La Semana Trágica
En diciembre de 1918 comenzó una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos. La industria metalúrgica se había visto profundamente afectada por la Primera Guerra Mundial e intentaba bajar costos. Los obreros, a su vez, pretendían obtener mejoras en sus condiciones de trabajo y en sus salarios. La huelga pronto se convirtió en un conflicto sindical generalizado que terminó con 700 muertos y cerca de 4000 heridos, y pasó a la historia como la Semana Trágica. Para recordar este episodio, hemos adaptado un extracto del libro Los mitos de la historia argentina III, de Felipe Pigna. |
Enero sangriento:
una masacre obrera conocida como “la Semana Trágica”
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La huelga de los 2.500 trabajadores metalúrgicos había comenzado el 2 de
diciembre. No pedían demasiado: jornada de ocho horas, salubridad laboral y
un salario justo. Para ese entonces los Vasena habían vendido la fábrica a
una empresa inglesa, pero seguían gerenciándola. Los antepasados de Adalbert
Kriegar Vasena, ministro de economía de Onganía, se mostraron intransigentes
frente a lo que llamaban la “insolencia obrera”. Lo que naturalmente puso más
“insolentes” a los trabajadores, que decidieron tomar la fábrica y armar un
piquete en la puerta del establecimiento en defensa de sus derechos. El señor
Vasena tenía buenas relaciones con el gobierno, particularmente con el señor
Melo, que además de ser un notable militante radical cercano a Yrigoyen era a
la vez asesor legal de Vasena. Y logró que enviaran rápidamente policías y
bomberos para castigar la “insolencia” de los explotados organizados.
Todo comenzó el 7 de enero, a eso de las tres y media de la tarde, con un
grupo de huelguistas que había formado un piquete tratando de impedir la
llegada de materia prima para la fábrica. En ese momento, los conductores que
pasaron por donde estaban los huelguistas, develando su verdadera función,
comenzaron a disparar sus armas de fuego contra los trabajadores. Al grupo de
rompehuelgas se sumaron inmediatamente las fuerzas policiales que estaban
destacadas en la zona desde el comienzo de la huelga. Se vivió un clima de
pánico en el barrio, la gente corría a refugiarse donde podía.
Cuando terminó de escucharse el ruido ensordecedor de los balazos el
saldo fue elocuente: cuatro muertos. Tres de ellos habían sido baleados en
sus casas y uno había perecido a causa de los sablazos propinados por la
policía montada, los famosos “cosacos”. Hubo además, más de 30 heridos. Según La
Prensa fueron disparados más de 2.000 proyectiles por unos 110
policías y bomberos. Sólo tres integrantes de las fuerzas represivas fueron
levemente heridos. (…)
La historia oficial no recoge los nombres de los muertos del pueblo.
Ellos fueron: Juan Fiorini, argentino, 18 años, soltero, jornalero de la
fábrica Bozzalla Hnos., que fue muerto mientras estaba tomando mate en su
domicilio de un balazo en la región pectoral; Toribio Barrios, español, 42
años, casado, recolector de basura, muerto en la avenida Alcorta frente al
número 3189, de varios sablazos en el cráneo; Santiago Gómez Metrolles,
argentino, 32 años, soltero, recolector de basura, de un balazo en el
temporal derecho mientras se hallaba en la fonda de avenida Alcorta 3521, de
Lázaro Alberti; Miguel Britos, casado, jornalero, muerto a consecuencia
también de heridas de bala. Según el propio parte policial que reproduce La
Nación, ninguno fue muerto en actitud de combate, ninguno estaba
agrediendo a las fuerzas represivas.(…)
Frente a la gravedad de los hechos, uno de los causantes de toda esta
tragedia, don Alfredo Vasena, se dignó a reunirse con los delegados gremiales
en el Departamento de Policía y les ofreció la reducción de la jornada
laboral a 9 horas, un 12 % de aumento de jornales y admisión de cuantos
quisieran trabajar. Como la reunión se hizo larga, se decidió continuarla al
día siguiente en la propia fábrica. Los obreros llegaron puntualmente a las
diez, pero don Vasena se negó a reunirse argumentando que entre los delegados
había activistas que no pertenecían a su plantel.
