El ALCA: para no olvidar

Por Atilio A. Boron 
Publicado el 5 Noviembre 2014.

Hoy se cumple otro aniversario de la derrota del ALCA en Mar del Plata. Fue una gran victoria de los pueblos de Nuestra América que desbarataron el principal proyecto estratégico de Estados Unidos para América Latina y el Caribe para todo el siglo veintiuno. Debemos celebrar ese acontecimiento, raro en la historia de los pueblos que luchan contra el imperialismo. Para ninguna otra región del Tercer Mundo la Casa Blanca había elaborado un plan tan detallado que, en la práctica, significaba la definitiva sujeción de nuestros países a la Roma americana, como la llamaba Martí. Para conmemorar esa  gran victoria popular comparto una ponencia que presentara en La Habana el año 2002, en el marco de la campaña internacional NO al ALCA, analizando el significado de esa iniciativa y sus implicaciones. Creo que, el paso del tiempo, ha confirmado sus tesis principales, razón por la cual y siendo un trabajo poco conocido, me permito ponerla a disposición de tod@s ustedes como un elementos más de discusión y análisis. Y como advertencia, porque hoy el imperio arremete nuevamente y lo que antes se llamaba ALCA ahora viene bajo el nombre de Alianza del Pacífico.

El ALCA y la consolidación de la hegemonía norteamericana
Por Atilio A. Boron *

El ALCA, culminación de un proyecto imperial.


La propuesta de establecer el Área de Libre Comercio para las Américas se ha convertido, en nuestros días, en el tema de mayor importancia para el futuro de nuestros pueblos. Ideólogos y publicistas del neoliberalismo se han desvivido por presentar este proyecto como una gran iniciativa de carácter meramente comercial, que potenciaría las perspectivas de desarrollo económico de los países de la región y aseguraría -gracias a la liberalización de los flujos comerciales, el desmantelamiento de las interferencias estatales y la caída de las barreras proteccionistas- el advenimiento de una era de prosperidad sin precedentes en nuestra historia. En este sentido, el ALCA no sería otra cosa que la reafirmación en el plano hemisférico de la definitiva adecuación de América Latina a las nuevas realidades de la economía internacional, un demorado sinceramiento de nuestras economías con el venturoso primado, considerado ya irreversible, de los mercados mundiales.

Este es el “relato oficial” del ALCA que, por supuesto, poco tiene que ver con la realidad. Lo que ésta nos enseña, en cambio, es que el ALCA es la culminación de un secular proyecto de dominación imperial cuyas raíces se hunden en la historia inter-americana. La expresión más clara al respecto, pero no por cierto la única, fue planteada tan tempranamente como en 1823 por quien fuera entre 1817 y 1825 el quinto Presidente de los Estados Unidos, James Monroe. Fiel a su vocación imperialista, durante su mandato Monroe concretó la adquisición de la Florida y, pocos años más tarde, formuló la doctrina que lleva su nombre y que se sintetiza en su bien conocido aforismo: “América para los americanos.” El pretexto para tal pretensión era alejar a las potencias europeas de toda intromisión en los asuntos del hemisferio. Los móviles verdaderos eran, en cambio, asegurar el predominio absoluto en la región para ese fragmento del mundo anglosajón en tierras americanas, poniendo a los decrépitos imperios coloniales de España y Portugal en retirada y aconsejando a británicos y franceses de abstenerse de inmiscuirse en un área que, para los norteamericanos, constituía su esfera natural de predominio.



* Una primera versión de este trabajo fue presentada ante el II Encuentro Hemisférico de

Lucha contra el ALCA, La Habana, Cuba, 25 al 28 de Noviembre de 2002.



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No sorprende entonces comprobar que desde los albores mismos de la independencia latinoamericana se escucharan voces de alerta motivadas por las vigorosas tendencias expansionistas e imperialistas que, ya desde sus primeros pasos, exhibían las trece colonias. Fue no otro que Simón Bolívar quien planteara, con singular agudeza, los contornos de esa amenaza al afirmar que “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar a la América española de miserias en nombre de la libertad.” Pero habría de ser José Martí quien expusiera con inigualada claridad los peligros que se cernían sobre nuestros países. La excepcional penetración de la mirada martiana, su experiencia de “haber vivido en las entrañas del monstruo” y su inclaudicable lucha por la libertad de Cuba y las naciones hermanas de nuestra América le permitieron captar con singular precisión los alcances de la amenaza norteamericana.



