El Instituto Smolny: centro neurálgico de la revolución rusa

Vladimir Ilyich Lenin (1870 - 1924),
durante un discurso
Por Ángel Ferrero
para Público (España)
Publicado el 7 de mayo de 2017


Tras la Revolución de febrero en Rusia, la formación de un Gobierno Provisional que coexistía con los consejos (soviets) creados por obreros y soldados condujo a una situación de doble poder que acabaría por estallar pocos meses después. La sede de uno y del otro se encontraban a apenas unos kilómetros de distancia.

Además de los formados por trabajadores, hubo consejos de soldados, marinos, campesinos, estudiantes, trabajadores ferroviarios y hasta cosacos, y según el historiador Borís Kolonitsky, en el Báltico llegaron incluso a formarse soviets de pastores protestantes. Se calcula que en el mes de mayo de 1917 los soviets de soldados y marinos tenían capacidad para movilizar a 300.000 personas.
“¿Qué es el poder soviético? ¿En qué consiste la esencia de este nuevo poder, que no quieren o no pueden comprender aún en la mayoría de los países?”, preguntaba Lenin en un discurso grabado en 1919 en disco fonográfico. “Por primera vez en el mundo, el poder del Estado ha sido organizado en Rusia de manera que únicamente los obreros y los campesinos trabajadores, excluidos los explotadores, constituyen los soviets, organizaciones de masas a las que se transfiere todo el poder público. Ésa es la causa de que, por más que calumnien a Rusia los representantes de la burguesía de todos los países, la palabra 'soviet' no sólo se ha hecho comprensible en todo el mundo, sino popular, entrañable para los obreros, para todos los trabajadores.”
Mientras los bolcheviques, el ala izquierda del Partido Social-Revolucionario (SR) y los llamados internacionalistas de Maksim Gorky apoyaban la transferencia de poder a los soviets, los mencheviques, los eseristas y otros grupos socialistas los consideraban un complemento al Gobierno Provisional –con ese fin crearon un comité de enlace entre ambos– hasta que la industrialización en Rusia hubiese alcanzado un mayor grado de desarrollo, y creían que lo contrario empujaría al país a la contrarrevolución y a la guerra civil. La situación de “doble poder” (dvoevlastie) era una realidad.
La situación de “doble poder” (dvoevlastie) era una realidad
“Esta doble soberanía no presupone –generalmente hablando, es más, la excluye– la posibilidad de una división del poder en dos mitades iguales, o cualquier tipo de equilibrio formal de fuerzas, sea cual sea”, explica Trotsky en su Historia de la revolución rusa. “No es un hecho constitucional, sino revolucionario. Implica que la destrucción del equilibrio social ha dividido ya la superestructura del Estado. Surge allí donde las clases hostiles están ya descansando esencialmente en organizaciones gubernamentales incompatibles –la una, en declive, la otra, en proceso de formación– que luchan la una con la otra a cada paso en la esfera de gobierno. La cantidad de poder que corresponde a cada una de estas clases en liza en tal situación está determinada por la correlación de fuerzas en el curso de la lucha.”
Según Trotsky, “por su propia naturaleza, esta situación no puede ser estable”. “La escisión de la soberanía prefigura nada menos que la guerra civil”, prosigue, “pero antes de que las clases en lucha y los partidos alcancen ese extremo –especialmente en el caso de que teman la interferencia de una tercera fuerza– pueden sentirse obligadas durante mucho tiempo a aguantar, e incluso sancionar, un sistema de poder dual. Este sistema, sin embargo, explotará inevitablemente.” Y menciona varios ejemplos, desde la Revolución inglesa y la subsiguiente guerra civil (1642-1651) hasta la Revolución francesa (1789) y la Comuna de París (1871).
“La cuestión del doble poder es un problema al que se enfrentan prácticamente todas las revoluciones y hay que comprenderlo para guiarse bien en un proceso revolucionario”, señala el sindicalista Miguel Salas en un artículo reciente para la revista Sin Permiso. “Toda revolución –continúa– crea nuevas formas, nuevas instituciones que representan a la clase social, o a las clases sociales, que tiene la iniciativa. En Rusia fueron los soviets. La burguesía, que desde que empezó la guerra estaba dirigiendo prácticamente el país, quería desembarazarse del zar, al tiempo que temía a la clase trabajadora. A la caída del zarismo, a la burguesía le cae el poder en sus manos pero su única capacidad consiste en mantener o adaptar el viejo aparato del Estado; mientras que la clase trabajadora está construyendo y ejerciendo el poder que le ha dado la revolución a través de los soviets.” Como recuerda Salas, “la existencia de 'dos gobiernos' es imposible”: “Pueden coexistir durante un tiempo, el tiempo que una clase social u otra necesita para organizarse, para tomar conciencia y ganar a los aliados necesarios para imponerse sobre la otra.”

