Los Martínez de Hoz, del contrabando y el trafico de esclavos al neoliberalismo

Por Ignacio Lisazo

Del contrabando y el tráfico de esclavos a fines del siglo XVIII a la temprana implantación a sangre y fuego, desde 1976, de los principios del neoliberalismo. Las frescas imágenes de la evocación del Día de la Memoria invitan a reseñar la poco conocida (y bien oculta) trayectoria en esta tierra de la familia Martínez de Hoz.



El primer portador de ese apellido que supimos conseguir se llamaba José, a secas.

Llegó a Buenos Aires procedente de España alrededor de 1780.

Había nacido en Merindad de Valdivielso, a orillas del río Ebro, en la provincia de Burgos.

El año pasado la población sumaba 380 habitantes, de manera que cabe imaginar cuántos pudieron ser 240 años antes. Aquel José se vino dispuesto a hacer fortuna.

Honor al mérito y el parejo ejercicio de la corrupción, desde entonces a la coronación de Joe como todopoderoso ministro de economía de la dictadura los Martínez de Hoz no cesaron de impulsar el sueño del pionero.

Ni ingenioso, ni hidalgo y sin hacerle asco a cualquier mancha que dejaran los negocios más o menos turbios José marcó el camino y supo prosperar gracias a la explotación de los rubros citados: contrabando y tráfico de esclavos.

Cuando se produjo la primera invasión inglesa, en 1806, las medidas iniciales de William Carr Beresford apuntaron a establecer la plena libertad de comercio, restringida por los virreyes, reducir los aranceles de importación y manejar áreas claves de la administración.

Sólo un par de semanas demoró en hallar al hombre ideal para hacerse cargo de la aduana.

El elegido fue José-el-burgalés.

No ha de haber sido fácil ganarse la confianza del comandante invasor.

Paladines de la piratería Beresford y Martínez de Hoz se entendieron sin problemas.

No hubo Guerra Fría, tampoco hazañas napoleónicas que impidieran la unidad del Ford y la hoz.

El líder de la resistencia a la cómoda radicación de los ingleses fue Manuel Belgrano con un argumento sacado de la manga: ¿por qué cambiar de amo si ya tenemos uno?

El éxito de los emprendimientos de José era convalidado por la participación en los beneficios del anglófilo Bernardino Rivadavia.

No podía extrañar, entonces, que después de 1810 comenzara el gracioso apropiamiento de tierras con la venia de las autoridades.

José Toribio inauguró la costumbre de que los hijos de la familia estudiaran en Inglaterra.

Cuando en 1871 la epidemia de fiebre amarilla azotó a Buenos Aires uno de esos hijos, bautizado Narciso, cubría funciones de intendente de la ciudad.

El presidente Sarmiento, el vice Adolfo Alsina y setenta zánganos (así los descalificó Bartolomé Mitre) huyeron hacia Mercedes.

Uno de los zánganos era el tal Narciso Eme de Hache. Narciso Irineo Martínez de Hoz.

Ante la irresponsabilidad de las máximas autoridades varios médicos, entre ellos Eduardo Wilde y Cosme Argerich, debieron enfrentar tan terrible situación.

José Toribio escapó a Córdoba y allí murió sin que se supiera si fue por el «vómito negro».

La saga empieza a ponerse divertida.

La viuda, Josefa Fernández Coronel, se radica en Madrid y vuelve a casarse con el conde de Sena.

Pronto regresa a nuestro país y ya sin el conde encima sus hijos son instruidos en trabar lazos matrimoniales (en realidad, matri y patri…) con familias seudo patricias, seudo aristocráticas, equivalentes a la categoría del conde de Seudo: Alvear, Casares, Ortiz Basualdo, Bullrich, Lezica.

Entre esos hijos se contaba Miguel Alfredo, que tomó las riendas de las estancias y la actividad agropecuaria.

Siendo presidente de la comisión de turf del Jockey Club los caballos del stud Chapadmalal solían correr con notoria ventaja ilegal.

Era común que un pingo de la chaquetilla rosa y negra al que le correspondía un peso de 60 kilos saliera a la pista cargando sólo 48 o 49, diferencia decisiva.

Otra curiosidad hípica: el pionero José había nacido en Merindad de Valdivielso y uno de los jockeys que montaban la caballada de los Malal fue Jorge Valdivieso.

José Alfredo padre, educado en Eton, extendió la norma de presidir la Rural y pisar fuerte en el Jockey.

Todo en orden hasta que en 1946 Perón ordenó la expropiación de la casona normanda de Chapadmalal y las tierras que la rodeaban sobre el mar, convirtiéndolas en un complejo de hoteles y colonias populares de vacaciones.

Escenarios de la vida bacana para el pueblo.

Y llegamos a Joe.

El historiador y economista Mario Rapoport sostiene que su política «de devastación planeada del país puede compararse con la invasión a Europa de Atila y los hunos».

Se dieron opiniones en contrario.

«Llevó a cabo un programa brillante, sólido y sobre todo realista», pontificó David Rockefeller, que venía de canonizar la política socioeconómica aplicada con mano de hierro por Augusto Pinochet en Chile, modelo establecido para América Latina.

Una voluminosa serie de irregularidades caracterizó su gestión.

Nacionalizó la Ítalo (CIADE) en casi 400 millones de dólares cuando la empresa estaba quebrada y él, Joe, era uno de sus directores y accionistas.

Fue gestor primario del monstruoso affaire Papel Prensa, piedra fundamental en la estructura del imperio Clarín comandado por Héctor Magnetto.

Y tuvo complicidad con Videla y Harguindeguy en el secuestro extorsivo de Federico Gutheim, lo que le costó terminar en prisión domiciliaria.

   Videla, Jose, Noble, Mitre

Un retrato físico de este sujeto podría basarse en un arranque tanguero y discepoliano.

«Flaco, dos cuartas de cogote y una percha en el escote bajo la nuez…».

Qué pedazo de nuez lucía Joe, siempre presente en las caricaturas de Menchi Sábat.

Se comentaba que cuando se sumergía en estado de ira la nuez entraba en erección y llegaba a extenderse 18 centímetros.

Una nuez «trans», en el fondo tendría barretines de pene (con el prepuciointacto, ya se verá por qué).

Se ha afirmado, y aún figura en la información que hoy da google sobre la familia, que José era sefaradí.

Ante los alcances de esa filiación religiosa el pionero encomendó a su sobrino Narciso que consiguiera elementos de prueba para negar el aserto.

Narciso cumplió.

El documento que trajo acreditaba «la limpieza de sangre (de José), buen cristiano, temeroso de Dios, con conciencia libre de toda mala raza y nunca penitenciado por el Santo Oficio de la Inquisición».

La dimensión de tamañas calidades humanas nos induce a garantizar que la reproducción es textual.

Un tío abuelo de Joe, Federico, integró las hordas de la Liga Patriótica Argentina, autores de atentados antisemitas y contra inmigrantes de ideas libertarias entre la Semana Trágica y la Década Infame.

¿Su aporte habrá completado la limpieza de sangre?

Surge un interrogante: ¿cómo no asociar la necesidad de demostrar lo que llaman limpieza de sangre con el obsesivo culto de tantas generaciones de Martínez de Hoz por la cría de caballos de pura sangre de carrera?

Queda en pie una delación implícita advirtiendo la amenaza de la suciedad de sangre, la mala raza y el no temor a Dios.

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