Los fusiles de Perón

Por Rogelio García Lupo
Últimas noticias de Perón y de su tiempo Capitulo cinco Pag. 78 a 89

En los años 40, el empresario austríaco Fritz Mandl se comprometió ante el gobierno peronista a desarrollar la industria bélica. Pero el resquemor de Estados Unidos a que la Argentina reforzara con eso su autonomía, abrió una historia de intrigas con el pasado filonazi del armero amigo de Benito Mussolini.

Friedrich Mandl
La fabricación de armas y municiones de guerra, auspiciada por los militares argentinos en los años 30, estalló en la cara de Juan Domingo Perón cuando se supo que el encargado de levantar la industria bélica era un comerciante austríaco con una turbia historia a sus espaldas.

Entre las dos guerras mundiales del siglo veinte se desarrolló un pensamiento militar que tuvo su emblema en Manuel Savio, general industrialista que en 1941 puso los cimientos de Fabricaciones Militares.

El objetivo, hace ahora sesenta años, fue desarrollar la producción de hierro en Jujuy a fin de alimentar altos hornos capaces de producir acero para fabricar armas propias. Entonces la escena internacional estaba dominada por la idea de una nueva guerra, como la que efectivamente se había desatado en 1939, y por los temores de un conflicto regional como el que había enfrentado a Bolivia con Paraguay.

El proyecto lanzó sobre nuestro país a financistas europeos y norteamericanos, técnicos sin trabajo, traficantes de armas y aventureros.

Uno de los recién llegados, el austríaco Fritz Mandl, reunía las condiciones para sentirse atraído: podía financiar parte del proyecto, sus fábricas de Europa seguramente iban a ser destruidas o confiscadas en una nueva guerra, disponía de técnicos especializados que quedarían sin trabajo y como traficante acreditaba una sólida experiencia, ya que le había vendido municiones y fusiles a los dos bandos en la reciente guerra civil de España, y a paraguayos y bolivianos en la guerra del Chaco.

Sin embargo, a Mandl se le habían adelantado financistas más poderosos, dispuestos a participar en la fabricación de municiones (la especialidad de Mandl) y también en la fundición de acero. El grupo reunía a banqueros norteamericanos e ingleses, a los ferrocarriles británicos y al grupo Bemberg.

Mandl había puesto los ojos sobre la Argentina a finales de los años 20, cuando vendió herramientas de precisión para una compañía que construía cajas fuertes. Mandl vislumbró un gran mercado en América Latina para sus productos de guerra, que hasta entonces fueron consumidos en cantidades pequeñas por varios ejércitos aunque los vientos de guerra ya agitaban ansiosamente al mercado. En 1937 Mandl viajó por primera vez a Buenos Aires interesado en los proyectos de fábricas militares de Río Tercero y de Villa María.

Aunque en ese momento no logró hacer pie en el programa industrial de los militares argentinos, Mandl realizó importantes inversiones en tierras y ganado, en la industria textil y en el sector financiero. En 1940 estaba en Buenos Aires establecido en forma permanente, por lo menos hasta la finalización de la guerra en Europa. Había adquirido una vivienda lujosa y grandes oficinas; viajaba con pasaporte del Paraguay y se relacionó con algunos de los empresarios más destacados. Con asesoramiento de un técnico, Mandl confeccionó un Informe sobre las posibilidades de la industria del hierro y del acero en la Argentina que iba a ser utilizado para abrir la bolsa del crédito internacional. Pero el informe precipitó la desgracia sobre Mandl, cuando enemistado con el experto alemán que lo redactó, fue empleado por éste para denunciar en los Estados Unidos que el régimen nazi estaba detrás del proyecto.

