El último misterio de Eva Perón

Por María Seoane
para Clarín
Publicado el 23 de enero de 2005

En 1955, la dictadura de Aramburu secuestró el cadáver de Evita. Hoy se revela la historia del oficial de inteligencia Hamilton Díaz, que tuvo como misión enterrarla en Italia.
Maqueta de una escultura de Eva Peron

La historia del cadáver de Eva Perón, desde su secuestro en noviembre de 1955 de la sede de la CGT hasta el presente sigue siendo un laberinto mítico en el cual unas pistas pueden llevar a la verdad y otras, al encierro del enigma. Casi medio siglo más tarde Clarín está en condiciones de revelar —gracias a la documentación rescatada de los archivos del Ejército argentino— lo que podría ser el último gran misterio de esa saga: el rostro y el destino del coronel Hamilton Alberto Díaz, el oficial de inteligencia que representó un papel clave en aquellas jornadas macabras bajo el nombre falso de Giorgio Magistris.

Los personajes y los hechos

Se sabe que Evita fue embalsamada por el español Pedro Ara apenas muerta —26 de julio de 1952— y trasladada a la CGT luego de una de las exequias más imponentes del siglo XX. Después del derrocamiento de Perón en setiembre de 1955, asumió la jefatura del Servicio de Informaciones del Ejército (SIE) el coronel Eugenio de Moori Koenig, un militar ingresado al servicio en 1941, de un antiperonismo visceral. El SIE era, en ese momento, el lugar nuclear del régimen: la resistencia peronista era pacífica y violenta. Allí estaba cuando asumió la presidencia el general Pedro Eugenio Aramburu en noviembre del 55. Ese poder ilegítimo temió que la presencia de Evita fuera fuente de una resistencia sobrenatural, proporcional al amor que le profesaban millones de argentinos condenados a silenciar su pertenencia política. Aramburu encargó a Moori Koenig que hiciera desaparecer el cadáver de Evita de la CGT ese mismo mes. La historia señala que Moori Koenig tuvo una desenfrenada pasión necrofílica por Eva. Por miedo a que fuera recuperado por la resistencia, se dijo que el cadáver circuló en furgones, las oficinas del SIE en Viamonte y Callao, la casa del mayor de inteligencia Eduardo Arandía, que mató a su mujer embarazada por error porque la confundió con un supuesto enemigo que venía por la muerta; detrás de la pantalla del cine Rialto, en el edificio de Obras Sanitarias y otros lugares que la mente calenturienta de los espías consideraban agujeros secretos. Aramburu ordenó echar a Moori Koenig, en junio de 1956. Pero esa brasa caliente debía salir del territorio argentino: ella no se corrompía, pero corrompía al régimen. La presión del jefe de la Casa Militar, el marino Francisco Manrique, por avalar al teniente coronel Gustavo Adolfo Ortiz, a la sazón subjefe del SIE —oficial de artillería—, al frente del espionaje militar no prosperó. Aramburu se decidió por el coronel de inteligencia Héctor Eduardo Cabanillas —del arma de Infantería— un cuadro militar de probada fidelidad antiperonista (ver Cabanillas..., pág. 31). Parecía el adecuado para hacer desaparecer a la muerta más temida, acto que se transformaría en el mayor secreto de Estado de la historia del siglo XX, superado sólo por el destino de los desaparecidos. 

