Sobre los orígenes de la “revolución conservadora” en los Estados Unidos
Por Mario Rapoport*
para Diario BAE
Publicado el 2 de octubre de 2010
Publicado el 2 de octubre de 2010
En un libro apasionante
publicado hace poco tiempo, Age of Greed: The Triumph of Finance and the
Decline of America, 1970 to the Present, con un título largo con un comienzo
que lo dice todo (“La era de la codicia”), Jeff Madrick se atrevió a encarar el
tema de los orígenes de la “revolución conservadora” en los Estados Unidos
retratando la trayectoria de los principales protagonistas que, con sus
acciones, teorías o influencias, condujeron a su país a la catástrofe
económica, tan impactante para el conjunto de la ciudadanía norteamericana
como, en otro sentido, el atentado a las Torres Gemelas. Salvo que ahora fueron
millones de norteamericanos los que vieron afectadas sus condiciones de vida y
quebrados los sueños del american way of life. Un aporte muy útil porque pronto
se realizarán las nuevas elecciones presidenciales en el país del Norte. Al
menos para saber a qué se juega y con quién.
No
son muchos los hombres o mujeres: economistas, banqueros, políticos,
periodistas, especuladores y hasta novelistas, que tuvieron el “honor” de
figurar en el libro. De todos ellos elegiremos algunos ejemplos, aunque en esa
galería de espejos a la
Dorian Gray sus rostros y figuras se confunden, se separan,
adoptan distintos caminos –a veces directos, a veces oblicuos– pero todos van
llegando a su meta, cuya última raya es un precipicio en el que algunos de
ellos cayeron y otros se salvaron de milagro. Algo similar al episodio de la
carrera de autos en la famosa película Rebelde sin causa, protagonizada por
James Dean. Aquí los personajes no son estrellas de cine, pero sí protagonistas
de cambios políticos y económicos que repercuten todavía actualmente, como si
hubiera la posibilidad de hacer películas extensas que en vez de durar un par
de horas duren muchos años o décadas.
Por
orden de aparición tenemos a Lewis Uhler, un casi desconocido granjero cuya
principal característica era su odio, al igual que el de su padre antes que él,
al New Deal. Suponía que su libertad personal estaba amenazada por un gobierno
omnipresente y deseaba que los Estados Unidos abandonasen los principios
establecidos bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt: la del Estado protector
o benefactor que, en medio de la Gran Depresión , había realizado reformas
económicas y sociales sustanciales, protegiendo a consumidores y trabajadores,
garantizando los derechos civiles y desarrollando programas contra la pobreza.
Más irritante aun para los que no creían en la eficacia de esas medidas y
contestaban la invasión que ello representaba en sus vidas; el aumento de los
impuestos para los ricos sumado a las leyes laborales y los incrementos
salariales, eran vistos como si la sociedad norteamericana se hubiera
convertido al socialismo o al comunismo. Pero en los años “dorados” de la
inmediata posguerra, las cosas andaban demasiado bien como para que su prédica
pudiese ser escuchada.
En
la década del ’70, en cambio, con la crisis del dólar, el aumento de los
precios del petróleo y la subsiguiente inflación, la situación cambió a su
favor. El proceso inflacionario, convertido en el principal enemigo, no era
atribuido a los gastos de guerra, como la de Vietnam; a la carrera espacial y
armamentista, o a la mayor participación en las ganancias petroleras de los
países de la OPEP ,
sino a las políticas keynesianas o de bienestar de años anteriores.
“Mi
padre era un animal político y odiaba a Roosevelt. Todo el New Deal era una
anatema para él”, decía Uhler. Unido a eso, el temor al poder soviético,
antirreligioso y antimercado, llevó a ambos, padre e hijo, a combinar ese odio
al ex presidente con un fuerte racismo y anticomunismo. Esta visión se expande
en el sur de California, donde viven los Uhler, y posibilita la elección de un
ambicioso y poco conocido Richard Nixon como representante republicano. Estos
sectores de la extrema derecha conservadora perdieron sucesivas elecciones de
sus candidatos preferidos: Nixon fue derrotado por Kennedy en 1960, Barry
Goldwater por Lyndon Johnson en 1964.
Sin
embargo, por fin Uhler y sus amigos encontraron el líder esperado: se trataba
de un mediocre actor, Ronald Reagan, con aliados poderosos en el establishment
empresarial y financiero. De ese modo, desde los años ’80 llegaron a dominar
con sus ideas y sus políticas a la nación. Uhler (h.) ferviente partidario de
Reagan, lo va a ayudar a llegar a la gobernación del Estado y luego a la
presidencia, acercándole el apoyo de la poderosa comunidad agraria californiana.
A
su vez, entre los banqueros que participan en la “revolución conservadora” es
preciso mencionar a Walter Writon, el más agresivo y admirado de todos ellos,
cabeza en los años ’70 del First National City Bank, que deviene más tarde en
Citicorp. Partidario ferviente del laissez-faire y de la mínima intervención
gubernamental en los negocios, revoluciona la banca ignorando las regulaciones
del New Deal. Su banco va a estar en el origen de la futura desregulación
financiera. Como señala Madrick, “los negocios financieros duplican su tamaño
comparados con el resto de la economía y los beneficios de las empresas
crecerán aún más rápido. Pero miles de millones de preciosos ahorros de los
norteamericanos fueron desperdiciados o perdidos”.
Milton
Friedman se convierte en el portavoz económico del nuevo grupo. En 1982, en el
prefacio de uno de sus libros, escribe: “Sólo una crisis […] produce cambios
reales. Cuando la crisis arriba, las acciones que se toman dependen de las
ideas que predominan en el entorno”. La crisis de los años ’70 es la gran
oportunidad para la que se vino preparando desde muchos años antes, pero le
trae no uno sino dos problemas principales: el desempleo y la inflación. Él va
a elegir como su mayor enemigo al aumento de los precios, despreocupándose del
pleno empleo. Lo que los empresarios necesitaban para rentabilizar sus
inversiones era la garantía de que el dólar mantuviera su valor. Se revertían
las políticas keynesianas a costa de los trabajadores y las clases medias, los
ricos serían ahora inmensamente ricos. Habría una baja sustancial de los
impuestos para estos sectores que por esa razón, según Friedman, decidirían
invertir más, lo que nunca ocurrió. Las diferencias de ingresos entre los jefes
de las grandes empresas y sus trabajadores se agigantaron mientras que la
pobreza en el conjunto de la población se acrecentó. El Estado sólo servía para
desregular las actividades económicas y financieras y los mercados volvían a
imperar como en la época anterior al New Deal. Ésos eran los fundamentos del
neoliberalismo, base económica, a su vez, de los neoconservadores.
Al
cowboy de la gran sonrisa, Ronald Reagan, lo respaldaba la amazona escritora y
filósofa del yoísmo Ayn Rand, en cuyo grupo intelectual tomaba clases un
todavía tímido Alan Greenspan. La tropa de rescate se iba a completar con otros
actores que participan también en este libro de aventuras del
neoconservadurismo, la mayoría muy conocidos, como Arthur Burns, Joe Flom, Ivan
Boesky, Ted Turner, Sam Walton (de Wal-Mart), Paul Volcker, Jack Kemp, George
Soros, Michael Milken, John Meriwether, Sandy Weil, Bill Clinton y Angelo
Mozilo. A los que hay que agregar a los Bush, padre e hijo, pero éstos, quizás,
más que de la “revolución conservadora”, forman parte de la decadencia del
antiguo régimen.