Aunque Estados Unidos todavía no había entrado en la guerra mundial, la sola idea de que la Hermann-Goering Werke hiciera pie en la Argentina encendió la alarma. El proyecto era técnicamente impecable y Mandl había mantenido tratos con los nazis, a quienes había vendido bajo presión su industria de municiones de Austria. Según el historiador canadiense Ronald C. Newton, algo tuvo que ver en la implacable satanización de Mandl la siderúrgica norteamericana Armco, que en 1938 había manifestado su interés por participar en la construcción de una planta de laminación de acero en nuestro país.

La turbulenta historia de Mandl con los nazis fue reconstruida por las agencias de inteligencia de Estados Unidos que se ocuparon también de determinar la cercanía de Mandl con los argentinos. En 1943, poco antes del golpe militar del 4 de Junio, Mandl mantuvo una ronda de conversaciones con el general Savio. Según documentos de Estados Unidos y Gran Bretaña, Mandl asistió a las reuniones con Savio acompañado por un técnico que, puntualmente, informaba después a un espía británico. 

"Había un punto en el que ingleses y norteamericanos podían estar de acuerdo —escribió Newton—, y es que una industria argentina autónoma de armas era una amenaza".

Las amenazas, según Newton, eran varias y todas de peso. A Londres le preocupaba que se redujera la compra de armas inglesas. A Washington le molestaba pensar que los argentinos podían usar su autonomía bélica para respaldar una mayor libertad de acción en su diplomacia.

El audaz Mandl respondió positivamente a cada inquietud del general Savio. La inteligencia británica registró la oferta de Mandl de construir, para entrenamiento, un centenar de aviones de madera con motores norteamericanos, la importación de mineral de hierro desde la neutral Suecia y la puesta en marcha de una fundición de bronce de la alemana Siemens.

En mayo de 1944, cuando la hostilidad de Estados Unidos hacia la Argentina ya había tomado la forma de bloqueo, el gobierno militar contrató a Mandl para que produjera inmediatamente pertrechos bélicos hasta 14 millones de dólares. Mandl los había convencido de que no debían preocuparse por el bloqueo ya que la Argentina sería autosuficiente en unos años más. En una fábrica rápidamente acondicionada, había entrado en producción una línea de municiones ordinarias para entrenamiento del ejército.

Pero la tormenta se aproximaba, inexorable. Un diplomático de Estados Unidos elaboró un informe, concluyendo que "cualquier ayuda a Mandl significa la destrucción de la paz en América latina". Y en Londres otro documento oficial subrayó que "el rearme de la aviación civil argentina fortalecerá a los alemanes y ayudará a una Alemania derrotada". 

Los motores para los aviones de madera quedaron retenidos en los Estados Unidos y una planta de armado de bicicletas, propiedad de Mandl, fue observada bajo la sospecha de que sus caños podían transformarse en fusiles. 

La presencia de Mandl resultó funcional a la estrategia de Washington. Fue cuando el ascenso irresistible de Perón encontró al embajador Spruille Braden necesitado de buenos argumentos para oponerse a su llegada al poder. Papeles diplomáticos de la época registran párrafos estremecedores: "Mandl ambiciona un reino de municiones en la Argentina y su inclinación al tráfico de armas constituye una amenaza para la paz y el bienestar sudamericano".

Pero a pesar de los esfuerzos por demostrar que Mandl estaba invirtiendo fondos nazis en la Argentina y que esta corriente de dinero "es una influencia siniestra y peligrosa para la paz de Argentina y las repúblicas vecinas", como destacaba otro informe, resultó imposible ofrecer pruebas concretas. Las empresas de Mandl fueron incluidas en la "lista negra" de compañías relacionadas con los nazis y el encargado de negocios británico aconsejó a Perón que se desvinculara públicamente del incómodo comerciante austríaco.

