La crisis de los misiles en el Caribe fueron trece días de mucho miedo

Alexander Ratsimor

El intento del líder soviético Nikita Jruschov de emplazar misiles soviéticos en Cuba de forma secreta en octubre de 1962 desató la llamada crisis de los misiles, cuando el  mundo estuvo al borde de una guerra nuclear. ¿Quién salvó a la humanidad de la inminente catástrofe?
Tras la llegada en enero de 1959 al poder en Cuba de los barbudos liderados por Fidel Castro, las relaciones entre la Habana y Estados Unidos empezaron a empeorar rápidamente. El nuevo gobierno cubano dio un paso decisivo hacia una ruptura total de las relaciones económicas con el vecino norteamericano al nacionalizar propiedades estadounidenses por un valor aproximado a los mil millones de dólares. En respuesta Washington declaró el bloqueo económico total de la república de Cuba y, más tarde, la suspensión de las relaciones diplomáticas.

En abril de 1961 tuvo lugar la invasión de Bahía de Cochinos, una operación militar en la que tropas de cubanos exiliados -entrenados, financiados y dirigidos en EEUU- intentaron derrocar al gobierno revolucionario. El intento fracasó y a partir de entonces la URSS pasó a ser el único garante del poder de Fidel Castro.
El líder soviético Nikita Jruschov preocupado por la presencia de los misiles nucleares estadounidenses en Turquía por un lado, y deseando apoyar a la Cuba socialista por el otro, tomó la decisión de emplazar los misiles soviéticos en la Isla de la Libertad.
Si el traslado de un contingente militar soviético de 40.000 hombres y armamento fue realizado en secreto, la instalación de los silos de lanzamiento no pasó desapercibido. En octubre de 1962 la confrontación de las dos potencias, que posteriormente recibió el nombre de la Crisis de los Misiles, puso el mundo al borde de la guerra nuclear. Trece días más tarde Moscú y Washington pudieron solucionarlo.
Por primera vez en 2002 fueron publicados documentos que evidencian que en uno de los submarinos soviéticos que se dirigía hacia las costas cubanas en aquellos años, el oficial de la Armada Soviética Vasili Arjípov, a último momento, pudo evitar el lanzamiento de un torpedo con carga nuclear contra los buques de guerra estadounidenses.
El 14 de octubre de 1962 un avión espía estadounidense, el U-2, sobrevoló la isla del sur al norte y volvió a la base aérea al sur de la Florida.
Tras estudiar las fotografías hechas durante el vuelo los expertos de la CIA establecieron que eran misiles balísticos soviéticos de medio alcance R-12, o SS-4, según la clasificación de la OTAN.
A las 8.45 horas del 16 de octubre las fotografías estaban en la mesa del presidente de EEUU John Kennedy.
En la reunión secreta participaron 14 personas. Los miembros del Consejo de Seguridad Nacional y algunos expertos invitados de forma especial para evaluar la situación, anticipar el desarrollo de los acontecimientos, y proponer medidas de respuesta.
EXCOMM – Comité Ejecutivo – así se llamaba este grupo: elaboró tres propuestas: ataques puntuales desde el aire para destruir los misiles, operación militar a gran escala, y el bloqueo marítimo de la isla.
Pero ¿por qué las fotografías de los misiles soviéticos provocaron tanto alboroto? Cuba es un estado soberano y tiene derecho a utilizar su territorio según le parezca adecuado. Sin embargo, la realidad era otra.
Cuando el 2 de enero de 1959 los barbudos liderados por Fidel Castro tomaron el poder en Cuba por la vía armada, este hecho no causó alarma en la Casa Blanca.
Los golpes de estado en los países latinoamericanos se sucedían como el verano y el invierno.
Aunque el dictador anterior, Fulgencio Batista, gobernó más de 25 años. Durante su gobierno Cuba, la perla del Caribe, se convirtió en la 'meca' del turismo estadounidense. Un clima suave, unas playas fascinantes, una industria de la diversión bien desarrollada: cabarés, casas de juego, prostíbulos (solo La Habana contaba con unos 9.000 de estos últimos).
