Sobre el origen pre peronistas de las villas miseria

 Por Gabriel Turrone

pata Jóvenes revisionistas

Muchos años antes del 17 de octubre de 1945, fecha en que emerge el coronel Juan D. Perón a la arena política, se tienen las primeras constancias sobre la existencia de villas miserias en la Capital Federal. El 29 de abril de 1932, para ser precisos, un periodista del diario “La Protesta”, se había arrimado hacia la zona donde hoy se establecen los barrios de Retiro y Puerto Madero –que, este último, tomaba el nombre de Puerto Nuevo- para ver de cerca al grupo de “300 chozas” que constituyeron lo que se llamó “Villa Oficial” o “Villa Desocupación”[1]. En una parte de la crónica levantada, anotaba el cronista que podían observarse “a grupos de tres a seis personas, arropadas hasta las orejas, inclinadas sobre un fuego vacilante, fumando o tomando mate”.[2] Puede fijarse la existencia de este primer villorrio desde la famosa crisis de 1930 y hasta ese año de 1932, cuando la Municipalidad de Buenos Aires ordenó la quema de buena parte de esas chozas, aunque no de la totalidad, previo desalojo de sus ocupantes.[3]



Eso aconteció en la metrópolis, pero en el campo hubo casos similares que, con el tiempo y la leyenda, permitieron emerger a un nuevo sujeto social del que, desde luego, no me ocuparé en esta nota: el croto. De regreso en la ciudad, por esos años es cuando aparece un nuevo término que, según se cree, pasó inadvertido –o no tuvo prensa- en medio de los despilfarros de la oligarquía argentina, y fue el de la “olla popular”, todavía empleado de tanto en tanto para aguantar la extensión de alguna protesta callejera. Antes del peronismo, se ve que era tan apremiante la desocupación en nuestro país que, casi a las apuradas, se crearía en 1934 la llamada “Junta Nacional para Combatir la Desocupación”, cuyos censos estaban a cargo del Departamento Nacional del Trabajo, precisamente, el organismo que manejaría Perón a partir de diciembre de 1943.

Tal descomposición del tejido social, nacida gracias a la arquitectura de una política eminentemente unitaria/liberal de nuestro devenir, en donde se establecieron para quedarse las primeras villas miserias, tiene un génesis que muchos, por acción u omisión, prefieren no indagar. Quien sí se refirió a esta desfiguración fue Enrique Ricardo Del Valle, al decir que las primeras villas que hubo en Buenos Aires aparecieron “durante la crisis del año 30”, añadiendo que, entre las características de esos primeros asentamientos[4] estaban el de no permitir la presencia de mujeres “para evitar los líos y no dar motivo a las autoridades para el desahucio”.[5] Y da una serie de elementos materiales con los cuales se levantaban los ranchos de las villas miserias: palos, ramas, cartones, latas de kerosene abiertas y aplanadas, lonas y arpilleras, algo que, por desgracia, no ha perdido vigencia al paso de los años.

Como lo afirmara Paulo Cavaleri en 1996, durante la belle époque vernácula (1890-1920) los valores más apreciados eran “El lujo desmedido, el juego, [y] la creencia en una Argentina de recursos inagotables”.[6] Por entonces, no había lugar para aquellas voces disidentes que veían, en medio de los festejos del Centenario, la grieta cada vez más ensanchada y profunda que, dejando ver dos sectores bien definidos, encontraba, de un lado, al grupo de familias de la oligarquía agrícola-ganadera y, del otro, una amplia mayoría de ciudadanos de a pie que apenas sí subsistían con un empleo indigno, mal pago y, más lúgubremente, de la dádiva o el derrame de los recursos despreciados por las clases pudientes. Todavía no se podía hablar de ninguna clase media consolidada sino embrionaria. La contracara del festín que se daban, plenos de lujos y bacanales interminables en Europa los hijos de las familias ricas locales, podía hallarse en los planteos críticos de Manuel Gálvez, Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones, quienes empezaron, no sin vituperios de sus colegas, a reivindicar, de paso, al gaucho y su patriótica cosmovisión.