En efecto, a lo largo de muchas páginas de la extensa producción martiana el Apóstol se refirió in extenso a este tema. No es éste el lugar para realizar una exégesis de sus argumentos, pero conviene de todos modos subrayar algunos de sus lineamientos principales. En una de sus magníficas notas publicadas en el diario La Nación de Buenos Aires Martí advertía que “en cosas de tanto interés, la alarma falsa fuera tan culpable como el disimulo. ... Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se los puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever.” (1) De aclarar y prever se trata, precisamente, en este II Encuentro de lucha contra el ALCA. Aclarar y prever porque, según Martí, “en política lo real es lo que no se ve.”(2) Y lo que no se ve, porque no se deja ver gracias a la maraña creada por la industria cultural dominada por los imperialistas, son los intereses de los Estados Unidos en la promoción del ALCA. Se trata, entonces, de ver, y Martí nos ofrece unas guías para poder ver. Por ejemplo, nos advierte que



      “ningún pueblo hace nada contra su interés. ... Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. ... Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podrá hacerlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, ... podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles; pero el que siente en su corazón la angustia de la patria ... ha de inquirir y ha de decir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado ... y si es probable que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado. ... Y el que resuelva sin



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investigar, o desee la unión sin conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento, o la defienda por la poquedad del alma aldeana, hará mal a América.(3)


De esa investigación extrae Martí las siguientes conclusiones, cuya actualidad difícilmente podría ser mayor. Primero: los norteamericanos “creen en la necesidad, en el derecho bárbaro como único derecho: esto es nuestro, porque lo necesitamos,” sentencia ésta que prefigura con un siglo de anticipación la más reciente innovación doctrinaria norteamericana en materia de seguridad que viene a justificar las “guerras preventivas” contra todo aquél que, en un futuro incierto, pudiera llegar a ser una amenaza para la seguridad militar norteamericana. Segundo, Martí concluye que:

“quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. El pueblo que quiere morir vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse a más de uno. ... El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político. ... Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios.” (4)



La conclusión final no es menos actual que las anteriores observaciones. En efecto, Martí nos previene en contra de “la ligereza de un prestidigitador político” capaz de “ponerle colorines de república a una idea imperial.” (5) Para nuestra desgracia, ya no es uno sino son muchos los prestidigitadores políticos que le ponen colorines de república a una idea imperial e imperialista, procurando invisibilizar lo que salta a la vista. Que el ALCA no es otra cosa que la conclusión exitosa de un proyecto imperialista cuya continuidad se extiende a lo largo de dos siglos. Bertolt Brecht decía que la burguesía era una señora que no deseaba que se la llamase por su nombre. El ALCA es un caballero imperialista que también pretende que no se le llame por su nombre.



Las premonitorias advertencias de Bolívar y Martí demostraron ser exactas. En un proceso que no tuvo pausas, y que alternó episodios de sistemática penetración económica en nuestros países con otros signados por la violencia más desenfrenada, los Estados Unidos asentaron un predominio sin contrapesos en esta parte del mundo. Tal como lo dijera Martí, el influjo económico se tradujo inmediatamente en influjo político; la dependencia económica dio paso a la dependencia política. Al no ser libres en los negocios



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nuestros países tampoco pudieron ser libres en lo político. Perdieron soberanía económica y, con ella, la soberanía política. Nuestros estados se convirtieron en guarniciones imperiales preocupadas ante todo y fundamentalmente en preservar los derechos de los imperialistas; nuestras frágiles democracias, allí donde pudieron prosperar, en meros simulacros toda vez que los gobiernos elegidos por sufragio universal no escuchaban las voces de los pueblos sino el tiránico vozarrón de los mercados. El ALCA no es sino la culminación de este proceso, la legalización e institucionalización de la dependencia y de la sumisión al imperialismo.


Derrumbe del “socialismo real”, implosión de la URSS y el fin de la bipolaridad



El formidable ascenso a la hegemonía imperial logrado por los Estados Unidos estuvo lejos de ser un proceso pacífico. La pugna hegemónica desatada por la rivalidad imperialista desde comienzos del siglo XX requirió de la carnicería de las dos guerras mundiales y los horrores del nazismo para ser resuelta. El resultado, como sabemos, favoreció a los Estados Unidos. Su victoria, sin embargo, estuvo lejos de ser absoluta y la pax Americana tuvo como uno de sus rasgos centrales la permanente inestabilidad de las provincias exteriores del imperio –agitadas por las luchas anti-colonialistas y de liberación nacional- y la prolongada amenaza que significó desde los orígenes mismos de su ascenso la irrupción de un campo socialista que puso coto a sus afanes imperialistas.