El Palacio de Invierno: sede del Gobierno Provisional

El Gobierno Provisional, encabezado por el príncipe Gueorgui Lvov en calidad de primer ministro, se instaló en el Palacio de Invierno, la antigua residencia oficial de los zares, un suntuoso edificio de estilo barroco tardío frente al Neva que el arquitecto francés Francesco Bartolomeo Rastrelli diseñó claramente para sobrecoger a los súbditos del Imperio ruso, reflejando el inmenso poder de la autocracia zarista. Aunque para los mencheviques la sede del gobierno había de ser tan provisional como el gobierno mismo, la asociación con sus anteriores inquilinos y su simbolismo –su interior es un verdadero catálogo de materiales nobles– lastraron todavía más al ineficaz Gobierno Provisional. El cineasta Serguéi Eisenstein supo explotar a la perfección este hecho en Octubre (1928) al retratar, por ejemplo, la subida de Aleksandr Kerenski por las llamadas escalinatas de Jordán del palacio o servirse de su colección de esculturas.
La periodista estadounidense Louise Bryant describió en Six Red Months in Russia(1918) las instalaciones en el Palacio de Invierno de Yekaterina Breshko-Breshkóvskaya, fundadora del Partido Social-Revolucionario. “La abuela de la revolución” o, simplemente, “la abuela” (babushka), como era conocida, escogió como aposento una pequeña y modesta habitación de las docenas que le ofrecía el palacio. “Había un escritorio en una esquina, una mesa y un sofá, varias sillas y una cama. Era el tipo de habitación por la que pagarías dos o tres dólares por noche en un hotel americano”, escribe Bryant. “¿Cómo es vivir aquí, en el palacio?”, le preguntó la periodista estadounidense.
“No me gusta en absoluto. Hay algo en los palacios que me hace pensar en una prisión”, contestó Breshko-Breshkóvskaya. “¿Se ha fijado en el corredor? Tengo la sensacion de estar de vuelta en la prisión, es tan triste, tan oscuro y amenazante. Personalmente me gustaría tener una casita en algún otro lugar, con plantas en la ventana y tanto sol como fuese posible. Me gustaría descansar… Pero me quedo aquí porque 'este hombre' así lo quiere.” Este hombre era Kerenski, el sucesor del príncipe Lvov como jefe de gobierno.
Kerenski, como le confesó a Bryant una de sus secretarias, se encontraba enfermo y padecía del estómago, el riñón y los pulmones. Los reveses de la guerra y la inestabilidad política y social no sólo agravaron todas estas dolencias, sino que llevaron a Kerenski, según el relato de Bryant, a un estado de depresión con episodios de cólera. “¿Cuánto cree que aguantará?”, inquirió Bryant. “Bueno, seguramente no demasiado”, respondió su secretaria, “un día nos despertaremos aquí y nos encontraremos con que no existe el Gobierno Provisional.”

El Instituto Smolny: como “una dinamo sobrecargada”