Los obreros armados de cierta paciencia conformaron otra delegación que
presentó el pliego de condiciones de los huelguistas: jornada de 8 horas,
aumentos de jornales comprendidos entre el 20 y el 40 %, pago de trabajos y
horas extraordinarias, readmisión de los obreros despedidos por causas
sindicales y abolición del trabajo a destajo. Vasena prometió contestar al
día siguiente y, a pedido de los obreros, ordenó que dejaran de circular las
chatas de transportes. Pero los hechos se iban a precipitar.
Los muertos que vos matáis
Aquel jueves 9 de
enero de 1919 Buenos Aires era una ciudad paralizada. Los negocios habían
cerrado, no había espectáculos, ni transporte público, la basura se acumulaba
en las esquinas por la huelga de los recolectores, los canillitas habían
resuelto vender solamente La Vanguardia y La
Protesta, que aquel día titulaba: “El crimen de las fuerzas
policiales, embriagadas por el gobierno y Vasena, clama una explosión
revolucionaria”. Más allá de las divisiones metodológicas de las
centrales obreras, la clase trabajadora de Buenos Aires fue concretando una
enorme huelga general de hecho. Los únicos movimientos lo constituían las
compactas columnas de trabajadores que se preparaban para enterrar a sus
muertos.
Eran hombres, mujeres y niños del pueblo, con sus crespones negros y sus
banderas rojas y negras, eran socialistas, anarquistas y sindicalistas
revolucionarios que salían a la calle para demostrar que no le tenían miedo a
la barbarie “patriótica” de los dueños del país, para dar claro testimonio de
que no los asustaban las policías bravas y ahí andaban con su única
propiedad, sus hijos, por las calles de aquella Buenos Aires que hacía
historia. Lo único que pretendían era homenajeara sus mártires y repudiar la
represión estatal y paraestatal. Previsor, el jefe de policía Elpidio
González había solicitado y obtenido aquel mismo día del presidente Yrigoyen
un decreto que aumentaba en un 20 % el sueldo de los policías a los que les
esperaba una dura faena.
Masacre en el cementerio
A eso de las tres
de la tarde partió el cortejo fúnebre encabezado por la “autodefensa obrera”,
unos cien trabajadores armados con revólveres y carabinas. Detrás, una
compacta columna de miles de personas, “el pobrerío” como les gustaba
llamarlos a los pitucos. El cortejo enfiló por la calle Corrientes hacia el
Cementerio del Oeste (La Chacarita). Al llegar a la altura de Yatay, frente a
un templo católico, algunos manifestantes anarquistas comenzaron a gritar
consignas anticlericales.
La respuesta no se hizo esperar: dentro del templo estaban apostados
policías y bomberos que comenzaron a disparar sobre la multitud cobrándose
las primeras víctimas de la jornada. Al paso de la columna por las armerías,
éstas eran asaltadas por algunos de los manifestantes que “expropiaban” armas
cortas, carabinas y fusiles para “la revolución social”.
Aproximadamente a las 17 horas de aquel 9 de enero la interminable y
conmovedora columna obrera llegó a la Chacarita, la gente se fue acomodando
como pudo entre las tumbas y comenzaron los discursos de los delegados de la
FORA IX. En primera fila estaban los familiares de los muertos. Madres,
padres, hijos, hermanos desconsolados y acompañados en el dolor y la
necesidad de justicia por miles de personas. Mientras hablaba el dirigente
Luis Bernard, surgieron abruptamente detrás de los muros del cementerio
miembros de la policía y del ejército que comenzaron a disparar sobre la
multitud. Era una emboscada. La gente buscó refugio donde pudo, pero fueron
muchos los muertos y los heridos. Los sobrevivientes fueron empujados a
sablazos y culatazos hacia la salida del cementerio. Según los diarios, hubo
12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de 100 muertos y
más de cuatrocientos heridos. Ambas versiones coinciden en que entre las
fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad iba en aumento. No
había antecedentes de semejante matanza de obreros.