Pero muy pronto los círculos gobernantes de EEUU empezaron a mostrar preocupación con respecto al nuevo gobierno cubano. No es que en Washington hubiesen tenido ilusiones acerca de los métodos de Batista, pero era un tirano controlado. No importaba tanto que Cuba dejara de ser la “isla de los mil placeres”, pero las declaraciones de Castro sobre la necesidad de liberarse del control por parte de Estados Unidos provocaron inquietud en la Casa Blanca.
“No hay comunismo o marxismo en nuestras ideas. Nuestra filosofía política es la de la democracia representativa y justicia social en una economía bien planificada”, dijo Castro en uno de sus discursos.
En la Unión Soviética por entonces no sabían nada o casi nada sobre Fidel Castro. Pero la confrontación entre Cuba y EEUU era una oportunidad que no se podía dejar pasar.
El 4 de febrero de 1960 llega a Cuba con una visita oficial el viceprimer ministro soviético, Anastás Mikoyán. Quedó encantado con la estancia y, lo más importante, encantado con el propio Castro: “Sí, es un auténtico revolucionario, igual que nosotros. He tenido la sensación de que regresé a mi juventud”.
La Unión Soviética hizo concesiones a la joven República de Cuba: compró azúcar por petróleo y, claro está, vendió armamento.
Al asegurarse el apoyo, Fidel Castro, que ya había liquidado latifundios extranjeros, adoptó  medidas económicas aún más duras.
El valor total de las propiedades estadounidenses nacionalizadas ascendió a mil millones de dólares.
Durante la XV Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 1960 tuvo lugar el primer encuentro de Fidel Castro y Nikita Jruschov. Desde entonces Cuba recibe el título de la “Isla de la Libertad” mientras Fidel cambia de orientación política.
“Hay que decir que por encima de todos, de todo, somos marxistas leninistas... Tenemos que triunfar. ¿Patria o muerte! ¡Venceremos!”, fue la consigna emblemática de Fidel.
Esto le mereció unos cuantos vivas por parte del camarada Jruschov:
¡Viva el pueblo revolucionario de Cuba! ¡Viva el líder de la Revolución Cubana Fidel Castro!, coreo el líder soviético.
Por supuesto que todo esto, no quedó sin respuesta por parte del vecino del norte: el 19 de octubre de 1960 el presidente Eisenhower declara un bloqueo económico total contra Cuba. Los ciudadanos de EEUU no pueden visitar la isla bajo amenaza de sanciones penales.
Se toman otras medidas de las que no se habla. La CIA aprobó planes para derrocar a Castro. En campamentos son reclutados  voluntarios cubanos prófugos del régimen comunista donde reciben  entrenamiento de actividades de sabotaje y otras actividades subversivas. Son fijados  los objetivos principales de sus ataques; las instalaciones industriales y los depósitos de petróleo.
Para incendiar las plantaciones de caña de azúcar utilizaron gatos. A la cola del animal le ataban un paño impregnado de alcohol o gasolina ardiendo y dejaban al animal cerca de las plantaciones que en sus intentos para escapar del fuego extendían las llamas por una gran parte de los cultivos.
Se calcula que se fraguaron más de seiscientos atentados contra Fidel Castro. Esto les costó a los contribuyentes estadounidenses unos 120 millones de dólares.
He aquí sólo tres ejemplos: puros envenenados, puros rellenos de una sustancia química que empieza a despedir un olor insoportable al ser inhalada, cigarrillos de droga tipo LSD para que el líder de la Revolución se comportará de forma inadecuada.
Los que idearon estos métodos eran gente con mucha imaginación.
“Tengo sentido de la dignidad. No viviré ni un día más, cuando decida  que llegó la hora de morir”, dijo Castro.
En enero de 1961 John Kennedy juró como el 35º presidente de Estados Unidos. 17 días antes de la investidura el secretario de prensa de la Casa Blanca James Hagerty anunció oficialmente la ruptura de las relaciones diplomáticas con Cuba.
