren renunciar a privilegios legítimos. Necesitamos rescatarlas. Todo lo que ayude a la construcción de la Nación debe adoptarse renunciando a favorecer la perduración de viejas antinomias y la aparición de otras nuevas.
Cuando se estudia el pasado tenemos que hacerlo guiados pro una noción integradora de la historia. Necesitamos fortalecer nuestra conciencia nacional para asegurar la grandeza de la patria, afirmando la vigencia del Estado-Nación.

III.                Por qué exponer sobre Pellegrini
Estas razones me han impulsado a exponer y a reflexionar sobre el pensamiento nacional de un político conservador como Carlos Pellegrini, destacando su profunda vocación industrialista. No es un adversario; no comparto su filiación conservadora; no lo estudio como algo muerto. Es un compatriota que, a través de algunas de sus ideas fundamentales, está presente en la lucha de hoy para transformar a la Argentina como gran Nación.

IVOmisiones en los escritos de Pellegrini
Aunque a Pellegrini se lo ha reconocido como industrialista, con intención o sin ella, de él se destacan más otros aspectos. EI Jockey Club de Buenos Aires editó sus obras en cinco volúmenes. En ellas figuran notas y cartas intrascendentes al lado de piezas importantes. Sin embargo, cosa curiosa, hace muchos años, cuando leí la obra, observé que no figuraban algunas de las principales exposiciones de Pellegrini, en particular sus discursos industrialistas y proteccionistas en ocasión de los debates parlamentarios de 1876. No acuso, pero pregunto: ¿es una casualidad, o responde al pensamiento de quienes creían sólo en el destino agropecuario de la Argentina y no deseaban su industrialización? Sin embargo, en otros casos, el Pellegrini industrialista ha merecido reconocimiento.
Como un nuevo hecho curioso, semejante a la omisión de los discursos industrialistas en la obra mencionada, señalo lo que ha ocurrido con el libro El último Libertador, del teniente de fragata José A. Oca Balda, autor y obra que son casi total mente desconocidos. Ese libro, escrito en homenaje a Carlos Pellegrini, fue redactado antes de 1939 (fecha en que muere su autor) y publicado en 1942. En él se pone al descubierto el valor de la doctrina proteccionista de Pellegrini y se critica severamente el pensamiento antiindustrialista del famoso político y economista socialista Juan B. Justo.

V.                  La vida de Carlos Pellegrini
Antes de entrar en el fondo del tema, es decir, en el pensamiento industrialista de Pellegrini y en la vigencia de la mayoría de sus tesis económicas, mencionaré otros aspectos de su vida.
Me voy a ocupar sólo de sus conceptos positivos, porque Pellegrini era un ser humano, y como tal tenía sus defectos y sus falencias. No aspiro a glorificar, sino a rescatar pensamientos nacionales.
Carlos Pellegrini nació en Buenos Aires, el 11 de octubre de 1846. Hijo de un ingeniero francés que vino a incorporarse al país, fue un argentino de primera generación. Murió el 17 de julio de 1906. Durante estos 60 años, debemos marcar algunos hitos en la vida de Carlos Pellegrini.

1867: Interviene en la Guerra del Paraguay como alférez de Artillería.
1869: Se recibe de abogado presentando su tesis sobre Derecho Electoral. Ese mismo año se afilia al Partido Autonomista.
1873: Con 26 años de edad, es elegido diputado provincial.
1874: Diputado nacional, y en 1878 es reelecto para el período 1878-1882.
1879: Ministro de Guerra del presidente Nicolás Avellaneda.
1881: Senador nacional.
1882: Junto con un grupo de amigos, funda el Jockey Club de Buenos Aires.
1885: Vuelve a ser Ministro de Guerra, ahora del presidente Julio A. Roca, quien, en ese mismo año, le confía la responsabilidad de realizar en Europa las gestiones para consolidar la deuda pública.
1886: Integra la fórmula presidencial, como vicepresidente, con Miguel Juárez Celman.
1890: Durante la revolución de julio sostiene la autoridad nacional, asumiendo en el mes de agosto la Presidencia de la República, ante la renuncia del presidente Juárez Celman. Ese mismo año, a iniciativa suya, se crea la Caja de Conversión por la ley nº 2.741.

1891: En marzo, se concreta el Acuerdo Patriótico entre él, Mitre y Roca, y ese mismo año se crea el Banco de la Nación Argentina.
1893: Funda la Unión Provincial o Partido Conservador de la Provincia de Buenos Aires.
1895: Es elegido nuevamente senador nacional.
1906: Diputado nacional (año de su muerte).

Pero Pellegrini fue todo eso y mucho más. Fue Carlos Pellegrini. Ésta es una rápida enumeración de los cargos desde los cuales sirvió a su patria, pero entonces, como ahora, eran los hombres los que hacían los cargos, y es de ellos de quienes depende que el resto de la administraci6n trabaje para construir a la Nación o para servir intereses ajenos a ella. Pellegrini vio con claridad el camino ineludible que debía seguirse para conformar esa Naci6n y trabajó que no nos apartáramos del mismo. Entendió, en el siglo pasado, lo que algunos aún hoy no comprenden.

VINecesidad de una introducción general
Antes de exponer algunos aspectos centrales del pensamiento industrialista de Pellegrini y su proyección actual, es indispensable una introducción de carácter general. Como ello nos llevaría un tiempo excesivamente largo, nos limitaremos a la enunciación de las tesis básicas implícitas, total o parcialmente, en las ideas de Carlos Pellegrini:

VI. I. El objetivo principal es construir la Nación: una nación es mucho más que un territorio gobernado por un Estado. Una nación es una entidad política capaz de integrar socialmente al pueblo, democratizando el acceso a todas las oportunidades espirituales,  materiales y culturales; capaz de integrar geográficamente el territorio, suprimiendo los desequilibrios y la marginación de vastas regiones; capaz de integrar la economía, superando los estrangulamientos internos y externos que impiden su crecimiento y generan dependencia, esto es, transferencia gratuita de excedente económico hacia el factor externo.
Debemos saber qué clase de país queremos ser, defendiéndolo en sus distintos aspectos e indicando los métodos adecuados para alcanzar el objetivo. Todos estos conceptos estaban presentes, cien años atrás, en la obra de Carlos Pellegrini.

VI.2. La afirmación de la condición nacional es posible: la imposibilidad de la guerra nuclear, la progresiva disolución de los bloques de posguerra y la perspectiva de profundización de la coexistencia pacífica, en la que el enfrentamiento militar cede lugar a la competencia económica, crean condiciones para que los países capaces de hacer concurrir todas las energías comunitarias al objetivo de construir la Nación tengan hoy posibilidades de éxito ciertas, a diferencia de la situación de hace unas décadas. O sea que, pese a la concentración del poder mundial ya percibido por Pellegrini en el siglo pasado, la Argentina sigue siendo viable como Nación, El requisito es político: lograr la convergencia de clases, sectores y fuerzas políticas en torno a un programa de desarrollo nacional.

VI.3. La política internacional no puede ser exitosa si no sirve a un proyecto de desarrollo nacional: los intereses argentinos no podrán proyectarse con eficiencia internacionalmente, por mayores que sean los méritos de sus diplomáticos si, fronteras adentro, el país no avanza hacia la consolidación de su condición nacional. Esto fue claramente dicho por Pellegrini cuando se trataba el problema limítrofe con Chile y la consecuente necesidad de ocupar económicamente la Patagonia.

VI.4. Un proyecto nacional debe apoyarse en una política de desarrollo económico: es decir, en el logro de un crecimiento acelerado y autosostenido, en el que el excedente económico se acumule e invierta socialmente, al tiempo que se incorporen montos importantes de ahorro externo. Esto requiere una política que logre la unificación de todo el ámbito territorial en un solo mercado interno, intercomunicado y homogéneamente industrializado (integración horizontal); asimismo, requiere la fundación o expansión de aquellas industrias que generan bienes intermedios y de capital, para superar los estrangulamientos que plantea el actual perfil industrial. Las Cartas norteamericanas publicadas en 1904 muestran con claridad que éste era el modelo de país deseado por Pellegrini.

VI. 5. El desarrollo industrial necesita ser protegido: las tesis de Pellegrini sobre la necesidad de derechos protectores conservan toda su validez. Sin embargo, la protección es condición necesaria, pero no suficiente. Deben asimismo crearse, fronteras adentro, condiciones para que las industrias nacientes generen tasas de sostenida rentabilidad y siempre superiores a opciones especulativas locales o externas. Actualmente, hay quienes proponen el encarecimiento de la divisa como suficiente recurso protector. Aun, si fuera así, supondría renunciar al arancel como herramienta de política económica capaz de canalizar las inversiones hacia los objetivos trazados por el plan nacional.
Para desarrollar la economía no es indiferente fabricar caramelos o acero. Además, hay que decir que, si la industria tiene que estar protegida de la competencia externa, desde el punto de vista interno debe haber libertad de empresa y se debe asegurar el funcionamiento de la competencia, evitando el intervencionismo del gobierno, las trabas burocráticas y la acción de los monopolios estatales o privados, pues la empresa privada eficiente es rentable.

VI. 6. La sustitución de importaciones no significa autarquía: la producción local -en sustitución de la actual importación, en algunos casos circunstancialmente inhibida por la recesión que experimentamos- de productos siderúrgicos, químicos, celulósicos, petroquímicos, de maquinarias, combustibles, etcétera, lejos de suponer aislamiento es el requisito para una fluida y expansiva intervinculación con el mercado mundial. Tal sustitución posibilita capitalizar la economía y abastecer localmente lo que no podría ser provisto en suficiente volumen por la importación (entre otras, por razones de balance de pagos). Pero, además, permitirá aplicar la capacidad de compra externa -hoy consumida por la de aquellos productores de escasa complejidad tecnológica- a la adquisición de bienes de capital para modernizar el aparato productivo y elevar su productividad promedio. Por lo demás, hoy sólo exportan mucho aquellas naciones capaces de importar mucho, por disponer de mercados internos expansivos y solventes. Estos, a su vez, dependen de un desarrollo industrial integrado. Estos temas, adaptados a la época, fuero brillantemente expuestos por Pellegrini, en ocasión de los mencionados debates de 1876 y en otras numerosas oportunidades.

VI. 7. Las nuevas industrias de punta no sustituyen sino que complementan a las industrias de base: la electrónica, la informática, el desenvolvimiento de las telecomunicaciones, la industria espacial, la bioingeniería y la robotización son algunos de los capítulos que jalonan el avance tecnológico de las últimas décadas. Se ha propuesto desde algunos foros internacionales que nuestros países salteen el desarrollo industrial básico y se apliquen a estas modernísimas tecnologías. Ésta podría ser, quizás, la meta de un enclave orientado a la exportación. Una economía nacional, en cambio, necesita generar empleo, salarios, bienes de consumo e infraestructura material y cultural para, en nuestro caso, treinta millones de compatriotas y tres millones de kilómetros cuadrados. Tal objetivo no puede prescindir de una industrialización integrada desde las industrias básicas.

VI. 8. Los capitales externos, cuando se aplican a las prioridades del desarrollo (la integración horizontal y vertical) tienen un alto sentido nacional: una política económica que privilegie la inversión productiva creará condiciones para convocar capitales. Atraerá, en consecuencia, capitales locales hoy derivados a destinos improductivos, capitales argentinos expatriados y, por supuesto, capitales extranjeros, hacia inversiones de riesgo. Hoy, como un siglo atrás, si el Estado Nacional orienta esa capitalización hacia ramas de producción y zonas geográficas prioritarias, se afirmará la condición nacional, independientemente del origen geográfico de los capitales invertidos.

