La historia de la Gran Guerra Patria no tiene zonas prohibidas

Guennadi Bordiugov
RIA Novosti

El 22 de junio, día en el que en 1941 empezó la Gran Guerra Patria (1941-1945), el conflicto bélico entra la Unión Soviética y la Alemania nazi, es Día del Luto y Recuerdo en Rusia desde 1996.

En los últimos años, esta fecha sirve de pretexto para volver la mirada escudriñadora hacia los hasta hace poco eran temas del pasado prohibidos.


Como la política étnica desarrollada por el gobierno soviético durante la guerra. La contienda, como ningún otro acontecimiento, puso al descubierto los problemas interétnicos y los resultados de la estrategia estatal aplicadas al respecto.

Stalin y Hítler entendían perfectamente que la pluralidad étnica puede contribuir tanto a la estabilidad como a la desestabilidad del régimen.

Cinco años antes de empezar la guerra se emprendió una “limpieza” en las regiones fronterizas de la URSS: las autoridades deportaron a los polacos y alemanes de Ucrania, a los coreanos étnicos del Lejano Oriente.

Una semana antes de la intervención hitleriana en el país se llevaron a cabo deportaciones masivas en las repúblicas bálticas, Ucrania Occidental, Bielorrusia Occidental y Moldavia.

Las primeras víctimas de las deportaciones de esa época en la URSS fueron los alemanes étnicos residentes en la región del Volga. Todo esto a pesar de la declarada antes de la guerra política de “amistad internacional”.

Lo lógico es que el estado recurra a las deportaciones masivas para castigar la connivencia con el enemigo en los territorios ocupados o para reprimir los movimientos insurreccionales. Pero en la URSS de la época de preguerra las deportaciónes sirvieron de una especie de medida preventiva contra la posible traición. Esta estrategia viciosa tuvo consecuencias de larga duración que repercutieron en las relaciones interétnicas en la Unión Soviética y, más tarde, en todo el espacio postsoviético.

Otra estrategia de la política étnica estalinista consistió en destacar en el “patriotismo soviético” el elemento ruso, eslavo. No era de extrañar: el Ejercito Rojo a principios de 1941 estaba formado por 61% de rusos, 19,6% de ucranianos y 4,1% de bielorrusos.

Desconfianza

Sin embargo, la guerra modificó seriamente la política étnica de la URSS. Las autoridades soviéticas tuvieron que tomar en consideración que el primer día de la contienda el Mitropolita Serguei, cabeza de la Iglesia Ortodoxa Rusa, publicó una patriótica carta pastoral dirigida a los creyentes ortodoxos del país y bendijo el pueblo para “la hazaña nacional”.

Los muftíes de la URSS encabezaron el movimiento de apoyo del poder soviético y de la lucha contra los invasores nazi.

La Iglesia Armenia emitió un llamamiento al pueblo armenio de levantarse en la defensa de la Patria.

En otoño de 1941, crítico para el Ejercito Rojo, el gobierno soviético ordenó restablecer las unidades militares formadas por criterio étnico, suprimidas en 1938. De esta manera se arregló un problema ideológico: ahora todas las étnias de la Unión Soviética participaron en la lucha contra la agresión hitleriana. No obstante, en 1942 estas unidades volvieron a desaparecer. No fue porque no hicieran falta, sino porque a algunos pueblos se les prohibió servir en el ejército.

El Comité Estatal de Defensa ordenó licenciar del ejercitó a los soldados procedentes de las repúblicas autónomas del Cáucaso del Norte: Checheno-Ingushetia, Daguestán, Kabardino-Balkaria. Otras minorías étnicas de la región fueron incluidos sólo porque para agosto de 1942 sus territorios no habían sido ocupados por las tropas hitlerianas.

La desconfianza originada por el movimiento separatista surgido en el Cáucaso del Norte se extendió también a los que cayeron como héroes en los campos de batalla. En los frentes de la Gran Guerra Patria combatieron unos 27,5 mil chechenos e ingushes, 10 de ellos recibieron el más alto título honorario y el grado de distinción superior de la URSS “Héroe de la Unión Soviética”. Pero este hecho durante mucho tiempo fue silenciado. Incluso muchas veces los militares oriundos del Cáucaso no llegaron a saber de sus condecoraciones.

