Libia, en permanente caída libre

Leandro Albani
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Tuvo los mejores niveles de vida de África y hoy se encuentra en una crisis terminal, donde grupos armados se disputan el poder a sangre y fuego. Libia vive en una espiral de violencia, generada por la injerencia extranjera y el desgobierno.

Vacío de poder, desconcierto, crisis institucional y política, profunda fragmentación en la sociedad. ¿Cuál de todas estas definiciones se tendrían que utilizar para describir la actualidad en Libia? Lo cierto, y se puede comprobar pese a la escasa información difundida sobre el país del norte de África, es que el territorio libio se asemeja a una zona de nadie, en la cual los conflictos tribales y políticos se acrecientan día a día desde el derrocamiento -y asesinato sin juicio previo- de Muammar Al Gaddafi en 2011, luego de ocho meses de bombardeos continuos por parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan). Los grupos armados que transformaron a Libia en un campo de batalla, y que Estados Unidos y sus aliados azuzaron mostrándolos como sectores “opositores” que buscaban la libertad, ahora encabezan cruentas luchas internas por un poder que tienen que ver más con el negocio del petróleo que con el bienestar de la población.

Mercenarios, islamistas radicales, empresarios devenidos en políticos y una variedad de oportunistas intentan hacer pie en un territorio devastado, en el cual todavía no se sabe con exactitud la cantidad de muertos que produjeron los bombardeos de la alianza atlántica y las operaciones efectuadas por los grupos violentos.

Una muestra cabal de lo que sucede en Libia ocurrió el fin de semana pasado: casi ochenta muertos se contabilizaron después de dos ataques en la ciudad de Bengasi y en Trípoli, capital del país. El autodenominado Ejército Nacional Libio (ENL), encabezado por el ex general Jalifa Haftar, atacó en Bengasi los cuarteles de las milicias islamistas Brigada 17 de Febrero y Ansar El Sharia. Haftar, militar que desertó en la década del 80 a Estados Unidos, expresó que las operaciones realizadas -en las que participaron aviones de combate- intentan liberar a Libia de “la plaga islamista”. En el ataque al menos 80 personas resultaron abatidas y 150 heridas.

Haftar fue uno de los ex militares que desde el exterior respaldó las acciones violentas que terminaron con Gaddafi. Señalado por muchos como agente de la CIA, el ex general organizó una milicia propia, según se indica en el libro “Manipulaciones africanas”, publicado por Le Monde diplomatique. Proveniente de la tribu Farjani, Haftar regresó a Libia en 2011 y se ubicó como tercero al mando de las Fuerzas Armadas. El ex militar cayó en desgracia luego de que en febrero de 2014 anunciara por televisión que el gobierno provisional había sido disuelto, algo negado por el entonces primer ministro, Ali Ziedan, que calificó el anuncio como “ridículo”.

Mientras tanto, el domingo pasado, los grupos bajo el mando de Haftar ingresaron con vehículos blindados a Trípoli y atacaron el Congreso General Nacional (Parlamento), órgano que gobierna de facto en el país, ante la falta de consensos para sostener a los políticos elegidos como presidente y primer ministro. Al finalizar la incursión, el ENL anunció que formará un consejo constitucional encargado de redactar una nueva Carta Magna. Ante esta situación, el primer ministro saliente, Abdallah Al Thini, manifestó que el ataque fue repelido y la ciudad se encuentra bajo control. Pese a estas declaraciones, todavía se desconoce el paradero del titular del Congreso, Nuri Abu Sahmain, quien se presume se encuentra detenido.

Según reportaron medios de prensa, desde el ENL rechazaron la designación como primer ministro de Ahmed Maitiiq, apoyado por los legisladores de la polémica Hermandad Musulmana (HM). Las tropas de Haftar también reclamaron que el Parlamento seda el poder al consejo constitucional, del que hasta ahora no se conoce ninguno de sus miembros.

El mismo domingo, el ministro libio de Justicia, Saleh Al Mergani, reveló que en Trípoli se produjeron enfrentamientos armados que dejaron varios muertos. A su vez, se reportaron ataques contra el Consejo Militar libio, situado a unos siete kilómetros del Congreso Nacional General.

Unos pocos días antes de los ataques, la Oficina del Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) presentó ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas un reporte en el que confirma que en Libia existen miles de personas detenidas sin encontrarse sometidas a un proceso judicial. La mayoría de los prisioneros, indicó el CPI, son seguidores o colaboradores de Gaddafi. A esto agregó que hasta el momento ningún miliciano o miembro del nuevo gobierno ha sido sometido a la justicia. En el reporte también se alertó que siguen sin respuestas las denuncias de crímenes, como es el caso de la limpieza étnica de personas de piel negra, cometidos en la región de Misrata por los grupos que derrocaron a Gaddafi.

En definitiva, la crisis interna en Libia, que se acrecienta con el paso de los días, está cubierta por un manto de silencio e impunidad. Habría que preguntarle a Estados Unidos, a la dirección de Naciones Unidas y a los países que promovieron el derrocamiento de Gaddafi, en qué momento los libios van a recibir la “democracia” y la “libertad” por la cual esa nación fue bombardeada y diezmada.