Aproximadamente a una hora de distancia a pie del Palacio de Invierno se encuentra el Instituto Smolny. Aunque el Soviet de Petrogrado, formado por los delegados de todos los consejos de obreros y de soldados de la ciudad, celebraba sus sesiones en el Palacio de Táurida –utilizando la sala de la antigua Duma Imperial de Rusia, a la que se despojó del retrato del zar Nicolás II–, es el Instituto Smolny el que ha pasado a la historia como el centro neurálgico de la revolución de octubre.
Este edificio de estilo paladiano fue construido entre 1806 y 1808 para alojar el Instituto para Doncellas Nobles, la primera institución de enseñanza femenina en Rusia, exclusiva a la aristocracia local. El instituto adoptó el nombre del vecino convento de Smolny y funcionó hasta 1917, cuando fue trasladado a Novocherkask.
John Reed recoge en su célebre Diez días que estremecieron al mundo (1919) la frenética actividad que tenía lugar en el Smolny en los días previos al asalto al Palacio de Invierno. A partir de su propio testimonio y el de otros periodistas, Reed describe el edificio “como una colmena gigante” y como “una dinamo sobrecargada”: “El Soviet de Petrogrado se reunía ininterrumpidamente en Smolny, el centro de la tormenta, con los delegados cayendo dormidos al suelo y levantándose para reincorporarse al debate, Trotsky, Kamenev, Volodarsky hablando seis, ocho, doce horas al día...”
"El Soviet de Petrogrado se reunía ininterrumpidamente en Smolny, el centro de la tormenta"
Para Louise Bryant, “Smolny era siempre un lugar extraño”: “En los pasillos oscuros, cavernosos, donde aquí y allá parpadeaba una pálida bombilla eléctrica, se abrían paso cada día miles y miles de soldados y marinos y trabajadores de las fábricas en sus botas pesadas y cubiertas de barro. Todo el mundo parecía tener algo que hacer en el Smolny y el refinado suelo blanco que una vez pisaban, con pies ligeros, jóvenes y descuidadas muchachas, se oscureció y ensució, y el gran edificio se estremeció con la pisada del proletariado...”. En aquellos corredores “oscuros y cavernosos” podían verse, amontonadas, “pilas de literatura que la gente devoraba ansiosamente. Mile de copias de los panfletos, libros y periódicos oficiales del partido bolchevique como Rabochi put [La vía obrera] e Izvestia [noticias] se ponían a diario a disposición” de los militantes y simpatizantes.
Bryant coincide con Reed a la hora de describir el Instituto Smolny como un hervidero de actividad: “En las antiguas clases, el tecleo de las máquinas de escribir era incesante. Smolny trabajaba las veinticuatro horas del día”. Según Reed, “en las puertas, placas esmaltadas todavía informaban a los visitantes que se encontraban dentro de la clase de las 'señoritas' número 4 o la 'sala de reuniones de los profesores', pero sobre ellas colgaban carteles con letras crudamente pintadas, prueba de la vitalidad del nuevo orden: 'Comité Central del Soviet de Petrogrado' y VTsIK (Comité Ejecutivo Central Panruso) y 'Buró de Asuntos Exteriores'; 'Unión de Soldados Socialistas', 'Comité Central Panruso de Sindicatos', 'Comités de fábrica', 'Comité Central del Ejército'; y las oficinas y salas de reunión de los partidos políticos...”
Durante semanas, relata Bryant, “Trotsky nunca abandonó el edificio. Comía y dormía y trabajaba en su oficina en la tercera planta y torrentes de personas llegaban a todas horas para verlo. Todos los dirigentes estaban terriblemente extenuados por el trabajo, tenían un aspecto demacrado y ojeroso debido a todas las horas que habían pasado sin dormir. En el gran auditorio blanco, que una vez fue la sala de baile, con sus elegantes columnas y candelabros de plata, delegados de los consejos de toda Rusia se reunían en sesiones que duraban toda la noche. Hombres llegaban directamente desde las trincheras en la primera línea del frente, directamente de los campos y fábricas.” Y, a pesar de las maratonianas asambleas –“y por lo general terminaban a las cuatro de la madrugada”–, según Bryant “los conductores de tranvía mantenían sus vehículos a la espera. Cuando las tormentas de nieve más fuertes bloqueaban el tráfico, los soldados y marinos y las obreras salían a las calles y mantenían las vías que llevaban al Smolny limpias. A menudo era la única línea que funcionaba en la ciudad.”

