Hernán Pujato. Un héroe argentino para honrar
Por Fernando Javier Liébanes
En mayo de 1982, cuando la flota británica se hallaba próxima a las Malvinas, un viejo general retirado de 79 años se presentó al comando del ejército con un dramático pedido: se ofrecía como voluntario para estrellar un vetusto avión repleto de explosivos contra algún buque enemigo.
Su nombre era Hernán Pujato. ¿Quién era este hombre?
El General de División Hernán Pujato es el caudillo de la conquista de la Antártida Argentina.
Siendo agregado militar en Bolivia, aprovechó un viaje de Perón a dicho país para expresarle un plan de cinco puntos tendiente a asegurar la soberanía sobre nuestro sector antártico, en una época en que potencias extranjeras tomaban posiciones en el continente blanco.
Dicho plan consistía en: presencia efectiva del Ejército en el lugar para promover la conciencia antártica; creación de un organismo científico específico (que luego sería el Instituto Antártico Argentino); fundación de un poblado, con familias y chicos; adquisición de un rompehielos y, por último, alcanzar el Polo Sur.
Todos estos puntos los cumplió personalmente, a excepción del último, alcanzar el Polo, honor que le cupo a su lugarteniente el coronel Jorge Leal en 1965.
Hombre recio y aventurero, realizó un intento de cumbre en el Aconcagua en el invierno de 1929 y, a los 6.600 metros de altura (faltando solo 300 para la cumbre), fue detenido por un violento temporal y hubo que amputarle varios dedos por congelamiento.
Seis meses después, en un nuevo intento, alcanzó la cumbre.
Hizo un curso con el ejército sueco sobre supervivencia polar y compró con su propio bolsillo una jauría de Huskys siberianos para la campaña antártica (fue quien introdijo esta raza en el país).
Ahora quedaba por resolver una serie de complejidades logísticas tales como la construcción de una casa-habitación, depósitos, la instalación de un equipo de radio, grupos electrógenos, la provisión de instrumental científico y meteorológico, insumos varios y, sobre todo, el transporte por barco hasta el lugar de destino.
Para ello se solicitó la colaboración de la Marina.
Todo debía estar listo en un plazo perentorio porque la expedición debería hacerse a la mar, a más tardar, para mitad de febrero.
Pero como el tiempo transcurría y las soluciones no se producían, Pujato recortó drásticamente sus requerimientos y se limitó a solicitar un buque de la Armada para transportar a todo el personal y los equipos hasta Bahía Margarita.
Los oficiales navales, poco convencidos, propusieron a principios de enero limitar las actividades previstas durante esa temporada a una simple inspección con miras a futuras expediciones.
Pujato, exasperado, pensó en otra solución: conseguir un buque por su cuenta, lo cual no sería nada fácil.
Su hombre de confianza, el Capitán Jorge Mottet, recorrió a pie la Avenida de Mayo visitando una por una las oficinas de las empresas navieras: “llévennos al sur del Círculo Polar, a los peligrosos y traicioneros mares que han visto fracasar a los más intrépidos expedicionarios del mundo, y no sé cómo se lo vamos a pagar”, evocaría años después.
Luego de que todos sus interlocutores lo hubiesen escuchado con incredulidad –cuando no con sorna- , cuando ya parecía todo perdido, los hermanos Pérez Companc pusieron un buque a su disposición negándose a cobrar un centavo.
El 12 de febrero de 1951 zarpaba del puerto de Buenos Aires el Coronel Hernán Pujato con toda su expedición a bordo del buque “Santa Micaela”, que había sido convenientemente remozado.
El presidente Perón, su esposa Evita y una ferviente multitud les dieron una majestuosa despedida.
Al cabo de una peligrosa travesía en la que estuvieron a punto de naufragar, arribaron a Bahía Margarita y emplazaron la Base San Martín, primera estación científica continental argentina y por entonces la más austral del mundo.
La cabeza de playa para la conquista de la Antártida Argentina quedaba asegurada.