Uno de los altos cargos estadounidenses lo dijo muy claro: “Castro desafió al Tío Sam, no estamos acostumbrados a que lo haga nadie y, por lo tanto, no nos gustó. Molestaba sobre todo la protección y abundante ayuda que prestaba la URSS”.
El Tío Sam es la personificación nacional de Estados Unidos y, específicamente, del gobierno estadounidense. Un símbolo como la estatua de la Libertad.
A las tres de la madrugada del 17 de abril de 1961, tras varios días de bombardeos contra los aeropuertos cubanos en la costa sur del país, en la Bahía de los Cochinos desembarcaron  los 1.500 miembros de la Brigada de Asalto 2506, formada con exiliados cubanos anticastristas entrenados y equipados por la CIA. En la madrugada hubo un desembarco en paracaídas. Los guardafronteras y milicianos locales entablaron combate a los atacantes.
Los invasores cubanos sufrieron grandes pérdidas cuando varios aviones de la naciente Fuerza Aérea Revolucionaria contraatacaron los buques invasores y pusieron fuera de combate dos de ellos, perdiéndose el combustible y las municiones que transportaban para los vehículos blindados.
Solo una intervención directa de la Fuerza Aérea y Armada de EEUU pudo salvar la operación, pero el presidente Kennedy no dio su visto bueno por temor a la opinión pública.
72 horas después del desembarco todo había terminado.
Cuba celebró la victoria.
Más de 100 miembros de la Brigada de Asalto murieron durante la operación. Unos 1.200 hombres fueron capturados. Dos años más tarde volverían a EEUU a cambio de alimentación y medicamentos por valor de 50 millones de dólares. No cabía duda: los estadounidenses querian tomar la revancha.
Era cuestión de tiempo.
Mientras tanto, Castro hizo su elección apostando por la ayuda de la Unión Soviética.
A miles de kilómetros de las costas cubanas, en las playas del Mar Negro, Nikita Jruschov, que estaba pasando unas vacaciones, preguntada medio en broma a sus invitados entregándoles unos prismáticos: ¿Qué ven a lo lejos? Todos veían el mar. Mientras el líder soviético veía los misiles nucleares de EEUU que le apuntaban emplazados en la costa turca.
Realmente, cerca de la ciudad de Esmirna en Turquía, a escasos cien kilómetros de la frontera de la URSS, Estados Unidos habían emplazado 15 misiles Júpiter. Su alcance era de 2.400 kilómetros, o sea, tardarían de 10 a 15 minutos para alcanzar el territorio de la URSS.
De las memorias de Jruschov que grabó en una cinta magnética: “Me obsesiona un pensamiento. ¿Qué será de Cuba? Podemos perder a Cuba...”
El líder soviético buscaba solución para proteger a la Cuba revolucionaria, el principal y el único aliado de la URSS en el Hemisferio Occidental.
Y dio con una solución muy en su estilo: emplazar los misiles soviéticos en Cuba, tan solo a 90 millas del Tío Sam.

El requisito más importante del plan era que el traslado de misiles se realizara en absoluto secreto. Castro vaciló pero al final dio su consentimiento. Mikoyán estaba en contra. Advertía que el paisaje de la isla no permitirá mantener la operación en secreto.
No obstante, para junio de 1962 el Estado Mayor de la URSS preparó la operación 'Anádir'. Este nombre en código fue tomado del río Anádir, ubicado en la parte norte del Extremo Oriente Ruso y estaba destinado a confundir a los analistas de inteligencia occidentales. Ninguno de los 85 capitanes de buques involucrados en la operación sabía qué llevaba en la bodega ni conocía el destino. Los sobres con la orden de dirigirse a Cuba se abrían en alta mar en presencia del comisario político.
A principios de agosto de 1962 los primeros barcos soviéticos se acercaron a la Isla de la Libertad. Para el 14 de septiembre en Cuba ya se encontraban los 40 misiles y la mayor parte de los equipos técnicos. Al estudiar el material fotografiado desde el avión-espía, la Administración de EEUU quedó sobresaltada: a 90 millas de la costa estadounidense se encontraban misiles soviéticos capaces tan solo en unos minutos de abatir objetivos en el territorio de EEUU.
