Nuevo Estado fue el momento más revolucionario en la historia de Brasil

Por Carlos Lopes
para Fundación José Guillermo Carrillo

Desesperada con las derrotas en 30 y 32, la oligarquía tramaba la vuelta al poder y el derrocamiento de la revolución. El Estado Nuevo quebró la contra-revolución e hizo los cambios que transformaron Brasil en un país industrial con una clase obrera fuerte y un empresariado emprendedor.

La Revolución de 30, el mayor movimiento revolucionario de la Historia de nuestro país, tuvo su victoria definitiva asegurada por el Estado Nuevo. Ese fue exactamente el motivo de su instauración. Es inevitable que las fuerzas reaccionarias, sacadas del gobierno por las revoluciones, intenten volver al poder, esto es, intenten emprender la contrarrevolución. Para eso, la reacción cuenta con el hecho de que, aunque depuesta, ella continúa, por un tiempo más o menos largo, más fuerte que la revolución que acaba de nacer. Las relaciones económicas, sociales y políticas forjadas en décadas de dominio reaccionario no son fáciles de ser superadas por el nuevo poder, que todavía no tuvo tiempo de hacerlas cambiar, o sea, cambiar la sociedad y el país.


Así fue que en 1937. Derrotados en 1930, y otra vez en 1932, cuando intentaran la contra-revolución armada, los carcomidos, la decadente y corrupta oligarquía cafetalera -cuyas principales características eran la sujeción a los bancos ingleses y el parasitismo expoliador sobre el conjunto de la Nación– tramaba la vuelta al poder, esta vez manipulando y falsificando los propios instrumentos formalmente democráticos, deformándolos y transformándolos en un simulacro.


Era preciso que la revolución impidiese y aplastara el golpe. En 10 de noviembre de 1937, hablando en cadena de radio para todo el país, el presidente declaró: “cuando los medios del gobierno no corresponden más a las condiciones de existencia de un pueblo, no hay otra solución sino cambiarles”.


Getúlio señaló la farsa en que se transformara la vida político-institucional, manipulada por los decrépitos derrotados en 1930, para poner en el poder, otra vez, a un resto de la oligarquía, sin tener en cuenta al pueblo y a la Nación: “Tanto los viejos partidos, como los nuevos, que son los viejos se transformaron bajo nuevos rótulos, nada exprimían ideológicamente, manteniéndose a la sombra de ambiciones personales o de predominios localistas, al servicio de grupos empeñados en la repartija de los despojos y en las combinaciones oportunistas en torno de objetivos subalternos. Ahí está el problema de la sucesión presidencial, transformado en irrisoria competición de grupos, obligados a operar por el soborno y por las promesas demagógicas, ante el completo desinterés y total indiferencia de las fuerzas vivas de la Nación. Jefes de gobiernos, capitaneando desasosiegos y oportunismos, se transformaron, de un día para otro, a contrapelo de la voluntad popular, en centros de decisión, cada cual decretando una candidatura, como si la vida del país, en su significación colectiva, fuera simplemente convencionalismo, destinado a legitimar las ambiciones del caudillismo provinciano”.


Más que eso, Getúlio denuncia: “Los preparativos electorales fueron substituidos, en algunos Estados, por los preparativos militares, agravando los perjuicios que ya venía sufriendo la Nación. El caudillismo regional, disimulado bajo apariencias de organización partidaria regional, se armaba para imponer a la Nación sus decisiones, constituyéndose, así, en amenaza ofensiva a la unidad nacional”.


En esas condiciones, el propio voto, por haber sufrido fraude, pasaba a ser un embuste antidemocrático: “El sufragio universal pasa, así, a ser instrumento de los más audaces y máscara que mal disimula el sucio acuerdo de los apetitos personales y de corrillos. Resulta de ahí, no ser la economía nacional organizada la que influye o prepondera en las decisiones gubernamentales, sino las fuerzas económicas de carácter privado, insinuadas en el poder y sirviéndose de él, en perjuicio de los legítimos intereses de la comunidad”.


Y, por fin, el golpismo abierto, ante la resistencia de la revolución: “Todavía ayer, culminando en los propósitos demagógicos, uno de los candidatos presidenciales mandaba leer, desde la tribuna de la Cámara de los Diputados, documentos francamente sediciosos y hacían que los distribuyesen en los cuarteles de las corporaciones militares, que, en un movimiento de sana reacción a las incursiones facciosas, supieron repeler tan alevosa exploración, discerniendo, con admirable claridad, de qué lado estaban, en el momento, los legítimos reclamos de la conciencia brasileña”.



