Falsa economía: la historia económica según Alan Beattie

Por José M. Domínguez Martínez *
publicado el 18 de enero de 2012

He de reconocer que, cuando, con algún retraso, tuve noticia del libro False economy, fue su provocativo título el principal aliciente que me llevó a localizarlo. De la mano de Alan Beattie, editor de comercio mundial del diario Financial Times, podía tratarse de una buena oportunidad para chequear posibles falacias económicas, al calor de la ola de descrédito del pensamiento económico surgida en el contexto de la actual crisis económica y financiera internacional.

Aunque no deba pasar desapercibida la conocida diferenciación entre los términos «economy» (economía como realidad) y «economics» (ciencia económica), hasta cierto punto, es inevitable alguna decepción para quien vaya buscando hallar las claves para una refundación de las doctrinas económicas. Salvada esta primera impresión, cuando uno se adentra en sus páginas se encuentra con una auténtica caja de sorpresas, que, de hecho, ya se anticipa en el subtítulo, «una sorprendente historia económica del mundo». Por añadidura, los matices sumamente interesantes en la explicación de los más variados episodios históricos que Beattie nos alumbra, lejos de lo que pudiera pensarse, se basan en un atinado y esclarecedor uso del más puro análisis económico.

La referencia a la crisis financiera iniciada en 2007 es, en todo caso, inevitable. Sirve como punto de partida para recordarnos, según el mencionado periodista, historiador y economista, lo frágil y reversible que es la historia del progreso humano, pero también que nuestro futuro está en nuestras manos. Esta constatación ha de servir igualmente para refutar lo que para Beattie es una falsa economía de pensamiento, a saber, que nuestro futuro económico está predestinado y que estamos gobernados sin remedio por enormes fuerzas impersonales e incontrolables.

Nueve cuestiones son examinadas para contrastar la tesis expuesta. De manera muy sintética se reseñan a continuación:

— Elecciones: ¿Por qué Argentina y Estados Unidos, que hace un siglo ocupaban posiciones similares, han tenido trayectorias económicas tan dispares?, es el interrogante con el que arranca la obra. Beattie busca las posibles claves explicativas de esa divergencia, entre las que destaca la diferente estructura de la propiedad agraria, el impulso a la industrialización frente al aislamiento del mercado, las distintas salidas a la Gran Depresión de los años treinta (New Deal frente a opciones autoritarias), y la apertura exterior frente a inclinaciones autárquicas.

— Ciudades: El análisis del papel de algunas ciudades significativas en la historia permite poner de relieve cómo la grandeza de Roma se fraguó en una organización implacable, que permitía obtener recursos de los territorios ocupados, en vez de en una superioridad económica o en el intercambio de tecnología. A su vez, Venecia y Florencia son ejemplos de florecimiento del moderno capitalismo financiero. El caso de la capital estadounidense es examinado como ejemplo de creación deliberada como ciudad pequeña en un distrito federal, no en un estado, sin senadores y con solo un miembro sin voto en la Cámara de Representantes.

— Comercio: Egipto, una de las grandes regiones productoras de grano en el mundo antiguo, es hoy día uno de los mayores importadores mundiales. Una economía con una ventaja natural en un mercado limitado puede llegar a ser un operador bastante débil en uno más grande. Beattie hace hincapié en que los gobiernos, con carácter general, en vez de reconocer la importancia de permitir a los productores más eficientes del mundo explotar sus ventajas, se han replegado al cultivo propio de casi todo. Esa tendencia a la autosuficiencia impide la especialización.

— Recursos naturales: En la obra se documenta cómo el petróleo y los diamantes han demostrado a menudo ser escasamente valiosos para la mayoría de los habitantes de los países donde se descubren, aunque algunos sí han sabido gestionarlos con éxito. Las economías nacionales, habitualmente, llegan a ser ricas porque pueden producir y suministrar bienes y servicios, no porque posean una fuente de materias básicas.

— Religión: Frente a algunas creencias más o menos extendidas, se considera que, en las últimas décadas, no ha habido ninguna tendencia sistemática para que las economías de los países islámicos crezcan más lentamente que los países donde predominan otras religiones. Tras evaluar diversas experiencias históricas, se concluye que el efecto de la religión sobre el desarrollo económico se debe más a su instrumentalización política que a su propia ideología.

— Política de desarrollo: La evolución de algunos sectores económicos viene determinada tanto por la economía como por la política. El sostenimiento de algunos segmentos productivos se debe considerablemente al hecho de que pequeños grupos de productores luchan por proteger sus intereses, imponiéndose a otros más numerosos que se preocupan mucho menos.

— Rutas comerciales y cadenas de producción: La principal explicación de la falta de creación de valor en África con productos autóctonos radica en las deficiencias de transporte, logísticas e institucionales.

— Corrupción: Los casos de Indonesia y Tanzania son aportados para ilustrar dos situaciones paradójicas en los que la corrupción o la ejemplaridad de los máximos dirigentes pueden afectar de manera distinta a la eficiencia del sistema económico y al bienestar material de la población.

— Dependencia de la senda: La persistencia en el uso de algunos sistemas, como el «QWERTY» –no diseñado precisamente para la velocidad– en los teclados, primero de las máquinas de escribir y luego de los ordenadores personales, viene explicada por los efectos de su utilización extensiva y por la inercia.

En el capítulo de conclusiones, Beattie se pregunta acerca de cuáles pueden ser las recetas para salir de la crisis, reconociendo que no tiene las respuestas exactas: «y cualquiera que proclame que sí no es de fiar», sentencia. No obstante, considera que sí hay algunas ideas básicas ampliamente aceptadas: no aislarse del resto del mundo; planificar las ciudades para el futuro, pero no coercitivamente y sin otorgarles más poder del que se merecen; dejar que nuestra economía haga aquello para lo que está mejor posicionada; parar a los gobiernos que ignoran los derechos de propiedad y el imperio de la ley; desenmascarar a aquellos grupos de interés que dicen representar a la economía en su conjunto; y, respecto a las economías muy pobres, que se preocupen menos por la política comercial y más por los procedimientos de las aduanas.

La experiencia de la historia debe llevarnos a la esperanza y a actuar para lograr un mundo mejor, no a la desesperación ni a resignarnos al destino, es el mensaje final de una obra sumamente aleccionadora, sugerente y llena de sorpresas.

*José M. Domínguez Martínez es catedrático de Hacienda Pública de la Universidad de Málaga