Jruschov consiguió su objetivo pero, tal y como había advertido Mikoyán, no resultó difícil descubrir el secreto una vez los misiles llegaron al suelo cubano. Aunque hay que reconocer que a la CIA se le escapó el traslado de 40.000 hombres, armamento y los propios misiles, que duró desde julio hasta octubre de 1962.
Tras el descubrimiento de las bases de misiles y la presencia de tropas soviéticas cerca del pueblo San Cristóbal en Cuba las reuniones del Comité Ejecutivo tenían carácter estrictamente secreto.
Pero el 22 de octubre el presidente Kennedy se dirigió a la nación con un mensaje televisado y anunció que en Cuba se encontraba armamento ofensivo de la URSS. En esta situación las personas en cualquier parte del mundo actúan de la misma manera.
La Administración estadounidense se inclinaba cada vez más hacia el uso de fuerza para solucionar el conflicto. Pero tras descifrar otras fotografías tuvo que cambiar de opinión ya que resultó que algunos de los misiles nucleares ya estaban preparados para el lanzamiento. A partir de ahora cualquier ataque contra Cuba significaría el inicio de la guerra. Estados Unidos decide establecer el bloqueo marino de la República de Cuba a partir de las diez de la mañana del 24 de octubre de 1962.
Por primera y hasta el momento por última vez en la historia de Estados Unidos se declaró el nivel de alerta DEFCON 2, inmediatamente inferior al máximo.
Para establecer el cerco alrededor de la isla se desplegaron 180 barcos de la Armada estadounidense. Tenían la orden de abrir fuego contra los buques soviéticos solo por orden personal del presidente.
Jruschov declaró que la URSS veía el bloqueo como una agresión y no instaría a los barcos que se desviaran.
La confrontación entre la URSS y EEUU llegó a un punto crítico. Al darse cuenta de ello, los dos líderes empezaron a buscar el compromiso.

El 27 de octubre de 1962, llamado el 'sábado negro', la defensa antiaérea soviética derribó un avión espía estadounidense, aumentando aún más la tensión. Hasta ahora no hay datos oficiales quién dio orden de atacarlo. Cuentan que Jruschov estaba furioso, mientras que Kennedy estaba a punto de ordenar la intervención militar en Cuba.

Sin embargo, casi al borde de la guerra fue pactado un compromiso. El 28 de octubre Jruschov propuso a Kennedy el desmantelamiento de las bases soviéticas de misiles nucleares en Cuba, a cambio de la garantía de que Estados Unidos no realizaría ni apoyaría una invasión a la isla caribeña. Además, también debería realizar el desmantelamiento de las bases de misiles nucleares estadounidenses en Turquía. Se había logrado salvar al mundo.
Fidel Castro quedó al margen de las negociaciones secretas. Castro supo del desmantelamiento de las bases de misiles soviéticos por los reportajes de televisión. Jruschov no consideró necesario informar a su amigo cubano de la decisión tomada. Castro nunca se lo llegó a perdonar. Los cubanos gritaban por las calles: «Nikita, Nikita, lo que se da, no se quita».
Hasta ahora, en  Estados Unidos, hay quien critica a Kennedy por flojo, mientras otros destacan su sangre fría y sabiduría. En Rusia culpan a Jruschov de sus ideas aventureras y del gasto inútil de millones de dólares, pero algunos hasta ahora se alegran que consiguiera dar un susto al Tío Sam.
En 2002, cuando el mundo celebraba el 40 aniversario de la Crisis de los Misiles, fueron publicados archivos inéditos. De ellos resultó que los acuerdos de los líderes de dos superpotencias no valieron ni un comino. Y que sólo una persona, el militar soviético antes mencionado fue quien realmente previno que en el mundo estallara la gran catástrofe nuclear.