VI. 9. Sólo el desarrollo puede dar efectivo sustento al federalismo: como advirtiera Pellegrini en sus últimos discursos en el Congreso Nacional, no puede haber efectiva vigencia del federalismo con economías provinciales que languidecen. Y éstas sólo lograrán transformarse a partir de su industrialización. Ni siquiera la intervinculación física es, por si misma, garantía de progreso para el interior. (Recuérdese a la Mesopotamia, que profundiza su retraso aún después del túnel Paraná-Santa Fe y del puente Zárate- Brazo Largo).

VI. 10. Únicamente el desarrollo industrial puede permitir, en el mundo de hoy, un agro expansivo y de alta productividad y competitividad: confirmando las predicciones de Pellegrini respecto de la evolución de la economía mundial y en especial de la norteamericana, los grandes exportadores agropecuarios son hoy aquellos países que, al mismo tiempo, son los grandes productores industriales del mundo. Tales naciones son las que han alcanzado los más elevados niveles de industrialización (Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea, en primer término). No hay, pues, antinomia alguna entre campo e industria. Nuestro futuro desarrollo agropecuario exige un mercado interno expansivo, con gran poder adquisitivo, capaz de pagar altos precios por bienes de origen agropecuario; esto sólo puede generarse a partir de la industrialización. La misma industrialización permitirá dar al agro el necesario respaldo de insumos y tecnología que multiplique su productividad.

VI. 11. Las tesis del reformismo agrario interfieren el desarrollo: ni la división de la propiedad, ni la penalización impositiva a la baja productividad están en condiciones de promover la producción del campo. Esto se logra exclusivamente en función de asegurar alta tasa de retorno a la inversión en maquinarias, manejo, genética, instalaciones, asesoramiento tecnológico y prácticas administrativas racionales.

VI. 12. El papel del Estado: el Estado no debe interferir la actividad de la empresa privada que debe ser la base de nuestra economía, aunque tiene que trazar planes simplemente indicativos. A su vez se plantea el problema de orientar o no a las inversiones de capital extranjero. La economía del país requiere la fijación de prioridades; según algunos, esas prioridades deben ser establecidas por el mercado espontáneamente. Esto, en los hechos, significa quedar en manos de las grandes corporaciones, especialmente en esta época, cuando las multinacionales piensan que el concepto de Estado-Nación está superado y que es a ellas a quienes corresponde la planificación a escala mundial.
Nosotros creemos que, en esta etapa histórica, el Estado tiene todavía una función que cumplir. Se necesita un Estado chico pero fuerte, que establezca las prioridades en función del interés nacional, determinando el tipo de producción y la zona donde debe ubicarse. Las empresas estatales deben ser reducidas al mínimo y asegurar su funcionamiento eficiente para que no trabajen a pérdida. Pellegrini sostenía que el Estado no podía ser comercial o industrial pero reivindicaba su responsabilidad como orientador.

VI.13. La relación económica, social y humana entre empresarios y obreros: muchos empresarios han tenido la tendencia a disminuir los costos de las mercaderías sobre la base de pagar bajos salarios. El obrero defiende su derecho a la vida a través de un salario alto, mediante la huelga como arma. Reivindica, además, una jornada laboral, justa, condiciones de trabajo dignas y todas las garantías sociales que merecen. Esto puede encararse frontalmente a través de una lucha de clases o de una alianza de sectores y clases sociales para construir una grande y fuerte industria, como nosotros deseamos. Casi 80 años atrás, esto fue entendido por Carlos Pellegrini después de su segundo viaje a los Estados Unidos. Éste es el momento para considera el papel trascendental de los sindicatos, de las centrales obreras y empresarias. Frente a los intereses que luchan por no perder las ventajas materiales que resultan de que la argentina se un país agro-exportador, debe sostenerse la respuesta de una política de desarrollo para el hombre y para todos los hombres. La base de ese desarrollo será la inversión, la tecnología, el trabajo.
             No puede obviarse la responsabilidad del Estado que debe apoyar sin interferir; y también la responsabilidad del conjunto de los empresarios y la de cada empresario en particular. Aparecen infinidad de problemas entre los cuales cuentan el equipamiento, la organización moderna, la productividad del trabajo, los costos y la calidad.

VI.14. La enseñanza técnica: para sustentar los cambios de la estructura productiva, tal como lo reclamó Carlos Pellegrini, el país necesita incentivar la enseñanza técnica en todas sus formas.

VII.15. La economía argentina que necesitamos: en resumen, y aunque implique alguna repetición, quiero dejar en claro la economía que debe tener el país:

- Nuestra economía debe estar integrada verticalmente, desde la industria pesada a la liviana, de la energía y la minería al agro moderno, servida por una adecuada infraestructura de comunicaciones y transportes.
- No hay antinomia entre campo, industria y minería.
- El campo debe aumentar su producción sólo con las inversiones que permitan a1canzar otros niveles tecnológicos. Naturalmente, los precios deben ser remunerativos.
- El desarrollo industrial necesita protección, en el más amplio sentido de la palabra.
- Nuestra economía debe estar integrada horizontalmente. Es decir, debe cubrir toda la geografía argentina, evitando la concentración en una o pocas ciudades. Todo el territorio nacional debe ser un único mercado de producción y consumo, interrelacionado por estructura de comunicaciones y transportes.
- El factor dinámico por excelencia de nuestra economía debe nuestro mercado interno. Es el único modo de exportar productos industriales a costos variables, a partir de que el mercado interno cubra los costos fijos.
- Nuestras exportaciones deben contener mayor valor agregado. No debemos exportar trigo sino harina o productos manufacturados. No hay que exportar semillas oleaginosas sino aceites. Con un mercado interno que las respalde, y un tipo de cambio adecuado, nuestras exportaciones industriales pueden crecer aceleradamente.
- Debemos dejar de importar bienes de escasa complejidad tecnológica, susceptibles de ser fabricados en el país, y concentrar nuestro poder de compra externo en equipos y tecnología, de gran efecto multiplicador de la producción.

Todos estos puntos, explícita o implícitamente adaptados a los tiempos, constituían también el núcleo del pensamiento económico de Carlos Pellegrini. Hoy, como en tiempos de Pellegrini, la construcción de la Nación exige profundizar la lucha. El desarrollo permite dar satisfacciones a todas las aspiraciones sectoriales. Por razones políticas nacionales no hay sector popular que no se vea convocado por sus banderas. Por razones económicas objetivas, coinciden todos los sectores cuyo interés particular está asociado a la expansión del mercado interno. ¿Quiénes, entonces, pueden oponerse? Hay, indudablemente, intereses externos y locales, poderosos aunque minoritarios, que batallan por la preservación de un subdesarrollo del que medran. Pero hay también intereses políticos y económicos que defienden la idea del desarrollo nacional.



VII. Estructura de la economía argentina a fines del siglo XIX
La economía de fines del siglo XIX -agropecuaria y próspera- y la actual -relativamente industrializada y en crónico estancamiento- tiene un común déficit estructural: son, aquélla y ésta, economías desarrolladas y dependientes. En el primer caso, la demanda internacional expansiva de nuestras exportaciones, los bajos requerimientos del mercado interno, la feracidad virgen de nuestras pampas y una elevada productividad, relativa al resto del mundo, configuraban un subdesarrollo próspero pero no por eso menos condenado a su crisis. Esta inevitabilidad de la crisis fue advertida por López, Pellegrini y otros, a pesar de que el momento hacía difícil cuestionar el modelo agro-importador. La economía argentina de hace un siglo, la contemporánea y la del conjunto de los países llamados del Sur (designación práctica, aunque imprecisa), tienen las siguientes características, que definen su subdesarrollo:

a)       Son, en todos los casos, economías esencialmente primarias (si los precios relativos argentinos se expresaran en términos europeos, se advertiría que el aporte del sector agropecuario al producto total sigue siendo decisivo).  
b)      En todos los casos hay ausencias o, cuando más, crítica insuficiencia de los sectores productores de maquinarias y equipos y materias primas industriales básicas. Fundamentalmente se ha privilegiado la industria liviana dejando de lado la industria pesada y el autoabastecimiento energético. Esto agravó la dependencia exterior.
c)       Todos nuestros países son, esencialmente, exportadores de bienes con poco valor agregado y adquirentes de productos con alto valor agregado. Es esa estructura económica la que, en su relación con el exterior, se transforma en exportadora gratuita de riqueza social. Tal descapitalización crónica y su escasa aptitud propia de capitalización explican su retroceso relativo respecto de los países centrales.

Para un examen completo no hay que olvidar la presencia decisiva del factor externo que cuenta con aliados importantes en sectores internos. En nuestro caso, Gran Bretaña ha gravitado desde la colonia. Canning sintetizó el concepto diciendo que “Gran Bretaña sería el taller y América del Sur la granja”. Ya en la etapa de la organización nacional la economía argentina ingresó al teatro de la división mundial del trabajo donde algunos países son centros industriales y otros simples proveedores de materia prima. Dentro de esta división, a la Argentina se le reservó el papel de apéndice agrario de las potencias manufactureras.
A principios de este siglo, la gran mayoría de los dirigentes políticos había rechazado las ideas de Pellegrini acerca de la Argentina industrial. Por eso, políticos de todos los partidos proclamaban, en una u otra forma, su adhesión a la política británica. Pocas definiciones más claras que la de un diputado conservador, quien en enero de 1923, hablando a la Comisión Parlamentaria de Carnes, sostuvo:

Aunque esto moleste a nuestro orgullo nacional, si queremos defender la vida del país tenemos que colocarnos en situación de colonia inglesa en materia de carnes. Eso no se puede decir en la Cámara pero es la verdad. Digamos a Inglaterra: nosotros les proveemos a ustedes de carnes; pero serán los únicos que nos proveerán de todo lo que necesitamos; si precisamos máquinas americanas, vendrán de Inglaterra. (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, 1922, VII, p. 612).
Pocos años después, un senador radical yrigoyenista, coincidiendo con expresiones vertidas en la otra Cámara por el ministro de Relaciones Exteriores, sostuvo que:

Si hubiese la República Argentina de hacer alguna concesión a la nación británica, ella hubiera sido perfectamente justificada, desde el momento que la República Argentina debe su progreso y su desenvolvimiento especialmente a Inglaterra […].
En la administración anterior [gobierno de Alvear] se cometió el error de realizar compras importantísimas de material para los Ferrocarriles del Estado de Norte América. Ya sabemos, señor Presidente, el rumbo que ha tornado sus administraciones fiscales respecto de la producción argentina. Compramos sumas enormes de automóviles y otros artículos de producción norteamericana y nuestra exportación resulta nula y sin importancia en las adquisiciones, que sería muy justo que se hiciera de todo ese material que debe comprarse, a medida que se necesitase, por los Ferrocarriles del Estado, al Reino Unido, por cuanto esta nación nos favorece extraordinariamente, siendo la primera consumidora de frutos de nuestro país. (Diario de sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación, 1929, pp. 173-174).

Similar testimonio de lo que decimos lo dio otra personalidad argentina cuando agradeció en un banquete “los 800 millones de libras esterlinas que Inglaterra ha invertido en la Argentina”, dijo también que “la Argentina es una de las joyas más preciadas de la corona de su Graciosa Majestad”.
El pacto Roca-Runciman, firmado el 19 de mayo de 1933 y aprobado el julio del mismo año por la ley 11.693, aseguraba a los británicos un trato preferencial.
El ministro de Relaciones Exteriores del presidente Agustín P. Justo dijo en el Congreso: “Estamos en una dolorosa dependencia de los mercados exteriores”, y el ministro de Hacienda del mismo gobierno: “Somos simples satélites en la órbita de las grandes naciones”. Se mantuvieron situaciones inconcebibles tales como, entre otras, la de hacer pagar más arancel por la materia prima que necesitaban nuestras industrias, que por los artículos manufacturados.
Finalmente, queremos citar un párrafo del discurso pronunciado por el presidente Justo al inaugurar la 47º Exposición Rural en Palermo, en 1935; creemos que resume las políticas seguidas por quienes había olvidado el pensamiento de Carlos Pellegrini:

Nuevamente nos aprestamos a conciliar nuestros intereses recíprocos seguros de que la gran nación amiga [Gran Bretaña] habrá de considerar los nuestros, teniendo muy en cuenta las restricciones que nos hemos impuesto en las adquisiciones a otros países, los sacrificios reales para satisfacer las exigencias de sus mercados y la existencia de los cuantiosos intereses de sus connacionales en nuestro país.

