José Alfredo Martínez de Hoz: El ejecutor

Por Néstor Leone

 Además de ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz fue un engranaje clave en la concepción del último golpe de Estado y en los vínculos entre militares y empresarios.

Simboliza como pocos el carácter también cívico que tuvo el golpe militar de 1976. Y no sólo por su desempeño como ministro de Economía durante los primeros cuatro años del gobierno de facto. Su participación en varios de los conciliábulos que pertrecharon de ideas, razones y sentidos a Jorge Rafael Videla y compañía para tomar el poder del Estado resultó significativa. Casi tanto como su rol de eficaz articulador de intereses entre las fracciones del empresariado argentino más dispuestas a alentar cualquier cambio abrupto (y regresivo) y los cuadros militares consustanciados con la tarea conspirativa.

No obstante, su rol de engranaje y partícipe necesario no termina ahí. José Alfredo Martínez de Hoz, también conocido como Joe, fue un vínculo clave entre el nuevo gobierno y los centros del poder global, Henry Kissinger incluido. Y un proveedor de resonancia histórica para dotar de cierta simbología al “Proceso” (que se haya referenciado en la “organización nacional” del siglo anterior no fue casual), dada su pertenencia a una familia tradicional de la elite y a su prosapia liberal. Aunque, quizá, nada pinte mejor el perfil del personaje en cuestión y su simbiosis con el carácter clasista y represivo de la dictadura que su rol como presidente de Acindar, en los prolegómenos del golpe, cuando un operativo comando del que no podía estar ajeno descabezó a la conducción gremial que tanto le molestaba y dio indicios del terror extendido que sobrevendría. 

Por último, el diagnóstico sobre el cual la dictadura partió para desarrollar sus políticas también tiene su factura. Su discurso de asunción como ministro, el 2 de abril de 1976, así lo demuestra. La reforma financiera de 1977 y la famosa “tablita” cambiaria de fines de 1979 son apenas mojones de los cambios estructurales que sufriría la economía argentina a partir de entonces. Había que desmontar el modelo de industrialización sustitutivo, causa de la “politización” creciente del reparto del ingreso nacional, para poder modificar las relaciones de fuerzas entre el capital y el trabajo y entre el capital financiero y el resto de los sectores. Y así se hizo. Desindustrialización, distribución regresiva del ingreso, desarticulación política y fragmentación social fue la estela emergente y el triste corolario. 

PROSAPIA



Su apellido, patricio y compuesto, tiene una larga historia en la vida política argentina. Tanto es así, que quizá no sea una simplificación abusiva decir que cada generación pudo contar con un Martínez de Hoz propio y, un José Alfredo contemporáneo, patriarcal y solícito. El salón principal de la Sociedad Rural Argentina, por ejemplo, lleva el nombre de uno de ellos. Su padre, en este caso, varias veces presidente de la entidad, y nieto de José Toribio, uno de sus fundadores. Pero no faltaron Martínez de Hoz militares, legisladores ni dirigentes políticos; aunque, claro, en ningún otro lugar parece que se hayan sentido tan a gusto que como dirigentes corporativos.

Joe, siguiendo el mandato familiar, comenzó ocupando cargos marginales en la estructura de la Sociedad Rural. Desde allí, extendió su influencia hacia todo el empresariado; el agrario, por supuesto, pero también el industrial y el financiero, que con el paso del tiempo se fueron interrelacionando. De hecho, participó en la fundación de buena parte de las entidades patronales que surgieron en la segunda mitad del siglo XX, con el objetivo no ya de atender asuntos específicos del sector de actividad en cuestión, sino de concebir estrategias deliberadas (e integrales) de intervención política. 

La Acción Coordinadora de Instituciones Empresarias Libres, más conocida como ACIEL, en junio de 1958, fue una de ellas. El Consejo Empresario Argentino (CEA), en agosto de 1967, fue otra, al que se debe sumar la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericas (FIEL), el think tank liberal fundado en 1964. Pero ninguna de estas experiencias fue tan breve y desembozada en sus objetivos como la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias (Apege), originada en agosto de 1975, para precipitar el golpe, y disuelta en 1977, a través de una carta abierta de despedida, al dar por satisfecha su razón de ser. La serie de lockouts patronales de fines de 1975 y principios de 1976 tuvieron en esta entidad y en su mentor a sus marcas de origen.