Carlos Gardel en su última visita a “Villa Desocupación” (actual Villa 31 de Retiro), Archivo General de la Nación (AGN).



DOS VILLORRIOS: “LAS LATAS” Y “LAS RANAS”

En el año 1895 nacerá, con visos de tibieza pero alarmante desarrollo, el llamado “Barrio de las Latas”: pintoresco eufemismo nacido por la composición con que estaban hechos los ranchos que le dieron vida a una villa miseria que se asentó, hasta su erradicación en 1912 por la Municipalidad, en un sector del barrio porteño de Nueva Pompeya.

Quien ha tomado nota de este asentamiento en pleno auge de la Argentina oligárquica, fue el historiador barriológico Hugo Corradi en su respetable obra Guía Antigua del Oeste Porteño, quien, para ello, transcribió una vieja crónica de la desaparecida revista Aconcagua que, en sus párrafos más salientes, manifestaba que

“Pronto comenzaron a sentar sus reales por los predios y baldíos esos pintorescos personajes que el argot criollo ha bautizado con el nombre de <<cirujas>>, quienes comenzaron a construir sus viviendas para resguardarse de las inclemencias del tiempo con latas…”[7] 

Luis Martín dice que el “Barrio de las Latas” cobijó a 3 mil almas errantes hacia fines del siglo XIX, y que la centralidad de su ejido quedaba a “la vera de las vías y se expandía, en total desorden, para llegar por el Este hasta la prolongación de la calle Entre Ríos (Vélez Sarsfield) mientras que por el Oeste se excedía del límite capitalino –en aquel entonces calle Boedo (Av. Sáenz)-”. Quienes habitaban esta villa miseria vivían –o sobrevivían, mejor dicho- del aprovechamiento de lo rescatable entre los residuos, de modo tal que lo que sí podía reutilizarse “era vendido a los acopiadores mayoristas instalados en las inmediaciones, fuera del basural”. En 1882, sucedía algo que hoy puede sonar a macabro, pues con la instalación de una usina, allí iban a parar todos los perros y caballos desahuciados para ser descuereados y hervidos “para obtener abono”. 

Hacia 1905 se veía el auge de otro conjunto de casuchas tan precarias como quienes las habitaban. Versamos acerca del “Barrio de las Ranas”, nombre con que se conocía a una parte del barrio San Cristóbal. Jules Huret, un cronista francés que visitó a principios del siglo XX el lugar, da en decir que “El trust del Standar Oil presidido por mister Rockefeller, ha proporcionado casi todos los materiales” de las viviendas de este villorrio citadino que tenían por moradores a “algunas negras, mestizos, europeos e indígenas”. De modo que, el rancherío mostraba una arquitectura homogénea que bien podía llamarse de “estilo lata de petróleo”, según la habladuría de aquellos almanaques.

En la visita hecha al “Barrio de las Ranas” a principios del siglo XX, Huret deja unas valiosas anotaciones sobre la paupérrima calidad de vida en aquél, trazando el siguiente cuadro sociológico y paisajístico del mismo:

“Se ve toda aquella población compuesta de rufianes y prostitutas, de truhanes y libertarios, sentados a la puerta de sus casuchas tomando el mate en la calabaza seca en que se guarda la benéfica infusión, que aspiran a través de un largo tubo de metal. Alrededor de ellos se levantan las montañas de inmundicias o basuras que los carros van a vaciar allí incesantemente. Esas inmundicias se queman al aire libre.”[8]

Los elementos dispersos que asolaban aquellas pampas miserables del “Barrio de las Ranas”[9], eran cajas de hojalatas, resortes, marcos de camas de hierro, marmitas, cacerolas, etc. Pero el paisaje se cerraba con la cantidad de mendigos que iban a buscar su “provisión” alimenticia consistente en “carne, pan, (y) legumbres” que, ya inservibles por estar vencidos, eran arrojados en este olvidado confín. Similar sucedía con el faenamiento de cerdos, de cuyas menudencias comían famélicos 4000 perros abandonados.

