Zygmunt Bauman: “Sin moral habrá crimen”

Por Gabriela Cerrutti
Publicado el 26 de marzo de 1995

“Una sociedad que pierde la noción de la responsabilidad moral del individuo por cada uno de sus actos está preparada para justificar desde el más pequeño hasta el mayor de los crímenes”, dice Bauman, un prestigioso filósofo y sociólogo que no concede entrevistas pero hizo una excepción con Página/12 porque estaba muy impresionado por la confesión del capitán Scilingo. “Es una causa vital para la humanidad”, dijo. Si el crimen se institucionaliza, quedará envuelta “gente que quizás en otras circunstancias se horrorizaría ante la vista de una crueldad mucho menor’, sostiene Bauman,

¿Cuál fue la reacción del presidente Menem? —pregunta.
—Dijo que no podía hablar porque tenía una causa por estafa.
—Ah… ¿qué había hecho?
—Robar un auto…
—Ah. Porque… el Presidente, ¿qué creía? ¿Que después de tirar gente al río se iban a dedicar a cuidar plantas en un jardín?
Zygmunt Bauman sonríe apenas: “Una sociedad que pierde la noción de la responsabilidad moral del individuo por cada uno de sus actos está preparada para justificar desde el más pequeño hasta el mayor de los crímenes. Como en la Argentina”. Pero rápidamente vuelve al tono académico y las excusas del caso. “Olvídelo. Yo no voy a decir lo que las Fuerzas Armadas o el gobierno argentino deben hacer. Sólo lo que me parece que tiene de importante lo que está pasando en la Argentina para la conciencia universal.” Bauman tiene más de setenta años y es uno de los filósofos sociales más reconocidos —y discutidos—actualmente. Coterráneo y colega de Jürgen Habermas, se dedicó como él a analizar la crisis del pensamiento moderno representada por las guerras mundiales y el nazismo, aunque sin dejarse seducir por las prédicas del posmodernismo.
En los últimos veinte años publicó una decena de libros, uno de los cuales su Modernity and The Holocaust recibió el Brook Prize 1989 como la mejor obra sociológica – y aún hoy dedica varias horas por día a escribir porque, dice, siente que le queda “poco tiempo, y tengo que apurarme a escribir todo lo que pienso”. Por eso casi no acepta invitaciones a conferencias ni entrevistas —”a mi edad y con mi estado físico, cada compromiso implica el triple de esfuerzo. Si uso ese esfuerzo para escribir, mucha más gente va a tener acceso al tema”—. Con Página/12, Bauman hizo una inesperada excepción. Tardó apenas dos horas en contestar el fax donde se solicitaba una entrevista sobre las revelaciones hechas por el capitán Adolfo Scilingo en El vuelo, el libro de Horacio Verbitsky. “Gustoso acepto la entrevista —faxeó su respuesta—, porque considero que se trata de una causa vital para la humanidad.”
Ya en su oficina, en un inglés dificultoso —un poco por el acento germano y otro poco porque apenas abre la boca—, Bauman prefiere empezar explicando “lo que provoca” la confesión de Scilingo, antes que contestar preguntas puntuales.
—Esta especie de ‘burocratización’ del crimen, como la que describe el capitán, es la que propaga la ficción de que la responsabilidad moral del actor humano puede ser transferida a una institución impersonal, suspendida por la duración en el tiempo, cancelada porque actuó recibiendo órdenes de arriba, anulada o abolida por el hecho de que ‘otros también lo hicieron’. Esto no es casual, obviamente. Esta organización burocrática del crimen tiene una función, una función-ficción que juega el rol de realidad por tanto tiempo como haya fuerzas suficientemente poderosas para sostenerlas.
Lo que sucede es que como los crímenes del Estado burocrático tienden a involucrar en su órbita a virtualmente cada agente del Estado, en mayor o menor medida, y dado que ellos tienden a depravar, desmoralizar y corromper a muchos otros no directamente involucrados en la acción pero de cualquier manera reducidos al rol de silenciosos y obedientes testigos del crimen, inmensos intereses se desarrollan para sostener la ficción mucho tiempo después de que las fuerzas que lo llevaron a cabo (el gobierno militar en la Argentina) pierden su causa y abandonan la escena.
—¿Cuál es la ‘función’ a que usted se refería?
—La organización del genocidio institucionalmente, con una forma de burocracia moderna, ha permitido hacer el trabajo del control y eliminación más sistemático. Ha conseguido el doble efecto de hacer las acciones humanas independientes de su identificación con, o resentimiento hacia, la causa que esas acciones sirven, y ha permitido sustituir por normas impersonales, instrumentales o procesales las consideraciones éticas. Por la misma razón, la burocracia exceptúa a sus miembros de cualquier clase de `evaluación moral’ . Sitúa la responsabilidad moral, por así decirlo, ‘flotando’. De manera tal que para los propósitos prácticos la situación parece regulada por nadie, mientras que cada perpetrador del crimen puede aducir la responsabilidad de algún otro (casi siempre nadie en particular) en la autoría del crimen, o al menos su participación.
Este es quizá el mayor peligro potencial de la institucionalización del crimen: permite envolver en la perpetración a gente que quizá bajo diferentes circunstancias se horrorizaría ante la vista de una crueldad mucho menor. El murmullo de la conciencia moral es acallado por el sonoro clamor de la “causa”, el “propósito”, la “lógica”.
“Este es quizá el mayor peligro potencial de la institucionalización del crimen: permite envolver en la perpetración a gente que quizá bajo diferentes circunstancias se horrorizaría ante la vista de una crueldad mucho menor”.

