Las dos historias

Por Ernesto Palacio*
Fragmento de "La historia falsificada"

Ya prácticamente nadie habla en serio de la historia oficial. La Historia, así con mayúscula, es solo la revisionista. Los historiadores oficiales hace mucho que arrojaron la esponja, tanto en el terreno de la investigación como en el de la polémica. Ahora venden historia: “La historia perfumada”, como podrían vender artículos de tocador, a base de la reiteración de sus slogans publicitarios.

Esa clase de historia no tiene otra forma de manifestarse que esa misma publicidad matizada por los agentes menores de las inauguraciones y desagravios, de comisiones de fomento, cooperadoras escolares, etc. La frase hecha y la figurita repetida ya no engañan ni al niño, que solo come el chocolatín que viene envuelto en papel plateado. Los agentes de publicidad lo saben, pero siguen ofreciendo la mercadería ya que para eso cobran.

Son periodistas, profesores, políticos, economistas, la mar en coche.

Ya no leen ni su biblia: Mitre, ni su Aristóteles: Grosso. Apenas si tienen a mano un Grosso chico, como un catecismo–, para salir del apuro en la próxima audición radial, televisada, el reportaje, o el artículo periodístico o la engolada conferencia universitaria.

Los profesores de historia argentina en los establecimientos oficiales advierten, desde hace años, un fenómeno perturbador: la indiferencia cada vez mayor de los alum~ nos ante las nociones que se les imparten.

Es inútil que aquellos engolen la voz, es inútil que apelen al patriotismo y pretendan comunicar a sus oyentes un entusiasmo que juzgan saludable por las virtudes de Rivadavia o de Sarmiento, La historia que dictan no interesa, interesa cada vez menos a la población escolar. Este es el hecho indiscutible que suele atribuirse corrientemente a la influencia de doctrinas exóticas o al extranjero de gran parte de los estudiantes.

-“Hay que apretarle las clavijas a estos hijos de gringos”, hemos oído exclamar de buena fe a un profesor mientras aplicaba la represalia del aplazo. Esto no mejora las cosas. El fenómeno no solo persiste sino que se agrava.

Es indudable que la indiferencia del alumno debe atribuirse a la materia misma, tal como hoy se dicta.

Sabido es que, aparte de la guerra de la independencia, enseñada con acento antiespañolista, los motivos de la exaltación que ofrecen nuestros manuales son: La Asamblea del año XIII, con sus reformas ¡liberales!, el gobierno de Martín Rodríguez, la Asociación de Mayo i tan intelectual!, las campañas “Libertadoras” de Lavalle. Caseros y -gloriosa “coronación”- las presidencias de Sarmiento y Avellaneda.

Cuestiones de límites, no las hemos tenido; somos pacifistas. Guerra con Bolivia; pero ¿hubo tal guerra? En cuanto a la frontera oriental) es obvio que el Brasil “solo se ha preocupado en favorecemos” y que si alguna dificultad tuvimos fue por culpa del “bárbaro” Artigas.

Tal es el… esquema de lo que pretende ser nuestra verdadera historia.

Los alumnos se aburren mortalmente, no le “encuentran la vuelta a todo eso”. La historia argentina no conserva ningún elemento estimulante, ninguna enseñanza actual. Los argumentos heredados para exaltar a unos y condenar a otros han perdido ya toda eficacia volviéndose por carácter transitivo a quienes los engendraron y contra ellos mismos. Esa historia concebida por la fracción Que triunfó sobre la otra fracción está muy lejos de la realidad pasada y nada nos dice frente a los problemas urgentes que la actualidad nos plantea!

Historia convencional, escrita para servir propósitos políticos ya superados, huele a cosa muerta para la inteligencia de las nuevas generaciones.

El trabajo de restauración de la verdad, proseguido con entusiasmo por un grupo cada vez mayor de estudiosos, no ha negado a conmover la versión oficial que se solemniza en una veintena de volúmenes balo la dirección del doctor Ricardo Levene. Es sin duda un monumento, pero un monumento sepulcral que encierra un cadáver.

Ante el empeño de enseñar una historia dogmática, fundada en dogmas que ya nadie acepta, las nuevas generaciones, han resuelto no estudiar historia, simplemente.

Con lo que ya llevamos algo ganado. Nadie sabe historia. Ni la verdadera. ni la oficial. No hay un abogado, un médico, un ingeniero que (salvo honrosos casos de vocación especial) sepan historia Y esto es porque en las lecciones que recibieron sospechan confusamente la existencia de una enorme mistificación.

*Ernesto Palacio fue un docente, abogado, periodista y escritor argentino. Formó parte de la generación de intelectuales nacionalistas de derecha que comenzaron a escribir en la década de 1920.Wikipedia