La llamada “bipolaridad” alteró profundamente el paisaje de la hegemonía imperial norteamericana. En primer lugar, porque si la superioridad estadounidense en el terreno económico nunca estuvo en duda no podía decirse lo mismo en relación a la problemática militar. La paridad estratégica de las superpotencias fue un dato permanente que abrió significativos espacios en la arena internacional. Y esto nos lleva a una segunda consideración: la “bipolaridad” creó las condiciones que hicieron posible un avance social muy significativo también en el plano interno de las economías capitalistas. En efecto, el famoso “Estado de Bienestar” keynesiano no hubiera sido posible a no ser por la presencia de la URSS y del campo socialista. Y, en la periferia del sistema, especialmente en América Latina, la confrontación bipolar despejó el terreno para el avance de distintos procesos reformistas, populistas e inclusive revolucionarios que se multiplicaron desde los años de la Segunda Guerra Mundial y que tenían como condición de



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posibilidad la existencia de un conjunto de países socialistas que proporcionaban un marco externo favorable a la estabilización de dichos procesos. Y si bien el cisma chino-soviético debilitó significativamente la gravitación de este campo, su presencia era todavía de tal modo importante que hasta los comienzos de la década de los setentas sus influjos se sintieron con singular intensidad.
Ésta y no otra es la historia de la expansión del Estado de Bienestar en los capitalismos avanzados. Las burguesías europeas y, por supuesto, la norteamericana, jamás hubieran tolerado los avances en la legislación laboral, en los derechos sociales, en los contenidos de la ciudadanía y en la democratización del estado y la economía obtenidos en los países centrales en los años de la posguerra si las sombras amenazantes de la revolución rusa y el Ejército Rojo no se hubieran proyectado nítidamente sobre sus respectivos países. Si lo hicieron fue porque percibieron que una postura de inflexibilidad ante la marea revolucionaria iniciada en 1917 y reactivada con la Segunda Guerra Mundial podía poner fin a su secular dominación, y que la prudencia política aconsejaba ceder un poco para evitar perder todo, “cambiar algo para que todo siga como está.” El ascenso de las luchas de masas en la posguerra fue un dato insoslayable, es cierto. Pero esto no explica la constitución del estado keynesiano de bienestar. Las clases populares europeas habían también experimentado un período de intensa movilización y auge de sus luchas en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, y sin embargo, ante la debilidad de la naciente república soviética, la respuesta de las burguesías había sido un baño de sangre. ¿Por qué fue diferente después? La respuesta hay que buscarla en los cambios acontecidos en el escenario internacional.



Allí también se encuentran algunas de las claves que explica el florecimiento de las experiencias reformistas, populistas y revolucionarias de América Latina en los años de la segunda posguerra. De vuelta: no se trata de postular un inverosímil determinismo externo en la producción de los grandes hechos de masas de nuestro continente sino de aquilatar debidamente el punto hasta el cual la bipolaridad abrió un espacio en cuyo interior se filtraron algunos experimentos políticos que, en otras circunstancias, hubieran sido ahogados en su cuna. Claro está que la singular situación de América Latina como patio interior del centro imperial imponía condiciones mucho más difíciles a los movimientos populares de la región. Lo que Washington podía tolerar, e inclusive promover (como la reforma agraria en Japón y Corea, por ejemplo) se convertía en una provocación inadmisible en nuestros países, que desencadenaba sangrientas represalias. Al mismo tiempo que la Casa Blanca



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financiaba la reforma agraria y colaboraba activamente en la liquidación de la aristocracia terrateniente en el Extremo Oriente, en Guatemala sus agentes financiaban y armaban, bajo la conducción general de la CIA, el ejército que habría de poner fin a los gobiernos democráticos de Arévalo y Arbenz. En ese sentido la bipolaridad jugó en América Latina un papel ambiguo: por una parte, abrió espacios que hicieron posible, por un tiempo y parcialmente, la supervivencia de procesos revolucionarios como los que se escenificaron en Cuba a partir de 1959. Pero, por la otra, la bipolaridad también actuó en el sentido de acentuar la presión imperialista en esta parte del mundo, convertida en el pensamiento estratégico norteamericano de la posguerra en un botín no-negociable toda vez que era concebido como un componente integral de la seguridad nacional estadounidense.
En todo caso, y para concluir con esta sección, digamos que el período de la segunda posguerra fue absolutamente excepcional, y que en él el capitalismo exhibió lo mejor de lo que puede ofrecer en términos civilizatorios, admitiendo un grado de reformismo social, de democratización y de expansión de derechos y libertades que nunca más volverá a repetirse. Lo que se dio, principalmente en el marco europeo, es lo máximo que el capitalismo puede ofrecer, bajo condiciones de una enorme presión externa como la que en su momento personificaba la URSS. Los años de la posguerra marcan, en ese sentido, los límites con que tropiezan las reformas económicas y sociales dentro del capitalismo; también, su fragilidad y reversibilidad, su fuerte dependencia de una correlación de fuerzas en donde el componente internacional asume una extraordinaria importancia. Cuando éste factor se debilitó, como ocurriera con el deterioro primero y la implosión de la URSS poco después, el capitalismo “vuelve a su normalidad” y restablece el orden ultrajado: acentuada y violenta desvalorización de la fuerza de trabajo; destrucción de partidos, sindicatos y organizaciones populares; aceleración de la centralización y concentración del capital; dictadura de los mercados; destrucción del medio ambiente; reconcentración del ingresos y la riqueza; criminalización de la pobreza y los movimientos contestatarios; envilecimiento mercantil de la cultura, entre tantos otros rasgos que tipifican su estructura y funcionamiento desde sus propios orígenes. Es éste el marco en el cual Washington lanza su propuesta de creación de un área de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego.