Tan populoso fue “las Ranas” que también se hizo conocido como “pueblo de las Ranas”, y se dice que su asentamiento quedaba en los confines de la antigua quinta que tenía en el lugar el periodista y dirigente político Miguel Navarro Viola.

Para el final de estas menciones sueltas, diremos que una fuente insospechada como el diario La Nación, que siempre hizo gala de la exaltación de aquella Argentina del Centenario, reconoció la hambruna y la miseria que sufrían “los niños pobres en los hospicios municipales”. En la edición del lunes 5 de diciembre de 1904, se leían algunos cuadros alarmantes de la supuesta gran Argentina de principios del siglo XX:

“…en la capital de la república, muchos niños sufren frecuentemente el suplicio del hambre y llegan á morir por falta de una alimentación adecuada. En ese simple episodio de organización hospitalaria se descubre todo un drama tan conmovedor, de angustia tan profunda y tan intensa, que el espíritu se siente agobiado por impresiones indefinibles de infinita tristeza. Medítese con un poco de recogimiento lo que representa la dureza de las exigencias administrativas en los centros de beneficencia pública donde la sociedad recoge á los niños sin madre, lanzados al viento de la desgracia. Hay una partida de ciento cincuenta pesos destinada á la leche que consumen los pequeños asilados (…). Cuando el inciso se agota antes de fin de mes, el hambre asoma su perfil siniestro y no hay modo de conjurar la pavorosa aparición, si los médicos no se preocupan de suplir con su peculio particular los fondos oficiales…”[10] 

Éstas y otras delicias más pueden dar una visión más realista y concreta que se daba en medio del glamour sofisticado y extranjerizante de comienzos del siglo XX en nuestro país. Su desconocimiento u ocultamiento por los analfabetos locuaces de los mass media y el nutrido elenco de personajes de la “pedagogía colonial”, son los responsables de aquella infundada diatriba que, en forma de latiguillo, dictamina unánimemente que “el origen del peronismo trajo consigo el debut de las villas miserias argentinas”. 

Jauretche, por otra parte, en su siempre actual El medio pelo en la sociedad argentina, advierte que las corrientes emigratorias del campo a la ciudad todavía continuaron en los albores del peronismo, pero que esos emigrantes iban a parar a villas miserias constituidas años antes aunque, ahora, con un trabajo asegurado merced a las 309 leyes laborales que decretó y legalizó Perón entre 1946 y 1955. Por esa razón, Jauretche sostenía que desde entonces

“La población de las Villas Miseria se renueva constantemente y prácticamente hoy, quedan en ellas pocos de sus primeros ocupantes que en los últimos años han sido sustituidos en gran número por bolivianos, paraguayos y chilenos, que van ocupando las vacantes, ya que el problema de la desocupación rural es común a toda esta parte de América”.

En cambio, la “Villa Desocupación” que despuntó a partir de 1930 en plena “Década Infame” tenía su origen en una época en que “La ciudad tenía miles de habitaciones desocupadas cuyos avisos se leían por todos los barrios y ocupaban un amplio espacio en los clasificados de los diarios (…) pero no [había] medios para pagarlas”.[11] Esto dejaba ver lo descarnado de los años previos al surgimiento de Perón, con una economía que rendía sus frutos para unos pocos y que distribuía sus remanentes, sus sobrantes hacia los demás.

A modo de conclusión, se puede hacer una crítica a todo el arco político de los últimos 90 años por no haber podido erradicar las villas miserias, porque bien mencionamos su origen allá en 1930, pero no avizoramos su final sino, contrariamente, su crecimiento, complejidad y barbarie. En ese sentido ningún tipo de gobierno, sea liberal, conservador, radical, peronista, desarrollista, militar o socialdemócrata, ha planteado serias políticas sociales para otorgar las condiciones de elevación moral y ética de sus ciudadanos, para que salgan de la podredumbre social del mal vivir.