—Uno de los puntos que revela con detalle El vuelo es la participación de la Iglesia para darle un manto “moral” a los crímenes.
—Nadie puede decir que el Vaticano fue cómplice del Holocausto, pero lo cierto es que al menos se mantuvo entre los que llamamos `stand by’. ¿Sabían o no lo que estaba sucediendo?
—Los militares argentinos aseguraban que estaban defendiendo los valores occidentales y cristianos.
—Los más impresionantes crímenes de nuestro siglo fueron cometidos en el nombre de un orden social mejor, de valores más importantes, de la ‘verdadera fe’ . Lo que volvió las ideas —muchas veces ideas nobles— en asesinas, fue la intolerancia hacia los que se cruzaron en el camino de los que sostenían esa visión, ya sea porque actuaron diferente, pensaron diferente o finalmente sólo porque fueron vistos como incapaces de adecuarse al nuevo orden. Ellos fueron algunas veces miembros de la clase equivocada, como en el caso de la visión stanilista de una sociedad sin clases. O miembros de la raza equivocada, como en el caso de la racialmente pura sociedad de Hitler. O miembros del grupo étnico equivocado, como en los incontables genocidios tribales o ‘limpiezas étnicas’ . En cada caso, cierta gente puso a un costado a otra gente como si se tratara de la `inmundicia’ que necesita ser barrida, incinerada o permanentemente removida en nombre de la ‘pureza’ —sea esta una pureza de raíces, credo o modo de vida—. El mundo inhumano creado por una dictadura homicida deshumaniza a sus víctimas, tanto como a aquellos que miran pasivamente la victimización, presionando a ambos usar la lógica de la autopreservación como justificación absoluta para insensibilidad moral y la inacción. Es cierto que nadie puede ser proclamado culpable por haber compartido el hecho colectivo de quedarse ante semejante presión, pero también es cierto que nadie puede ser excusado de su degradación moral como consecuencia de esa rendición. Hablando de la responsabilidad moral de todos los que sobrevivieron los horrores del Holocausto, uno de los mayores activistas y dedicados rescatadores de víctimas nazis, Wladyslaw Bartoszcwsky, concluyó que “sólo aquellos que murieron intentando ayudar pueden decir que hicieron suficiente”. Este veredicto no brinda demasiado consuelo a los que sobrevivieron: suena como una confirmación de condena de por vida a la culpa. Después de todo, hubo muchos que ayudaron a sus víctimas, pero sólo unos pocos listos para volverse víctimas ellos mismos.
Pero volviendo a la cuestión de la Iglesia, pareciera que el Vaticano mismo puso los criterios de responsabilidad moral cuando proclamó santo al padre Kolbe, quien murió para salvar la vida de otro prisionero de Auschwitz.
—Hanna Arendt sostiene en Eichrnann in Jerusalem que finalmente los que actuaron correctamente durante el Holocausto lo hicieron siguiendo sus propios impulsos, porque no había ninguna organización “moral” preexistente capaz de decir cómo debía actuarse.
—Yo creo que ella estableció claramente la responsabilidad moral de resistir la socialización, de levantarse contra lo que es entendido como proceder normal de determinado momento. Lo que el Holocausto, esa extrema manifestación del espíritu moderno, llevó a la superficie, es la verdad que subyace en lo que parecen situaciones “normales”: que la moralidad puede y debe expresarse muchas veces en la insubordinación contra los principios socialmente sostenidos, en una acción que parece desafiar la solidaridad social y el consenso.
Lo que el Holocausto llevó a la superficie fue que la moralidad puede y debe expresarse muchas veces en la insubordinación contra los principios socialmente sostenidos, en una acción que parece desafiar la solidaridad social y el consenso.

