El capitalismo, como la enfermedad: Difundir la tiranía gubernamental y la Violencia Armada
John Kozy
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Cuando
crecí en una zona semi-rural de Pensilvania, todos tenían armas, y las armas
nunca fueron un problema. La gente tenía armas para la caza y para tiro al
plato y tiro al blanco. Tuve un rifle Remington, largo con cañon de
0,22 para la caza de plagas, principalmente para evitar ser inundados por la
migración de ratas urbanas. Mi hermano tenía una escopeta, y yo no sabía
de qué tipo. Mi recuerdo es que él usó esa arma sólo una vez. Tenia,
en ese momento, el deseo de ser un cazador de faisánes, y la primera vez que
cazaba, llegó a casa con un cadáver ensangrentado que él orgullosamente
presentado a nuestra madre. Como nunca antes había tratado con un pájaro
emplumado, totalmente lleno de perdigones, pasó una tarde agonizante tratando
de hacerlo apto para cocinar. Cuando terminó, el orgullo de mi pobre
hermano había sido sustituido por el dolor y disgusto. Nunca cazado de
nuevo. Ni un faisán fue muerto nunca mas por un miembro de mi familia.
Pero nadie poseía armas de fuego para protegerse. Si se necesitan
las armas de fuego para protegerse, es que la sociedad ha fracasado. La pequeña
sociedad en la que crecí no tenía comisaría; en los 18 años que viví allí no
hubo nunca ni un solo agente. No había cárcel, ni juzgado, ni un solo abogado.
No se robó en ninguna casa ni se agredió a nadie. La gente no solía cerrar con
llave su casa. Los miembros de nuestra pequeña comunidad no sólo se querían, se
cuidaban. No sólo se alegraban cuando se ayudaba a los necesitados,
participaban en esa ayuda.
El gobierno municipal estaba cuando se
necesitaba y era invisible cuando no hacía falta. La gente no desconfiaba de su
gobierno, no tenía miedo de que se volviera tiránico y los delitos de menor
importancia se ignoraban. Aunque era ilegal vender bebidas alcohólicas en
domingo, la ciudad disponía de un speakeasy [establecimiento de venta ilegal
de bebidas alcohólicas] abierto siete días a la semana y a nadie le importaba.
De niño acompañaba a menudo a mi padre en sus visitas a aquel lugar. Él bebía
su jarra de cerveza y yo tomaba sorbitos de un vaso de chupito. Pero no me
convertí en alcohólico por eso, aunque sin duda fue un prodigio que no lo
hiciera. En los 12 años que asistí a las instituciones educativas públicas,
nunca se necesitó para ninguna actividad a ningún policía o guardia de
seguridad, ni siquiera para las deportivas (tanto mejor porque no había
ninguno).
Ese mundo ya ha desaparecido. ¡En menos de un
siglo, en el transcurso de una sola vida, se ha desvanecido! Muchas personas se
niegan ahora a ayudar a los necesitados y les molesta cuando se les ayuda. Un
miasma de mezquindad sobrevuela Estados Unidos. Aunque no todo el mundo es
mezquino, la mezquindad está lo bastante extendida como para considerarla una
característica estadounidense dominante. Está por todas partes: en los salones
del Congreso, en las aulas donde los alumnos intimidan a sus compañeros, en las
bandas de los colegios cuyos miembros son capaces de propinar una paliza a
alguno de los suyos en una novatada, en las matanzas que ocurren en nuestras
calles, escuelas y lugares de trabajo, en los diálogos de las películas y en
los programas de televisión. Nadie quiere o confía en nadie, y menos en el
gobierno. Los estadounidenses son un pueblo insensible, descortés, tosco y con
escasa formación. (Bueno, no todo el mundo.) Han convertido la sociedad civil
en chusma.
Actualmente vivo en una comunidad vallada y
con poca población, representativa de esta nación. Con una población de
alrededor de 15.000 personas, se jacta de tener 21 iglesias. Cuatro de estas 21
iglesias profesan la misma denominación teológica protestante, pero sus
congregaciones no se quieren lo suficiente para rezar juntos en el mismo
edificio. Los estadounidenses no conviven, sólo viven unos al lado de otros. No
es sólo que los cristianos de Estados Unidos no quieren a los no cristianos, es
que no se quieren entre sí. En general somos un pueblo rencoroso y mezquino.
Los estadounidenses que se oponen a la
legalización del aborto alegando que la vida es sagrada callan cuando muere
gente diariamente de todas las edades por armas de fuego. Es como si
necesitaran los nacimientos para reponer objetivos a los asesinos, ya que nunca
se proveen cuidados para los recién nacidos. Los hambrientos dependen de la
caridad, los que no tienen vivienda de las cajas de cartón y los enfermos
esperan sin fin en las salas de urgencia. Una enferma asiática residente en mi
estado se murió recientemente en urgencias mientras esperaba a que le
examinaran. Una simple inyección le habría salvado la vida. Hay niños
abandonados en las calles que forman bandas que se pelean entre sí. Los
desempleados se convierten en cazadores de personas y recolectores de los
bienes de éstas. La gente está llena de prejuicios encubiertos, sexuales,
religiosos, raciales y otros. Ama a tu vecino como a ti mismo no tiene ningún
sentido práctico, no tiene valor en efectivo que diría William James [filósofo
y psicólogo estadounidense].