VIII. Libre cambio y proteccionismo
Desde hace muchos años atrás, proteccionistas y librecambistas se han enfrentado, tanto en el campo de las ideas teóricas como en el de la lucha política. Esto ocurre en todas las partes del mundo y la Argentina no es una excepción.
Se entiende como proteccionista el sistema económico que favorece el trabajo nacional, en todas sus formas, reservándole al mercado interno, por ejemplo, a través de aranceles suficientemente elevados como para desalentar la importación frente a la producción local. Esto no implica la autarquía; por el contrario, más importan las naciones que más producen. Sólo que una economía integrada importa bienes de producción y de tecnología que la capacitan para producir más y no exclusivamente bienes de consumo, de nulo efecto multiplicador. Favorecer a la producción nacional implica tanto al sector agropecuario, al minero como al industrial. Los instrumentos a utilizar por los gobiernos van más allá de los derechos aduaneros; comprenden todos los instrumentos  de la política económica: tipos de cambio, impuestos, crédito, gasto público, etc. En un sistema proteccionista efectivo, todas las acciones del Estado deben conducir a incrementar el trabajo nacional incorporado a las materias que se transforman, única forma genuina de riqueza. En este sentido fue proteccionista la Constitución de 1853 en el inciso 16 de su art. 67 cuando dice:

Corresponde al Congreso proveer lo conducente a la prosperidad del país, al adelanto y bienestar de todas las provincias y al progreso de la ilustración, dictando planes de instrucción general y universitaria, y promoviendo la industria, la inmigración, la construcción de ferrocarriles, canales navegables, la colonización de tierras de prosperidad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias, la importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos interiores, por leyes protectoras de estos fines y por concesiones temporales y recompensas de estímulo.

Para saber si un sistema es o no proteccionista, conviene ver los hechos, más allá de las declaraciones. En un sistema proteccionista se debe alentar la formación de capital y su consecuente inversión productiva. Mal se puede decir que un sistema es proteccionista si desestimula la producción.
En un sistema proteccionista el tipo de cambio efectivo, o sea la combinación entre tipo de cambio, retenciones y derechos de aduanas, en ningún momento debe estar subvaluado inhibiendo las actividades de exportación y subvencionando la importación.
En un sistema proteccionista el crédito debe estar orientado hacia la producción en cantidad y costo compatibles con un sector privado en expansión; el Estado no debe competir con el sector privado por fondos escasos.
Estos ejemplos se pueden repetir al infinito. Todos ellos nos muestran, como lo dijeron López y Pellegrini en los debates de 1876, que el proteccionismo es un conjunto integral de políticas. También confirman que en la Argentina, contrariamente a lo afirmado muchas veces, no se aplicaron políticas proteccionistas, salvo lo ocurrido debido a las guerras mundiales o la experiencia de nuestro gobierno, entre 1958 y 1962. Si hay alguna duda, interróguese a cualquier productor, industrial o agropecuario, minero o del sector servicios, respecto a si el Estado estimuló la inversión, le dio reglas de juego claras, crédito suficiente, tipo de cambio adecuado, presión tributaria lógica, etc.
              Las tesis básicas del librecambio son:

a) La actividad econ6mica de cada país debe orientarse espontáneamente a las áreas donde su competitividad es mayor.
b) Los países deben especializarse en determinadas producciones, donde sus ventajas comparativas son mayores. Las exportaciones de esos productos deben servir para pagar las importaciones de todos los bienes de consumo y producción no fabricados en el país.
c) El arancel aduanero debe ser todo lo bajo que sea posible y único. La tarifa de aduana sólo sirve para recaudar fondos y no para orientar la producción.
d) Implícitamente, se piensa que no existe el deterioro de los términos de intercambio, que ocurre cuando se cobra menos por la materia prima que se vende y se paga más por los artículos importados que se compran. A su vez se cree que “la mano invisible” del marcado internacional asigna los recursos de acuerdo con las leyes de la competencia perfecta.

Excede a este trabajo hacer una crítica pormenorizada a las tesis librecambistas, pero quiero llamar la atención respecto de algunos puntos, comprendidos en la época por Pellegrini y otros industrialistas argentinos:
a)      No hay ningún país industrial del mundo que se haya desarrollado sin una decidida política proteccionista. Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania y Japón son ejemplos clásicos.
b)      En el mercado internacional, los precios no se forman en condiciones de competencia perfecta. En el mundo no hay libre movilidad de los factores de producción, especialmente los capitales; es obvia la rigidez transmitida por las inversiones existentes.
c)       El sector primario no puede dar trabajo a todos los argentinos.
d)      El trabajo, convertido en producción, es la única forma posible de riqueza social.
e)      Debido a los avances tecnológicos, los productos  industriales incrementan su valor agregado, años tras año.
f)        Medidas en unidades físicas, cada año se necesitan más materias primas para adquirir cantidades iguales de productos industriales.
g)      Los países exportadores de bienes primarios ni siquiera han podido incrementar los volúmenes exportados a un ritmo que les permitiera compensar la caída de precios relativos de sus exportaciones.
h)      Las únicas naciones exportadoras de productos agrícolas que no han retrocedido en su participación en el comercio y en el P.B.I. mundial son aquellas que, como Estados Unidos, Canadá y Australia, apoyaron el desarrollo de su agro con una fortísima industria, basada en su mercado interno.

En resumen, la diferencia principal entre proteccionistas y librecambistas radica en que los primeros entienden, de acuerdo con su visión histórica y conocimientos teóricos, que en ninguna época la espontaneidad social condujo a la construcción de una economía capaz de satisfacer todas las necesidades de trabajo y de consumo que se les plantea a las comunidades nacionales. Para los proteccionistas existen problemas cuya falta de solución impide el desenvolvimiento pleno y justo de la vida social. EI proteccionismo es historicista. El librecambismo no. Este último se mueve en el frío y sospechoso mundo de las abstracciones y de los intereses creados y no reconoce que los pueblos y los fenómenos económicos tengan historia, es decir, que las etapas previas condicionen a las posteriores.

IX. Proteccionismo y librecambio en la doctrina
Creo interesante repasar las herramientas teóricas disponibles en la época de Pellegrini.
Si bien antes de Adam Smith no hubo tratados sistemáticos de economía que abarcaran el conjunto del tema, en cambio, proliferaron los trabajos sobre aspectos parciales.
La llamada escuela mercantilista centró sus primeros estudios en la moneda. Desde entonces son los trabajos de Ortiz (1558) donde se decía que la abundancia de circulante fomentaba la producción de riqueza y se indicaba la necesidad de evitar la evasión de la moneda.
Jean Bodin (1530-1596) fue quien fijó los principios de la escuela mercantilista:
a)       Búsqueda de un saldo favorable en la balanza comercial.
b)      Derechos de aduana sobre la importación de productos terminados en el país.
c)       Primas a la exportación de productos fabricados en el país.
d)      Prohibición de exportar materias primas susceptibles de ser transformadas en el país.
e)       Libertad total para importar materias primas.

La aplicación de este tipo de política significó, en el caso de Inglaterra, el fomento de la marina mercante por la vía del monopolio; el sistema del pacto colonial, o sea prohibir la fabricación de manufacturas en las colonias que debían ser el mercado natural de las metrópolis; el apoyo a la industria y a las compañías dedicadas al comercio exterior.
             En la Inglaterra del siglo XVII, cuando Misselden (1608-1654) aludió al comercio libre, se refería a que existiese, para los ingleses, libertad de competencia y exportación. Denunció tanto a los monopolios de compañías de accionistas (del tipo de la Esat India Company) como a los competidores intrusos, o sea a los extranjeros. Hombres de negocios como Mun (1571-1641) y Child (1630-1699) se preocuparon de temas tales como la oferta monetaria y la tasa de interés. Numerosos artículos y libros criticaban las rigideces administrativas, resabio de la organización en gremios profesionales, típica del Medioevo. Era grande el contraste entre las actividades organizadas según la vieja usanza y aquéllas que, como la metalurgia y la de tejidos de algodón, seguían las pautas capitalistas.
             Los fisiócratas franceses tuvieron gran influencia en el devenir del pensamiento económico. No tanto por la anticuada concepción del Producto Neto Agrícola, sino por la difusión de sus tesis del libre comercio y el laissez faire, junto a las técnicas como la expuesta por Quesnay en su célebre Tableau (1758).
             En el campo de las ideas, los trabajos de Petty (1623-1687), Locke (1632-1704) y Hume (1711-1776) posibilitaron la gran síntesis a cargo de Adam Smith (1723-1790). La estructura económica y social inglesa estaba lista para el enorme salto cualitativo y cuantitativo que fue la Revolución Industrial. A fines del siglo XVIII, la producción industrial inglesa no tenía rival. Se habían dado las condiciones para que se eliminaran las trabas del mercantilismo y de los restos de la organización medieval. Las ventajas de Inglaterra ya habían sido adquiridas, gracias a las decisiones de sus reyes y hombres de Estado que, durante casi quinientos  años, habían ido transformando el país. Así fue que pasaron de ser una nación pastoril, sin flota, sin manufacturas y sin tradición comercial a dominar el mar el comercio internacional, a exportar productos industriales y a ser autosuficientes en cuanto a alimentos se refería.
             Paralelamente, Adam Smith había elaborado las teorías que necesitaban los industriales de su país, suficientemente fuertes entonces como para poder competir con cualquiera sin el apoyo de su gobierno. Su libro La riqueza de las naciones tuvo una inmediata repercusión y popularidad porque correspondía al momento histórico. Ochenta años antes, un trabajo de Sir Dudley North (1653-1734), donde se planteaba el laissez faire como mejor opción, había pasado sin pena ni gloria. En cambio, las ideas de Smith gozaron de múltiples difusores, entre los que se destacó Jean Baptiste Say (1767-1832).
             La teoría librecambista tuvo un importantísimo aporte cuando, en 1817, David Ricardo (1172-1823) publicó sus Principios de Economía Política y Tributación. Allí expuso la teoría de los costos comparativos, de algún modo el esqueleto teórico de las distintas escuelas librecambistas, donde se recomienda la especialización de los países. En planteo de Ricardo, atractivo en su lógica, no profundizaba acerca de la distribución del excedente obtenido a partir de la especialización. Además, el ejemplo se limitaba al intercambio de bienes de consumo, sin analizar lo que ocurre cuando se intercambian bienes de consumo por bienes de producción. Por otra parte, el mismo Ricardo reconocía que no había libre movimiento de capital entre las distintas naciones ya que por distintas causas, muchas veces se prefieren menores tasas de ganancia en el propio país que mayores beneficios en el extranjero. Tal como lo comprendieron nuestros proteccionistas López y Pellegrini, esto significa que el comercio internacional no asegura espontáneamente un flujo de capitales que buscan igualar la tasa de beneficio en todos los países.
En la práctica, el comercio libre ha cristalizado las situaciones de desequilibrio preexistentes.
Quien profundizó las teorías ricardianas fue el brillante John Stuart Mill (1806-1873). Estudió los fenómenos monetarios de la teoría de los costos comparativos y, utilizando las hipótesis de los economistas c1ásicos y sin tener en cuenta los fenómenos de concentración monopolística, llegó a la conclusión de que las ventajas se comparten. Es decir, todas sus observaciones quedan relativizadas por la hipótesis básica de que el mercado internacional se comporta como un mercado de competencia perfecta. Pese a su adhesión al libre cambio, Mill reconoció la necesidad de apoyar industrias nuevas.
A mediados del siglo XIX los librecambistas vieron concretarse sus deseos: las leyes de granos fueron abolidas, las actas de navegación fueron derogadas, en 1852 Gladstone presentó el primer presupuesto librecambista, con derechos aduaneros destinados únicamente a recaudar fondos. Comenzaban para Inglaterra 80 años de libre cambio, o sea, hasta 1931, sólo interrumpidos por la primera guerra mundial.
El francés Bastiat (1801-1850), y Cobden y Bright en Inglaterra fueron entonces los principales difusores del credo librecambista. Las tesis librecambistas tuvieron gran propagación pues se las quiso hacer responsables del desarrollo inglés y, por lo tanto, receta adecuada para los otros pueblos. Tal cual lo advirtió Pellegrini, la realidad era exactamente opuesta: Inglaterra se había hecho grande por la protección al trabajo nacional y consolidaba su posición hegemónica a través del librecambio.
No todas las naciones siguieron las tesis del librecambio. Alemania, país que llegó tarde a la primera revolución industrial, recuperó el tiempo perdido y, junto con Estados Unidos, encabezó la Segunda Revolución Industrial.
Uno de los responsables de esta expansión había muerto hacía unos años: Frederick List (1789-1846). Había vivido en los Estados Unidos y conocido la aplicación rigurosa de la protección al trabajo nacional. Tuvo como antecedente al filósofo Fichte (1762-1814), precursor de Hegel, quien en 1800 proclamaba la necesidad de que el Estado regulara las relaciones económicas internacionales. La principal obra de List fue Teoría de las Fuerzas Productivas, donde rebatió los principios de David Ricardo y su teoría de las ventajas comparativas.
List fue tan útil para Alemania como Smith y Ricardo lo fueron para Inglaterra. Nuevamente, comprobamos que las formulaciones teóricas siempre responden a las exigencias objetivas de la realidad.
En los Estados Unidos de principios del siglo XIX, la mayoría de los trabajos teóricos adherían a las concepciones proteccionistas de Hamilton. Tal es el caso de Raymond (1786-1849), que defendió las tarifas protectoras y habló explícitamente de pleno empleo, y de John Rae (1796-1872), cuya obra principal llevaba el siguiente polémico subtítulo: En el que se exponen las falacias del libre comercio y de otras doctrinas mantenidas en «La Riqueza de las Naciones». Desde un punto de vista teórico, el más importante fue Henry Carey (1793-1879). Mantuvo una polémica con Mill citada por López, quien conocía perfectamente la obra de ambos, al igual que sus discípulos Pellegrini, Cané y Hernández.
Quiero destacar que en Estados Unidos hubo también expresiones librecambistas como las de Isaac N. Cardozo (1786-1873), y pertenecieron a escritores del sur.
Por último señalamos la obra de los socialistas, iniciada en Inglaterra por Robert Owen (1771-1858) y en Francia por Saint Simon (1760-1825) y Fourier (1772-1837). La manifestación más importante se da en Karl Marx (1818-1883). En sus dos escritos fundamentales, El Manifiesto Comunista de 1848 y El Capital, cuyo primer tomo es de 1867, confluyen la economía clásica inglesa (especialmente Ricardo), la filosofía alemana (en particular Fitche y Hegel) y las teorías de los socialistas franceses mencionados.
Hemos hecho un somero repaso de las distintas expresiones teóricas disponibles en tiempos de Pellegrini. Esas obras fueron frecuentadas por él; sus distintas intervenciones como legislador nos demuestran que tenía un sólido manejo de los conceptos económicos. Nunca se dejó seducir por la lógica formal de las teorías ahistóricas. Siempre vinculó el análisis económico con la circunstancia histórico-social que le tocaba vivir.