SABOTADORES

El candidato referido era Armando Salles de Oliveira, hijote de la oligarquía cafetalera, que ya lo había colocado en el gobierno de São Paulo. Ahora, continuando la contrarrevolución, lo quería en la Presidencia de la República. Se trataba de impedir que la Revolución del 30 avanzase y, más, acabar con sus conquistas –empezando por la industrialización en curso, que era financiada, exactamente, por un impuesto cambiario sobre las exportaciones de café; a ese impuesto, los carcomidos llamaban “confisco”: para ellos, contribuir con el país era ser “confiscado”. Que el país entero pagara sus perjuicios, como ocurriera de 1906 la 1930, eso ellos lo creían muy justo. ¿Para qué existía el país, sino para pagar los préstamos a los bancos ingleses que ellos tomaban para cubrir los enormes agujeros en sus cuentas?

Así, primero recurrieron a la tentativa armada para derrumbar al gobierno revolucionario. Después, recurrieron al sabotaje, a partir de la Constituyente de 1934; ahora, recurrían al soborno, al fraude, a la coacción del electorado y –en último caso– preparaban otra vez un golpe contra el gobierno. Como toda clase decadente derrotada, el desespero hacía que se recurriese a cualquier recurso, por más torpe que fuera –incluso, luego en el principio del Estado Nuevo, a la tentativa de asesinato de Getúlio, en trama con los nazistas locales, los integralistas.


Sin embargo la revolución y su líder no permitirían que la reacción triunfase e hiciese que el país volviera otra vez hacia aquel desierto atrasado de hambrientos de antes de 1930. Era preciso avanzar, realizar el programa de la revolución, cambiar el país irreversiblemente. Pero, como dijo Getúlio en aquel día 10 de noviembre de 1937, “en una atmósfera privada de espíritu público, como esa en que hemos vivido, donde las instituciones se reducen a las apariencias y a los formalismos, no era posible realizar reformas radicales sin la preparación previa de los diversos factores de la vida social”.


El Estado Nuevo garantizó esas reformas. La moratoria de la deuda externa; la Consolidación de las Leyes del Trabajo; la Seguridad Social; el impulso poderoso a la industrialización; la resolución del problema del acero, con la fundación de la Compañía Siderúrgica Nacional; la nacionalización del subsuelo y de sus riquezas; los orígenes de la industria del petróleo; la Marcha hacia el Este, para integrar el interior del país; las industrias de base – máquinas, equipamientos y insumos; la remodelación de la Defensa Nacional; la planificación de la economía; la protección al desarrollo de la industria nacional; el aumento del ingreso del pueblo, con el aumento exponencial del mercado interno; el salario-mínimo; el plan de la casa propia para los operarios; la calificación del trabajador brasileño; el combate al nazismo, dentro y fuera del país.


El Estado Nuevo fue, por lo tanto, la fase en que la revolución quebró la contra-revolución y llevó a la práctica las medidas que cambiaron Brasil. Las dos primeras fueran anunciadas por Getúlio en el propio discurso del día 10 de noviembre: la primera fue la suspensión de las transferencias de recursos a los bancos externos que sangraban el país: “La situación impone, en el momento, la suspensión del pago de interés y amortizaciones, hasta que sea posible reajustar los compromisos, sin desangrar y empobrecer nuestro organismo económico. No podemos por más tiempo continuar solventando deudas antiguas por medio del proceso ruinoso de contraer otras más voluminosas, lo que nos llevaría, en poco tiempo, a la dura contingencia de adoptar una solución más radical. Nuestras disponibilidades en el exterior, absorbidas en su totalidad por el servicio de la deuda y, como si todavía no bastasen las exigencias, generan, como resultado, que no reste nada para la renovación de del impulso al aparato económico, del cual depende todo el progreso nacional”.


La segunda medida fue poner fin a los privilegios de los caficultores, esto es, a la oligarquía cafetalera, privilegios que desangraban el Tesoro y constituían, tal como la otra sangría, la externa, un freno para que el Estado pudiese actuar en defensa de la colectividad.


El Estado Nuevo fue, por lo tanto, el período más revolucionario de la revolución que transformó Brasil, o sea, fue el período más revolucionario de la Historia del país. Naturalmente, es inevitable que los períodos más intensamente revolucionarios no agraden a los reaccionarios; y que, por lo tanto, ellos los llamen de “dictadura” y otros nombres que sólo revelan que consideran un absurdo que su pillaje sobre el pueblo haya acabado, que consideran absurdo que el pueblo haya sido beneficiado con los recursos que son de propiedad del propio pueblo, esto es, los del Estado, que esos cadáveres sociales consideraban una capitanía hereditaria de ellos. Y que estos sectores reaccionarios consideraban que acabar con su propia dictadura era la cosa más dictatorial que podía existir. Sin embargo, como dijo Getúlio, “era necesario y urgente optar por la continuación de ese estado de cosas o por el progreso de Brasil”.


