La epidemia de la poliomielitis de 1956

 La epidemia de la poliomielitis y la pandemia del coronavirus

Por Sergio Wischñevsky

para Pagina 12

publicado el 7 de abril de 2020

En el Hospital de Niños se inauguró una sección especial para el tratamiento de la parálisis infantil, pero pusieron a cargo a un especialista en ortopedia. 


Tal como la define la Organización Mundial de la Salud, la de Heine Medin es una enfermedad muy contagiosa, transmitida por un virus que afecta principalmente a niños y niñas. El contagio se realiza de persona a persona; el virus puede estar presente en la materia fecal, en el agua o en alimentos. Luego de alojarse en el intestino, ataca al sistema nervioso, pudiendo causar la muerte, parálisis u otro tipo de secuelas motrices. Fue la temida poliomielitis, o parálisis infantil. Su surgimiento, y el modo en que en la Argentina se respondió a la epidemia, trazan algunas analogías reveladoras, al confrontarlos con la actual pandemia del coronavirus.


La polio se conocía desde principios del SXX, pero sobre todo en círculos médicos, en Argentina había muy pocos casos. Alarmaba que atacara a la niñez. Pero recién en 1909 se llamó la atención sobre su incremento. Ese año se reclamó desde las páginas de la Revista de la Asociación Médica Argentina, que los poderes públicos clasificaran a esta dolencia dentro de aquellas cuya denuncia era obligatoria. Se recomendó el aislamiento de los enfermos, y que la desinfección se aplicara no sólo a los atacados de poliomielitis, sino que se hiciera extensivo a las personas que convivían con ellos. No se cumplió con estas recomendaciones, tal vez porque entre 1906 y 1932 se produjeron 2.680 casos en total y eso no alarmó a nadie.

Pero en 1942 se desató el primer brote epidémico. Solo en Buenos Aires hubo más de 2000 casos, la enfermedad se instaló en la conciencia pública y se activaron todos los protocolos. Para 1943 las ciudades más afectadas eran Mar del Plata, Rosario y Santiago del Estero. La población entró en pánico. Hubo éxodos de padres con sus niños hacia lugares alejados de las ciudades, lo cual esparció la enfermedad. La ausencia de difusión por parte del Estado también facilitó la diseminación del virus por diferentes centros del país. El desconcierto de las autoridades sanitarias y políticas se mostró en la ausencia de una política clara. 

En el Hospital de Niños se inauguró una sección especial para el tratamiento de la parálisis infantil, pero pusieron a cargo a un especialista en ortopedia: se atacaba así las consecuencias de la enfermedad, antes que las causas. Es en este contexto que desde la sociedad civil surge, en 1943, la Asociación para la Lucha Contra la Parálisis Infantil, que ofrece tratamiento gratuito, pionero en la rehabilitación en nuestro país, manteniéndose únicamente gracias a la ayuda de una comunidad solidaria.

En 1956 llegó el gran brote que marcó a una generación. Se registraron 6500 casos, para una población total argentina de 18 millones de habitantes. Fue un salto exponencial respecto al año anterior, con 256 casos. El 71% de los pacientes fueron menores entre cero y cuatro años. El Golpe de 1955 eliminó el Ministerio de Salud y la primera actitud fue ignorar la epidemia, pese a que los diarios informaban los casos todos los días. 

La desesperación se apoderó de todos. Se impusieron cuarentenas selectivas, proliferaron remedios caseros, no necesariamente efectivos: collares para niños con bolsitas de alcanfor, vahos con agua de eucalipto, algunas madres envolvían a sus bebés en una suerte de sábana o manta, dejándole solo libre la cabeza. El resto, cuerpo y extremidades, quedaban inexorablemente apretujados simulando una momia. Otro rasgo que distinguió la época y que perduró durante muchísimos años fue el de pintar con cal las paredes, los cordones de las veredas y los árboles. No hubo una comunicación desde el área de Salud para que se hicieran esas cosas. Eron simplemente medidas que tomaba la gente ante la falta de soluciones.

Las 140 camas del hospital Muñiz estaban desbordadas. Se generaron espacios para la atención de chicos. Además de la construcción de los centros se destinó dinero para los viajes de los médicos para capacitarse en Estados Unidos, la compra de elementos ortopédicos y se invirtió en pulmotores, entre otras cosas. El instituto Malbrán recibió una partida especial para la investigación.

El 12 de abril de 1955 Estados Unidos comunicó al mundo que la vacuna creada por el doctor Jonas Salk era efectiva. Sin embargo, la fabricación a gran escala demoró mucho tiempo. Se intentó la fabricación nacional, pero resultó inviable. La dictadura de Pedro Eugenio Aramburu solo tenía una alternativa, importarlo.