X. Cómo se construyeron las grandes naciones
X. Gran Bretaña. Precisamente, si queremos buscar un caso de política proteccionista aplicada a una nación, Inglaterra nos brinda uno de los mejores ejemplos. Pasó de ser un país agropecuario mediano al rango de primera potencia mundial, no por intervención divina, sino por la decisión de sus gobernantes, que no confiaron en la espontaneidad e impusieron aranceles proteccionistas en los siglos XVI y XVII, cuando se experimentó la competencia de la manufactura de los Países Bajos. Inglaterra, en el siglo XVIII  cuando alcanzó su supremacía industrial, impulsó la política del librecambio. Es curioso que los defensores locales del librecambio hayan ignorado esta etapa de la experiencia inglesa. Los sectores que se opuesto a las mal llamadas industrias no racionales fueron duramente descalificados por Pellegrini, en numerosas oportunidades. Resulta difícil de comprender que quienes han admirado a Inglaterra hayan ignorado las sabias palabras pronunciadas por su rey Jacobo I, en los comienzos del siglo XVII, cuando resumió en una frase lo que todos los gobernantes argentinos debieran aprender:
            
Si la ley de la naturaleza conviene que prefiramos nuestro propio pueblo a los extranjeros, entonces será mucho más razonable que carguemos con impuestos  los productos extranjeros a que el pueblo de nuestro reino no trabaje.

También debieron recordar que el rey Jorge I, al inaugurar el Parlamento en 1721, dijo:

Es evidente que nada contribuye tanto al fenómeno del bienestar público como la exportación de los artículos manufacturados y la importación de materias primas extranjeras.

             Quienes debían saber mejor que nadie que la potencia industrial de Gran Bretaña se levantó al amparo más enérgico y definido de los proteccionistas estatales, propiciaron en nuestro país un libre intercambio comercial que permitió a la vieja y sólida industria extranjera arrasar rápidamente con nuestra incipiente  manufactura. Como bien decía Carlos Pellegrini, el librecambio inglés difundido al mundo a través de las doctrinas de Cobden, fue la forma superior y más perfecta de protección a las manufacturas inglesas.

X. 2. Estados Unidos. Estados Unidos ha sido y es un país decididamente proteccionista y no hay duda que a esto debe su actual poderío. Desde la fundación misma de la Nación norteamericana, su clase dirigente adhirió al proteccionismo masivamente. El 5 de diciembre de 1791, en su Report of Manufactures enviado al Congreso, decía Hamilton:

Mantener en igualdad de condiciones una competencia entre los establecimientos nuevos de un país y los establecimientos bien asentados en otro país, resulta impracticable. De ahí que las industrias del país más joven deben disfrutar de la extraordinaria ayuda y protección del gobierno.

Pocos años después, en 1815, Jefferson le escribió a Jean Baptiste Say:

Los derechos prohibitivos que impusimos a toda fabricación extranjera, que la prudencia nos exige establecer en nuestro país, sumados a la determinación patriótica de todo buen ciudadano de no usar artículos extranjeros que pueden ser hechos por nosotros mismos, sin considerar diferencia de precio, nos da seguridad frente a una reincidencia en cuanto a volver a depender del extranjero.

Estas ideas se reiteran en la carta que el mismo Jefferson envió a Benjamin Austin en 1816, y de la que extraigo este párrafo:

no comprar nada extranjero cuando puede obtenerse un equivalente de fabricación nacional, haciendo caso omiso de la diferencia de precio. La experiencia me ha enseñado que las fabricaciones son ahora tan necesarias para nuestra independencia como para nuestro bienestar.

Después de la guerra de secesión, que fue el triunfo de los industrialistas del Norte, el pensamiento proteccionista se manifestó con todo su vigor a través de Madison, quien, en 1889, dijo:

Nuestras manufacturas necesitan ser protegidas. La política de nuestro país estriba en obtener esa finalidad por medio de la restricción. De Inglaterra no derivamos otros beneficios sino los que le imponen sus propias necesidades.

             Tal vez una anécdota resume la actitud sin complejos de la dirigencia norteamericana: luego de la guerra de secesión y después de haber ejercido la Presidencia de los Estados Unidos, el general Grant fue invitado a una reunión librecambista, celebrada en Manchester. Allí contestó a los ingleses:

Señores, durante siglos Inglaterra ha usado el proteccionismo, lo ha llevado hasta sus extremos y le ha dado resultado satisfactorios. No hay duda de que a ese sistema debe su actual poderío. Después de esos dos siglos Inglaterra ha creído conveniente adoptar el libre cambio, por considerar que ya la protección no le puede dar nada. Pues bien, señores, mi conocimiento de mi patria me hace creer que dentro de de doscientos años, cuando Norteamérica haya obtenido del régimen protector todo cuanto éste pueda darle, adoptará definitivamente el libre cambio.

Las razones que impulsan a la Argentina a promover sus ilimitadas posibilidades industriales son exactamente las mismas que en siglos anteriores propiciaron la industrialización de las potencias modernas.
             La experiencia norteamericana le hace decir a Carlos Pellegrini en 1904:

Es que estamos examinando lo que reputamos nuestro modelo: es que nuestro ideal nacional es ser mañana lo que este pueblo es hoy y ocupar algún día en el planeta, lo situación que él ha conquistado ya. (C. Pellegrini, Obras, III, p. 423).

También podríamos haber tomado los casos de Alemania y Japón como ejemplo del éxito de políticas proteccionistas serias y con continuidad. No lo hacemos ahora por exceder el marco de este trabajo.

XI. Antecedentes del pensamiento proteccionista en la Argentina.
             En toda comunidad, a partir de la existencia de una actividad económica, aparecen los problemas propios de la producción y de la distribución de bienes y servicios; y consecuentemente los análisis con mayor o menor contenido teórico. El Rio de la Plata no fue una excepción. Durante la conquista y en plena época colonial hubo numerosos escritos sobre temas económicos. Antes de Mayo, Lavardén ya indicaba la necesidad de alentar el trabajo, como única forma de riqueza. EI litoral expresó sus ambiciones a través de los trabajos económicos de Belgrano y Moreno. EI gobernador correntino Ferré defendió la necesidad de proteger las producciones del interior frente a la competencia de las manufacturas europeas.
Y como estos hay mil ejemplos, uno de los más significativos la ley de Aduana de 1835, que satisfacía las necesidades del interior. También se destacan los trabajos de Esteban Echeverría sobre la organización económica de la Argentina.
Ya avanzado el siglo XIX se consolidó en la Argentina un pensamiento claramente proteccionista. La experiencia de los cambios mundiales y las presiones de orden interno, determinaron formulaciones y afirmaciones rotundas.
En 1871, en la Revista del Río de la Plata, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez y Andrés Lamas se pronunciaron en defensa de las nacientes industrias nacionales frente a la presión ejercida por las mercaderías extranjeras importadas manufacturadas, inc1uso con materias primas nacionales (caso de la lana que se exportaba y volvía como tejido). Con gran prudencia defendieron a la industria que  se abastecía elaborando la materia prima del país, lo que las hacía libres de las eventuales crisis. Previnieron que estaba lejos de ellos “la idea de pregonar las excelencias del sistema proteccionista absoluto pero sin limitarlo a la manufacturación de la materia prima que caso espontáneamente produce el país”.
En la historia de nuestra industria debe valorarse la influencia que han ejercido las crisis económicas y las guerras mundiales. Precisamente, la crisis económica de 1873 fue un factor que impulsó ese pensamiento proteccionista, el cual se afirmó en el alsinismo de esa época. La escuela de Vicente Fidel López, tomaba como modelo el desarrollo económico de Estados Unidos que tendía a integrar la economía vertical y horizontalmente. En ese grupo encontramos a Carlos Pellegrini, Miguel Cané, Aditardo Heredia, José Hernández, Rafael Hernández, Aristóbulo del Valle, Dardo Rocha y tantos otros. También habría que mencionar los debates de la Legislatura bonaerense, donde predominó la tendencia proteccionista a partir de 1873.  
Ahora, ocupémonos de Pellegrini.