El inquilino más célebre del Smolny

La Guardia Roja –una milicia obrera formada tras la Revolución de febrero por los consejos obreros de fábrica con orientación bolchevique y que llegó a movilizar a 30.000 miembros– montaba guardia constantemente frente al Instituto Smolny. “En muchas de las ventanas habían ametralladoras con sus cañones apuntando al gélido aire del invierno”, escribe Bryant. “Los rifles estaban reclinados a lo largo de las paredes, y en los pasos de piedra delante de la entrada principal había varios cañones. En el patio había varios vehículos blindados preparados para entrar en acción”.
Los bolcheviques instalaron en el Smolny un comedor popular
Además de los despachos del Comité Militar-Revolucionario, los bolcheviques también instalaron en el Smolny un comedor popular en la planta baja, descrito por Bryant como sigue: “Había largas mesas de madera sin pulir, tablas y bancos de madera, y un gran ambiente de amistad lo impregnaba todo. Uno siempre era bienvenido al Smolny si era pobre y estaba hambriento. Comíamos con cucharas de madera, del tipo que los soldados rusos llevan en sus botas, y todo lo que teníamos para comer era sopa de col y pan negro. Siempre estuvimos agradecidos por ello y siempre temíamos que, quizá, al día siguiente no tuviésemos ni siquiera eso...”
“Arriba, en una pequeña habitación se servía té noche y día”, continúa Bryant su descripción. “Trotsky acostumbraba a venir aquí, y [Aleksandra] Kolontái y [Maria] Spiridonova y [Lev] Kamenev y [V.] Volodarski y todo el resto excepto Lenin. Nunca vi a Lenin en ninguno de estos sitios. Se encontraba en otro lugar distante y sólo aparecía en las grandes reuniones y nadie llegó a conocerlo muy bien. Pero los otros que he mencionado debatieron los acontecimientos con nosotros. Es más, fueron muy generosos haciéndonos llegar las noticias.”
La presencia intermitente de Lenin en el Instituto Smolny tiene una explicación: hasta los últimos días antes de la Revolución de octubre pesaba sobre él la posibilidad de arresto. Cuando se encontraba en el edificio, Lenin se alojaba en una modesta habitación, desde la que despachaba correspondencia y redactaba propuestas y proclamas. Un óleo de Isaak Brodski del año 1930 presenta a Lenin en una escena de aquella época, pocos días después del triunfo de la revolución. En él, Brodski retrató al dirigente bolchevique con gran detalle, algo que los críticos de arte han señalado como una muestra de la intención del artista de recoger la importancia histórica del momento. Pero a diferencia de los grandes cuadros históricos, la magnitud del momento se encuentra en marcado contraste con el carácter ascético de la escena -en la que Lenin aparece redactando una propuesta de ley como una suerte de moderno San Mateo, la cara ensombrecida ocultando su esfuerzo intelectual-, la ausencia de otros personajes y la selección de los colores como la perspectiva escogida por el pintor.
Todo ello fue probablemente tenido en cuenta por Brodski a la hora de representar a Lenin en una escena -a contracorriente de muchas imágenes propagandísticas- desprovista de heroísmo y teatralidad histórica (un precedente podría haber sido la obra de Nikolai Ge de 1871 Pedro el Grande interrogando al zarévich Alexéi Petrovich, que muestra a Pedro I recriminando a su hijo sin la presencia de testigos, pero transmitiendo al mismo tiempo la fuerza de su poder político a través del espacio que ocupa su figura y su postura).
Hoy el Instituto Smolny vuelve a ser el apacible lugar que probablemente fue antes de los sucesos de 1917, pero, a diferencia de entonces –y la diferencia no es poca–, sus parques están abiertos al público. Dos bustos, uno de Karl Marx y otro de Friedrich Engels, flanquean la reja que da acceso al recinto. Frente a la entrada al edificio se alza la inevitable estatua de Lenin en uno de sus gestos más conocidos, dirigiéndose, con el brazo extendido, a un auditorio hoy inexistente. De su estancia en el Smolny escribió Aleksandra Kolontái: "Lenin está aquí. Lenin se encontraba entre nosotros. Ese hecho nos proporcionaba confianza y seguridad en la victoria. Lenin está tranquilo. Lenin es resoluto. Y semejante claridad y fuerza se encontraban en sus órdenes, en sus decisiones, como ocurre con un capitán experimentado en una tormenta. Y la tormenta no tenía precedentes: la tormenta de la mayor revolución socialista..."
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