(¡La anti clase media es el gorilismo del siglo 21!)

Por Martín Rodríguez
para Panamá
Publicado el 28 de octubre de 2013

“Y por eso nuestra clase media, que fue instrumentada muchas veces, nunca van a encontrar la solidaridad de la oligarquía argentina. Sí van a encontrar la solidaridad de los trabajadores, de los intelectuales, de los estudiantes, de toda la patria entera. Por eso la clase media argentina se encuentra acá…”, así hablaba Néstor Kirchner en 2008 durante un acto en Congreso. Detrás, Moyano y Scioli. Los cortes de ruta agrarios junto a las cacerolas lo pusieron loco. Cuando dijo la clase media “se encuentra acá” quiso decir: acá está su condición de posibilidad. Porque no estaba: lo que estaba era una ronda de sujetos políticos mostrando su vacío. Los políticos peronistas, los sindicalistas, la militancia, Carta Abierta, todos, en una ronda que mostraba ese hueco donde debía estar lo que Kirchner quería: la clase media. Porque si hay Estado fuerte, consumo, mercado interno, intelectuales, trabajadores… Kirchner creía que el todo se construía por la suma de las partes. Y el todo no es la suma de las partes en el país de esa clase. La obsesión fue gobernar el Conurbano viajando en helicóptero a cualquier hora a Merlo o La Matanza no se continuaba en la obsesión de gobernar la clase media, porque a Caballito o Palermo no se va en helicóptero y no hay con quien negociar. “La bala que lo rozó” dos años después, tal como dicen, fue la que abatió a un joven de clase media de Avellaneda, estudiante y tornero = trotskista, que se solidarizaba con los tercerizados a los que el gremio ferroviario excluía. Por izquierda, por derecha, se escapa la gente de las manos. Ay, las clases sociales, un mapa interior adonde suena la música maravillosa, pero afuera es el sonido y la furia. Emociona la desesperación de Néstor ante lo inexorable. Viva Néstor. Empecemos.

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Las elecciones mataron el 8N. UNEN y el Frente Renovador fueron las novedades producto de esa plaza. El 2013 amaneció con Lanata y su rating altísimo y con las cacerolas en pie de guerra. Pero la política funcionó, representó, y el rating bajó, y las cacerolas están “bien guardadas”. Ergo, algo funciona. Veamos en detalle: ¿quién votó a Massa además de “los previsibles sectores anti kirchneristas”? Retomemos la imagen del spot de Menem en 2003, el “¡vamos Menem!” y digamos que  esos, justamente esos personajes sociales del “¡vamos Menem!”, el solitario carnicero, la solitaria peluquera, el solitario chacarero, el solitario basurero, el solitario kiosquero, el solitario, la solitaria, esos votaron a Massa. Se cumple la teoría de José Natanson: el gobierno perdió a la clase media baja. Y Massa dice lo que Lanata no dice, pero Massa puso lo que Lanata necesita. Massa ganó sin decir corrupción ni Cristina. ¿Qué pasa con Scioli? En principio ofrece al gobierno las garantías de un camporismo originario: “Scioli al gobierno, Cristina al poder”. Porque Scioli supone que trae lo que al kirchnerismo se le fue, lo que el viento de Massa se llevó. Y los “titulares” económicos detrás de Massa para los sciolistas son pan comido. Se consideran mejores pastores de esas ovejas descarriadas, los harían “volver” (Brito, De Mendiguren, ¿Techint?).
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Tomemos este dato: un estudio realizado por el IDAES-UNSAM en el área metropolitana de Buenos Aires dice que el 80% de las personas se ven a sí mismos como de clase media. Tomemos la suma de votos de las PASO en la provincia de Buenos Aires y digamos: casi el 80% del electorado bonaerense vota al peronismo en cualquiera de sus vertientes más o menos populares, populistas y/o conservadoras. Clase media y peronismo es el tema. ¿Qué cambió en esa relación? ¿El peronismo es el partido de la clase media que produce, de las “nuevas clases medias”?