Cuando se produjo el golpe de Estado no quedaban demasiadas dudas acerca de quién debía controlar los hilos de la economía. Martínez de Hoz podía exhibir un liderazgo indiscutido entre los suyos, ya sean empresarios o militares. Por entonces, el Joe era presidente del CEA, vicepresidente de FIEL y máximo referente de Apege. Además, claro, de ser presidente de Acindar, la principal empresa metalúrgica del país. Y de contar con la “experiencia de gestión” que le había proporcionado sus pasos por los gobiernos de facto de Pedro Eugenio Aramburu y de José María Guido.  


PRUEBA PILOTO



En Villa Constitución, Martínez de Hoz tuvo que “lidiar” con un movimiento sindical combativo y democrático. Se agrupaba alrededor de la autodenominada Lista Marrón, que había logrado desplazar, en la conducción de la UOM local, a la línea interna que respondía al líder nacional de los metalúrgicos, Lorenzo Miguel. El punto más alto de la lucha se había dado en marzo de 1974, cuando a través de una huelga de varias semanas lograron ponerle fin a una prolongada intervención del sindicato e iniciar así un proceso de discusiones con las empresas de la región por reivindicaciones postergadas. Este proceso, un año más tarde, quedó trunco. Brutalmente trunco.

El 20 de marzo de 1975, un operativo combinado tomó por sorpresa la ciudad, sembró el terror y golpeó duro a la resistencia obrera que se organizó tras el operativo. El desembozado revanchismo no tuvo límites. Entre ese día y el mes de junio de ese año, Villa Constitución fue tierra arrasada, sin garantías ni derechos elementales y con el sino de la muerte en cada esquina. De alguna manera, la prueba piloto más avanzada del proceso represivo que se desataría con la dictadura. El objetivo oficial era bien preciso: descabezar a la “serpiente roja del Paraná”, como se llamaba entonces al movimiento sindical de la ciudad y la región. O desbaratar la “guerrilla fabril”, como se señaló entonces en ámbitos políticos. 

Bandas paramilitares, fuerzas regulares del ejército y la policía y matones sindicales fueron actores principales del operativo. Dejaron una secuela de trescientas detenciones, decenas de asesinatos y varios desaparecidos. Sin embargo, no estuvieron solos en la tarea. Contaron con la complicidad (y el apoyo logístico) de algunas empresas de la zona; Acindar, entre ellas. Y de parte de su personal jerárquico. La prueba más acabada de esta articulación la vivieron en carne propia las víctimas de la represión que estuvieron cautivos en dependencias de Acindar. En un hecho varias veces denunciado y todavía impune, los grupos de tareas utilizaron las instalaciones del llamado “albergue de solteros” de la planta para propinar a sus detenidos todo tipo de tormentos. Era un chalet dentro del barrio en el que vivían los ingenieros y jefes de la empresa. Fue demolido poco antes del fin de la dictadura. Algunos de estos testimonios figuran en el expediente número 1770 de la Conadep.

Que la suerte de los detenidos estuvo estipulada con antelación lo confirmó Walter Klein, padre de Guillermo, el viceministro del Joe y su amigo personal, poco después, en un diálogo informal con el general retirado Alcides López Aufranc, que presenció Emilio Mignone, fundador del CELS. “Quédense tranquilos, todos los activistas gremiales de Villa Constitución ya están bajo tierra”, había dicho. Mignone lo consigna en su libro Iglesia y dictadura. 

Precisamente, López Aufranc fue quien reemplazó a Martínez de Hoz una vez que éste pasó a ocupar el cargo de ministro. Había sido integrante de la primera camada de oficiales argentinos que recibió cursos insurreccionales dictados por veteranos de la sangrienta guerra colonial en Argel, entre 1955 y 1956. Con la derrota de la resistencia, completó el trabajo que había iniciado la dirección de Martínez de Hoz: la persecución dentro de la planta, el avance sobre las más elementales reivindicaciones y el miedo. Permaneció en el cargo hasta bien entrado los años noventa. Octubre de 1992, más precisamente.