El 1 de octubre de 1962 cuatro submarinos de la 69 Brigada Soviética salieron hacia aguas cubanas.  Eran sumergibles de ataque al que la OTAN denominaba Clase Foxtrot cargados cada uno con 22 torpedos de los cuales uno tenía ojiva nuclear.
En uno de ellos, el submarino B-59, se encontraba Vasili Arjípov, uno de los tres oficiales al mando de la nave.
Tras recibir un radiograma en el Mar de Barents (Ártico) los oficiales abrieron el sobre con la orden de tomar rumbo hacia el puerto cubano de Mariel.
La mayor parte de la travesía transcurrió con normalidad pero el 25 de octubre de 1962 los situación  empeoró. Un grupo de destructores estadounidenses detectaron la brigada del B-59 en el Mar de los Sargazos. Los barcos de EEUU comenzaron a lanzar cargas de profundidad para forzar al submarino soviético a emerger. A bordo del mismo se vivieron momentos de pánico y caos. La tripulación estaba exhausta. Las cargas de los destructores explotaban a pocos metros del casco del submarino.
Sin comunicación con Moscú el capitán Valentín Savitski decide lanzar el mortífero torpedo, aun a sabiendas de que sería el fin también para él y sus hombres: «Los volaremos por los aires; moriremos todos pero hundiremos todos sus barcos», exclamó antes de reunir a sus dos segundos a bordo para ratificar una decisión que requiere su consentimiento. Pero Vasili Arjípov dice un “no” rotundo.
Los estadounidenses están convencidos de que capitán Arjípov es un héroe. Los italianos le concedieron en 2003, a título póstumo, el premio nacional Angeles de nuestros Tiempos por “la valentía y firmeza mostradas en circunstancias extremas”.
Rindamos nuestro homenaje al marino soviético Vasili Arjípov por permanecer vivos en el planeta Tierra.
La última palabra nunca la tiene una máquina, siempre la tiene el hombre. Ojalá que siempre sea un hombre cuerdo.
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La crisis del Caribe puso al planeta al borde de la guerra nuclear.

Konstantín Bogdánov

Hace medio siglo, el 14 de octubre de 1962, el Servicio de Inteligencia de Estados Unidos tuvo constancia del despliegue de los misiles nucleares soviéticos en Cuba.
Estalló la llamada ‘crisis de los misiles’, un período de intenso balanceo al borde de la guerra nuclear, cuyo desarrollo y desenlace determinó en gran medida el perfil del mundo actual.
Noticias inesperadas del patio trasero
El vuelo de reconocimiento del avión estadounidense U-2 sobre territorio cubano dio unos resultados absolutamente inesperados. Descifrando las imágenes obtenidas y secándose el sudor frío, los analistas percibieron las instalaciones de los misiles soviéticos de medio alcance R-12.
Desde su posición en las afueras de la ciudad cubana de San Cristóbal los misiles alcanzarían Washington y Dallas. Unos vuelos adicionales permitieron a Estados Unidos revelar que estaban presentes en Cuba los R-14, cuyo alcance cubría todo el territorio de EEUU, a excepción de Alaska, Hawái y una reducida superficie de la costa entre San Francisco y Seattle. El tiempo estimado de vuelo equivalía a 10 minutos.
Estados Unidos, que anteriormente se sentía invulnerable por estar separado de sus enemigos por los Océanos, se vio completamente indefenso. La situación era a la vez delicada, escandalosa y de consecuencias impredecibles. Pocos se habrían atrevido a molestar al tigre atlántico en su propia madriguera.
Empezó uno de los períodos de mayor tensión de la historia mundial que se bautizó posteriormente como ‘crisis de octubre’ en Cuba, ‘crisis de los misiles’ en Estados Unidos y ‘crisis del Caribe’ en la URSS.
Operación 'Anadyr'
A finales de los años cincuenta del siglo pasado la Unión Soviética se encontró en una situación altamente desagradable: estaba rodeada por todas partes por bases militares estadounidenses, en un principio, aéreas y más tarde de misiles, y no tenía casi ninguna posibilidad de alcanzar el territorio del “hipotético enemigo” con misiles nucleares.