Estados Unidos se resistió a exportar la vacuna, pero los desastres de la epidemia en Argentina la pusieron como prioridad número uno a nivel mundial y recibió el apoyo de la ONU y de la OMS. El 1° de septiembre llegaron al país 470.000 dosis. El vuelo regular de Aerolíneas Argentinas que conectaba Nueva York con Ezeiza tuvo que retirar asientos para poder recibir la carga completa. En Buenos Aires se asignaron 44 escuelas para la inmediata aplicación de las vacunas. Los requisitos para esa primera partida: niños de entre 6 meses y tres años, los más afectados. Gradualmente se fue incorporando al resto. En octubre llegó una segunda partida, con 600 mil dosis, y la enfermedad empezó a ceder. 

La erradicación definitiva ocurrió recién en 1984. Así, Argentina se transformó en el primer país libre de polio en América Latina. Hoy solo hay tres países con registros. La vacuna salvó la emergencia. El 10% de los infectados murió, y un 25% quedó con una discapacidad permanente. La política en aquel momento estuvo por detrás de los acontecimientos.

El polaco Albert Sabin, a quien el antisemitismo había obligado a abandonar su país en la década del 20 y radicarse en los Estados Unidos, tomó como punto de partida lo investigado por Salk. Demostró que el virus infectaba a la persona a través del sistema gastrointestinal para después propagarse por la sangre. Así fue como desarrolló una vacuna oral con virus vivos debilitados, que resultó más eficaz que la inyectable de Salk, ya que ampliaba el período de inmunidad.

Fuente 

La epidemia de polio que asoló al país en 1956: 6500 casos, todo pintado con cal y niños con una bolsita de alcanfor como “solución”

Por Adrián Pignatelli

para INFOBAE

publicado el  15 de marzo de 2020

El brote había comenzado a finales del año anterior y atacó sobre todo a los más chicos. El diez por ciento de los afectados murió. Y muchos quedaron con secuelas como la parálisis. El descubrimiento y difusión de la vacuna creada por Jonas Salk y perfeccionada por Albert Sabin hizo que la enfermedad fuera desapareciendo.

A comienzos de 1956, nuestro país sufrió una importante epidemia de poliomielitis, que afectó a alrededor de 6500 personas, y que la histeria desatada llevó a la gente a pintar todo con cal, usar lavandina para la higiene, mientras una vacuna recién terminaba de desarrollarse.

Puede parecer inverosímil, pero algunas madres lo hicieron. Envolvían a sus bebés en una suerte de sábana o manta, dejándole solo libre la cabeza. El resto, cuerpo y extremidades, quedaban inexorablemente apretujados simulando una momia. Esta costumbre, que es difícil identificar su origen, el saber popular decía que servía para proteger de la implacable poliomielitis a los bebés, que eran sus víctimas preferidas. Esto ocurría ya a fines de 1955, cuando habían comenzado a aparecer, en la Argentina, un número elevado de casos de esta enfermedad. Y las cifras fueron en aumento, hecho que el gobierno de facto de Pedro Aramburu en un primer momento pretendió ignorar, a pesar de que diarios insistían en informar lo contrario.


La Polio

Siglos atrás, la polio era llamada la “debilidad de las extremidades inferiores”. En 1840 había sido descripta en Alemania por Heiden y cincuenta años después por Medin, en Suecia. Luego de varias epidemias en distintos puntos del globo, había empezado a propagarse, en forma preocupante, a principios del 1900.

Tal como la define la Organización Mundial de la Salud, la de Heiden Medin es una enfermedad muy contagiosa, transmitida por un virus que afecta principalmente a niños. El contagio se realiza de persona a persona; el virus puede estar presente en la materia fecal, en el agua o en alimentos. Luego de alojarse en el intestino, ataca al sistema nervioso, pudiendo causar la muerte, parálisis o dejar otro tipo de secuelas motrices.

Los argentinos sabían de lo que se trataba. Aún recordaban la epidemia de 1942, no solo en la ciudad de Buenos Aires, sino en puntos importantes del interior del país, que hizo que familias con hijos pequeños abandonasen todo para salvarlos, en medio del desconcierto de las autoridades sanitarias.

Las vacunas

La primera buena noticia provino de los Estados Unidos. En marzo de 1953 el médico Jonas Edward Salk anunciaba que había descubierto, en investigaciones desarrolladas en la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburg, la vacuna contra la polio. Explicó al mundo que consistía en un virus inactivo, y que luego de dos dosis inyectables, desarrollaba anticuerpos en el 90 por ciento de los casos probados, y que una tercera dosis, llevaba la efectividad al 99 por ciento.