Tal como publicó Clarín el 21 de diciembre de 1997 (ver El eslabón final), Aramburu decidió a instancias de su jefe de Granaderos, el entonces coronel Alejandro Agustín Lanusse —un antiperonista rabioso— realizar ante el sacerdote Francisco "Paco" Rotger —un catalán que pertenecía a la Compañía de San Pablo, de la orden del Cardenal Ferrari — los contactos con el Vaticano. Rotger había sido desde 1933 secretario del nuncio en la Argentina; en 1934, en ocasión del Congreso Eucarístico, había conocido estrechamente al delegado papal, Eugenio Paccelli, que luego se transformará en Pío XII. Rotger era íntimo amigo y confesor de los Lanusse. Casará a Alejandro con Illeana Bell. Desde la jefatura de Granaderos, Rotger asistió a Aramburu y fundó, bajo su orden, el Vicariato castrense. Según la versión que dará años más tarde Gustavo Adolfo Ortiz —su testimonio fue incluido en el libro "Evita", de Carlos De Nápoli, en 2003—, aconsejado por él y por Manrique, Aramburu decidió pedirle al Vaticano ayuda para "dar cristiana sepultura" al cadáver. Según Ortiz, el primer contacto fue realizado con monseñor Fermín Laffite, representante del Vaticano en Buenos Aires. Pero no hubo respuesta, por lo que hizo su aparición definitiva el sacerdote "Paco" Rotger. A fines de 1956, Cabanillas eligió como brazo derecho de la "Operación Traslado" al mayor Hamilton Alberto Díaz, del arma de Caballería, de puntaje sobresaliente ("extremo", como se lo definía en el Ejército, con 100 de promedio absoluto). Lo secundaba, entonces, el suboficial de inteligencia Manuel Sorolla. A Ortiz— subjefe del SIE— Cabanillas le reservó una tarea no menos importante: la diplomacia del traslado y de la desinformación. Según indica el legajo militar de Ortiz, viajó por avión hacia España, Italia, Bélgica, Alemania y Suiza entre el 1º de febrero y el 8 de marzo de 1957. Su misión habría sido no sólo desinformar a quienes podían espiar estos movimientos sino conectarse con el superior de la Orden del Cardenal Ferrari, Giovanni Penco. Simultáneamente, con la venia de Pío XII, pero con la decisión de que fuera una obra no vinculada directamente al Vaticano quien ayudara en este traslado, Rotger viajó a Italia a entrevistarse con Penco. En ese viaje se definió con Penco lo siguiente: el cadáver de Evita viajaría a Italia bajo el nombre de María Maggi de Magistris, nacida en Dalmine, Bérgamo, y muerta en Rosario en 1951 en un accidente de auto; que Penco sería el encargado de recibir "la encomienda en Génova" a nombre de la Orden con destino a Milán. A mediados de marzo de 1957, según Ortiz, Cabanillas le encargó que, junto con el mayor Díaz prepararan los servicios de la funeraria y el transporte del cadáver. La funeraria elegida habría sido "Spallarosa".

Además del papa Pío XII —y los papas sucesivos, Juan XXIII y Paulo VI— y Penco, sólo tres personas conocerían en la Argentina cuál era la morada final de Evita: Cabanillas, Rotger y Hamilton Díaz. Aunque Aramburu, Lanusse y el superior de los paulinos en Buenos Aires, el padre Hércules Gallone, sí sabrían que estaba "en algún lugar de Italia" y quién era el "dueño del secreto". A las 16 horas del 23 de abril de 1957 el cajón con los restos partió rumbo a Génova en el "Conte Biancamano", acompañado por Hamilton Díaz, como el falso viudo Giorgio Magistris. Junto con él, y con su verdadera identidad, para "control" viajaba el suboficial Manuel Sorolla. El 13 de mayo de 1957, a las 15.40, el cuerpo de María Maggi de Magistris entró al cementerio Maggiore de Milán. Díaz debió permanecer junto al cuerpo de Eva en la cámara mortuoria durante dos días, velando por su seguridad, hasta que el ataúd pasó al tombino 41 del campo 86, un área abierta alrededor de una avenida arbolada. Hamilton Díaz regresó a Buenos Aires a los pocos días con "un papel rosa" con el número de tumba que le entregó a Cabanillas, quien lo guardó en una caja de seguridad en Uruguay. ¿Quién era ese hombre que supo con Cabanillas semejante secreto? 