Las autoridades soviéticas se sentían especialmente preocupadas por el despliegue de los misiles PGM-19 Jupiter en 1959 en Italia y en 1961 en Turquía. Desde sus posiciones en las afueras de Esmirna los misiles estadounidenses cubrirían caso todo el territorio europeo del país, incluidas Moscú y Leningrado. Eso, sin contar unos potentes bombarderos con armas nucleares que estaban montando guardia a lo largo de las fronteras de la URSS.
No era nada fácil ofrecer una respuesta a este tipo de asedio. El cohete R-7 que había llevado a Yuri Gagarin al espacio, era el primer portador intercontinental del mundo, pero resultaba demasiado incómodo a la hora de usar y tenía contadas unidades desplegadas. La base sólida de las tropas espaciales de la URSS eran los misiles táctico-operativos R-12 y R-14, pero su alcance no superaba los 2.000 y los 4.500 kilómetros, respectivamente.
Estos fueron los motivos de la operación ‘Anadyr’, un atrevido plan del líder soviético Nikita Jruschov que consistía en desplegar los misiles nucleares de medio alcance en el territorio de Cuba, donde acababa de triunfar la Revolución Socialista. Nadie se esperaba de Moscú semejante insolencia, dado que el Servicio de Inteligencia de EEUU insistía en que la URSS no sacaba las armas nucleares fuera del país. De modo  que se consiguió transportar los misiles a la isla sin impedimento alguno.
Se desplegaron en Cuba 16 lanzaderas para los R-14 (con 14 misiles), y 24 lanzaderas para los R-12 (36 misiles). Cada misil R-12 llevaba la carga con una potencia de cerca de un megatón, y los R-14, con algunas cargas superiores a 2 megatones.
Las tropas soviéticas en Cuba, bajo la comandancia del general Issa Plíev, tenían a su disposición vectores de armas nucleares tácticas para emprender la defensa del territorio de la isla: doce sistemas de misiles de corto alcance 2K6 Luna, 80 misiles alados FKR-1, seis bombarderos Il-28 con seis bombas atómicas y seis misiles antibuque Sopka.
Estaba previsto enviar también a Cuba una brigada de misiles tácticos R-11M con 18 misiles nucleares, pero el desarrollo de los acontecimientos impidió llevar a cabo este hecho.
Los primeros misiles R-12 fueron transportados a Cuba el 8 de septiembre de 1962. En realidad deberían haber sido detectados bastante antes, cuando  las instalaciones todavía no estaban montadas, pero el 5 de septiembre de 1962 el presidente Kennedy tomó la decisión de no provocar tensiones en las relaciones bilaterales y prohibió los vuelos de reconocimiento sobre Cuba.
Gracias a ello, el despliegue de la mayor parte de los misiles pasó desapercibido. Todo se descubrió tras el inicio de los vuelos, el 14 de octubre de 1962.
Obligados a someterse a la jerarquía militar
Los altos rangos militares empezaron a incitar a Kennedy a emprender una operación militar contra los misiles soviéticos. El jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Maxwell Taylor, y el del Mando Aéreo Estratégico, el general Curtis LeMay, insistían en un ataque aéreo preventivo contra los misiles desplegados y en la intervención en el territorio cubano. El general LeMay le ofrecía a al presidente Kennedy garantías de que en el primer ataque se destruiría el 90% de los misiles. “¿Y el resto?”, preguntó retóricamente Kennedy.  Curtis Lemey, quien había orquestado la guerra aérea contra Japón (por su iniciativa Tokio fue arrasada por el fuego en marzo de 1945 mientras que Hiroshima y Nagasaki fueron sometidas a bombardeos atómicos), hizo como que no se enteraba del sentido de la pregunta.
Cuatro o cinco cargas de un megatón penetrarían en el territorio estadounidense y destruirían cinco o seis megalópolis. Sin embargo, a los representantes del Pentágono les parecía que los “bolcheviques se habían atrincherado en el patio trasero de EEUU y el presidente no hacía más que preguntar tonterías”.