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Los imperativos estratégicos de la Casa Blanca en la fase actual y el papel del ALCA.

Para comprender los alcances del ALCA conviene situar esta iniciativa en el marco de la discusión existente en los Estados Unidos en relación a sus prioridades en materia estratégica. Sería un error imperdonable suponer que un proyecto como el ALCA se promueve tomando en cuenta tan sólo sus facetas económicas. Ninguna iniciativa de tal envergadura cuenta con el aval de Washington en base a exclusivas consideraciones de orden comercial o financiero. Pese a la penosa rusticidad que exhibe gran parte de la clase política norteamericana –y de la cual George W. Bush Jr. es uno de sus ejemplos más brillantes- no hay que olvidar que, por debajo del tinglado electoral existe un sofisticado y complejo entramado de instituciones y agencias que reclutan a algunos de los intelectuales y expertos más destacados de ese país y que son ellos quienes producen las visiones de largo plazo que orientan la conducta de los ocasionales ocupantes de la Casa Blanca.



En un trabajo reciente, Robert Kagan -de la Hoover Institution y uno de los más influyentes asesores de George W. Bush Jr.- sostenía que los Estados Unidos, a diferencia de Europa, deben ejercer su poder “en un mundo anárquico y Hobbesiano, en el cual las leyes y normativas internacionales son inseguras e inciertas, y la verdadera seguridad, defensa y promoción de un orden liberal todavía dependen de la posesión y uso de la fuerza militar.” Es por eso, continúa nuestro autor, que los Estados Unidos deben con frecuencia actuar como un verdadero “sheriff internacional,” y que pese a su autodesignación es ampliamente bienvenido porque trata de imponer la paz y la justicia en un mundo sin leyes. En tal escenario, los que están fuera de la ley deben ser neutralizados o destruidos. Siguiendo con esta alegoría del lejano Oeste, Kagan sostiene que Europa, en cambio, no desempeña el papel del sheriff sino el del cantinero, a quien sólo le importa que los malvados consuman sus licores y gasten el dinero obtenido con sus fechorías en su local.(6) Nuestro autor remata su argumentación apelando a un trabajo de un experto británico, Robert Cooper, quien alega que al tratar con el mundo exterior a Europa “debemos regresar a los métodos más brutales de antaño –la fuerza, el ataque preventivo, el engaño y cualquier cosa que sea necesaria. ... Entre nosotros mantenemos la ley, pero cuando operamos en la jungla debemos también utilizar las leyes de la jungla.” La jungla es, obviamente, todo el resto del planeta que se encuentra fuera del Atlántico Norte.



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Esta visión de Kagan y Cooper ya había sido anticipada, unos años antes, por un trabajo de otro notable intelectual orgánico del establishment norteamericano: Samuel P. Huntington quien, a diferencia de algunos izquierdistas extraviados como Michael Hardt y Antonio Negri no alberga la menor duda acerca del carácter imperialista del actual orden mundial. (7) Su preocupación es, en cambio, la debilidad de los Estados Unidos en su condición de “sheriff solitario” en un mundo signado por lo que algunos teóricos denominan “el momento unipolar.” Según este autor, la especificidad de la actual coyuntura internacional obliga a Washington a ejercer el poder internacional de forma despótica e inconsulta. El temor de Huntington es que la reiteración de esta conducta pueda precipitar la formación de una amplísima coalición anti-norteamericana en donde no sólo se enrolen Rusia y China sino también, si bien en diversos grados, los estados europeos, lo cual pondría seriamente en crisis al actual orden mundial. En cuanto “sheriff solitario” los Estados Unidos fueron compelidos, por imperio de las circunstancias, a


