El carpetazo a Émile Zola

Por Flavio Zalazar
para El Furgon
publicado el 12 de abril de 2017

Vivió su calvario a posteriores de la publicación del "J'accuse" al chocar contra los poderes instituidos (el ejército, la justicia y la prensa de capitales privados)


El Romanticismo parió un hombre de letras proclive a su medio: el intelectual. Este rindió su compromiso siendo el emergente de los distintos movimientos sociales o humores que se reprodujeron en las sociedades modernas (Revolución Francesa mediante). El siglo XIX fue rico en ellos, podríamos nombrar cientos. Al atuendo clásico de escritor le provino la adición de la estatura moral-convenida o “dedoacusatoria”-difícil de sobrellevar. Si de eso se trata, el francés e hijo de padre italiano, Émile Zola (Paris, 2 de abril 1840 – 29 de setiembre 1902) vivió su calvario a posteriores de la publicación del J´accuse al chocar contra los poderes instituidos (el ejército, la justicia y la prensa oficial de capitales privados), causantes del hecho más grande de corrupción que se conocía en la Europa “bien pensante”, y que valió sangre del pueblo.

De escritor a intelectual

En las calles de Montmartre, a la orilla derecha del Sena, un joven Émile Zola, bachiller en ciencias, conoce a los hermanos Goncourt, a Flaubert, a Daudet. Bajo el estímulo de los maestros y los textos de Balzac, erige una producción literaria que encuentra su cumbre en El Imperio Realista, oscilando con los supuestos teóricos de Claude Bernard (develamiento de las pústulas sociales). Acaece la irrupción misma de la literatura contemporánea; él es lo basal.

El “Realismo” o reflejo de la realidad en la creación artística destaca en la pintura de ambiente, una observación maniquea de la atmósfera de los bajos fondos estimada por un tercero excluido (literato burgués) y el establecimiento de un orden verosímil para que el relato -y por ende la Historia como institución- no posea misterio. Es la entronización definitiva del pretérito perfecto simple, o como diría Roland Barthes “el grado cero de la escritura”. Zola desafía la carga clasista sometiendo a los estratos privilegiados a su novela naturalista. Una verdadera apuesta en un ciclo de reformas y caída de paradigmas clásicos.

Su obra literaria es vastísima, tanto que la crítica la segmenta en “ciclos”. Haciendo un canon propio (una política de lectura) caen a la memoria: La cura (1871), La fortuna de los Rougon (1872), Germinal (1885), La bestia humana (1890), El dinero (1891), Paris (1898), todas proyecciones en la cultura popular del siglo XX con adaptaciones en el cine y la televisión; también su ensayística, los sucesivos escritos sobre la literatura en confluencia con las ciencias médicas (naturalismo) y la tribuna de opinión, el periodismo.

Dreyfus o el escarnio

Las colaboraciones del escritor en los diferentes medios de prensa gráfica eran regulares, hasta que en el año 1897 estalló el escándalo. Un oficial militar de origen judío, Alfred Dreyfus, es culpado de espía. El acto generó revuelo en la opinión pública francesa puesto que las llagas de la guerra con Prusia -valió la unificación Alemana y la pérdida de Alsacia- seguían sin sanar. Traición a la patria significó la carga y la pena era equivalente a la muerte. Zola asumió la defensa periodística en una carta abierta al presidente de la República, Félix Faure, publicada en el periódico social L´Aurore con el título J´accuse (Yo acuso). Fue el inicio de la vergüenza.

El juicio se llevó a cabo. Los jueces comprobaron la inocencia del Capitán Dreyfus, confinado hasta ese momento en la isla del Diablo. Recayó el cargo en el General de la Nación Walsin Esterházy (venta de armas e información al enemigo). Se hizo justicia, no sin antes haber pasado por el tribunal una cadena de testigos y el periodismo ensayar una marea de tinta; hasta el mismo Zola terminó manchado en el proceso y tuvo que exiliarse por el término de un año en Londres.

El favor del escritor al inculpado no era arbitrario. Durante el inicio del año 1897 había recibido una confidencia de la señora Leblois, cuyo marido era depositario de un secreto; éste era el memorándum que identificaba al verdadero culpable del trance de traición, el General Esterházy. Aquello bastó para que él se decidiese a intervenir con el peso de su influencia a favor del inocente. Durante el proceso, el Estado Mayor del Ejército lo señaló como adúltero, sacando a la luz la relación paralela que mantenía con Jeanne Rozerot y el producido de ambos, dos niñas (en términos legales estaba casado con Alexandrine Zola, mujer con la que terminará sus días, víctima de un accidente doméstico). Ante semejante contraataque, la prensa, sobre todo Le Figaro, se valió del testimonio para el desprestigio del retratista de las “taras sociales” y los horrores del capital.

Aleccionado por la clase dirigente y frente a la acusación de mendacidad e inconsistencia moral, Zola decide el viaje a Londres. De ahí seguirá las alternativas hasta su absolución definitiva; lo hace en compañía de Rozerot y las hijas de ambos. Ellas quedarán en esa ciudad; él volverá con Alexandrine a Paris, en búsqueda de la reparación.

La rehabilitación

Apenas arriba a su patria escribe en L´Aurore un artículo en el cual justifica su actitud. Por esos días alcanza el perdón definitivo a Dreyfus, acción que exonera al Estado francés de una falsa imputación; el incidente ha concluido. Zola no piensa lo mismo y proclama un “foja cero” para todos los sobreseídos. Tiñe sus textos de ese color. Prepara una obra en la que espera definir el papel de Francia en la Historia como campeona del Derecho y de la Libertad, en una especie de novela mesiánica; algo así como un medio para reconquistar a sus lectores y encaminarlos en la idea del progreso indefinido. Pero le falta tiempo para llevar a cabo esa tarea.

Una noche fría del otoño parisino, mecido por un leve escape de gas en la habitación de dormir, el escritor cierra los ojos para no abrirlos. Tenía 62 años y una vida entregada con fogosidad a la escritura. Francia entera se vistió de luto y embebió su cara de una dulce hipocresía.

Después nacerá otro tipo de hombre de ideas, menos inocente, más conocedor de las articulaciones del poder. Se le añadirá la mujer en la equiparación de derechos y las reflexiones al complejo. En suma, Zola fue un hombre de su tiempo, como lo somos hoy nosotros del nuestro. Un propósito romántico, sin dudas.

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La versión íntegra en español del alegato en favor del capitán Alfred Dreyfus, dirigido por Émile Zola mediante esa carta abierta al presidente francés M. Felix Faure, y publicado por el diario L'Aurore, el 13 de enero de 1898, en su primera plana, es la siguiente:
Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante —quiero suponer inconsciente— del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.
Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.
Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.
Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L'Éclair y en L'Echo de París una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado, fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizó aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.
Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.
Así lo espero".
Portada de L'Aurore de 13 de enero de 1898
 con la carta Yo acuso de Zola.


Fuente: elfurgon.com.ar