Al escuchar a los militares Kennedy se dio cuenta de que se le estaba arrinconando, forzando a obedecer ciegamente. Los procedimientos, instrucciones y maneras de actuar que salieron de la fragua de la Segunda Guerra Mundial se volvieron obsoletos en un mundo que poseía tecnologías nucleares.
El presidente, indignado, vio con claridad que no tomaban realmente decisiones sobre las armas nucleares del país: el derecho de uso, concedido en 1948 de manera formal al líder de la nación, estaba sometido a una serie de directrices y normativas, que quitaban transparencia y responsabilidad en la toma de esta difícil resolución.
En la URSS tampoco todo era tan sencillo: se considera que el comandante del contingente soviético en Cuba, el general Issa Plíev, tenía derecho a tomar decisiones independientes sobre el uso de las armas que estaban a su disposición. No es la versión correcta, dado que las instrucciones pertinentes prohibían la instalación de las cargas nucleares sobre cohetes y su lanzamiento sin la correspondiente orden de Moscú.
Sin embargo, uno de los participantes de aquellos dramáticos acontecimientos, el representante del Estado Mayor soviético en Cuba y general Anatoli Gribkov, insistía en que Plíev había recibido la siguiente disposición oral del Secretario General de PCUS, Nikita Jruschov: usar según las circunstancias las armas nucleares tácticas, pero no estratégicas. El Estado Mayor incluso empezó a redactar una directiva sobre el uso de armas tácticas, pero el proceso fue suspendido por el ministro de Defensa, Rodión Malinovski, quien señaló que no hacía falta porque el comandante de las tropas en Cuba estaba al tanto de cómo tenía que proceder.
Versiones muy parecidas las ofrecen los efectivos de los submarinos con torpedos nucleares a bordo que estaban montando guardia en las aguas del Caribe. La orden era actuar según la situación, a pesar de que formalmente las decisiones independientes estaban prohibidas.
Las partes llegaron tan lejos en sus juegos con las “cerillas nucleares” que es de sorprender que no hayan quemado por casualidad nuestra casa común.
El inesperado desenlace
El presidente Kennedy no sucumbió ante las promesas de los militares y, apoyándose en los miembros de confianza de su equipo, en concreto, el ministro de Defensa, Robert McNamara, y su hermano, el Fiscal General Robert Kennedy, consiguió promover un plan muy especial del bloqueo a Cuba.
Ello posponía pero no eliminaba la toma de la decisión. EEUU buscó aprovechar todos los mecanismos de presión sobre la URSS, pero Moscú evitaba comentar el tema.
La tensión iba subiendo de grado. El 26 de octubre, el jefe de estación del Servicio de Inteligencia soviético, Alexander Feklísov, empezó a sondear el terreno para un desenlace negociado de la crisis a través del colaborador de la cadena de televisión ABC, John Scully. Pero el sábado, 27 de octubre, la tensión se volvió inaguantable: los efectivos rusos derribaron el avión de reconocimiento U2 con un misil S-75, ocasionando la muerte del piloto, el mayor Rudolf Anderson.
Hasta hoy en día se desconoce quién dio la orden de abatir el blanco. Se puede decir con toda seguridad que no fueron Moscú ni el general Plíev, la decisión fue tomada en Cuba. Es una muestra más que convincente del precario equilibrio de la situación.
El mismo día fueron atacados los aviones de reconocimiento de la Marina estadounidense RF-8 Crusader, que intentaron penetrar en zonas de la isla que eran de su interés.
Al final de la jornada los destructores estadounidenses empezaron a perseguir a los submarinos soviéticos del proyecto 641, intentando obligarlos a emerger. Más tarde se supo que los submarinos llevaban torpedos nucleares a bordo y su uso se estaba considerando en serio.
Aquel día la guerra podía estallar en cualquier momento, por culpa de los nervios de alguno de los comandantes. No obstante, por la noche se celebró la reunión de Robert Kennedy con el embajador de la URSS, Alexei Dobrinin, y se produjo un intercambio de propuestas claras encaminadas a “desescalar” la crisis. La postura de Washington fue transferida a Moscú.