XII. Examen de los principales conceptos de Pellegrini
XII. 1. Fuentes y materiales utilizados
Hemos trabajado con:

a) Diarios de Sesiones de las Cámaras de Senadores y Diputados de la Nación.
b) Los cinco volúmenes de las Obras de Carlos Pellegrini, publicadas por el Jockey Club de Buenos Aires en 1941.
c) La tesis de abogado de Carlos Pellegrini.
d) EI Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación correspondiente a agosto de 1876, oportunidad en que se debatió la Ley de Aduanas.
e) EI discurso que pronunció el 26 de septiembre de 1880, sosteniendo la necesidad de construir el puerto de la Ciudad de Buenos Aires.
f) Los mensajes que, como Presidente de la Nación, dirigió al Congreso el 19 de agosto de 1890, el 17 de diciembre de 1890, el 9 de mayo de 1891 y el 24 de mayo de 1892.
g) EI discurso del 26 de octubre de 1897, cuando se inauguró el Banco de la Nación Argentina.
h) EI discurso pronunciado en ocasión de la Asamblea de Notables, el 6 de marzo de 1891.
i) Sus discursos en el Senado de la Nación del 17 de noviembre de 1896 y del 15 de junio de 1901 sobre la deuda externa.
j) EI discurso pronunciado en la Unión Industrial (1897).
k) Su defensa en el Senado de la Ley de Conversión monetaria, efectuada en octubre de 1899.
l) Las cartas que dirigió en junio de 1892 al Dr. Ángel Floro Costa, y el 30 de diciembre de 1903 al general Alberto Capdevila, en las que expuso con amplitud su pensamiento económico y su programa como candidato a Senador Nacional.
m) Las llamadas cartas norteamericanas, publicadas en La Nación en 1904 u 1905.
n) Su discurso en el Senado, durante la Sesión del 9 de mayo de 1906, cuando se refirió a la crisis política del sistema.

XII. 2. Influencia del padre
Su padre, Carlos Enrique Pellegrini,  saboyano, había llegado al Río de la Plata en 1842. Alternó su profesión de ingeniero con múltiples actividades: retratista, estanciero, estadígrafo, periodista y hasta empresario teatral. Este ingeniero aficionado a la economía escribió en 1849:

La verdad es que con el moderno principio de laissez faire perecerá, necesariamente, el germen de las más interesantes industrias que todavía se conservan en el interior.

Y al referirse a las distintas colonias de inmigrantes que recibían los Estados Unidos, dijo: «La industria y la libertad, he ahí el fundente que hizo de estos elementos heterogéneos, una masa indisoluble».
EI pensamiento del padre dejó su marca en Carlos Pellegrini. Por eso no es extraño que en su tesis universitaria, formulara algunas proposiciones al respecto. En la segunda de ellas indicaba que: «La protección del gobierno es necesaria para el desarrollo de la industria en la República Argentina». Además, Pellegrini defendió el voto femenino en una época en que la mujer no era considerada en lo más mínimo en los aspectos políticos y sociales. Pensemos que tenía 22 años y que corría el año 1866.

XII. 3. La Escuela de Vicente Fidel López
En la Argentina posterior a Caseros, la mayoría de los hombres políticos adhería a los principios del librecambio. Todo acercamiento doctrinario al proteccionismo era sospechoso de rosismo y por ello descalificado. Con el correr de los años, y ayudados por la evidencia de las primeras crisis del esquema librecambista, fueron surgiendo voces como las de Emilio de Alvear, Montes de Oca y Ezequiel Paz, que propusieron medidas de protección a la producción nacional. Pero, sin dudas, Vicente Fidel López fue, desde la cátedra y desde la banca de legislador quien mejor expuso las tesis proteccionistas en relación a la República Argentina. A su lado se formó una generación que tuvo en Carlos Pellegrini su síntesis más brillante y con sólidas figuras como Miguel Cané, Rafael Hernández y Eduardo Madero.
             Entre las tantas simplificaciones que se divulgan entre nosotros, sobre la base del falseamiento de la verdad histórica, está la de la consideración de la generación del ochenta como un todo homogéneo. Esto no fue así.
             Si bien todos aquellos hombres compartían la devoción por el progreso y  concebían a la Argentina del futuro como un país rico y poderoso, había profundas discrepancias respecto de cómo alcanzar estos objetivos. Un grupo, en el que sobresalió Pellegrini, planteaba la necesidad de una Argentina industrial, no limitada a la producción agropecuaria ni dependiente de los favores del clima y del mercado internacional. Otro, el que prevaleció en los hechos, entendía que el país debía ceñirse a su condición agroexportadora,  ya que no valía la pena recorrer los arduos caminos de la industrialización. La prosperidad creciente y eterna iba a sustentarse en nuestras cosechas y ganados, supuestamente solicitados al infinito y a buen precio por los países europeos.
             La realidad se encargó de desmentirlos en el propio siglo XIX, cuando algunas de las crisis europeas repercutieron en la demanda de nuestros productos, pero mucho más dramáticamente aún en el siglo XX, sobre todo a partir de la década del treinta.
             El proteccionismo reclamado por Pellegrini y los otros discípulos de López iba mucho más allá de altos gravámenes de aduana. La banca y el crédito, la moneda, las inversiones públicas y privadas, la deuda externa y el mantenimiento del crédito internacional, la reserva del mercado nacional y hasta la organización gremial de los trabajadores y su derecho a huelga fueron temas tratados coherentemente respecto al objetivo principal de desarrollar las fuerzas de la producción, tanto en el agro como en la industria.

XII.4. Proteccionismo o libre cambio, el debate de 1876
             En agosto de 1876, López y sus discípulos protagonizaron, en la Cámara de Diputados de la Nación, un debate memorable acerca de la Ley de Aduanas.
EI proyecto de ley mandado por el Poder Ejecutivo, en la práctica, unificaba los aranceles. Su propósito era eminentemente fiscalista, renunciando a orientar la producción. La Comisión de Presupuesto de la Cámara, presidida por el joven diputado Pellegrini, rechazó el proyecto del Ejecutivo y presentó uno alternativo En éste se pedían elevados derechos de aduana, un 45%, para la importación de artículos de consumo susceptibles de ser fabricados en el país, y se liberaba de todo impuesto a los artículos destinados a ampliar la producción nacional. Paralelamente, para recaudar fondos, se gravaba parcialmente la exportación con un 6 %.
El ministro Norberto de la Riestra concurrió al recinto para defender su proyecto. De la Riestra era una persona de prestigio, muy vinculado al mundo de los negocios como que había integrado la firma Nicholson, Green & Co. de Liverpool, (después sus socioos fueron accionistas importantes del Ferrocarril del Sur), culminando su carrera privada cuando fue nombrado Director Presidente del Banco de Londres y Río de la Plata. El ministro inició el debate, y cito algunos de sus párrafos:

¿Cuáles son los artículos que se gravan? ¿Los fideos y la galleta? es decir como si no fueran tan necesarios estos artículos para vivir [...] ¿Por qué se grava a este artículo en especial? Por la protección de la industria se dice: pero Sr. toda la vida hemos tenido fábrica de fideos, que jamás han logrado hacer fideos como los que nos vienen de Europa. [...]
Lo mismo digo, Sr. Presidente, del calzado y de la ropa hecha. [...] Para favorecer a mil personas que se ocupan de hacer zapatos recargamos a 200.000 almas que están calzadas [...] porque las industrias no se implantan en un país por medios artificiales, sino por medios naturales, es decir, cuando abaratan los jornales y cuando aumenta el capital creador.

La respuesta de Pellegrini fue:

Es cierto, tenemos que andar vestidos y calzados, y el fideo y la galleta sirven para nuestro alimento. Pero yo digo, un impuesto alto en el calzado produciría una disminución en la importación de ese artículo pero no se puede compensar con la producción nacional […] de esta manera no se resiente el consumo […] El señor Ministro pide que se baje el impuesto a la ropa hecha, pero pide que se aumente sobre los arados, trilladoras y segadoras. Entonces digo, el aumento del impuesto sobre estos útiles importa la disminución de nuestra producción agrícola, importa atacar una de nuestras principales fuentes de riqueza. Y yo digo, entonces a la Cámara si cree que es lo mismo para la República Argentina que se importen más arados y menos levitas. Sobre esto no puede haber ninguna duda.

Paradójicamente, cien años después, el ejemplo de Pellegrini con los arados y las levitas sigue vigente. Como signo de nuestro atraso, a un siglo de distancia, todavía hoy se discute si se debe aceptar que el mercado y no el Estado, determine si debe producirse en el país, caramelos o acero.
             La respuesta del ministro de la Riestra fue una encendida defensa del librecambio y una crítica abierta al proteccionismo. Dijo entonces:

Debiéramos concentrar todas nuestras miras, dejar completamente libre la producción del país, para que, por este medio, pueda competir con esa producción extranjera […] Terminaré diciendo estas últimas palabras; abrigamos la doctrina de que el libre cambio universal representa la baratura de los productos en todo el mundo, con la distribución del trabajo; la distribución del trabajo es la baratura de los productos. Profesamos esa doctrina aplicable a todos los países del mundo porque creemos que no tenemos que discutir como si se tratara de alguna tierra que formara parte de otro globo, o de una Nación regida por otras leyes que las demás …

El debate se centró en que si la Aduana era un ente recaudador de impuestos o, además, una herramienta para proteger al capital y al trabajo nacional.
Las intervenciones de Norberto de la Riestra resumen la posición de los librecambistas. Pellegrini, López, Cané, Alcorta, Funes y Madero contestaron en todos los planos las observaciones de los defensores del librecambio.
He elegido algunos párrafos de las exposiciones de Pellegrini en 1875 que creo sirven para nuestra reflexión. Dijo entonces el joven diputado:

Es un hecho que nuestra situación económica, nuestro país como industria, como población y como riqueza se halla en condiciones completamente distintas, diametralmente opuestas a las que se encuentran otras naciones que han hallado en el libre cambio el secreto de su prosperidad.
Todo país debe aspirar a dar desarrollo a su industria nacional; él es la base de su riqueza, de su poder, y de su prosperidad; y para conseguirlo debe alentar su establecimiento, allanando en cuanto sea posible, las dificultades que se opongan a él.
Sr. Presidente, cuando un género de industria se plantea por primera vez, es imposible, salvo circunstancias muy excepcionales, que sus productos puedan desde un primer momento sostener una competencia con los productos de la misma industria establecida de tiempo atrás.
El costo de producción disminuye a medida que la industria se perfecciona.
La preocupación existe de que el producto del extranjero es mejor que el de la industria nacional. [...] Es indudable que no producimos ni podemos producir por algún tiempo ciertos productos de la misma calidad que los importados, pero esto no quiere decir que todo producto extranjero tiene que ser de mejor calidad que los nuestros, y que no podamos llegar a igualarlos o superarlos.
En vista de estas verdades, y por anhelar el establecimiento de la industria nacional, la consecuencia se presenta forzosa y nos indica que debemos protección a la industria naciente, y esa protección debe ser dispensada en la forma que la Comisión lo propone.
Si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata a la industria naciente.

Ya continuación, un párrafo también muy actual:

Los que han defendido ciegamente teorías sostenidas en otras partes, no se han apercibido que apoyaban intereses contrarios a los propios.

Y como culminación, señalaba:

Cuando esta cuestión se discutía en el Parlamento ingles, uno de los ilustrados defensores del libre cambio dijo: «Que él quería, sosteniendo su doctrina, hacer de la Inglaterra la fábrica del mundo y de la América, la granja de la Inglaterra» y decía una gran verdad, Sr. Presidente, en que gran parte se ha realizado, porque en efecto nosotros somos y seremos por mucho tiempo, si no ponemos remedio al mal, la granja de las grandes naciones manufactureras.