“presionar a otros países para adoptar valores y prácticas norteamericanas en temas tales como derechos humanos y democracia; impedir que terceros países adquieran capacidades militares susceptibles de interferir con la superioridad militar norteamericana; hacer que la legislación norteamericana sea aplicada en otras sociedades; promover los intereses empresariales norteamericanos bajo los slogans del comercio libre y mercados abiertos y modelar las políticas del FMI y el BM para servir a esos mismos intereses (...) forzar a otros países a adoptar políticas sociales y económicas que beneficien a los intereses económicos norteamericanos; promover la venta de armas norteamericanas e impedir que otros países hagan lo mismo (...) categorizar a ciertos países como “estados parias” o delincuentes y excluirlos de las instituciones globales porque rehúsan a postrarse ante los deseos norteamericanos.” (8)

A esta lista de odiosas iniciativas, que hemos presentado en forma resumida en este trabajo, podríamos agregar, sin dificultad alguna, la siguiente: “promover la creación del ALCA para favorecer los intereses de las grandes corporaciones norteamericanas,” y la enumeración estaría completa. Las palabras del Secretario de Estado Colin Powell en relación a las expectativas que Washington tiene en relación al ALCA son bien contundentes: “nuestro



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objetivo es garantizar para las empresas norteamericanas el control de un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártica y el libre acceso sin ninguna clase de obstáculo de nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales por todo el hemisferio.” Así, mientras algunos sectores de la izquierda exhiben una enfermiza tendencia a olvidarse de la existencia de la lucha de clases y el imperialismo (probablemente por temor a ser sindicados por el prevaleciente consenso neoliberal como extravagantes y ridículos dinosaurios fugados del Parque Jurásico del socialismo), los mandarines del imperio, preocupados como están por aconsejar con sus conocimientos a las clases dominantes que se enfrentan a diario con los antagonismos clasistas y las luchas emancipadoras no pueden darse el lujo de distraerse con elucubraciones metafísicas. Esta es una de las razones por las que Zbigniew Brzezinski, ex Director del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, es tan claro en su diagnóstico, y en vez de hablar de un fantasmagórico “imperio sin imperialismo” como el que en su alucinación perciben Hardt y Negri celebra sin tapujos la a su juicio irresistible ascensión de los Estados Unidos a la condición de “única superpotencia global”. Pero preocupado por asegurar la estabilidad a largo plazo de la fase imperialista abierta tras el derrumbe de la URSS,


Brzezinski identifica los tres grandes principios orientadores de la estrategia geopolítica norteamericana y al interior del cual será preciso descifrar el significado del ALCA: primero, impedir la colusión entre –y preservar la dependencia de– los vasallos más poderosos en cuestiones de seguridad (Europa Occidental y Japón); segundo, mantener la sumisión y obediencia de las naciones tributarias, como las de América Latina y el Tercer Mundo en general; y tercero, prevenir la unificación, el desborde y un eventual ataque de los “bárbaros”, denominación ésta que incluye desde China hasta Rusia, pasando por las naciones islámicas del Asia Central y Medio Oriente. (9)

Este es, en resumidas cuentas, el marco estratégico en el cual debemos comprender al ALCA. Cualquier otra consideración que sea hecha al margen de estas directrices no alcanza a captar, en toda su dimensión, la magnitud y complejidad de la amenaza que se cierne sobre nuestra América. Téngase presente, por ejemplo, que en el prolijo examen que Brzezinski realiza sobre cada una de las regiones que constituyen el tablero internacional este autor excluye a América Latina. Si bien no explicita las razones por las cuales procede de esta manera, una atenta lectura de su texto no puede evitar descubrir su motivación: para Brzezinski, al igual que para la gran mayoría de los expertos en estos temas, nuestros países configuran una suerte de gigantesca “provincia interior” del imperio. Atento a esta caracterización, lo



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que aquí ocurra no cae en el terreno de las relaciones internacionales sino que se define, más bien, en el marco de la política doméstica. Las dos veces secular tendencia hacia la anexión del vasto espacio geográfico que yace al sur del Río Bravo hace que en las especulaciones de los estrategos imperiales lo que ocurra en nuestros países no merece un tratamiento demasiado distinto del que merecería una revuelta secesionista en Alabama o Texas. Y si no siempre la Casa Blanca recurre a la metodología violenta es por la conveniencia de mantener una cierta fachada de independencia entre sus posesiones neocoloniales del Sur dado que, de lo contrario, su prédica como campeón de las libertades se vería seriamente erosionada en el contexto internacional.