Pese a todo, el pueblo movilizado no se amilanó y siguió en la calle
exigiendo justicia y pidiéndoles a sus dirigentes que continuara la huelga general,
cosa que efectivamente ocurrió. La agitación seguía, y mientras se producía
la masacre de la Chacarita un nutrido grupo de trabajadores rodeó la fábrica
Vasena y estuvo a punto de incendiarla. En el interior del edificio se
encontraban reunidos Alfredo Vasena, Joaquín Anchorena de la Asociación
Nacional del Trabajo y el empresario británico comprador, que ante el devenir
de los hechos pidió protección a su embajada, que rápidamente se comunicó con
la Casa Rosada desde donde partió el flamante jefe de policía y futuro
vicepresidente de Alvear, don Elpidio González, a parlamentar con los obreros
y pedirles calma. No era el mejor momento y no fue bien recibido. La comitiva
encabezada por el funcionario fue atacada, y el propio auto del jefe de
policía fue incendiado por la multitud. González debió volverse en taxi a su
despacho, pero envió a un grupo de 100 bomberos y policías armados hasta los
dientes que dispararon sin contemplaciones sobre la multitud, provocando
—según el propio parte policial— 24 muertos y 60 heridos.
En toda la ciudad se produjeron actos de protesta expresando la
indignación de los trabajadores por la acción represiva del Estado. (…)
La Liga Patriótica, asesina
Por aquellos
primeros días de 1919 a los miembros “más destacados de la sociedad” les dio
un fuerte ataque de paranoia. En su fértil imaginación florecían
selváticamente las teorías conspirativas. La Revolución Bolchevique se había
producido hacía menos de dos años y el simple recuerdo de los soviets de
obreros y campesinos decidiendo el destino de la nación más grande del mundo
hacía temblar a los dueños de todo en la Argentina. Había que frenar el
torrente revolucionario. Comenzaron a reunirse para presionar al gobierno
radical, al que veían como incapaz de llevar adelante una represión como la
que ellos deseaban y necesitaban.
Según los jefes de las familias más “bien” de la Argentina, se hacía
necesario el empleo de una “mano dura” que les recordara a los trabajadores
que su lugar en la sociedad viene por el lado de la obediencia y la
resignación. Así fue como un grupo de jóvenes de aquellas “mejores familias”
se reunieron en la Confitería París y decidieron “patrióticamente” armarse en
“defensa propia”. Las reuniones continuaron en los más cómodos salones del
“Centro Naval” de Florida y Córdoba, donde fueron cálidamente recibidos por
el contralmirante y recontra reaccionario Manuel Domecq García y su colega el
contralmirante Eduardo O’Connor, quienes se comprometieron a darle a los
ansiosos muchachos instrucción militar. O’Connor dijo aquel 10 de enero de
1919 que Buenos Aires no sería otro Petrogrado e invitaba a la “valiente
muchachada” a atacar a los “rusos y catalanes en sus propios barrios si no se
atreven a venir al centro”. Los jovencitos “patrióticos” partieron del centro
naval con brazaletes con los colores argentinos y armas automáticas
generosamente repartidas por Domecq, O’Connor y sus cómplices.