Vayamos al principio: ¿quién odia a la clase media? Por lo general un sector progresista asentado en lecturas de Arturo Jauretche apunta sobre la conducta de esa clase media durante y contra el peronismo originario del siglo pasado. Un sector progresista que pertenece a la clase media y arrastra de ese modo “el complejo de ser de clase media”, la culpa de pertenencia a la clase que rechazó culturalmente al peronismo. Razón así: la clase media no sabe lo que le conviene. Ningún político fue tan claro en eso como Kirchner. Pero la clase media es una historia de movilidad y ascenso que también escapa a imaginarios estáticos. Y en principio escapa por la naturaleza misma de la economía argentina: ¿cuánta de esa clase obrera de los años 40 hizo nacer generaciones de clase media? En los 70 ese complejo tuvo una repercusión inmedible: la radicalización de sus hijos. Lugar común: “los hijos de los gorilas que se hicieron peronistas”. En un libro reciente (“Los años setenta de la gente común”, del sociólogo Sebastián Carassai) se presenta el hilo de esa tensión entre los padres gorilas y los hijos radicalizados donde unos por fobia racista contra el peronismo y otros por vanguardismo, o “iluminismo”, se colocaban por encima de la experiencia peronista. ¿Cuánto de esta “novela familiar” es proyectable a la experiencia de los años 70 sin caer en el reduccionismo familiar? Sin dudas, algo. Carassai no se empalaga en ese charco, más bien sigue esta trama para subrayar desde algún plano significativo las características del “último Perón”, aquel león herbívoro tan invocado por los liberales que venía a reconciliar desencuentros. Y dice: ese último Perón optó más por la clase media no peronista, a la que quiso seducir en virtud de las garantías pacificadoras y ordenadoras que pretendía ofrecer, que a los programas radicalizados de los jóvenes de izquierda. Dicho en familia: entre los padres conservadores y los hijos rebeldes optó por los padres conservadores. Perón quiso conquistar a la clase contra la que se hicieron peronistas los jóvenes. El Perón final es un Perón que pacifica el conflicto peronista y que imagina la obsesión para gobernar la Argentina: gobernar la clase media.
¿Y quién odia al peronismo hoy? Si se toma como variable que el peronismo es la identidad genérica de muchos candidatos, empezando por el FPV, diríamos que se traspapeló el “gorilismo” al menos en su fase básica: el odio a cualquier alternativa política que se dice peronista. La mezcla de gobernabilidad y capacidad transformadora hicieron del peronismo, o, digamos, de los peronistas, un valor que quebró los diques ideológicos: señoras de barrio norte que votaron en 2011 por Duhalde o Alberto Rodríguez Saa, reconociendo que no hay mejor variante conservadora que la peronista, tanto como ex alfonsinistas o militantes del PI que encontraron en el kirchnerismo una versión que abrazan y que los reconcilian con esa identidad popular. No son procesos amables, ni lineales, ni carentes de conflicto: porque la señora de barrio norte odia al peronismo de izquierda, y porque el kirchnerista odia cualquier residuo menemista. Esta amplitud refuerza tensiones más que abrigar la esperanza de un partido único. Es decir: la identidad peronista en sus tramos sigue conteniendo un campo de lucha simbólica. La virtud de su “pragmatismo” es un árbol que no tapa los bosques de Ezeiza.
A su vez, la distinción política de Clarín y la “batalla cultural” distinguen un lugar preponderante de conflicto: es el diario de la clase media que ejerce un “protectorado” del mercado libre y la sociedad civil, cuyo prestigio también se consagró en la década del 90 en oposición a Menem. Clarín como fuerza para-estatal contribuyó a una cultura que subraya siempre la línea que separa Estado de sociedad. Revisemos los nombres de la agrupación PERIODISTAS de hace una década y veamos la extensión de ese consenso.
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Como legado adulterado de ese “tercer Perón” siempre hay “terceras posiciones peronistas” que aspiran a capturar representaciones mayores, políticos “atrapa-todo”, que es lo que reflejan Massa o Scioli.  Es un peronismo que se ofrece como superación a cualquier desvío de derecha o izquierda, neoliberal o estatista. Pero como toda gestión tiene una primera pregunta en la puerta de la casa de gobierno (“¿cómo se financia el Estado?”) a ese peronismo a la larga también se le ve el dueño.