En otras palabras: América Latina tiene una importancia estratégica fundamental para los Estados Unidos, y es la región que le plantea mayores desafíos en el largo plazo. Hay un indicio inapelable: en los años ochentas, en el apogeo de la “guerra de las galaxias” lanzada por Ronald Reagan en el marco de la segunda guerra fría, el personal diplomático adscripto a la embajada de los Estados Unidos en México era superior al que se hallaban estacionados en todo el territorio de la Unión Soviética. En la concepción de los expertos de la época, la URSS era un problema transitorio de los Estados Unidos, mientras que América Latina constituía un problema permanente y cuya puerta de entrada se hallaba en México. Días pasados, en la presentación que abrió el presente Encuentro, el economista cubano Osvaldo Martínez planteaba con claridad este problema al subrayar que nuestros países son la región



“donde el apetito del imperio se excita con los mercados por controlar, las esferas de inversión de capital por dominar, las empresas públicas por privatizar, los lucrativos sectores de servicios por someter la barata fuerza de trabajo por explotar. Es la región donde hay petróleo, agua, biodiversidad y espacio geoestratégico para ampliar su red de bases militares.” (10)



Abundando en detalles Martínez señalaba que América Latina pese a no ser la primera región petrolera del mundo es sin la menor duda aquella que puede ofrecer un suministro más cercano y seguro a mediano plazo, dato harto significativo cuando las reservas propias de la superpotencia no alcanzan para más de diez años. Por otra parte, nuestros países albergan nada menos que la tercera parte del potencial mundial de agua del planeta, y la cuenca acuífera localizada en la Chiapas zapatista es una de la más importantes de la región.



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Téngase en cuenta que mientras América Latina posee en su conjunto los ríos más caudalosos del mundo el Suroeste norteamericano se enfrenta ante su inexorable desertificación, y el suministro del líquido para la ciudad de Los Ángeles será un desafío formidable en pocas décadas más. Tan es así que ya existen proyectos para construir un gigantesco acueducto desde el sureste mexicano hasta el sur de California, a los efectos garantizar el suministro de agua a esa región de los Estados Unidos. En términos de biodiversidad Martínez señala que América Latina cuenta con el 40 % de las especies animales y vegetales existentes, lo que constituye un imán poderosísimo para las grandes transnacionales norteamericanas dispuestas a imprimir el sello de su copyright a todas las formas de vida animal o vegetal existentes. Por último, desde el punto de vista territorial, América Latina es una retaguardia militar de crucial importancia. En fin, el inventario de recursos y situaciones que hacen que esta parte del planeta sea de excepcional importancia para los Estados Unidos sería interminable.
No obstante, el Departamento de Estado y la Casa Blanca insisten rutinariamente en declarar que América Latina tiene escasa importancia en la agenda de la política exterior norteamericana, tesis ésta que muchas veces es reiterada por analistas supuestamente progresistas y políticos y gobernantes resignados de nuestros países. En realidad, la doctrina de la “negligencia benigna”, que así se llama esta impostura, no es otra cosa que una burda mentira, una actitud hipócrita que busca por medio de este artilugio desalentar cualquier tentativa de cuestionar las relaciones de subordinación establecidas entre la potencia hegemónica y nuestros países. El argumento es que América Latina no pesa en el escenario internacional, sus países no son “jugadores centrales” en la arena mundial y sus economías no gravitan en los mercados globales.



Sin embargo, si así fuera, si nuestra región y nuestros países fuesen tan irrelevantes, ¿por qué Washington persiste durante más de cuarenta años con su criminal bloqueo a Cuba? ¿Por qué ha intervenido, por todos los medios a su alcance y sin ninguna clase de escrúpulos morales, para abortar procesos reformistas sin hablar del sistemático ataque lanzado contra cualquier gobierno revolucionario? ¿Por qué esa secuencia interminable de intervenciones militares, invasiones, golpes de mercado, asesinatos políticos, sobornos, campañas de manipulación de la opinión pública y desquiciamiento de procesos democráticos perpetrados contra una región carente por completo de importancia? La tesis de la “negligencia benigna” se derrumba pues como producto de sus propias contradicciones.



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El ALCA como la cristalización de la hegemonía actual de los EEUU en el sistema internacional.