Una confirmación de que no existían elementos sólidos para juzgarlo fue que en 1946, cuando el Departamento de Estado norteamericano hizo públicos sus cargos contra Perón —en vísperas de las elecciones que lo consagrarían presidente—, el nombre de Fritz Mandl no apareció entre los financistas presuntamente asociados con Berlín. Fue la oportunidad más consistente para castigarlo. Pero el embajador Braden titubeó. "El propio Perón —escribió Braden en sus Memorias— insinuó que Mandl sería liberado o nos lo entregarían a nosotros si yo lo pedía (pero) le dije que aunque lo considerábamos un agente enemigo, no teníamos ningún interés particular en su persona". 

Mandl "vivió peligrosamente"


Aunque Mandl nunca llegó a fabricar los fusiles de Perón, a causa de la presión de Estados Unidos y más tarde porque la relación de fuerzas de la posguerra impediría este tipo de industrias en los países del tercer mundo, no le faltaba audacia para la empresa.

Nacido hace ahora cien años en una pequeña ciudad vecina a Viena, su familia poseía una fábrica de cartuchos que siguió la suerte de Austria en la primera guerra europea. La derrota austríaca la llevó a la quiebra. El renacimiento de la industria militar a partir de 1930 ubicó otra vez a Mandl y su fábrica en el eje de la reconstrucción de la industria de armas del centro de Europa. Una de sus fábricas suizas estuvo dedicada a producir para los militares alemanes ya antes de que los nazis tomaran el poder.

Mandl había adoptado la consigna de su amigo Mussolini, que recomendaba "vivir peligrosamente". Algunos de sus grandes negocios fueron la guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, donde aprovechó que el jefe del ejército boliviano era un sargento del ejército alemán a quien Bolivia convirtió en general propio, y la guerra de Abisinia, donde las tropas italianas combatieron con fusiles de Mandl. Pero fue la guerra de España el momento más brillante: su fábrica llegó a emplear a 25.000 hombres que trabajaban tres turnos diarios incluyendo domingos.

En 1933 comenzó a alimentar el escándalo, cuando se descubrió que su fábrica acababa de prestar un importante servicio técnico al régimen fascista austríaco ocupándose de reciclar 50.000 fusiles y 200 ametralladoras enviadas por Mussolini al dictador Dollfuss, quien después sería asesinado por los nazis. Las armas eran parte del botín recibido por Italia, uno de los vencedores de la guerra del 14.

Desde entonces el escándalo no lo abandonó y Mandl le tomó el gusto a su exhibición en la prensa europea y norteamericana. La revista Time, lo retrató en 1945 como un hombre de vida opulenta, orgulloso de su vestuario con 278 trajes cortados por los mejores sastres europeos, con un clavel rojo en la solapa y capaz de consumir 25 habanos por día.

Hedy Lamarr
En esos años febriles Mandl tuvo tiempo para seducir con su fortuna a una de las bellezas de la farándula europea, la actriz austríaca que Hollywood iba a hacer célebre como Hedy Lamarr, protagonista del desnudo cinematográfico que dio la vuelta al mundo. Su boda y rápida ruptura estuvo a la altura de los grandes escándalos de entonces.

Los historiadores no coinciden sobre la decisión de Mandl de viajar en 1938 a la Argentina y tampoco se ponen de acuerdo respecto a quién lo introdujo desde el primer momento entre los hombres más poderosos. Uno de los colaboradores de Mandl le contó al historiador Uki Goñi que había sido Perón quien le permitió llegar hasta el general Savio con su propuesta para fabricar fusiles y municiones. Perón había estado incorporado como observador en el ejército de Italia en los años previos a la guerra, cuando Mandl era uno de los símbolos de la industria militar, y posiblemente se conocieron. Otra hipótesis sostiene que fue el general Basilio Pertiné, entonces jefe de la misión argentina para la adquisición de armamentos en Europa, quien lo envió a Mandl a Buenos Aires, también consignado al general Savio. Este lo presentó en 1943 a dos presidentes del régimen militar, los generales Pedro Ramírez y Edelmiro Farrell. Pertiné había pasado de la misión en Europa al directorio de la filial argentina de la gran corporación alemana Siemens, que efectivamente estuvo interesada en los negocios de Mandl. Diplomáticos de Estados Unidos confiaban en que ésta había sido la real vía hacia la Casa Rosada.

