Fragmentos del libro “Citibank vs. Argentina. Historia de un país en bancarrota”


Marcelo Zlotogwiazda y Luis Balaguer

La realidad que vivió la Argentina en la primera mitad de los años setenta hizo que el país fuera una de las escasas excepciones a un proceso mundial que al Citibank le redituaba como a pocos. Entre 1970 y 1976 las ganancias que el banco presidido por (Walter) Wriston obtuvo fuera de los Estados Unidos crecieron a una tasa anual del 30 por ciento, que era un ritmo de aumento siete veces más veloz que el que registraban sus beneficios domésticos. De cada 100 dólares que el Citibank generó de beneficios en el trienio 1973-1975, 65 dólares provinieron del exterior. Pero ni un solo dólar de ganancia tuvo como fuente a la Argentina. Más allá de la rareza, esas proporciones prueban el tremendo éxito de la estrategia de su expansión mundial: cabe recordar que en 1966 sólo 16 de cada 100 dólares que ganaba el banco provenían de afuera de los Estados Unidos.

La excepcionalidad del caso argentino se realza aun más si se considera que el boom de préstamos a que dio lugar el reciclaje de petrodólares tuvo como principal destino en un comienzo a América latina. Hacia fines de 1975 la deuda total de los países en desarrollo ascendía a 78.000 millones de dólares, de los cuales dos terceras partes correspondían a países latinoamericanos. Aunque el enorme incremento en el precio de los combustibles contribuyó a desencadenar un período recesivo en la mayor parte del mundo desarrollado, los grandes bancos del mundo vivían las nuevas condiciones con euforia.

El gobierno de los Estados Unidos hizo un intento para que esa función la cumpliesen los organismos internacionales de crédito. Fue así que, por ejemplo, el subsecretario del Tesoro, Paul Volcker (que años después se convertiría en el todopoderoso titular de la Reserva Federal), instó al Banco Mundial a crear una unidad especial para ayudar al reciclaje de petrodólares. Casualmente al mando de esa unidad quedó Henry Costanzo, el hermano del vicepresidente del Citibank.

De todas maneras la carrera por erigirse en intermediarios del reciclaje fue fácilmente ganada por los bancos privados. El Banco Mundial y el Fondo Monetario resultaron demasiado lentos para un momento en el cual obtener un préstamo sólo requería que el ministro de Economía de un país cualquiera levantase el teléfono y lo pidiera. Esa no era la oportunidad propicia para el Banco Mundial y para el FMI. Su tiempo iba a llegar después, como bomberos para apagar el incendio.

De todos los grandes bancos internacionales el Citibank fue el que mostró reflejos más rápidos. Ni bien los países exportadores de petróleo comenzaron a hacer circular sus excedentes por el mercado del eurodólar, Wriston ordenó imprimirle mucha más potencia a un vehículo que había sido puesto en marcha en Londres un par de año antes a instancias de Costanzo. Ese vehículo se denominaba Citicorp International Bank Limited (CIBL) y había sido creado para ocuparse de los asuntos del banco en el mercado del eurodólar.

En muy pocos meses, la oficina del CIBL en la capital inglesa pasó de tener cuatro empleados y una secretaria a albergar a un ejército de operadores que trabajaban a ritmo frenético en la intermediación financiera entre los países exportadores de petróleo y el resto del Tercer Mundo. Con la fuerza del CIBL el Citibank condujo la maquinaria del reciclaje por delante del Chase, del JP Morgan y del Bank of America.

El Citibank era el que marcaba el rumbo y el resto se encolumnaba detrás. Si el Citibank organizaba o daba señales de participar de algún préstamo sindicado, nunca faltaban bancos que lo imitaran. Sí, en cambio, desistía de alguna operación, era difícil encontrar otros candidatos. El préstamo sindicado –crédito concedido por un grupo o “sindicato” de entidades con una que actúa como organizadora– fue una de las innovaciones técnicas que potenció la expansión internacional de los bancos que participaban en el mercado del eurodólar. La modernización de los mecanismos financieros y el efecto de los primeros dos años de reciclaje de los petrodólares motivaron que el mercado del eurodólar, que ya había cuadruplicado el volumen de sus movimientos en el quinquenio 1966-1970, volviera a cuadruplicarlo en el quinquenio 1971-1975. 

Luego de unos primeros meses de conceder créditos sin mayores recaudos y de manera expeditiva, Wriston y Costanzo advirtieron que era conveniente tomar precauciones. Si bien eran conscientes de las ventajas de servirles a los países árabes como colocadores de sus excedentes se dieron cuenta de que eran ellos y no los países árabes los que asumían el riesgo de incobrabilidad que conlleva cualquier crédito.

Llegaron a la conclusión de que era imprescindible contar con algún sistema de evaluación del riesgo crediticio de los países que se estaban endeudando con el Citibank. Y la larga experiencia de Costanzo en el Fondo Monetario los llevó, en lugar de inventar algo nuevo, a copiar o en todo caso a imitar lo que ese organismo venía haciendo desde hacía muchos años. Nada mejor para eso que reclutar a la persona que más sabía sobre evaluación de riesgo soberano en el FMI.

Irving Friedman fue contratado por el Citibank en mayo de 1974 para dedicarse a la misma tarea que realizaba en el FMI, donde se había hecho conocido como “el padre de la condicionalidad”.

La condicionalidad constituyó desde el nacimiento del Fondo y hasta la actualidad una de sus reglas de funcionamiento básicas. Como el término lo indica, es el criterio por el cual la institución supedita los desembolsos de los préstamos que concede al cumplimiento de ciertas metas fiscales y de balanza de pagos que garanticen que el deudor podrá cancelar los créditos.

Friedman, que era el máximo especialista en esa tarea en el FMI, creó y condujo dentro del Citibank la unidad encargada de evaluar lo que ya entonces se denominaba riesgo país. Una vez más el Citibank fue pionero en la materia dentro del ámbito privado. Con el tiempo la evaluación del riesgo país pasaría a manos de agencias calificadoras como Standard & Poor’s y Moodys, y hacia finales de siglo se agregaría el banco JP Morgan con su propio método.

Friedman diseñó un método de evaluación que contemplaba el análisis de tres variables:
n Riesgo soberano: la capacidad de un país de obtener los recursos fiscales en moneda local para cumplir sus obligaciones;
n Riesgo de transferencia: la capacidad para obtener los dólares necesarios;
n Riesgo político: la probabilidad de que factores extraeconómicos conspiren contra el repago de las deudas.
De todas maneras, más adelante se verá con toda claridad que la tarea de Friedman fue en vano, sea porque estuvo mal hecha o, en caso contrario, porque la euforia reinante en esos años hizo que el banco no acatara las indicaciones de riesgo crediticio y prestara irresponsablemente.

Cuando años después se hizo evidente la incapacidad de los países deudores de cumplir con sus obligaciones, el Citibank, lo mismo que los restantes bancos, devolvió la tarea de supervisión al Fondo Monetario. Costanzo, el mismo que había empujado la contratación de Friedman para que el Citibank asumiera por su cuenta la evaluación del riesgo país, omitió precisamente ese pasado cuando años más tarde declaró cínicamente lo siguiente: “No correspondía que el Citibank hiciera el monitoreo de los países deudores o dictara sus políticas económicas. Eso hubiese colocado al banco en una posición de interferencia con la legítima soberanía de los países”.