El fracaso de la política étnica hitleriana

La Alemania nazi en su deseo de destruir el pluriétnico estado soviético aniquilaba sin hacer diferencia a los rusos y a los representantes de otros pueblos y minorías étnicas de la URSS. De acuerdo con el plan de Himmler “Ost” (julio de 1941), en el plazo de 25-30 años debían ser deportados y aniquilados 85% de los polacos, 85% de los letones, 75% de los bielorrusos, 65% de la población de Urcania Occidental, 50% de los lituanos y estonios. Se trataba de un total de 45 millones de personas. En la segunda versión del plan esta cifra aumentó hasta 51 millón.

El territorio de la República de Rusia de tenía que convertirse en la colonia alemana y su población, sobre todo de origen ruso, exterminada o desplazada a Siberia. Los soldados del Wehrmacht recibieron estas instrucciones: “Mata a cualquier ruso, soviético, no te detengas si es un anciano, una mujer o un niño – mata. Así te salvarás de la muerte, asegurarás el futuro de tu familia y te cubrirás de gloria para siempre”.

La política hitleriana supuestamente basada en el lema de la “liberación de los pueblos de la URSS” en realidad pretendía la anexión del territorio mediante genocidio.

La actitud de la población de las repúblicas bálticas, parte de Ucrania y Bielorrusia hacia los invasores al principio era vacilante. Reprimida por las autoridades soviéticas en los años 30, la gente identificaba la ocupación alemana con la caída del régimen soviético. En las regiones fronterizas y en las zonas ocupadas arreció el antisemitismo potenciado por la propaganda nazi que declaraba que los alemanes luchan sólo contra “los comunistas y los judíos”.

Tras conseguir el Ejército Rojo la iniciativa estratégica en 1943, los alemanes promovieron entre la población de los territorios ocupados un programa político en nombre de la organizaciones rusas, ucranianas y bielorrusas prometiendo el “bienestar para toda la población sin excepciones”.

Berlín planeaba crear un “gobierno ruso” antiestalinista para acordar con él las condiciones de paz en las fronteras del año 1939. En noviembre de 1944, por iniciativa de los ideólogos del Wehrmacht, fue creado el “Comité para la liberación de los pueblos de Rusia” aunque su actividad era pura ficción. Ni siquiera los países bálticos obtuvieron una autonomía real a pesar de las insistentes peticiones de los nacionalistas. Los servicios de inteligencia soviéticos informaban que la población en los territorios ocupados se volvía “cada vez más antialemana”

El fracaso de la política étnica hitleriana en la URSS era evidente.

El péndulo ideológico

En esta situación la Unión Soviética tenía una indudable ventaja ya que, a pesar de los serios errores y contradicciones, el singular carácter de las relaciones interétnicas fue, en gran parte, la premisa de nuestra victoria.

Durante la Segunda Guerra Mundial los movimientos insurreccionales antisoviéticos no llegaron a convertirse en la guerra civil, los colaboracionistas locales no tuvieron en los ojos del pueblo el estatus de los “luchadores por la libertad”.

No obstante, conforme el Ejército Rojo iba expulsando a los nazis de los territorios soviéticos ocupados, en lugar de fortalecerse la confianza mutua de los pueblos vencedores, se reanimaba el antiguo principio estalinista: “divide y gobierna”. El péndulo ideológico pasó el punto medio, la política étnica volvió a ser represiva y siguió siéndolo durante los años de posguerra.

Las consignas de unidad nacional desaparecieron como si no hubieran sonado nunca. En vez de permitir el regroso de los pueblos deportados a sus tierras, el gobierno hizo todo para que olvidaran sus raíces, su lengua y cultura y dejaran de existir como etnias.
Dos años después de terminar la contienda, una de las más sangrientas vividas por la humanidad, Stalin volvió a buscar enemigos entre los suyos. Una nueva campaña ideológica a guisa de la llamada “lucha contra el cosmopolitismo” se convirtió en una agresiva campaña antisemita, alentada desde arriba.

El abusivo y represivo régimen, que se aproprió y se aprovechó del título de vencedor, continuó oprimiendo a los pueblos durante años. Pero las contradicciones originadas por el frívolo juego con los grandes conceptos de libertad y nación llevaron al fin y al cabo a la derrota del mismo jugador.

El Día del Luto y el Recuerdo es un motivo serio para recordar aquello.

Guennadi Bordiugov es Presidente de la Asociación de investigadores de la sociedad rusa “AIRO siglo XXI”, miembro del Consejo de expertos de RIA Novosti