Por eso mismo, es un cliché la zoncera de que solo el peronismo facilitó la presencia de las villas miserias y, de suyo, la mentada decadencia argentina a partir de 1945. Es más, me animo a decir que de todos los gobiernos que han enfrentado la problemática de las villas miserias, el justicialismo fundacional de 1945 fue el único que tendió una ayuda transitoria –de superación, como dice Jauretche- para que quienes vivían en ellas pudieran salir de las villas miserias hasta hacerse su casita de material gracias a un Estado que facilitaba esas condiciones. Pero además, porque la política oficial de “la vuelta al campo” pregonada con mayor ahínco en el 2º Plan Quinquenal, evitaba la emigración interna de los pobladores rurales a las grandes ciudades, donde se amontonaban en los villorrios. Hasta aquí, entonces, la temática de esta nota referida al origen no peronista de las villas miserias.

Bibliografía:

 *) Benarós, León. “El desván de Clío. El barrio de las ranas, hacia 1905, según un cronista francés”, Revista Todo es Historia, Año VIII, Nº 85,

*) Cavaleri, Paulo. “Argentinos en París”, Revista Todo es Historia, Año XXX, Nº 353, Diciembre de 1996.

*) Corradi, Hugo. “Guía Antigua del Oeste Porteño”, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1969.

*) Del Valle, Enrique Ricardo. “Lunfardología”, Editorial Freeland, 1966.

*) García, Alicia S. “Crisis y desocupación en los años 30”, Revista Todo es Historia, Año XII, Nº 154, Marzo de 1980.

*) Jauretche, Arturo. “El medio pelo en la sociedad argentina”, Ediciones Corregidor, 1996.

*) Martín, Luis J. “El barrio-pueblo de Nueva Pompeya”, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1996.

Notas:

[1] El sector que se estableció en Retiro es la actual Villa 31, con más de 40 mil habitantes.

[2] García, Alicia S. “Crisis y desocupación en los años 30”, Revista Todo es Historia, Año XII, Nº 154, Marzo de 1980, página 60.

[3] Con el número de Inventario 113934, el Archivo General de la Nación (AGN) publicó en su cuenta de “Facebook”, el 16 de enero de 2018, una fotografía de Carlos Gardel visitando la “Villa Desocupación” por última vez. Se lo ve de impecable traje, sombrero y pañuelo en el bolsillo contemplando el cartel de un <<Almacén – Cigarrería>>.

[4] Otro mote dado es el de “barrio de emergencia”, señala Del Valle, y en pleno siglo XXI el más engañoso de “barrios populares”.

[5] “Lunfardología”, de Enrique Ricardo Del Valle, Editorial Freeland, 1966, Página 127.

[6] Cavaleri, Paulo. “Argentinos en París”, Revista Todo es Historia, Año XXX, Nº 353, Diciembre de 1996, página 26.

[7]  “Guía Antigua del Oeste Porteño”, de Hugo Corradi, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1969, Página 115.

[8] Benarós, León. “El desván de Clío. El barrio de las ranas, hacia 1905, según un cronista francés”, Revista Todo es Historia, Año VIII, Nº 85, Junio de 1974, página 26.

[9] El mote “de las ranas” era muy común para denominar a las villas miserias, en especial debido a que éstas, básicamente, se posaban en terrenos anegados, bajos y llenos de charcos, hábitat propicio y natural de los batracios.

[10] El gobierno al que le endilgan el origen de las infames villas miserias, tenía un apotegma que decía: “En la Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños”.

[11]  “El medio pelo en la sociedad argentina”, de Arturo Jauretche, Ediciones Corregidor, 1996, Página 121.

Fuente