El polaco Albert Sabin, a quien el antisemitismo había obligado a abandonar su país en la década del 20 y radicarse en los Estados Unidos, tomó como punto de partida lo investigado por Salk. Demostró que el virus infectaba a la persona a través del sistema gastrointestinal para después propagarse por la sangre. Así fue como desarrolló una vacuna oral con virus vivos debilitados, que resultó más eficaz que la inyectable de Salk, ya que ampliaba el período de inmunidad.


Verano de 1956

Mientras tanto, en nuestro país la población veía cómo los niños contraían esta enfermedad y la inacción de las autoridades dejó al descubierto falta de previsión e imprevisión ante este mal implacable.

Fue la gente la que primero reaccionó. Era pleno verano. Baldeaba las veredas con lavandina y pintaba con cal tanto los cordones de la calle como el tronco de los plátanos. Se creía que así se rechazaba al virus. Y se colgaba del cuello de los niños, una bolsita blanca con alcanfor, que es una planta medicinal, el alcanforero, que las abuelas recomendaban para hacer frente a la tos, el catarro y la congestión nasal. Había quienes lo usaban para combatir los malos olores.

El gobierno adquirió pulmotores, ya que esta afección comprometía los músculos de la respiración, y la voluntad de médicos y enfermeras hizo lo imposible en los centros asistenciales para tratar a los pacientes, que llegaron a ser cerca de 6500; de ellos, falleció el 10 por ciento.

En un momento, la alarma prendió en los vecinos Uruguay y Brasil, que no tenían la epidemia, y se había estudiado un posible cierre de las fronteras. Ya con el invierno y las campañas de vacunación, la situación quedó controlada y tiempo después llegaba la famosa “Sabin”, que en un primer momento se suministraba con un terrón de azúcar, por su sabor amargo. Así, Argentina se transformó en el primer país libre de polio en América Latina.

Salk murió de un paro cardíaco en 1995. Sabin en 1992, y nunca obtuvo el Nobel de Medicina, que sí lo recibieron sus colegas Enders, Weller y Robbins por estudios vinculados, claro que si, a la poliomielitis. En la actualidad, muchos de aquellos niños afectados por esa enfermedad y que padecen grados de parálisis, son hoy adultos que testimonian que ante la improvisación del Estado y la falta de políticas adecuadas, el que sale perdiendo siempre es el más débil.


Fuente


En el año 1956, una epidemia de poliomielitis azotó implacablemente nuestro país. La temible enfermedad de Heine-Medin mataba, paralizaba y atrofiaba a sus víctimas, que fueron más de cuatro mil. Cada uno trató de hacer algo para combatir el poliovirus: los vecinos blanqueando con cal las calles, las veredas y los árboles; las madres colocando bolsitas con alcanfor en la ropa interior de sus hijos; las autoridades sanitarias importando y reparando pulmotores; el personal de los hospitales asistiendo día y noche a los pacientes.


En esta lucha por la supervivencia tuvo un rol fundamental la Asociación Argentina de Anestesiología. A cargo de la presidencia se encontraba la Dra. Margarita Bantz de Oleaga Alarcón, que había sido electa el 16 de diciembre de 1955. La acompañaban los Dres. Alberto González Varela, secretario; Julio Ortega, tesorero; José Catterberg, vocal primero; Juan Carlos Docal, vocal segundo y Salvador Berrotarán, vocal suplente. 


La Dra. Oleaga, con el apoyo de los colegas de la Comisión Directiva, convocó a los asociados y trabajó junto a ellos durante meses asistiendo en forma honoraria a los enfermos con grave insuficiencia ventilatoria que se encontraban internados en diversos hospitales de la Capital Federal, hecho que mereció el elogio de la comunidad y de los medios de comunicación.


 Al cumplirse el 50 aniversario de la última epidemia de poliomielitis, es un deber recordar y homenajear a quien fuera la primera médica argentina en ejercer la anestesiología y la única mujer que estuvo al frente de la institución, función que desempeñó con dedicación y altruismo. La Dra. Oleaga nació en Buenos Aires en 1917 y se doctoró en la Facultad de Medicina de la UBA en 1946. Hizo su formación en anestesia con los Dres. Juan A. Nesi y Roberto Goyenechea y ejerció la jefatura del Servicio de Aneste-siología del Instituto de Cirugía Torácica; falleció inesperadamente el 18 de Junio de 1972. Durante su inhumación en el cementerio Alemán, el académico Prof. Oscar A. Vaccarezza, consternado por la emoción, finalizó su discurso de despedida diciendo: Adiós, querida Doctorcita Adiós, inolvidable Margot.


Dr. Adolfo H. Venturini