Al año siguiente el Capitán Jorge Leal, siguiendo instrucciones de Pujato, fundó en el norte de la península la Base Esperanza, con vistas a instalar allí un poblado.
Así conferenciaba Pujato en el Instituto Antártico: “…contribuirán a sostener y reforzar nuestra soberanía los argentinos que pongan sus pies en esa región de la Patria, y al decir argentinos involucro especialmente a las argentinas, que siempre nos dieron muestras de abnegación patriótica… [es un voto expreso] que en fecha cercana haya argentinos nacidos en esas regiones.
Esos niños serán los más grandes títulos de nuestros derechos”.
Por esos días se produjo un intercambio de fuego con personal de unidades navales británicas que nos disputaban el área.
Mientras invernaba en la Base San Martín, Hernán Pujato fue ascendido a General de Brigada.
Sus insignias le fueron enviadas dentro de un paquete con provisiones que fue arrojado en paracaídas por un vuelo al mando del Vicecomodoro Marambio, dado que la densidad de los hielos marinos había impedido realizar relevos ese año.
El general Pujato comenzó a realizar vuelos escalonados en dirección al Polo junto al Sargento Primero Julio Muñoz, en los cuales iban dejando depósitos con combustibles señalizados con banderolas, a fin de poder penetrar cada vez más lejos.
En estas misiones relevaron unos 105.000 km. cuadrados, bautizando con nombres argentinos los accidentes geográficos cartografiados: Cordillera Diamante (ciudad natal de Pujato), Montañas Rufino (lugar de nacimiento de Muñoz), Glaciar Sargento Cabral, Planicie San Lorenzo, Pico Santa Fe, Glaciar Falucho, Meseta Ejército Argentino, etc.
A los 83º 10’ de latitud Sur la avioneta Cessna de Pujato, con formación de hielo en el carburador, intentó un anevizaje de emergencia, pero el fenómeno óptico del “blanqueo” le hizo perder la línea del horizonte y se precipitó a tierra.
Milagrosamente, él y su mecánico salvaron sus vidas y pudieron ser rescatados por el Beaver de Muñoz y su ayudante.
Los cuatro hombres formaron, cantaron el Himno Nacional y emprendieron el regreso, por considerar que no podrían llegar al Polo con un solo avión.
Aquel paraje fue bautizado Aeródromo Ceferino Namuncurá, en agradecimiento al beato que había sido nombrado Protector de los Vuelos Antárticos y cuya estampa habían puesto en el panel de comando del Cessna accidentado.
La presencia nacional en el sexto continente iba quedando firmemente establecida, pero en la Argentina americana ya habían comenzado los trágicos desencuentros que condujeron a la caída del gobierno de Perón.
Las condecoraciones que éste había otorgado al héroe antártico ahora le iban a jugar en su contra, y Pujato fue llamado a comparecer por las nuevas autoridades, que lo habían sumariado injustamente por un supuesto mal manejo de fondos del Instituto Antártico, del cual era Director.
Entregó todas las cartas topográficas con el detalle de sus descubrimientos pero los militares liberales, en vez de denunciarlos ante la Sociedad Geográfica Internacional, los ocultaron comprometiendo el interés nacional.
Gracias a esa traición de lesa patria, hoy la toponimia de aquellas regiones figura en los mapas con voces anglosajonas.
El patriota que había consagrado su vida a asegurar los confines australes para el patrimonio de la Argentinidad, el montañista recio que no retrocedía ante el clima más riguroso de la Tierra, había sido vencido no por los hielos eternos, no por las potencias extranjeras, sino por quienes gobernaban ahora su país.
Pidió el pase a retiro y se ausentó por un tiempo.
No había podido alcanzar el Polo Sur, pero ya había encontrado quien pudiese terminar lo que él comenzó: el Coronel Jorge Leal.
Hernán Pujato falleció el 7 de septiembre de 2003 en el Hospital Militar de Campo de Mayo, a los 99 años de edad.