DEMOCRACIA

Exactamente por eso –porque fue en él que la tiranía sobre el pueblo fue completamente derrotada– el Estado Nuevo fue, también, el período más democrático de la Historia de Brasil. Quien se quejó de la supuesta dictadura fueron los reaccionarios, el yugo antidemocrático, oligárquico, los que quedaron desde el gobierno de Prudente de Moraes, quienes habían establecido un régimen antipopular cuyo voto, a punta de pluma, era un insulto, cuyos corrales electorales y elecciones llenas de fraudes eran afrentosamente legendarias, donde después de electo un diputado sólo tomaba posesión si fuera aprobado por una “comisión de verificación”, que se deshacía de cualquier progresista que hubiese escapado del asesinato electoral por el fraude. El aplastamiento de los enemigos del pueblo fue la gran tarea política del Estado Nuevo. De ahí la intensa participación popular que acompañó todo el Estado Nuevo.

Evidentemente, la esencia de la democracia no es la apariencia formal. Si así fuera, Stroesner, que fue “reelecto” infinitas veces, sería un demócrata y el Paraguay de su época, una democracia ejemplar. Lo que interesa es el poder que efectivamente el pueblo tiene. El Estado Nuevo no tuvo tiempo de establecer instituciones que formalizaran la democracia que instituyó. Eso, como en otras revoluciones, solamente fue hecho en un período posterior, en 1945/1946. Y fue Getúlio, una vez más, quien convocó las elecciones presidenciales y para la Constituyente.


Es interesante que, en la tentativa de denigrar el Estado Nuevo, los más rabiosos anticomunistas afectasen una pose de defensores de los comunistas contra Getúlio. Incluso fue forjada historia de que el “pretexto” para el Estado Nuevo habría sido un cierto Plan Cohen, un falso plan de acción comunista, forjado por el gobierno. No es verdad. Jamás Getúlio levantó cualquier “Plan Cohen” como razón para el Estado Nuevo. Las razones, él las declaró claramente: derrotar la oligarquía, que intentaba la restauración del antiguo régimen, para cambiar el país. En cuanto el “Plan Cohen”, era una invención sin importancia de un integralista, que al igual que el 1º de abril de 1964 estuvo al frente del golpe urdido por los enemigos de Getúlio.


El conflicto de los comunistas con Getúlio fue antes del Estado Nuevo. Segundo, ya en 1942, esto es, todavía en pleno Estado Nuevo, en las manifestaciones por la entrada de Brasil en la II Guerra, y después, en la propia guerra, los comunistas y la revolución de 30 estarían juntos contra el nazismo. Tercero, es evidente que los comunistas, en 1935, atacaron el enemigo errado – y ese error es de su entera responsabilidad, y no de Getúlio. Intentaron, equivocadamente, derrumbar un gobierno revolucionario, objetivamente colaborando con la oligarquía, lo que demuestra que el movimiento comunista, el marxismo, estaba en su niñez en Brasil, con todos los graves problemas de la inmadurez que no se reconoce como inmadura. Así se hace la Historia, que camina a través de los aciertos, pero también de los errores de los hombres. Para honra de los comunistas, antes que terminase el Estado Nuevo, en 1943, en la Conferencia de la Mantiqueira, ellos supieron reconocer quiénes eran los verdaderos enemigos del pueblo, y quiénes eran los amigos, a empezar por Getúlio, a quien Prestes tácitamente se alió contra el golpe pro-yanqui de 1945.


INDEPENDENCIA

De la misma manera estúpida y sinvergüenza, oligarcas y otros bajuladores del imperialismo pretendieron que Getúlio, al romper con la dependencia a Inglaterra, estaba planeando entrar en la órbita de la Alemania, esto es, del nazismo. Se trata de una idiotez típica de quien sólo consigue ver a sí mismo –y al Brasil– como dependiente y subordinado a alguna potencia o matriz imperialista externa. Tanto eso es verdad, que, como muestra su diario, publicado décadas después de su muerte, Getúlio se espantó que en su discurso de junio de 1940, que denunciaba el imperialismo norteamericano, alguien encontrase cualquier cosa de inclinación para el nazismo. Él luchaba por un país independiente y tenía una mente independiente. Quien no conseguía ver el país independiente –y, por lo tanto, veía en la denuncia de un imperialismo, inclinación por otro imperialismo– eran los oligarcas y paniaguados. Getúlio, al contrario, prohibió el Partido Nazista ya antes de la guerra y reprimió a sus siervos internos, los integralistas –con apoyo explícito de los comunistas, que, presos, tomaron la iniciativa de solidarizarse con él, reconociéndole como jefe de la Nación brasileña.

Brasil jamás fue el mismo después del Estado Nuevo. Hoy, la mayoría de los que nacieron después ni siquiera imaginan como era de diferente antes. Éramos, como dijo Getúlio en el discurso de São Lourenço, un país que vivía de exportar postres. Un país de pueblo miserable y desempleado. Pasamos a ser un país industrial, con una classe operaria numerosa, con un empresariado emprendedor. En fin, con el Estado Nuevo, nos hicimos Brasil.