El resultado es bien conocido: Estados Unidos, a cambio de la retirada de los misiles soviéticos, ofreció sus garantías al régimen de Fidel Castro y, sin llamar la atención de nadie, desmanteló los misiles Jupiter desplegados en Turquía.
El 28 de octubre por la mañana Nikita Jruschov tomó la decisión de aceptar las propuestas de John Kennedy. A las 16.00 horas (hora de Moscú), antes todavía del anuncio oficial, el general Plíev recibió la orden de iniciar el desmantelamiento de las instalaciones.
La herencia de la crisis
Los pensamientos de los líderes soviéticos durante la crisis eran un enigma, a excepción de que evidentemente no se disponían a lanzar los misiles. Lo único que sabemos es que el 25 de octubre todos los miembros del Politburó, por iniciativa de Jruschov, se dirigieron al Teatro Bolshoi de Moscú para relajar las tensiones y demostrar de esta forma a Washington su buena voluntad.
Sin embargo, los sentimientos de John Kennedy están mejor descritos. Contaban muchos testigos que aquel otoño el libro de cabecera del presidente era la obra de Barbara Tuckman ‘Los Cañones de Agosto’. No es una investigación demasiado precisa del inicio de la Primera Guerra Mundial, pero contiene un perfil psicológico sorprendentemente certero de la crisis política y militar de julio-agosto de 1914.
Tuckman describe el desmesurado equipaje diplomático y militar, completamente inadecuado para funcionar en las nuevas condiciones que, siguiendo las normas de antaño, iba arrastrando el abismo a los Gobiernos y los Estados Mayores de las principales potencias europeas, involucrándolos contra su voluntad en la guerra.
Estas imágenes literarias impresionaron a John Kennedy hasta tal punto que no podía apartarlas de su mente a lo largo de todo el otoño de 1962. Todo parece indicar que dejaba a la autora guiar su imaginación en busca de una salida: demasiado grave era el parecido de octubre de 1962 y aquel otoño de 1914, seguido por sangrientos acontecimientos y desastres sociales.
Algunos testimonios recogen las palabras del presidente John Kennedy: “Si en nuestro planeta el algún momento ha de desencadenarse una devastadora guerra nuclear y los supervivientes de esta catástrofe son capaces de superar el fuego, la intoxicación y el caos, no me gustaría que a la pregunta de uno ¿cómo pudo haber pasado? el otro respondiera “de haberlo sabido, nunca lo habríamos permitido”.
Un año más tarde John Kennedy sería asesinado en Dallas y dos años más tarde Nikita Jruschov sería desplazado por los conspiradores de todos los puestos que ocupaba.
Los timoneles de aquella crisis militar y política, la más grave y peligrosa de toda la Historia de la humanidad, dejarían sitio a unos vínculos no declarados, pero más estrechos, de los dos sistemas. El final de los sesenta y el tramo de los años setenta se convertirían en la época de una creciente influencia de los organismos no gubernamentales, que se encargarían de mantener la comunicación entre las élites políticas de la Unión Soviética y de Estados Unidos a ambos lados del Telón de Acero. Eran el Club de Roma, el Instituto Internacional para Análisis de Sistemas Aplicados y otros.
Surgieron otros y bastante reconocibles símbolos de nuestros tiempos: la “línea roja” establecida entre Moscú y Washington, que hizo innecesario el complicadísimo intercambio de notas que había tenido que realizarse durante la crisis. Y los líderes de ambos países recibieron los llamados “maletines nucleares”, unas valijas de unos 20 kilos que contienen los códigos requeridos para emitir una orden autorizando el uso de armas nucleares.
Se trata de otro mundo: el nuestro, el habitual. El antiguo quedó devastado por el fuego provocado por las explosiones nucleares, aunque sólo existieran en la imaginación de determinadas personas. Sin embargo, pareció suficiente y se decidió evitar el experimento en “tiempo real”.