—Usted sostiene en Postmodem ethics que muchas veces la adscripción a principios morales deja al individuo que los sostiene desarmado en frente de lo que parece la opinión unánime alrededor de él.
—Es que el poder o la mayoría no es de ninguna manera garantía de valores éticos. Sabiendo esto, no tenemos otra opción que elegir entre todas a aquella conciencia que se anima a asumir la responsabilidad solidaria de desobedecer las órdenes. La responsabilidad moral es el más personal e inalienable de los derechos humanos. En un sistema donde lo que indica la racionalidad y lo que sugiere la ética marchan en diferente direcciones, la humanidad del individuo es el principal perdedor.
—”Ese es el sistema que espera el Demonio para hacer su trabajo sucio”, dice usted en Modemity and The Holocaust.
—Es que en una sociedad que ha sufrido el genocidio, como la Argentina, y cuyos responsables no asumieron las consecuencias de sus actos, como en la Argentina, cualquiera haya sido el tipo, la forma, el color de los crímenes, sus consecuencias póstumas en la forma de la degradación moral continua de la sociedad que no logra “llegar a término” con su propio momento de debilidad y desgracia son, incuestionablemente, los más peligrosos y los más perdurables efectos. La úlcera no seccionada continúa creciendo, envenenando el cuerpo social y la conciencia de los individuos.
–¿Cuál es, en ese contexto, el efecto del indulto y el perdón a los militares?
–Mientras la ficción de la “responsabilidad moral en suspenso” persista, va a pavimentar el camino para nuevos crímenes, de cualquier clase o magnitud. Sólo hace falta que una nueva fuerza; o una nueva persona, aparezca lista para cometerlos. En una sociedad sin concepto de la responsabilidad moral, un nuevo crimen encontrará a la gente tan falta de preparación y engullible como en el pasado, tan lista como antes para rendirse ante las órdenes y para creer en la promesa de impunidad, tan lista como antes para creer que aquello que les han ordenado hacer “no tiene nada amoral” y que no serán ellos los que acarreen la responsabilidad moral de lo que pueda suceder a sus víctimas.
-Aunque usted no quiere “dar indicaciones” a los argentinos en particular, ¿cuál cree que es la salida, al menos en teoría?
–El único camino para contrarrestar los interminables y devastantes efectos morales de ese tipo de crímenes es destruir el mito de que puede exceptuarse a los criminales del principio de la responsabilidad moral. Es imprescindible restaurar la responsabilidad moral a donde ella pertenece y reside, no importa bajo qué condiciones y no importa lo que otros, aún omnipotentes y poderosos, puedan decir. Sólo así habrá una chance, (aunque lamentablemente nunca la certeza o garantía) de que si las cosas toman nuevamente la dirección errónea y nuevamente se promete a la Nación un futuro de gloria y pureza, al menos no será tan fácil para aquellos que hacen la promesa convencer a los otros, a quienes necesitan para implementar sus planes, de que la comandancia va a absolver a todos y protegerlos bajo el principio de obediencia. La defensa del principio de responsabilidad no es una cuestión de venganza del crimen; el sufrimiento de una persona no recompensa, mucho menos equilibra, el sufrimiento de otra; y el castigo no alivia, mucho menos repara, la miseria causada. Pero la defensa del principio de responsabilidad moral incondicional de cada uno y todos los individuos es el único medio que tenemos para intentar que al menos sea más difícil llevar a cabo más crímenes organizados desde el Estado, y para enseñar a las futuras generaciones a ser más reticentes a prestar sus oídos a la orden de matar en el nombre de la moral o de alguna otra pureza por el estilo.