La obsesión de un millonario: la regresión de nuestra política

Sam Pizzigati*[x]


¿Cuánto puede comprarse con mil millones de dólares? El favor absoluto de todas las clases políticas y de parlanchines en los Estados Unidos. Un caso ilustrativo: nuestra continua fijación nacional con la deuda y el déficit.

A lo largo de los siglos, muchas personas han cambiado el curso de la historia por sí solas, algunas con su intelecto, algunas con su valor y otras con la profundidad y amplitud de su visión de las cosas.

No obstante, no es necesario estar dotado un gran intelecto, un gran valor o una visión amplia para cambiar la historia. Simplemente se necesita poseer una enorme montaña de billetes, el tipo de fortuna que el anciano de 86 años Peter Peterson ha amasado durante sus años de enredos y tejemanejes en Wall Street.

Peterson se ha obsesionado durante años con los déficits presupuestarios federales. Actualmente su obsesión ha empujado al país a un "precipicio fiscal" que podría acabar incrementando la edad en que el programa Medicare comienza a hacerse efectivo y recortando miles de millones de otros tipos de programas también cercanos y estimados por las familias trabajadoras estadounidenses.

Estos recortes carecen de sentido. El déficit federal actual refleja directamente la explosión de la burbuja inmobiliaria de hace cinco años y la consecuente Gran Recesión. Si devuelves a los ciudadanos su trabajo y acabas con la recesión, apuntanlos economistas progresistas, el déficit comenzará a disminuir.

Estos economistas progresistas, por desgracia, no tienen los cientos de millones de dólares de sobra que hacen falta para hacer efectivas sus ideas y trasladarlas al público estadounidense. Pete Peterson sí los tiene.

Hace cinco años, Peterson vendió la mayor parte de sus participaciones en la empresa de capital privado Blackstone, la cual había cofundado 22 años atrás. Aquella venta, hecha efectiva en un solo día, sumó 1800 millones de dólares a la ya entonces abundante fortuna personal de Peterson.

Los millones de Peterson fueron destinados a distintos think tanks de todo el espectro político.

Un año después, con un desembolso de 1000 millones de su fortuna, Peterson instauró la Fundación Peter G. Peterson para abordar las "innegables, insostenibles e intocables" amenazas al futuro fiscal de los EEUU y comenzó una campaña masiva de presión para encontrar una solución "bipartidista" a la deuda y al déficit federal. 

La fundación de Peterson comenzó casi inmediatamente a dispensar millones de su impresionante alijo de dinero, financiando muy distintos proyectos: desde currículos de clase hasta un documental de cine o un "tour de alerta fiscal". Otros tantos millones, destaca un análisis de la revista National Journal, fueron a parar a distintosthink tanks de todo el espectro político.

Hace tres años, los dólares de Peterson ayudaron a financiar la prominente Comisión Simpson-Bowles, una maniobra "bipartidista" para lanzar los recortes en gastos sociales como ingrediente fundamental en cualquier enfoque "responsable" dirigido a una reducción del déficit.

Aquella comisión demostró ser incapaz de alcanzar un consenso para fijar los presupuestos. No hubo, sin embargo, ningún problema. Los dólares de Peterson pronto estarían financiando una nueva campaña de relaciones públicas que permitió a los copresidentes de la comisión, el anterior senador republicano Alan Simpson y el anterior jefe del gabinete Clinton Erskine Bowles, visitar las zonas rurales del país.

Ésta, a cambio, se transformó finalmente en la campaña "Fija la Deuda", un nuevo esfuerzo organizado con mucho más esmero cuyo fin es resucitar los "principios nucleares" que Pete Peterson promulga celosa y apasionadamente. Entre estos se encuentran: la necesidad de una "reforma de impuestos a favor del crecimiento" que "amplíe la base, disminuya las tasas, incremente los ingresos y reduzca el déficit".

Traducción: Traslademos el peso de los impuestos de los ricos al estadounidense medio.
El estadounidense medio ha dejado de escuchar a Peterson y a sus amigos de Fija la Deuda.

Fija la Deuda ha eclipsado los otros esfuerzos en campañas de presión financiados por Peterson, principalmente porque el "consejo de liderazgo fiscal" del nuevo grupo está formado por un quien es quien de las superestrellas de las empresas y bancos estadounidenses: desde el director de Goldman Sachs Lloyd Blankfein hasta el jefe de Microsoft Steve Ballmer.

Este grupo de directores de Fija La Deuda ha viajado a Washington y promocionado su proyecto con la ayuda de legisladores y dirigentes de la Casa Blanca. Esperan tener más éxito en el ámbito oficial del que han tenido hasta ahora con los ciudadanos estadounidenses.

El estadounidense medio ha dejado tajantemente de prestar atención a la campaña Fija la Deuda. Un signo de nuestros tiempos: la petición online de Fija la Deuda que respalda la panacea de Simpson-Bowles "como punto de partida de un plan para reducir la deuda federal" ha obtenido tan solo 300.000 firmas hasta la semana pasada. Sin embargo, el objetivo inicial de la petición de Fija la Deuda eran 10 millones de firmas.

Esto no ha supuesto ningún problema. Aun sin haber generado nada parecido a una opinión pública, la agenda de Peterson permanece viva y coleando en Capitol Hill. Peterson, por supuesto, no tiene todo el mérito. Su agenda básica de presupuestos — mantener el gasto federal bajo — siempre ha resonado poderosamente entre los más acomodados de los EEUU.

El principal motivo: cuanto menos invierta el gobierno federal en programas de ayuda a las familias trabajadoras, menos presión habrá sobre los impuestos de los ricos para ayudar a financiar las inversiones.

Parece que los ricos y poderosos de EEUU no tienen suficiente con el mensaje de "responsbilidad fiscal" de Fija la Deuda. Ahora los grupos de negocios, informa el New York Times, están pagando a Alan Simpson y a Erskine Bowles 40.000 dólares por sesión   — cada uno — para perorar en sus charlas y conferencias.

¿Se revelarán Peterson y sus amigos como ganadores cuando la polvareda del "precipicio fiscal" se aposente? En cierto sentido, estos bolsillos sin fondo ya han conseguido imponerse. El Congreso podría — y debería — estar en estos momentos debatiendo sobre la mejor forma de devolver el empleo a los EEUU. Los legisladores, en cambio, se encuentran debatiendo sobre cuánto recortar las ayudas federales para el estadounidense medio de forma que los ricos no tengan que pagar más impuestos.

Los ricos, en efecto, han establecido el marco de nuestro debate político. En las plutocracias, siempre son ellos quienes lo establecen. Hace ya un siglo que los estadounidenses entendieron esta realidad. ¿Su respuesta? Han convertido la misma plutocracia en su propio objetivo. Algún día dentro de no mucho tendremos nosotros que seguir su camino.

*Sam Pizzigati, miembro asociado del Institute for Policy Studies, ha escrito extensamente acerca de la desigualdad. Su último libro, The Rich Don’t Always Win: The Forgotten Triumph over Plutocracy that Created the American Middle Class, acaba de ser publicado.