La evolución económica del mundo ha ratificado estas previsiones. Se ha mantenido hasta nuestros días el modelo de intercambio que preocupara a Pellegrini y, como él sostenía, se produjo nuestro empobrecimiento relativo. Respecto de la vulnerabilidad de nuestra economía decía:

Yo pregunto, señor Presidente, ¿qué produce hoy la provincia de Buenos Aires, la primera provincia del la República? Triste es decirlo, sólo produce pasto y toda su riqueza está pendiente de las nubes. El año que ellas nieguen riego a nuestros campos, toda nuestra riqueza habrá desaparecido.

Demostrando que nuestros proteccionistas tenían una comprensión cabal de la generación del valor, fruto de la mejor tradición clásica, cito este último párrafo:

Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto. Es necesario economizar hasta donde nos sea posible el valor en trabajo que hoy pagamos al extranjero, porque esa economía aumenta en otro tanto nuestra riqueza.

XII.5. Pellegrini, Presidente de la República
La carrera política de Pellegrini fue tan brillante como rápida. En ocasión del debate citado tenía 30 años. Cuatro años después fue electo senador nacional, luego de haber tenido una destacada actuación como ministro de Avellaneda, a quien ayudó a resolver la cuestión capital. Él, que tanto quería a la ciudad de Buenos Aires, era y actuaba como argentino antes que como porteño.
Llegó a la Vicepresidencia después de haber sido ministro de Guerra de Roca hasta el último día de su gobierno. Tenía entonces un gran prestigio y peso político propio. Por su gran habilidad pudo preservar su figura del descrédito creciente en que se desenvolvió el gobierno de Juárez Celman.
A causa de la Revolución del Noventa, renunciante el Presidente, asumió la Presidencia de la República con la energía y claridad de los grandes estadistas. Llevo a cabo un plan económico de emergencia, coherente con sus ideas básicas de siempre: la riqueza está en el trabajo, la producción nacional debe ser alentada y protegida, el crédito y la moneda deben concebirse en función de la producción y su antecedente inmediato, la inversión.
Por eso, en su primer mensaje como Presidente al Congreso sostuvo: «Los productos se pagan con productos; y todo esfuerzo contra ese axioma económico es a la larga estéril y ruinoso».
Don Vicente Fidel López, gran amigo y maestro de Pellegrini, colaboró desde el Ministerio de Hacienda. Victorino de la Plaza viajó a Londres como comisionado del Gobierno y llegó a un acuerdo con los acreedores que, en la práctica, significaba tener cubiertas las necesidades de fondos para los próximos tres años; en ese período, se consideraba que las medidas de ordenamiento financiero interno, las economías en los gastos del Estado y los resultados del aliento a la producción nacional y la reducción de las importaciones permitirían restablecer la normalidad en las relaciones con los acreedores. También fundó la Caja de Conversión (1890), durante muchos años pieza clave del sistema financiero de entonces.

XII. 6. Fundación del Banco de la Nación Argentina: el crédito interno
Congruente con su línea de pensamiento, fundó el Banco de la Nación Argentina, cuya primera presidencia fue confiada a Vicente Casares, verdadero pionero de la industria argentina. Decía Pellegrini en el mensaje proponiendo al Congreso la creación del Banco:

Un gran Banco Nacional que abarque en su giro la República entera, es entretanto de una necesidad indiscutible. Es condición de vida para la industria nacional y son los numerosos progresos industriales que el actual Banco [Nacional] ha promovido, patentes hoy en todas las provincias.
La Nación hace un sacrificio [...] pero ese sacrificio será compensado con usura si por ese medio se consigue restablecer y reanimar el movimiento industrial y comercial, para que por el mismo se normalice la circulación monetaria.

En el breve discurso pronunciado en octubre de 1891, al declarar instalado el Banco de la Nación definió claramente los objetivos de la institución. Dijo entonces:

Este Banco se funda únicamente en servicio de la industria y el comercio, y vosotros conocéis bien sus necesidades y estáis en aptitud de atenderlas. Si alguna recomendación pudiera haceros, sería a favor de un gremio que no ha merecido, hasta hoy, gran favor de los establecimientos de crédito, y que es, sin embargo, digno del mayor interés. Hablo de los pequeños industriales. La verdadera industria en un país nuevo es la que nace de su seno, crece y se desarrolla por el esfuerzo inteligente y perseverante, amoldándose al medio en que va a vivir y adquiriendo cada día nueva experiencia que la vigoriza.

XII.7. Conceptos de política monetaria
             En los prolegómenos de la crisis del Noventa, escribió desde Bruselas a su hermano Ernesto, en julio de 1889:

Si se disminuye la circulación en cantidades fuertes puede venir la crisis seria. No creo  que esté probado que sea un exceso de circulante lo que deprecia el papel y dudo que sea esta la causa, cuando veo los intereses tan elevados. El precio del oro es un efecto de varias causas y es un error querer curar directamente los efectos. […] No es con retirar papel y aumenta ro, que se valorizará de manera permanente la moneda. El mal está en la industria y en la producción, que hace años es insuficiente y el año pasado ha sido muy malo por la pérdida de las cosechas. Acaban de salir de Francia para el Río de la Plata cuatro cargamentos de trigo, fuera de los de cebada y avena que salen continuamente, y extrañan que el  oro esté a 170. Me dirá ¿qué hay que hacer entonces? Proteger la industria por todos los medios; y dejarse de Bolsa y Tesoris y bimetalismo y música celestial, ¡Con todo esto no vamos a pagarle a Europa los millones que le debemos remitir anualmente!

                 Tanto desde el Poder Ejecutivo como desde la banca, Pellegrini comprendió cabalmente cuál era el rol de la moneda en el proceso productivo. En 1890 fue emisionista para sacar la producción de la parálisis causada por la crisis bancaria y la consiguiente desaparición del crédito. Decía en el Senado, durante la sesión del 17 de noviembre de 1896, defendiéndose de la acusación de emisionista empedernido:

¿Por que se hicieron esas emisiones, señor Presidente? […] La quiebra del Banco Hipotecario, señor Presidente, importaba […] arrebatar al país ese instrumento de progreso y de trabajo, que tan inmensos servicios había prestados a la industria nacional, y destruir una obra que había costado mucho tiempo crear. [...] Los grandes bancos habían caído; la República entera no tenia dónde ocurrir a obtener un solo peso sobre su crédito para las necesidades de su comercio y la industria; faltaba a la República este órgano indispensable para su desarrollo económico; era necesario crear un banco [...] , había que crear un Banco y la administración lo creó; pidió al crédito de la Nación 50 millones, lanzó la emisión y fundó un establecimiento que, al cabo de cuatro años, ha establecido noventa, sucursales, extendiendo su acción benéfica a toda la República; es, en muchas partes, la única institución de crédito que sostiene a la Industria y al Comercio; ha entregado al trabajo nacional mil millones de pesos, y hoy forma parte indisoluble de nuestro organismo económico. Tuvimos razón de ser emisionistas.

Estos conceptos de Pellegrini merecen nuestra reflexión, en momentos que se utiliza la restricción del crédito al sector privado como herramienta favorita para combatir, presuntamente, la inflación.
En su oportunidad, Pellegrini combatió la sobrevaloración del peso papel, en todas sus variantes. Los argumentos de fondo siguen siendo válidos hoy. Pellegrini sabía que la producción nacional necesitaba protección más allá de las tarifas aduaneras altas. Necesitaba crédito abundante y una relaci6n fija y adecuada entre el papel moneda de circulación interna y el peso oro utilizado en las transacciones internacionales.
Después de la crisis del Noventa, a partir de 1895, la abundancia de metálico sobrevaloraba el peso papel arruinando a los productores, especialmente a los industriales.
El peso papel estaba en pleno proceso de valoración, lo que implicaba subvencionar las importaciones, deprimir las exportaciones, o sea, castigar en todas formas el trabajo nacional. En el Senado defendió 1a ley monetaria de 1899 que fijó la relación en peso papel igual a 44 centavos de peso oro, tipo no total mente satisfactorio para la industria, pero que impedía que continuase el proceso de valorización del peso papel. Dijo entonces:

Se podrá discutir si la equivalencia que propone el Poder Ejecutivo entre el peso moneda nacional papel y el peso moneda nacional oro es o no equitativa; pero no se podrá discutir jamás el derecho que tiene la Nación a fijar ese equivalente.

Y refiriéndose a los efectos de la valorización del papel:

La provincia de Santa Fe, que nunca había visto una cosecha igual a la de este año, vio consumar su ruina y despoblarse. Llegaban gemidos de todas las provincias; la industria herida, el comercio paralizado, las fábricas cerradas y treinta mil obreros despedidos tenían que tomar el camino de la emigración. […] De un lado la Nación, del otro los intereses radicados en esta Capital, con esta enorme diferencia, que esta vez este límite no es el Arroyo del Medio, pues forma del lado de la Nación la rica provincia de Buenos Aires. La lucha se entabla entre los que trabajan y los que producen, entre el país entero y un grupo de especuladores, apoyados por la prensa metropolitana …

Este debate permitió apreciar en plenitud a Pellegrini como orador parlamentario y aquilatar la propiedad de sus tesis monetarias. También sirve para poder valorar en su justo término medidas parciales correctas, pero que pierden su sentido en el contexto de una política general orientada a consolidar, y no a modificar, la estructura económica del país. Pellegrini no tuvo la fuerza política para lograr que el tipo cambio fijado alentara la incipiente industrialización tal como lo pedía Vicente Fidel López, quien deseaba un tipo de cambio por lo menos 0,40 peso oro por cada peso papel. Lamentablemente, y más allá de las íntimas convicciones de Pellegrini, la ley de conversión cumplió su papel de instrumento al servicio de la concepción agroimportadora del país. Por eso es que después de sancionada la ley, que alivió indudablemente a los productores agropecuarios, continuó la política roquista de fondo, antiproteccionista y antiindustrialista. Poco después se produjo el definitivo distanciamiento político entre Pellegrini y Roca, cuyas convicciones acerca de las conveniencias económicas para la Argentina diferían substancialmente. Es sus últimos meses de vida, Pellegrini comprobó con amargura que se había impuesto una concepción de país opuesta a lo que él deseaba y que habían sido vanos sus esfuerzos para modificar la tendencia general, sin romper frontalmente con muchos de sus amigos políticos.




XII. 8. Deuda externa y mantenimiento del crédito internacional
A fines del siglo pasado, la deuda externa per capita de la Argentina era mayor que la actual. Las distintas alternativas de una reestructuración y renegociación permanente ocupaban un lugar destacadísimo entre los problemas políticos de esos momentos. Pensamos que se pueden obtener muchas enseñanzas de lo ocurrido entonces.
En oportunidad de la crisis financiera de 1885, Pellegrini fue enviado a Europa por Roca. Logró el objetivo del viaje: evitar la cesación de pagos externa y recuperar el crédito del país.
Cuando fue Presidente y debió afrontar dificultades financieras aún más severas, siguió fiel a su idea de que la Argentina necesitaba mantener a toda costa su crédito internacional si quería desarrollar sus fuerzas productivas. Por eso fue un frontal opositor al arreglo Romero, ejemplo de negociación formalmente dura con los acreedores del país. Su posición al respecto fue expresada en numerosos discursos.
Pellegrini estaba convencido, como buen lector de los economistas clásicos, que el hecho central de la economía es la producción.  Por ello, toda negociación con los acreedores externos, cuando el país no podía cumplir momentáneamente con sus compromisos, debía girar alrededor de obtener un plazo para «dar a la industria y riqueza nacional, tiempo para desarrollarse y concurrir al patriótico esfuerzo ... ».
O sea, si la deuda externa superaba las posibilidades circunstanciales de la Nación, había que desarrollar sus recursos para poder absorber con comodidad los compromisos. Creía que cualquier negociación que implicara quitas, más o menos encubiertas, iba a terminar siendo más gravosa para el país, pues el consiguiente deterioro del crédito limitaría las inversiones y, consecuentemente, la producción. Creo que hoy, más que nunca, se confirma la tesis central de que grandes volúmenes de deuda externa se deben afrontar con una combinación de mantenimiento del crédito internacional y acelerada expansión de la producción; a su vez, en un país como la Argentina, incremento de la producción es sinónimo de industrialización.