Menem y el kirchnerismo fueron una versión ideológica dura, y con éxito en el dominio del peronismo porque combinaron el uso del aparato territorial y la divulgación de una versión ideológica con la noción de “construir mayorías”. Construyeron inteligentemente discursos políticos con niveles: por un lado los conflictos que conforman la base de las adhesiones ideológicas y por el otro el sentimiento votante del “es la economía, estúpido”. Ideología y bolsillo. Pero los gobiernos peronistas “optan”. Llegan invocando una unidad, y luego precipitan un giro. La “unidad nacional” no es un rompecabezas para un Estado que cobra impuestos, emite dinero o pide prestado.
Pero reconozcamos una transformación en la relación del peronismo con las clases sociales. Los dos accesos del peronismo al poder (1989 y 2001) fueron marcados por la esperanza o el socorro: ¿fueron por izquierda o por derecha? La híper de 1989 o el estallido de 2001 no fueron claros en la salida que debía seguirse. A simple vista se trató (aunque los ejemplos invocan procesos distintos) del llamado a la reconstrucción de una autoridad política sobre la economía. El dominio del Estado, el dominio del poder sindical, la relación con los empresarios, con los Estados Unidos, con el sector financiero, etc., son las piezas del timón de las dos experiencias peronistas largas que accedieron al poder y construyeron condiciones de perdurabilidad.
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El FPV con sus políticas de AUH, paritarias y ampliación del mercado interno, ¿consolidó o no un voto “territorial”? Su política de más Estado en la economía, más intervencionismo y apoyo al consumo puede generar a la vez un voto menos “Estado-céntrico” a nivel nacional. Aunque convive con el voto municipal en un doble estándar. Eso explica la relación irregular del kirchnerismo con las “mayorías”, y su afianzamiento en dos sectores: los pobres estructurales y el progresismo. Los que necesitan del Estado y los pedagogos del nuevo Estado. La política kirchnerista contribuyó a generar condiciones también contrarias a un voto territorial enlazado a organizaciones en tanto que la distribución significó más capitalismo, o sea, menos trama de pobreza y más mercado de trabajo. De hecho la AUH rompe la lógica asistencial de un modo definitivo. ¿Pero existe ese voto “territorial”? Existe. ¿Cuánto existe? Ya hay mucha literatura sobre el fenómeno “municipal” dando vueltas. Sin embargo, la comprensión de una Argentina corporativa donde pujan intereses y el Estado es parte de esa puja tiene que ser complementada con los cambios estructurales que modifican la relación de esa sociedad con el Estado y sus niveles. La idea de que el pobre vota por necesidad, el de clase media por deseo y el de clase alta por interés en esta década genera malentendidos: los de la movilidad ascendente. Década ganada: ya no hablamos de “nuevos pobres”, hablamos de “nueva clase media”.
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Va de nuevo: la clase media es el hecho maldito del país peronista porque construir una economía más justa no construye ciudadanos más justos con el Estado. Scioli o Massa encarnan ese discurso de Estado anti Estado que se hace mimos con los que progresan, en una versión del progreso social vista en la dimensión individual. No dicen que el Estado es una masa, dicen que el Estado es una cosa que –a la larga- te tenés que sacar de encima. Y la traducción de la ampliación del mercado interno es dura, es: emancipación del Estado. Progreso si privatizo mi vida, dicen. Si paso del Durand a la obra social, de la obra social a la prepaga. La democracia reclama discursos que asuman esa dimensión individual. Por eso el problema es la moneda, la inflación, el dólar. Ese punto ciego donde un ciudadano es obsesivamente secreto: en el ahorro, en la especulación, en su rumia oscura donde amarroca para el futuro. Más conocés a la democracia, más querés a tu perro. Y como decía mi amigo Alejandro Rubio en 2010: el gobierno está obligado a hacer pelear a esa clase entre sí, a la lucha de clases medias, de progresistas contra reaccionarios. Si en los años 90 se repetía que la clase media había muerto, o que iba al muere, esta década nos enfrenta a su contrario: a la consideración de pertenencia por parte de millones de argentinos. ¿Era verdad que moría? ¿Es definitiva esta “nueva clase media”?