El ALCA no es otra cosa que una tentativa de coagular las relaciones de fuerza predominantes en la actual coyuntura internacional. Esta se caracteriza por la profundización de los desequilibrios dentro de la tríada dominante, en donde la prolongada recesión económica que afecta al Japón y las dificultades que obstaculizan la recuperación económica europea le confieren a los Estados Unidos una situación extraordinariamente privilegiada. Este desplazamiento de los “principales vasallos” de Washington, para utilizar la expresión de Brzezinski, unido al suicidio de la ex-Unión Soviética y la cautelosa aparición de China en el escenario privilegiado de la política internacional le otorgan a los Estados Unidos un margen de maniobra jamás alcanzado antes en su historia. Esta coyuntura está asimismo signada por un inédito retroceso de las fuerzas progresistas y de izquierda en todo el planeta, lo que no está desmentido por el reverdecimiento de muy promisorias tendencias precisamente en América Latina. Los procesos en marcha en Venezuela, Brasil y Ecuador, la tenaz resistencia de la revolución cubana y las perspectivas que se abren en un conjunto de países en donde el neoliberalismo ha fracasado rotundamente -como Argentina, Uruguay y Bolivia, para mencionar apenas unos pocos casos en Sudamérica- atestiguan lo que venimos diciendo, pero aún así la correlación internacional de fuerzas sigue siendo sumamente desfavorable para el campo popular y, por la inversa, favorable en grado extremo a los intereses imperialistas. El peso de ciertos procesos objetivos, tales como los avances de la mundialización neoliberal, la creciente vulnerabilidad y dependencia externas de nuestras economías y el férreo control que la gran burguesía transnacional ejerce sobre nuestros países mediante la labor del FMI, el BM y la OMC reproduce a su vez las condiciones que facilitan los planes del gobierno norteamericano y el conglomerado de oligopolios que lo controlan. Dadas estas condiciones, la creación del ALCA equivaldría al otorgamiento de un estatuto legal a una situación de transitoria pero abrumadora hegemonía del capital imperialista, estableciendo por eso mismo una serie de mecanismos institucionales y legales que consagrarían la irreversibilidad de tal situación. Le asiste toda la razón al Comandante Fidel Castro cuando, en su discurso del Primero de Mayo de 2001 dijera que “el ALCA, en las condiciones, plazo, estrategia, objetivos y procedimientos impuestos por Estados Unidos conducen inexorablemente a la anexión de América Latina a Estados Unidos.”(11)


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Por todo lo anterior se desprende que es necesario y urgente impedir la creación del ALCA. En palabras de Martí, la puesta en marcha de un proyecto de ese tipo “le hará mal a América.” Los borradores del proyecto, discutido al margen de toda clase de escrutinio público cual si fuera una conspiración de malhechores, incluyen entre sus puntos más sobresalientes los siguientes:


a) la completa liberalización del comercio y los servicios, incluyendo la educación, la salud y la previsión social, que sufrirían un proceso de total mercantilización. De esta manera todas estas actividades caerían en poco tiempo en manos de las gigantescas firmas norteamericanas y los gobiernos de la región carecerían de instrumentos de política pública para incidir sobre estas áreas.

b) garantizar la más irrestricta libertad para los inversionistas externos, cuidándose los gobiernos anfitriones de interponer limitaciones de cualquier tipo a sus actividades, a sus estrategias de inversión y a sus decisiones en materia de remesas de utilidades a sus casas matrices.

c) abrir por completo el mercado de los contratos gubernamentales, sea a nivel nacional como provincial y municipal, a los efectos de facilitar la participación de cualquier empresa nacional o extranjera. De este modo se destruye una importantísima arma de la política económica, cual es la utilización del poder de compra del estado.
d) eliminación unilateral y completa de todas las restricciones al comercio, poniendo fin a las prácticas proteccionistas de carácter arancelaria o no-arancelaria por igual, como, por ejemplo, normas relativas a la salud pública o de preservación del medio ambiente.
e) supresión de los subsidios a la exportación de productos agropecuarios así como de cualquier requisito susceptible de ser utilizado para entorpecer el flujo comercial en este terreno.
f) garantizar el más estricto respeto a los derechos de propiedad intelectual, lo que en la práctica significa aceptar la apropiación de los bienes de la naturaleza por empresas oligopólicas dotadas de enormes recursos tecnológicos que les permitirán patentar plantas, animales y semillas.
g) asegurar que los gobiernos firmantes del acuerdo se abstendrán de promover prácticas comerciales anti-competitivas como, por ejemplo, la



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preservación de empresas estatales monopólicas en sectores claves de la economía.
h) al igual que se estipula en el por ahora abortado Acuerdo Multilateral de Inversiones, cualquier disputa entre los países del ALCA o entre éstos y las empresas transnacionales deberá ser dirimido ante tribunales especiales de mediación, poniendo fin de este modo a cualquier arresto de soberanía nacional en cuestiones centrales de la vida económica y social de nuestros países.