Entonces ¿qué es lo que ha ocurrido? Contesta
a las siguientes preguntas para averiguarlo.
¿Qué diferencia hay entre un Presidente con
una lista de personas para matar y los escuadrones de asesinos que se llaman navy seals [fuerza de operaciones especiales] y
un Don de la Cosa Nostra que manda asesinar? ¿Es el director de
la CIA cuyos
agentes asesinan mejor que un padrino de la mafia?
¿Cómo puede lamentar un gobierno las matanzas
que suceden en sus propias ciudades cuando se jacta de matar a gente en lugares
lejanos? Murieron más estadounidenses en la venganza por el 11-S de los que
murieron en los atentados del aquel día. La venganza, una actividad mezquina,
es más importante que la vida de las personas. Las personas compasivas nunca se
enorgullecen de matar.
¿Cómo puede una nación lamentarse de las
matanzas de transeúntes a consecuencia del fuego cruzado entre pandillas o las
muertes de personas que se encuentran en su propia cama cuando se producen
tiroteos desde un automóvil en movimiento mientras se encoge de hombros ante
las matanzas colaterales de Pakistán?
¿Cómo puede una nación alegar que valora la
vida mientras su policía sale impune habitualmente cuando mata a gente
desarmada y a menudo discapacitada alegando que teme por su vida?
¿Cómo puede un gobierno no ser tiránico cuando
lo componen auténticos ideólogos que pretenden imponer sus creencias a todo el
mundo? Los gobiernos tiránicos se componen de personas tiránicas. John Stuart
Mill demostró hace mucho en su trabajo On
Liberty que la libertad es
imposible si no se toleran las diferencias. Sin embargo ni los graduados
universitarios estadounidenses han leído este panfleto. La expresión “educated
American” es en gran parte un oxímoron.
Por supuesto siempre ha habido dos tipos de
personas, las compasivas y las que no lo son. Pero no todas las personas de una
sociedad mezquina tienen que ser mezquinas. La cantidad de mezquindad
perpetrada, no el número de personas que la perpetran, es el elemento
definitivo. La mezquindad evidente en Estados Unidos es abrumadora. La cortesía
está prácticamente ausente. Desde hace mucho tiempo tenemos a unos bárbaros al
timón del buque del Estado.
La mezquindad que ha afligido a los Estados
Unidos es responsable de su violencia. También es responsable de la violencia
que los estadounidenses infligen internacionalmente. La mezquindad no puede
dividirse en compartimentos. No existe un tipo amable mezquino. Ningún mezquino
es amable; los tipos amables nunca son mezquinos.
El germen que transporta esta aflicción es la
economía política dominante fomentada por las comunidades económicas, políticas
y comerciales. El capitalismo es una actividad extractiva que explota a los
trabajadores y consumidores y nunca ha conseguido atender las necesidades de
toda la población de ninguna nación. El marketing es una mentira universal. Las
instituciones tienen grietas por las que se caen algunas personas y a la elite
institucional no le importan estas personas. Las sociedades capitalistas se
componen siempre de ciudadanos de primera y segunda clase; están llenas de
personas que comparten la afirmación de Henry Vanderbilt [magnate
estadounidense]: “The public be damned” [que se jorobe la gente]. Y el
pueblo se ha jorobado siempre. La elite de Estados Unidos nunca ha sacrificado
nada por el pueblo.
La competitividad comercial no fomenta la
preocupación por los hombres. El individualismo fomenta el antagonismo. Cuidar
del número uno siempre termina en negarle al número dos lo que necesita. La
caridad no es una virtud comercial. El capitalismo es la mezquindad
institucionalizada. Es el miasma primitivo que se manifiesta en la avaricia. Es
la enfermedad que hace inhumanas a las personas y es mortal.
¿Por qué entonces los pueblos de otras
naciones admiran a los Estados Unidos y quieren emular su cultura de
mezquindad? ¿Por qué no les repele? ¿Por qué no miran más allá de sus narices?
Sólo hay una respuesta. La mezquindad no sólo
ha afligido a Estados Unidos, sino a otras naciones también. El miasma
primitivo trasciende fronteras nacionales. Ésa es la tragedia del ser humano.
A menos que la mezquindad que se extiende por
la sociedad pueda mitigarse, ninguna sociedad se merece denominarse una fuerza
del bien en el mundo. La violencia en Estados Unidos u otros lugares no se
reducirá hasta que la disminución de la propia mezquindad, no sus distintos
instrumentos, se convierta en el centro de la acción humana.
John Kozy es profesor
retirado de filosofía y lógica que escribe sobre temas económicos, políticos y
sociales. Después de servir en el ejército estadounidense durante la guerra de
Corea, se pasó 20 años como profesor universitario y otros 20 como escritor. Ha
publicado un libro de texto sobre la lógica formal en revistas académicas y
comerciales y ha escrito algunos editoriales de periódico. Sus textos se pueden
leer en http://www.globalresearch.ca/author/john-kozy a donde se le puede escribir.