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Argentina es un país sin crisis de representación pero con crisis de partidos que se hace evidente en los tiempos electorales. ¿Qué es un partido? Un límite. El peronismo parece ser el PRI pero no es el PRI. Ricardo Sidicaro dijo sobre el 2001 una frase decisiva: “la gente gritó que se vayan todos y sólo se fueron los partidos”. La reconstrucción política operó sobre el Estado, ordenó la sociedad de un modo inédito: el kirchnerismo pasó de atender el conflicto a producirlo, de estado “imparcial” a Estado-sujeto que produce conflictos. Lo mismo con la clase empresaria: el kirchnerismo no es aliado de tal o cual (aunque lo puede ser para después sofocarlo), sino que pretende producir su propio empresariado. Produce -como puede- su propia burguesía, y de eso se trata el materialismo sucio del programa de Lanata. Si la materia del alfonsinismo académico fue Sociedad & Estado, la del kirchnerismo es Economía & Estado. La deuda es organizar la política.
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Porque que no haya partidos no es un problema de politólogos del orden, sino incluso, porque también lo es, de quienes predican la teoría del conflicto virtuoso. La ley de reforma política que creó las PASO fue para simplificar la política en mayorías. Pero el raquitismo partidario que aún existe genera que el FPV sea prácticamente la única fuerza nacional, que compita más consigo que con un contrincante. El peronismo (sub-sistema del sistema político) se organiza en grupos de asalto al poder, operaciones y dialéctica de titulares y suplentes; todo lo cual hace más difícil las transiciones. Síntesis de una política sin sistema de partidos: su ausencia estimula la crueldad del ganador y las bajas garantías del perdedor para no “perderlo todo”. La democracia, a diferencia de la guerra, no pide al derrotado una rendición incondicional.
El kirchnerismo se pregunta qué harán con Clarín los que lleguen al poder. ¿Llegarán al poder para “devolverlo”? ¿Le devolverán “capital” al Grupo? ¿La generación intermedia llegará al poder para perderlo? Es decir: si el resultado de una década es la acumulación de poder en manos del Estado, ¿llegarán al poder para decir que hay demasiado poder? Y también el kirchnerismo se pregunta qué hacer con el peronismo. ¿Es definitivamente la identidad del péndulo (y se ordena bajo el cambio de signo) o no? ¿Es admisible un peronismo de derecha? ¿Hace el kirchnerismo su propio partido con el riesgo frepasista de un movimiento cuya raíz estructural hoy es el Estado (sin gremios, sin gobernadores, etc.)? ¿O podría darle volumen al Partido Justicialista y ser una parte de él capaz de competir internamente y aceptar los resultados de esa competencia?
Argentina no es sólo un país de “clases” que puede ser ordenado por un sistema de partidos llano. Es un país de movilidades sociales. La representación de mayorías es reacia a la definición ideológica prístina. (Cuando Kirchner juntó todo el peronismo a su alrededor en aquel paradigmático 2008 “vio el vacío”.) Pero esto no convierte a cada militante político en un pequeño Maquiavelo, sino, por el contrario, supone un compromiso por la organización de la política, para que cada parte exista y subsista en su derrota parcial. Organizar la política es tanto organizar la victoria como organizar la derrota. El fracaso de Unidos y Organizados es el fracaso de imaginar un peronismo sin conflicto, un peronismo sin contradicciones, que potabiliza su río interno.
Porque, finalmente, sabemos que el radicalismo es una tradición de centro por vocación de centro, pero el peronismo es una tradición de centro por promedio histórico. Los conflictos siempre están adentro de un modo sistémico. Entonces la pregunta no es tanto por la existencia de conflictos sino por las formas de convivencia de los resultados de esos conflictos. ¿Cómo se pierde, cómo se gana en la política argentina? ¿Puede haber resultados de esas batallas? Y no es tanto el problema de perder sino de que cuando se pierde no se pierda todo. A algunos el kirchnerismo (al que votamos desde 2003) no nos volvió conservadores sino conservacionistas. Entiéndase, compañeros.

Fuente: panamarevista.wordpress.com