XII.9. Su visión del funcionamiento del mundo
             En 1902 Pellegrini envió una extensa carta al ex ministro uruguayo Ángel Floro Costa. Ejerciendo una ironía sin piedad, demostró un conocimiento cabal de lo que estaba ocurriendo en el mundo. Decía en algunos de sus párrafos:

Esto de atacar el proteccionismo y afectar principios de libre cambio, es una manía de todos los dilettanti, de todos los aficionados á digresiones, informaciones, ó floreos económicos, de todos los que se entretienen, entre nosotros, en discutir teorías, sin la más mínima preocupación, sobre los resultados de su aplicación práctica. […]
Permítame ahora, doctor Costa, que le haga esta afirmación y que se la pruebe. No hay en el mundo, hoy día, un solo estadista serio que sea librecambista. […]. Hoy, todas las Naciones son proteccionistas. El librecambio mismo, tal como lo inició Inglaterra, lejos de ser la negación del principio de protección, fué, por el contrario, una forma de protección, la más hábil y la más eficaz que pudo idear el genio económico de Cobden. […]
Cobden comprendió que, ante el inmenso desarrollo que podía tomar la. industria manufacturera inglesa, haciéndola proveedora del mundo entero, la importancia de la industria agrícola era mínima: que el pan barato significaba el trabajo barato, es decir, el producto barato, y que lo que a la Inglaterra convenía era sacrificar los intereses de sus agricultores para proteger sus enormes intereses industriales; y que podía impunemente abrir sus mercados a todos los productos extranjeros que no podrían
competir con los principales productos propios, para inducir o exigir que se abrieran los mercados extranjeros a los productos ingleses.
La habilidad de esos estadistas consistió en haber presentado esa reforma, no como un medio de favorecer y extender la industria inglesa, sino como una gran conquista de la ciencia, del progreso y de la libertad aplicable a todas las Naciones
Pero, esta teoría, por brillante y seductora que fuera, no alcanzó á seducir á todo el mundo, y estadistas sesudos como lo son los yankees, desconfiaron […] y cerraron su mercado interno al producto inglés, a fin de que pudiera nacer y prosperar la industria propia. La Francia misma, modificada su situación interna por los impuestos que ocasionó la guerra, reaccionó, y la Europa entera, dirigida por sus más grandes estadistas, desde Bismarck y Cavour, hasta Méline y Crispi, se hicieron proteccionistas.

XII.10. Riqueza nacional y mercado interno
             En 1904, Pellegrini se postuló nuevamente como senador nacional. Envió al general Capdevila, presidente del comité autonomista de  Buenos Aires, una carta-programa. Si bien en ella el tema político fue el más extensamente tratado, Pellegrini también resumió admirablemente algunas de sus ideas básicas. Dijo entonces, en relación al trabajo y la riqueza de las Naciones:

El poder de una nación se mide por sus riquezas y las riquezas de las Naciones no dependen sólo de sus ventajas naturales, sino, principalmente de la importancia del trabajo nacional. Fomentar y proteger ese trabajo, representado, por la industria nacional, no es sólo el derecho sino el deber de toda Nación. Esta proposición es incontestable, y la prueba de ello es que todas las naciones del mundo han sido y son proteccionistas en diversas formas y grados. […] Debemos fomentar, en primer término, todas las industrias que elaboran las materias primas que produce nuestro suelo, dentro de un límite que las proteja contra la competencia extraña, asegurándoles el mercado nacional, ero sin exageraciones que supriman todo incentivo al mejoramiento de la calidad o precio, cuidando que el fomento de una industria no se traduzca en perjurio de otra, que puede ser más o igualmente importante.


XII. 11. Las organizaciones obreras y el derecho de huelga
             Si bien en las llamadas cartas norteamericanas hay páginas muy interesantes respecto de la siderurgia estadounidense, que estudia y elogia en detalle, o sobre la relación entre proteccionistas y alto costo de vida, llaman la atención aquellos párrafos dedicados al problema obrero. Pellegrini comprendió la necesidad de la existencia de organizaciones obreras nacionales, justificó el derecho de huelga y abogó por mecanismos que permitiesen el diálogo entre obreros y patrones a efectos de distribuir lo producido. Citaré algunos párrafos:

la clase obrera, en menos de medio siglo de lucha, ha conseguido ya que sus derechos sean reconocidos y respetados. Su primer triunfo fue la abolición de la antigua tiránica legislación y el reconocimiento de su derecho a unirse y organizarse, y a trabajar o no trabajar.
Desde ese día, los patronos se encontraron frente, no a obreros aislados, débiles e indefensos, sino a corporaciones sólidamente organizadas, y muchas veces hábilmente dirigidas, que reivindicaban los derechos del trabajo sobre los productos de la industria. Gracias al poder político del voto y al poder económico de la organización del trabajo, la situación del obrero ha cambiado radicalmente. […] El problema, pues, que  hay que resolver, es conciliar a todos los factores de la producción, colocarlos bajo un pie de igualdad, someter sus relaciones recíprocas a convenciones o contratos preestablecidos y someter sus diferencias y conflictos de derecho, a la justicia ordinaria, concluyendo con todas esas leyes de excepción o privilegio, que no han hecho sino fomentar la división.

No hay industria sin obreros, no obreros sin sindicatos. Estos hechos simples, que todavía hoy asustan, fueron comprendidos en 1904 por Pellegrini, quien entendió esas relaciones que permiten la producción industrial.
             Carlos Pellegrini tenía un claro concepto sobre las transformaciones dinámicas de la historia en sus aspectos sociales. En 1902, entre importantes huelgas, se decidió dictar una ley de expulsión  de extranjeros. Su colega en la lucha por el industrialismo, Miguel Cané, presentó uno de los proyectos para poder expulsar a cualquier extranjero que, a juicio del Poder Ejecutivo, perturbara la tranquilidad. Pellegrini que no confundía la protección a la industria con la persecución obrera, se levantó de su banca y se retiró del recinto para no votar. Dos días después explicó su actitud fundada en que creía:
            
Que era una imprudencia y un error votar la ley en los momentos actuales, porque vendría a complicarse esa sanción legislativa con un estado social y económico especial extraordinario y arraigaría en el concepto público la idea de que esta ley era una ley hostil al elemento que ha sido base de nuestro engrandecimiento material y que está amparado y protegido por nuestra Carta Fundamental.

             Y refiriéndose a las huelgas, dijo:

Lo que pasa hoy en la República Argentina no es una novedad, por el contrario, y aunque esto parezca una enormidad, es una prueba de progreso. A medida que este país crezca, que aumenten todas sus esferas de actividad, su población, sus industrias, su riqueza, verá suscitarse en su seno todas las cuestiones que agitan a otras ciudades más adelantadas. La huelga y todas sus consecuencias sólo pueden no existir allí donde no exista una gran población industrial, un gran movimiento de capital y trabajo, que provoque las profundas divergencias que hoy buscan conmover y modificar los fundamentos mismos del orden social y económico  en el mundo.

Pellegrini era un realista, pero no sólo veía el presente sino que proyectaba sus ideas sobre el futuro. A veces era casi un soñador, como cuando escribió un artículo en la Revista de Derecho, Historia y Letras, en el que propuso un nuevo sistema de organización del trabajo:

El capital y el trabajo -dijo- serán socios y desaparecerá la relación actual de amo y sirviente. Ya no habrá salario porque el trabajador recibirá su parte en forma de dividendo, exactamente lo mismo que el capital.

Para ello era menester que los obreros formaran Sociedades Anónimas del trabajo, cuyo funcionamiento se dedicó a explicar determinadamente.

XII.12. La soberanía popular
             Al final de su vida política, creemos que Pellegrini comprendió por qué su modelo de país industrial y progresista no se había concretado. Estas ideas correctas no habían tenido inserción popular. Recién al final de su trayectoria, quebradas sus relaciones con Roca, percibió que sus proyectos no podrían realizarse mientras el pueblo continuara marginado del ejercicio del poder político. Sus últimos discursos en la Cámara o fuera de ella, son una permanente denuncia del régimen que en lo político había escamoteado al pueblo del ejercicio de sus derechos y en lo económico había optado por un esquema agroimportador, renunciando a la industrialización del país. De los muchos párrafos, que se podrían citar he elegido los pronunciados en la Cámara de Diputados, el 9 de marzo de 1906, dos meses antes de morir:

La verdad real y positiva es que nuestro régimen no es, en el hecho, representativo,  ni es republicano ni es federal. No es representativo, porque las prácticas viciosas han ido aumentando día a día, han llevado a los gobernantes a constituirse en los grandes electores, a sustituir al pueblo en sus derechos políticos y electorales. No es republicano porque los cuerpos legislativos formados bajo este régimen personal no tienen la independencia que el sistema republicano exige. No es federal, porque presenciamos a diario cómo la autonomía de las provincias ha quedado suprimida.

Y refiriéndose a las distintas revoluciones que habían sacudido al país, buscando el ejercicio de la soberanía popular, manifestó:

Mañana vendrá a esta Cámara una Ley de Perdón, nosotros la vamos a discutir y la vamos a votar. ¿Y si alguno de esos amnistiados nos preguntara quién perdona a quién? ¿Es el victimario a la víctima o la víctima al victimario? ¿Es el que usurpa los derechos del pueblo o es el pueblo el que se levanta en su defensa? ¿Y quién nos perdonará a nosotros?

Pellegrini culminó ese histórico discurso con estas palabras:

¡Y entonces, yo les digo que ellos podrán tener la fuerza y el hecho, nosotros tenemos el derecho; ellos pueden ser dueños de esta momento y de esta situación, nosotros seremos los dueños del porvenir; nosotros somos hoy corriente, que puede ser torrente, ellos son obstáculos; y les diré por último que todo lo que no se apoye en las grandes aspiraciones de la Nación, todo lo que no tiende a completar nuestro organismo nacional, todo lo que no tiende a hacer esta patria tan grande cívica, moral y políticamente como lo es materialmente, todo eso tiene que ser efímero y transitorio, porque, a pesar de todo y a pesar de todos, se han de cumplir los grandes destinos de la Nación.

XII. Los que comprendieron la necesidad de la industrialización y los que estuvieron contra la industria.
             Numerosas son las manifestaciones de quienes compartieron el ideario industrialista de Pellegrini y también abundan los testimonios de quienes lo combatieron. Brevemente, mencionaré varios casos. En uno y otro campo he elegido algunos ejemplos particularmente expresivos, dejando para otra oportunidad el examen del pensamiento de Alejandro Bunge, el entonces teniente coronel Julio Sanguinetti, Luis Colombo, Federico Pinedo, el Gral. Manuel Savio y muchas otras importantes figuras, partidarias o adversarias de la industrialización argentina.

XIII. 1. Los que comprendieron la necesidad de la industrialización:
XIII.1.A. La incipiente industria que luchaba contra la competencia de artículos manufacturados que venían del extranjero.
La primera organización de los grupos industriales fue el Club Industrial, fundado en 1875; desde las páginas de su periódico El industrial defendieron las tesis proteccionistas. Después de una escisión, que determinó la constitución del Centro Industrial en 1878, todos los industriales convergieron en 1887 y constituyeron la Unión industrial Argentina.

