El discurso de Massa, ¿una rara mezcla de Ruckauf y Chacho?

María Esperanza Casullo
El Estadista [x]
El líder del Frente Renovador cambió su discurso y ahora combina dos agendas que históricamente han resultado opuestas.
Sergio Massa es un candidato con un natural y eficaz manejo comunicacional e innegable carisma. Su estilo no es el típico de un candidato que va primero en las encuestas, situación en la cual el 99% de los consultores recomienda hablar poco y decir lo menos posible para no provocar controversias que puedan polarizar a los votantes. Massa es en este punto un cabal representante de los políticos argentinos, una clase llamativamente caracterizada por la locuacidad y, hasta diríamos, la sinceridad. Los políticos y las políticas argentinas en general dicen lo que piensan en grado sorprendente. Cabe un ejemplo: los anuncios del nuevo FAU contando públicamente que en su acto de lanzamiento no habría discursos porque no habían podido consensuar una lista de oradores; lo interesante no es que lo hagan, sino que lo cuenten. A Massa le gustan los anuncios, las publicidades de TV con impacto y en general la presencia en los medios. Dado que cuenta además con la nada despreciable amplificación que le ofrece su cercanía con los medios del grupo Vila-Manzano, existe abundante material mediático para evaluar su estrategia discursiva.

La estrategia discursiva de Massa ha pasado por dos etapas claramente diferenciadas: una que produjo su instalación como candidato viable en 2013 y una segunda que tiene que ver con su necesidad actual de mantener la pole position opositora hasta 2015. No cabe duda de que la estrategia comunicacional para su primera fase fue muy exitosa: después de todo, no es poca cosa que un intendente joven decida lanzarse sin un partido que lo respalde y se catapulte al status de front runner de manera tan rápida.

Esta primera etapa estuvo signada por dos mensajes principales, el “mantener lo bueno y cambiar lo malo” y la metáfora de la “ancha avenida del medio”. Vale decir, esta primera etapa de la instalación de Massa estuvo evidentemente basada en un diagnóstico que se sustentaba en dos elementos: primero, que aunque existe un indudable cansancio luego de diez años de gobierno del kirchnerismo, muchos votantes (probablemente incluso una mayoría) no consideran que todo lo hecho por este Gobierno tenga que ser eliminado de plano y, segundo, que los problemas principales del kirchnerismo tienen relación con su tendencia confrontativa y antagonística mientras que lo que “la gente” y el país piden para este nuevo momento es consenso y debate racional entre los líderes partidarios.

Es decir, y para decirlo apresuradamente, Massa pudo instalarse de manera rápida gracias a que logró ubicarse de manera eficaz en el centro, entre el discurso kirchnerista que reivindica la totalidad de lo actuado en estos años bajo el rótulo de “la década ganada” y un discurso opositor de total y completa descalificación de todo lo hecho por el Gobierno.
Nueva estrategia
Este discurso ha sido abandonado por completo por el massismo. Es más, el punto de quiebre puede incluso señalarse con cierta precisión: se trató probablemente del momento en que el candidato decidió realizar su llamativo spot en el cual decía, mirando a cámara, sacándose el saco y arremangándose la camisa, “si quieren pelear, vamos a pelear”. Este spot marcó el abandono de la “ancha avenida del medio” y la asunción de un discurso ya fuertemente opositor.

A partir de ese momento Sergio Massa entró en una pelea no sólo con el Gobierno sino antes que nada con las otras dos fuerzas de la oposición: el macrismo y el FAU. Esto es esperable y es una determinación estructural dada la estructuración del campo político argentino con una oposición dividida (por ahora) en tres. Lo interesante son los temas que Massa ha planteado hasta ahora en esta nueva fase signada por la pelea por diferenciarse a dos bandas (con el Gobierno y con los demás opositores).

Hasta ahora, Massa presentó dos temas de alto impacto: el rechazo total y absoluto a la reforma del Código Penal y, más recientemente, un pedido de reforma de las reglas que rigen la elección de los gobiernos locales que prohíba las reelecciones indefinidas de intendentes. Es decir, puede decirse que la agenda opositora de Massa hasta ahora puede sintetizarse en seguridad más “antipejotismo” institucionalista.

Esta combinación es sorprendente. Por un lado, porque combina en un mismo menú dos agendas que históricamente han resultado opuestas: la agenda de la seguridad nos remite a algunos políticos identificados más bien con cierta derecha peronista o neopopulista, como Carlos Ruckauf, y más recientemente Juan Carlos Blumberg o Francisco De Narváez. La segunda agenda fue encabezada por años por sectores de las fuerzas de centroizquierda más bien urbanas encarnados en Chacho Alvarez y su Frepaso, primero, y Martín Sabbatella más recientemente. Esta combinación, que podría sintetizarse como “Ruckauf más Chacho” es ciertamente original. Tiene mucha capacidad de lograr impacto en los medios y la opinión pública que apunta a sectores urbanos.

Es sorprendente, sin embargo, por dos razones. La primera es que hasta ahora el massismo no ha entregado ninguna definición de política económica cuando la economía es un tema central para el presente y el futuro del país. Los problemas económicos de este momento histórico son evidentes; también lo es que un futuro gobierno tendrá que tomar decisiones difíciles de asignación de recursos. ¿Piensa el massismo que la política económica de este Gobierno tiene aún un apoyo amplio y por lo tanto resulta mejor no hablar de ella? ¿No tienen aún una agenda propia? ¿La tiene y estima que será impopular? No lo sabemos.

La segunda cuestión es que este nuevo discurso “antipejotista” va en contra de una de las supuestas mayores fortalezas del massismo, a saber su pertenencia panperonista y su capacidad de articular políticamente con los actores territoriales y sindicales del peronismo en igualdad de condiciones. ¿Asumirá el massismo un discurso más cercano al republicanismo del FAU a costo de alienar a sus propios “barones del conurbano”? ¿Renuncia Massa a disputar dentro del peronismo orgánico, o estima que si mide en las encuestas los líderes territoriales peronistas se verán forzados a encolumnarse detrás de él diga lo que dijere? (Esta estrategia nos remite a los momentos de ascendencia tanto de Carlos Menem como de Néstor Kirchner). ¿O se trata de un gesto puramente “de campaña”, a ser abandonado más adelante y explicado a los aliados en conversaciones fuera de cámara? Tampoco, por ahora, lo sabemos.

Es probable que la campaña de Massa razone que la estrategia de instalar un discurso de mano dura lo acerque a los sectores populares (las encuestas muestran que la preocupación por la inseguridad es muy fuerte entre ellos), mientras que el discurso contra “la política de los barones” lo acerque a las clases medias. De ser así, sería sin duda una coalición novedosa.