Este grupo inicialmente inorgánico se va a constituir oficialmente como
Liga Patriótica Argentina el 16 de enero de 1919. Domecq García ocupó la
presidencia en forma provisional hasta abril de 1919, cuando las brigadas
eligieron como presidente a Manuel Carlés26 y vice a Pedro Cristophersen. (…)
¿A qué se dedicaban estos ciudadanos preocupados por el orden? Las bandas
terroristas armadas que operaban bajo el rótulo de Liga Patriótica Argentina
lo hacían con total impunidad y la más absoluta colaboración y complicidad
oficiales. Se reunían en las comisarías y allí se les distribuían armas y
brazaletes. Desde las sedes policiales partían en coches último modelo
manejados por los jovencitos oligarcas, y al grito de “Viva la Patria” se
dirigían a las barriadas obreras, a las sedes sindicales, a las bibliotecas
obreras, a la sede de los periódicos socialistas y anarquistas para incendiarlos
y destruirlos, todo bajo la mirada cómplice de la policía y los bomberos. El
barrio judío de Once fue atacado con saña por las bandas patrióticas que se
dedicaban a la “caza del ruso”. Allí fueron incendiadas sinagogas y las
bibliotecas Avangard y Paole Sión. Los terroristas de la Liga atacaban a los
transeúntes, particularmente a los que vestían con algún elemento que
determinara su pertenencia a la colectividad. La cobarde agresión no respetó
ni edades ni sexos. Los “defensores de la familia y las buenas costumbres”
golpeaban con cachiporras y las culatas de sus revólveres a ancianos y
arrastraban de los pelos a mujeres y niños.
El triunfo de la huelga
Finalmente el 11 de
enero el gobierno radical llegó a un acuerdo con la FORA IX basado en la libertad
de los presos que sumaban más de 2.000, un aumento salarial de entre un 20 y
un 40 %, según las categorías, el establecimiento de una jornada laboral de
nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Poco
después las autoridades de la FORA y del Partido Socialista resolvieron la
vuelta al trabajo.
El vespertino La Razón titulaba: “Se terminó la
huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los promotores de la
rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS…”. Pero
el dolor y la conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran
renuentes a volver a sus trabajos. En las asambleas sindicales las mociones
por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, la FORA V se opone
terminantemente a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el
movimiento como forma de protesta contra los crímenes de Estado”.
Finalmente, el recientemente designado jefe de la Policía Federal,
general Luis Dellepiane, recibió el martes 14 de enero por separado a las
conducciones de las dos FORA y aceptó sus coincidentes condiciones para
volver al trabajo que incluían “la supresión de la ostentación de
fuerza por las autoridades” y el “respeto del derecho de
reunión”. Pero pasando por encima del general, la policía y miembros
de la Liga Patriótica se dieron un gusto que venían postergando: saquearon y
destruyeron la sede de La Protesta. Esto motivó la amenaza de
renuncia de Dellepiane, que fue rechazada al día siguiente por el propio
presidente Yrigoyen, quien además ordenó efectivizar la puesta en libertad de
todos los detenidos.
Para el jueves 16, Buenos Aires era casi una ciudad normal: circulaban
los tranvías, había alimentos en los mercados, y los cines y teatros
volvieron a abrir sus puertas. Las tropas fueron retornando a los cuarteles y
los trabajadores ferroviarios fueron retomando lentamente los servicios.
Recién el lunes 20 los obreros de Vasena, tras comprobar que todas sus
reivindicaciones habían sido cumplidas y que no quedaba ningún compañero
despedido ni sancionado, decidieron volver a sus puestos de trabajo. (…)
La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de
1919. La huelga había triunfado a un costo enorme. El precio no lo pusieron
los trabajadores sino los dueños del poder, que hicieron del conflicto un
caso testigo en su pulseada con el gobierno al que consiguieron presionar en
los momentos más graves e imponerle su voluntad represiva.
Muy bien 10 felicitado
No hubo sanciones para las fuerzas represivas, ni siquiera se habló de
“errores o excesos”; por el contrario, el gobierno felicitó a los oficiales y
a las tropas encargadas de la represión y volvió a hablar de subversión. Por
su parte, Dellepiane, el jefe de la represión, dictó la siguiente
orden del día: “Quiero llevar al digno y valiente personal que ha cooperado
con las fuerzas del ejército y armada en la sofocación del brutal e inicuo
estallido, mi palabra más sentida de agradecimiento, al mismo tiempo que el
deseo de que los componentes de toda jerarquía de tan nobles instituciones,
encargadas de salvaguardar los más sagrados intereses de esta gran metrópoli,
sientan palpitar sus pechos únicamente por el impulso de nobles ideales,
presentándolos como coraza invulnerable a la incitación malsana con que se
quiere disfrazar propósitos inconfesables y cobardes apetitos”.