XIII. 1. B. Algunos políticos conservadores y quienes fundarían la Unión Cívica Radical.
Reunidas en el manifiesto que el Partido Autonomista de Buenos Aires dio a conocer el 16 de septiembre de 1878, se encuentran las firmas de Domingo Faustino Sarmiento, Bernardo de Irigoyen, Aristóbulo del Valle y Adolfo Saldías. Decía el documento:

La Nación […] necesita promover sus industrias que la emanciparán del dominio económico del extranjero, arrancándola además de la postración en que ha caído; necesita valorizar sus riquezas, abrir mercados a sus productos; facilitar las comunicaciones, arrancar del aislamiento a sus centros poblados; ilustrar a sus masasy satisfacer, en fin, todas las exigencias sociales, políticas y administrativas de un pueblo joven que aspira a engrandecerse.

XIII.1.C. Todos los discípulos de Vicente Fidel López y sus continuadores.

XIII.1.D. Algunos diarios como El Nacional y La Capital de Rosario.

XIII.1.E. Algunos casos excepcionales como el político conservador Ezequiel Ramos Mejía, olvidado por sus propios correligionarios.
             Hace veinte años escribí un folleto destacando los grandiosos planes que tuvo Ramos Mejía para industrializar la Patagonia. Ministro de Roca, Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, Ramos Mejía inspiró la sanción de la ley 5.559 para fomentar el desarrollo de nuestro Sur. Contrató a un famoso geólogo yanqui Bailey Willis, para que preparara un plan de industrialización de la Patagonia. El norteamericano recorrió nuestro sur a caballo y dejó un informe preciso. Los intereses británicos, el atraso y la incomprensión de los correligionarios de Ramos Mejía y la burocracia hicieron fracasar todas las tentativas. ¡El yanqui casi va preso por una diferencia de 5 centavos en una rendición de 10.000 pesos! Al ministro se lo acusó de despilfarrar los dineros públicos y le explicaron en el Congreso que la Patagonia no necesitaba obras faraónicas sino buenos jueces y mucha policía. Finalmente, Ramos mejía debió renunciar. Quedaron sepultados muchos sueños, entre ellos las usinas hidroeléctricas, la ciudad industrial de Nahuel Huapi, que debía contar con una Universidad, las redes ferroviarias, etc. Todo esto ocurría entre 1911 y 1913. Estamos a fines del siglo XX y todo sigue casi igual. Nos quedan los conceptos del ministro y del geólogo norteamericano. Dijo Ramos Mejía que la comisión de Bailey Willis había sido reconocida “como un medio de desarrollo nacional”. En sus memorias, Bailey Willis expresó que el ministro Ramos mejía “no había podido llevar a cabo su política de desarrollo nacional”. Me siento fortalecido por ambas afirmaciones, coincidente en la idea de desarrollo nacional.

XIII.1.F. Los justicialistas
             En el primer y segundo gobierno de Perón continuó la expansión de la industria liviana, consolidándose la participación de la clase obrera en la política nacional. Lamentablemente, y pese a los enunciados de los planes quinquenales, no se avanzó sustancialmente en la integración vertical de nuestra economía. Por ejemplo, en siderurgia, y pese a la acción del Gral. Savio, poco se concretó; ocurrió lo mismo en otros sectores de la industria básica.

XIII.1.G. Los desarrollistas
             Desde su comienzo como movimiento político, el desarrollismo analizó la industrialización en todos sus ángulos, desde el punto de vista teórico y práctico. En el gobierno de 1958 a 1962, se llevó a cabo una política concreta, cuya experiencia, en todos sus aspectos, no podría ser dejada de lado si se quiere tomar el camino de las grandes soluciones.

XIII.2. Los que estuvieron contra la industria.
XIII. 2. A Los importadores y los grupos de intereses ligados a los mismos.
Ganaban con la venta de las manufactures extranjeras, con los fletes y los seguros.

XIII. 2. B Muchos de los productores agropecuarios de la Pampa húmeda (hubo excepciones).
Deseaban mantener el esquema económico que permitiera el libre ingreso de manufactures para, supuestamente, tener mercados fieles a nuestras carnes y granos. Naturalmente, representaban a los sectores ligados a la exportación tradicional.

XIII. 2. CImportadores y exportadores.
Puede sintetizarse en lo que se conoce como los intereses y la ideología del puerto de Buenos Aires.

XIII. 2. D. Gran Bretaña, potencia dominante que controlaba la economía y la política argentinas.

XIII. 2. E. Fuerzas político-económicas conservadoras.
Resumimos el pensamiento de vastos grupos citando la opinión de Roca, contraria a la protección de lo que él llamaba industrias efímeras. Decía en su mensaje de 1899, después de anular las ventajas arancelarias que Pellegrini había otorgado a la industria nacional:

El país debe esforzarse por mejorar en cantidad, calidad y precio, la producción que tiene fácil acceso a los mercados extranjeros. Absteniéndose de proteger industrias efímeras con menoscabo de nuestras grandes y verdaderas industrias -la ganadería y la agricultura- tan susceptibles de adquirir un inmenso desenvolvimiento.

XIII.2.F. La Unión Cívica Radical.
Hemos visto cómo los fundadores de la Unión Cívica Radical, cuando eran autonomistas, firmaron un manifiesto a favor de la industria. En 1909, Yrigoyen volvió a apoyar el proteccionismo. También en el primer gobierno radical hubo expresiones proteccionistas. Bajo el gobierno de Marcelo T. de Alvear, el ministro Rafael Herrera Vegas tuvo planes industrialistas, que no se concretaron y debió renunciar (1922).
             Pero la actitud de la Unión Cívica Radical cambió cuando desde la oposición atacó, en 1940, un proyecto oficialista. Son definitorias las palabras pronunciadas sobre la industria:

Sin hacer análisis se puede afirmar que al país le cuesta mucho dinero el lujo vanidoso de muchos artículos llamados de la industria nacional que siempre tiene la consabida defensa de los brazos que se emplean […]. Podrán caerse las chimeneas, pero mientras el campo produzca y exporte, el país seguirá comprando lo que necesite, seguramente a precio inferior que el determinado por la Aduana para favorecer a los intereses creados. […] Ya sabemos lo que le cuesta al pueblo consumidor el producto de la industria artificial que perdura a costa de un grosero proteccionismo que beneficia a uno para perjudicar a mil.

XIII.2.G. Los librecambistas que desde el gobierno aplicaron políticas estatistas.
             El más brillante fue Federico Pinedo; socialista en su juventud, como discípulo de Juan B. Justo era un acérrimo opositor a toda forma de industrialización. Cuando la crisis del 30 puso de manifiesto la endeblez de nuestra estructura productiva agroimportadora, pese a su liberalismo no vaciló en crear las Juntas Reguladoras, inaugurando la etapa de intervención directa del Estado en la economía.
             Otro ejemplo se dio en el gobierno de la Revolución de 1955, cuando el subsecretario Verrier explicó la necesidad de desmantelar la industria y apoyarnos exclusivamente en la agricultura.
             Simultáneamente, el decreto ley 2740/56 establecía el control de precios y los gastos del Estado se triplicaron entre 1955 y 1957. Se repetía la curiosa paradoja de defender irrestrictamente el libre comercio internacional como panacea de nuestras penurias y recurrir internamente a rígidos controles estatales. El común denominador de ambos extremos es el perjuicio que causan a la producción nacional, en especial a la industria.

XIII.2.H. El partido Socialista.
             Existen numerosos ejemplos de la posición antiindustrialista de Juan B. Justo. Decía en 1920 que la Argentina no debía exportar harina sino el grano de trigo. Sus palabras fueron:

No hay, pues, ningún motivo político ni económico para empeñarse en garantizar ganancias extras a los señores molineros de nuestro país, en perjuicio evidente de los consumidores de pan y de los obreros molineros de otros países, y de los agricultores, clase productora incuestionablemente más digna de consideración.

                 En 1919, en la Conferencia de Berna, el Dr. Justo atacó violentamente el proteccionismo aduanero. Dijo entonces:

Y ésta es la peor forma de nacionalismo. El proteccionismo aduanero crea dentro de cada país, entre los capitalistas y obreros de cada rama de la producción, la peor solidaridad de clases, su solidaridad contra los capitalistas y obreros de la misma rama de la producción de otros países y contra los consumidores de su propio país, que son en su mayor parte, trabajadores.

Cuando enero de 1921, Juan B. Justo redactó el programa de Acción Socialista Internacional, criticó la opinión de Jaurés, quien decía que “el proteccionismo conviene al partido Socialista”. Justo, en cambio aconsejaba:

La abolición gradual y progresiva de los derechos de Aduana como obligación de los gobernantes y legisladores socialistas, y la libertad de exportar e importar, aun cuando el Estado haga el comercio exterior en la máxima escala. […] En el programa de acción que proyectamos  figura una cláusula de profundo sentido, aunque de difícil aplicación: la preferencia a los productos del trabajo extranjero da más alto nivel de vida.

Sin embargo, dentro del socialismo argentino existieron dirigentes, como el ingeniero Germán Avé Lallemant, que sostenía la necesidad de la Argentina se industrializara.

XIII.2.I. El Partido Comunista.
             El Partido Comunista argentino, a través de quien fuera por muchos años su secretario general, Victorio Codovilla, jamás supo comprender la diferencia entre los sectores de la burguesía vinculados a la importación y aquellos unidos al destino de la industria nacional. Paulino González Alberdi decía:

La burguesía industrial se ha desenvuelto a partir de la guerra. Sus organizaciones respectivas claman por el nacionalismo económico, es decir por un proteccionismo cerrado que en nombre de la independencia económica nacional permita a la naciente industria obtener grandes ganancias, pero que no impida en lo más mínimo al imperialismo establecer sus industrias en el país, beneficiándose con tal protección. Es una clase débil, que no puede hacer una política firme frente a los agropecuarios.

             En 1932, el Boletín Informativo del Partido Comunista, refiriéndose a la lucha para proteger a la industria nacional, dijo:

Tal concepción mecanicista significa disminuir la práctica del principio revolucionario de que el enemigo principal está en nuestro propio país y que por lo tanto que nuestra lucha más encarnizada debe ser contra nuestra propia burguesía nacional.

XIII.2.J. Intelectuales de avanzada
             El caso de José Ingenieros. El liberalismo a ultranza de Ingenieros no le permitió comprender el proceso de nuestra economía fines del siglo. Escribió en su Sociología argentina respecto del período 1880-1900:

Toda política favorable a los intereses del capitalismo naciente (que es una pequeña minoría) ha sido un proteccionismo de especulación sobre la economía del trabajo social, pues las verdaderas fuentes de riquezas son la agricultura y la ganadería.

XXIII.3. Una reflexión
Creo que vale la pena meditar acerca del enfrentamiento a la industria argentina y cómo, a fines del siglo XIX y a principios del siglo XX, curiosamente, coincidieron con los intereses británicos de ese momento vastos sectores conservadores y radicales, liberales, socialistas, comunistas e intelectuales de avanzada. Todo esto bendecido por los ataques al proteccionismo de los grandes diarios. OJO Y cómo hoy se sigue agrediendo a la industria con argumentos eficientistas, buscando adherir a nuevas formas de la división internacional del trabajo, utilizando, con variantes, los mismos conceptos de hace cien años. Nuevamente, ideologías aparentemente contrapuestas coinciden en su crítica a toda forma de protección a la industria nacional, a la integración vertical y horizontal de nuestra economía. OJO Yo me pregunto, ¿por qué motivos hoy no nos podemos unir, por encima de circunstanciales diferencias, los que concebimos la grandeza del país irremediablemente unida al desarrollo de nuestras fuerzas productivas, reconociendo a la Nación como categoría vigente? No haríamos otra cosa que recoger y mantener el ideario de muchos de nuestros antecesores que, como Carlos Pellegrini, compartieron el mismo concepto de Nación, implícito en su pensamiento económico.


XIV. Consideración final
Éste es el homenaje que le ha querido rendir a Carlos Pellegrini, autonomista y conservador, como defensor de la industria nacional, Arturo Frondizi, desarrollista de origen yrigoyenista. Pues pese a las diferencias políticas, cuando se trata de los grandes problemas de la Nación existe un único interés que es el de la Patria.