El falso Giorgio Magistris

El legajo militar 17022 dice que nació como Hamilton Alberto Díaz, el 25 de noviembre de 1920 en la Capital, que sus padres fueron Eliseo Andrés Díaz y Sara Angela Costa. Que hacia 1938 ingresó como "cadete pensionista" en la Academia Marque en El Palomar. Hacia 1940 tuvo su pri mer traspié por indisciplina: le dieron de baja. Los ruegos de su madre, ya viuda, al entonces jefe del Ejército lo devolvieron al colegio y hacia 1943 ya era un cadete becado por sus condiciones destacadas: sabía natación, esgrima, un poco de francés, medía 1,68 y era un excelente tirador. La recomendación de sus superiores era que "debía ser más enérgico" para completar su carácter militar. Pero todos destacaban algo esencial a la tarea de inteligencia: era reservado y obstinado. Entre 1943 y 1950, cuando ya es teniente, el legajo abunda en detalles sobre sus destinos: desde Entre Ríos a Corrientes; de Campo de Mayo a Neuquén. En 1946, Díaz arma su familia. Se casa con Gladis Hebe Guillém Eguiguren en Entre Ríos y tendrá tres hijos: Silvia, Alberto y Andrés. Su vida familiar no tiene aristas destacables. Sí su carrera militar. En contacto con la fracción más antiperonista del Ejército en Campo de Mayo, Díaz comenzó a conspirar contra Perón: en mayo de 1951 se integró a la Escuela de Inteligencia del Ejército. Enardecidos ante la posibilidad de que Evita aceptara la candidatura a vicepresidente, los militares encabezados por el general Benjamín Menéndez aceleraron el golpe contra Perón. No importó que Evita, ya enferma, renunciara el 22 de agosto a "ese honor". El 28 de setiembre de 1951 se inició la rebelión que fue aplastada por Perón. Hamilton Díaz fue juzgado por rebelión y condenado, por decreto 2268 "a la pena de tres años de prisión con la accesoria de destitución". Su pena lo hermanó con muchos jefes militares antiperonistas: entre ellos, el entonces capitán Lanusse. Sin embargo, se sabe, hubo perdones en un Ejército ya demasiado fracturado como para responder fielmente a Perón: Díaz fue reincorporado y ascendido a capitán hacia 1952. Su carrera como oficial de inteligencia fue imparable: luego de los bombardeos criminales de la aviación militar a Plaza Mayo en junio de 1955, se encuentra en el SIE cercano a la preparación del golpe final contra Perón. Luego del triunfo de la Revolución Libertadora, Díaz tuvo su premio con la llegada de Cabanillas: fue uno de sus espías preferidos para infiltrar, vigilar y perseguir a la resistencia peronista. Díaz pasó a ocupar el cargo de jefe del Departamento de Interior en la represión al terrorismo: era la etapa de los "caños" en 1955 y 1956. Sorolla, antes de morir, admitió a quien esto escribe que como jefe de la División Servicios Secretos, Díaz tuvo una activa participación en la detección de quienes participaron en la sublevación de junio de 1956 contra Aramburu y que terminó en los fusilamientos de José León Súarez, que Rodolfo Walsh contó magistralmente en "Operación masacre". En ese período, el mayor Díaz adquirió el puntaje 100 (máximo) en sus calificaciones. Es en diciembre de 1956, entonces, cuando comenzó a trabajar en los preparativos para el traslado del cuerpo embalsamado de Evita a Italia. En el SIE se fraguaron los documentos que lo acreditaban como Giorgio Magistris, viudo de María Maggi. El peso del secreto o el miedo de tenerlo, tal vez, hizo que Díaz solicitara tener mando de tropa. Cabanillas no quiso, mientras fue su jefe de inteligencia hasta 1958, darle ese destino. Es más, le siguió dando tareas vinculadas al espionaje y la represión al peronismo y a la guerrilla argentina que hizo su aparición con Uturuncos en Tucumán. Antes de ser ascendido a fines de ese año a teniente coronel, es enviado como agregado militar y aeronáutico a la Embajada argentina en Colombia. Eran tiempos del exilio de Perón en Centroamérica. Este destino es simultáneo al de Cabanillas en Francia. Cuando regresa a mediados de 1959 a la Argentina, Díaz sigue afectado al Departamento de Interior del SIE. Insiste con el pedido de mando de tropa. El entonces jefe del SIE, Mario Oscar Carricat, se lo niega: argumenta que el servicio no podía privarse de cuadros como Díaz. Y levantan la apuesta: en julio de 1961, luego de la agitación por la influencia creciente de la Revolución Cubana, lo envían como delegado de la inteligencia militar argentina a la Conferencia de Ejércitos Americanos, en el Canal de Panamá. La lucha contra el peronismo, entonces, se imbricaba con la creciente lucha anticomunista durante la Guerra Fría. Díaz visitó la agencia de la CIA en Langley y el Pentágono. El conocimiento del comienzo de la preparación de focos guerrilleros en el norte argentino lo encuentra a Díaz recorriendo Córdoba, Jujuy, Tucumán.