Si bien estaba preparado para producir armamentos, Mandl comprendió rápidamente que la situación argentina y la encrucijada internacional no se lo permitirían. En plena guerra se dedicó a transferir su dinero de los bancos europeos hacia aquí y lo colocó en empresas vinculadas con la producción civil. En un período corto adquirió los arrozales de La Mazaruca, en Entre Ríos, una fábrica de bicicletas, una mina de carbón en Mendoza y grandes estancias, como así también varias fábricas de seda artificial y fibras textiles en la Argentina y en el Uruguay. Fue en Montevideo donde Mandl puso de manifiesto su manera de abrirse paso: creó una sociedad anónima y empleó como presidente nada menos que al jefe de policía de la ciudad.

La fábrica austríaca de Mandl quedó bajo control administrativo de Estados Unidos desde la finalización de la guerra hasta 1955, año en que le fue devuelta con la condición de que volviera a hacer lo mismo que antes, es decir, rearmar al ejército de Austria, transformada esta vez en una nación clave de la estrategia de Estados Unidos contra la Unión Soviética. En 1971 la fábrica fue comprada a buen precio por el gobierno de Austria.

La residencia de Mandl en la Argentina fue continuada hasta apenas tres meses antes de su fallecimiento, en 1977. Conociendo la inminencia de su muerte y con el propósito de favorecer con su herencia a determinados parientes —Mandl se había casado cuatro veces—, regresó a Viena, donde se abrió su juicio sucesorio cuya validez fue rechazada por la justicia argentina. Para nuestros tribunales Mandl había viajado a Austria cuando ya sabía que estaba gravemente enfermo, allí renegó de la nacionalidad argentina que había obtenido cuarenta años antes y recuperó la de Austria, "todo porque pretendió mediante el cambio de nacionalidad y de domicilio, colocarse bajo un régimen jurídico sucesorio más ventajoso para determinadas personas en perjuicio de otras", afirmó la Corte Suprema.

La sucesión está rodeada de misterios, que sus herederos prefieren mantener en secreto. Uno de esos misterios es el Castillo Blanco, en las sierras de Córdoba y cerca de La Cumbre. 

El Castillo Blanco está rodeado por un sistema electrónico de seguridad, en medio de 17 hectáreas de terreno y cuenta con 800 metros cuadrados de construcción, divididos en 18 habitaciones con baños en suite. En 1990 se produjo allí un robo de obras de arte colonial religioso que formaban parte de la herencia de Mandl aún en litigio. Eran 42 pinturas provenientes de los talleres jesuíticos de los siglos XVI y XVII. El diario La Voz del Interior recogió en aquella ocasión la opinión de Gloria Odette María Mandl, como heredera del Castillo, para quien los ladrones "actuaron por encargo", puesto que los expertos consideran la colección como "única" en su género. Poco después el Castillo fue ocupado por el entonces recién designado director del SIDE Hugo Anzorreguy, según una investigación de La Voz del Interior, "para resguardar los bienes de los ladrones".

El mismo diario de Córdoba hizo notar en enero último que recién once años después del robo de las obras religiosas otro de los herederos, Alexander Mandl, quien reside en España, encomendó este año al penalista cordobés Carlos Hairabedian la investigación del caso. 

La leyenda que acompañó en vida al traficante de armas Fritz Mandl no abandona ahora a su castillo de La Cumbre. Entre los visitantes de la década pasada, según el relevamiento de La Voz del Interior, figuran Carlos Corach, Alberto Kohan y Ramón Hernández, Mauricio Macri y Germán Kammerath, Eduardo Moliné O''Connor y, en más de una ocasión, el expresidente Carlos Menem.