En suma, el ALCA es un proyecto que pretende institucionalizar nuestra subordinación al imperialismo forzando la capitulación de los intereses de los pueblos latinoamericanos ante la potencia hegemónica. Se trata de lograr la silenciosa anexión de nuestros países a los Estados Unidos, liquidando definitivamente cualquier pretensión de soberanía y autonomía nacionales.

Por eso mismo, el ALCA es incompatible con la libertad, la democracia y el bienestar de nuestros pueblos. Por eso tiene que ser negociado en secreto, a espaldas del pueblo, dado que es indefendible ante los ojos de la opinión pública: sólo favorece a las grandes empresas y a sus aliados, a sus representantes políticos e ideológicos y a los pequeños grupos y sectores integrados a la hegemonía del capital. Para la abrumadora mayoría de la población latinoamericana el ALCA vendría a concretizar la peor profecía de Simón Bolívar a la cual nos refiriéramos al principio, sembrando de miserias nuestro continente en nombre de la libertad. Por ello debemos rechazar al ALCA. No debemos cejar en nuestro empeño. La heroica resistencia de Cuba demuestra lo que puede una firme voluntad revolucionaria. Con la misma tenacidad tenemos que resistir esta nueva tentativa anexionista del gobierno de los Estados Unidos. Y pese a la intensa campaña publicitaria y a la incansable labor de la industria cultural del gran capital imperialista internacional debemos insistir con nuestro “no.” Cabe recordar una vez más las palabras de Martí: “el pueblo que quiera ser libre, que sea libre en negocios.” Y también aquellas otras que decían que era preciso “ser cultos para ser libres.” La batalla de las ideas, el combate por los sentidos adquiere un carácter fundamental en el mundo de hoy. El ALCA es el caballo de Troya mediante el cual se introduce en los pueblos latinoamericanos la conciencia resignada de nuestro inexorable destino como colonias de los Estados Unidos. Para ello se le ponen “colorines de república a una idea imperial,” y se difunden toda clase de mentiras y patrañas a los efectos de engañar a nuestros pueblos y convencerlos de que con el ingreso al ALCA habremos de alcanzar la



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prosperidad que, de lejos, parece adornar a la “Roma americana.” Por ello es preciso salir con energía y resolución a librar el gran combate de las ideas, la madre de todas las batallas. El gran revolucionario italiano y fundador del Partido Comunista de Italia, Antonio Gramsci, dijo en reiteradas ocasiones que las clases y capas subalternas deben ser dirigentes si es que alguna vez quieren ser dominantes. Y ser dirigentes significaba tener la capacidad de derrotar al “sentido común” y a las ideas dominantes sobre las cuales la burguesía y sus aliados asentaban su dominio. No se va a derrotar al ALCA con la crítica de las armas, terreno al cual nos pretende conducir el imperialismo pues es precisamente allí donde la desproporción entre su gigantesca potencia militar y la nuestra es insuperable y origen de una segura derrota. Lo derrotaremos, como lo hizo Martí, con las armas de la crítica, librando el combate en el terreno de las ideas, conscientizando a las grandes masas de nuestras sociedades y preparándolas intelectual y moralmente para resistir a la anexión imperial.




NOTAS



1 José Martí, América para la humanidad (La Habana: Centro de Estudios Martianos, 2001), p. 4.

2 ibid., p. 49.

3 ibid. pp. 49-50.
4 ibid. pp. 53-54.
5 ibid. pp. 57-58.
6 Robert Kagan, “Power and Weakness”, Hoover Institution Papers, (Stanford: California, 2002), pp. 1, 10-11.
7 Una crítica sistemática a las erróneas tesis de Michael Hardt y Antonio Negri desarrolladas en su libro Imperio se encuentra en nuestro Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri (Buenos Aires: CLACSO, 2002)
8 Samuel P. Huntington, “The lonely superpower”, Foreign Affairs, Vol. 78, No. 2, 1999, p. 48.
9 Zbigniew Brzezinski, El Gran Tablero Mundial (Buenos Aires: Paidós, 1998), p.40.
10 “ALCA: el convite de la ‘Roma Americana’ ”. Ponencia inaugural del II Encuentro Hemisférico de Lucha contra el ALCA, La Habana, Cuba, 25 al 28 de Noviembre de 2002.
11 Comandante Fidel Castro Ruz, “Discurso del Primero de Mayo de 2001”, en José Martí, América para la Humanidad, op. cit., p. 81.

Fuente: atilioboron.com.ar