Pero los tiempos habían cambiado. En 1963, es ascendido a coronel, adscripto al EMGE ya que el gobierno de Illia decidió disolver el SIE. En esa época Díaz fundó una agencia de seguridad industrial: se llamó ORPI SRL, y según consta en la declaración jurada de bienes de 1964 que figura en su legajo, Díaz tenía, en ese entonces, una pequeña fortuna de 23.990.000 pesos —unos 180 mil dólares de la época— compuesta por dos departamentos en Belgrano, tres coches, acciones y fondos públicos, una caja de seguridad, el 50% de ORPI y bienes de su esposa. Ya para esa época, con viajes a Miami y a EE.UU., los rastros de Díaz se van perdiendo. Reaparece en 1965 relacionado con un sumario grave: se lo acusa de encubrimiento del contrabando realizado por agentes del SIE. Si bien es desvinculado de esa causa, su legajo indica que 1965 es el último año de su carrera militar. Las pistas, entonces, se pierden. Pero, volviendo a la historia: ¿por qué el falso viudo de Evita no participó en 1971 de la devolución de sus restos a Perón? Sorolla lo explicó: "Porque se suponía que el viudo ya había muerto". Pero sólo en la ficción: Hamilton Díaz murió en febrero de 1986.

Una agitada inmortalidad

La resistencia peronista nunca dejó de presionar para averiguar el destino de la tumba de Evita. En 1961, Walsh entrevistó a Moori Koenig. Fue una entrevista fallida —ya que él nada sabía del destino del cuerpo que lo había enloquecido—, pero dio origen a uno de los cuentos más célebres: "Esa mujer". La búsqueda —tal como también la registró en su novela "Santa Evita" Tomás Eloy Martínez, el primero en entrevistar a Cabanillas— hizo que las redacciones siguieran una tras otra pistas falsas. El 29 de mayo de 1970, Montoneros secuestró y asesinó a Aramburu. Uno de sus jefes de entonces, Roberto Perdía, afirmó en 1997 que Aramburu dijo al comando que lo asesinó: "Evita está en Italia, pero no sé dónde y si lo supiera no se los diría". En 1971, presionado por la situación política y por la certeza de que pronto se revelaría el lugar de la tumba, el entonces presidente Lanusse pactó con Perón la entrega del cadáver. Le pidió a Cabanillas que organizara la entrega en Madrid. Así lo hizo, acompañado esta vez por el sargento Sorolla, que figuraba en este viaje como el falso hermano de la muerta, Carlo Maggi. Con la venia de Paulo VI, el nuevo titular de la Compañía de San Pablo, Giulio Madurini, participó de la operación bajo el nombre falso de Alessandro Angeli. El cadáver fue entregado en Puerta de Hierro a Perón, Isabel Perón y José López Rega. Evita permaneció allí hasta octubre de 1974 cuando, como en una locura macabra de eterno retorno, Montoneros secuestra el cadáver de Aramburu para obligar a Isabel a trasladar el cadáver a Buenos Aires, y hacerlo reposar en la cripta de Olivos junto a Perón. El 22 de julio de 1976, la dictadura ordenó el entierro de Evita en la Recoleta, bajo una gruesa plancha de acero a seis metros de profundidad. Todos los protagonistas de esa historia fueron, de alguna manera, conocidos: aparecieron en entrevistas, en libros y documentales. Muertos los oficiales de inteligencia Ortiz, en 1994; Cabanillas, en 1998; Sorolla, en 2004, sólo uno de ellos había mantenido su secreto. Era tiempo de comenzar a develarlo.