El embajador de Yrigoyen en Gran Bretaña, Álvarez de Toledo, tranquiliza
a los inversores extranjeros en un reportaje concedido al Times de
Londres y reproducido por La Nación: “Los recientes
conflictos obreros en la República Argentina no fueron más que simple reflejo
de una situación común a todos los países y que la aplicación enérgica de la
ley de residencia y la deportación de más de doscientos cabecillas bastaron
para detener el avance del movimiento, que actualmente está dominado. [Agregó
que] la República Argentina reconoce plenamente la deuda de gratitud hacia
los capitales extranjeros, y muy especialmente hacia los británicos por la
participación que han tenido en el desarrollo del país, y que está dispuesto
a ofrecer toda clase de facilidades para otro desarrollo de su actividad”.
Donaciones de almas caritativas
Los sectores más
pudientes de la sociedad se mostraron muy agradecidos con los miembros de las
fuerzas represivas y quisieron premiarlas con lo único que a ambas partes les
interesa a la hora de los homenajes: dinero. Las empresas beneficiadas con la
“disciplina social”, las damas de beneficencia y otras entidades “de bien
público” iniciaron colectas “pro defensores del orden”. Así lo detalla La
Nación: “En el local de la Asociación del Trabajo se reunió ayer la Junta
Directiva de la Comisión pro defensores del orden, que preside el
contralmirante Domecq García, adoptándose diversas resoluciones de
importancia. Se resolvió designar comisiones especiales que tendrán a su
cargo la recolección de fondos en la banca, el comercio, la industria, el
foro, etc., y se adoptaron diversas disposiciones tendientes a hacer que el
óbolo llegue en forma equitativa a todos los hogares de los defensores del
orden. […] La empresa del ferrocarril del Oeste ha resuelto contribuir con la
suma de 5.000 pesos al fondo de la suscripción nacional promovida a favor de
los argentinos que han tenido a su cargo la tarea de restablecer el orden durante
los recientes sucesos.
Un grupo de jóvenes radicados en la sección 15 de la policía ha iniciado
una colecta entre los vecinos con objeto de entregar una suma de dinero a los
agentes pertenecientes a la citada comisaría, con motivo de su actuación en
los últimos sucesos”.
“La comisión central pro defensores del orden recibió ayer las siguientes
cantidades:
Frigorífico Swift $ 1.000
Club Francais 500
Eugenio Mattaldi 500
Escalada y Cía. 100
Leng Roberts y Cía. 500
Juan Angel López 200
Matías Errázuriz 500
Horacio Sánchez y Elía 7.000
Jo ckey Club 5.000
Cía. Alemana de electricidad 1.000
Arable King y Cía 100
Elena S. de Gómez. 200
Las Palmas Produce Cía. 1.000
Mac Donald 300
Frigorífico Armour 1.000
Fieras hambrientas
Nadie se acordó de
los familiares de los 700 muertos y de los más de 4.000 heridos. Eran gente
del pueblo, eran trabajadores, eran, en términos de Carlés, “insolentes” que
habían osado defender sus derechos. Para ellos no hubo “suscripciones” ni
donaciones para aquellas viudas con sus hijos sumidos en la más absoluta
tristeza y pobreza, para los hijos del pueblo no hubo ningún consuelo. La
caridad tenía una sola cara. Sólo varios meses después de terminada la
represión de aquella Semana Trágica, las damas de caridad y la jerarquía de
la Iglesia Católica lanzaron una colecta para reunir fondos para darle
limosnas a las familias más necesitadas. Lo hacían evidentemente en defensa
propia. Si a alguien le queda alguna duda, he aquí parte del texto de
lanzamiento de la Gran Colecta Nacional: “Dime: ¿qué menos podrías
hacer si te vieras acosado o acosada por una manada de fieras hambrientas,
que echarles pedazos de carne para aplacar el furor y taparles la boca? Los
bárbaros ya están a las puertas de Roma”.
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