El 13 de julio de 1924 la vida nos regalaba a don Fermín Chávez

Por Daniel Brión (*)
para APU (Agencia Paco Urondo)
Publicado el 16 de julio de 2017

Hace 93 años la vida nos regalaba el nacimiento de Don Fermín Chávez, él solía presentarse diciendo: “Yo nací el 13 de julio de 1924 en “El Pueblito”, un viejo pago del distrito entrerriano de Don Cristóbal, en el cual, según se ha comprobado, Rocamora tuvo el propósito de fundar a Nogoyá que se fue formando, como sucede muchas veces en la historia alrededor de una capilla (capilla de la Virgen del Rosario), la que fundó el padre Quiroga y Taboada. El Pueblito, que era la zona más poblada en la última época de la Colonia, no pudo ser el centro urbano y quedó como pago”.
Su padre, Eleuterio Chávez Pérez (“Don Luterio” para todo el pueblo) lo anotó en la Alcaldía del lugar con el nombre de Benito Enrique Chávez. Su madre, Gregoria Urbana Jiménez Alzogaray (conocida como “Ña” Goya) hizo la anotación parroquial –en la capilla atendida por Fray Reginaldo de la Cruz Saldaña Retamar-, con el nombre de Benito Anacleto Chávez, confusiones comunes de la época.

Allá por 1937, en recordación del santo nacido en Pamplona durante el siglo III, se auto impuso el nombre de “Fermín” fue cuando su maestro y guía espiritual (Fray Reginaldo) lo llevó a Córdoba para estudiar en el Colegio Apostólico de los Dominicos, donde permaneció hasta 1940.
Fue un hombre de gran formación intelectual, comenzó sus estudios primarios en la escuela provincial N° 14 de Nogoyá (1932-1936); su primer maestro y guía espiritual fue Fray Reginaldo de la Cruz Saldaña Retamar, fraile dominico, para entonces el cura de aquella primera capilla, el mismo fraile que en 1921 dio a conocer la fe de bautismo de Don José de San Martín.
La escuela 14 continúa educando a los pequeños nogoyaenses, como si el espíritu del viejo maestro la impulsara día a día.
En ese lugar Don Fermín aprendió las primeras letras, los primeros juegos, y tuvo a sus primeros compañeros y amigos. Su gran amiga de la niñez Doña Manuela Felipa Amarillo, con sus 93, aún nos cuenta sus anécdotas y su inquebrantable amistad.
Fortificado por la escuela rural, su amor al gaucho y la guía de su maestro fraile, salió a la vida y continuó avanzando, estudió Humanidades en el Colegio Apostólico de los Dominicos, en Córdoba (hasta 1940), Filosofía en Buenos Aires y Teología en Cuzco (Perú) -la fe católica era el pilar fundamental en su vida-. Inquieto, ansioso por las artes, cursó su aprendizaje de dibujo con el premiado pintor Fray Guillermo Butler, por ello, solía ilustrar con sus propios dibujos varios de sus trabajos.
Sus primeros contactos con el peronismo los tuvo en 1943, un 20 de junio, cuando por primera vez pudo ver al, entonces, Coronel Juan Domingo Perón, en la vereda de la actual calle Hipólito Yrigoyen (antes Victoria) al 300, y prontamente se sumó a sus colaboradores.
En 1950 en una peña de jóvenes escritores que funcionaba en el Hogar de la Empleada y se reunían todos los viernes, conoció a Eva Duarte de Perón. Evita leyó sus versos “Dos elogios y dos comentarios” y descubrió al enorme poeta nacional que había en él; se los hizo imprimir como “Edición Peña de Eva Perón”. Luego lo llevó a trabajar en la secretaría de Salud Pública de la Nación primero y más tarde en la dirección general de Cultura cuyo director era José María Castiñeira de Dios.
Desde septiembre de 1955, participó e integró la Resistencia Peronista de los dieciocho años del “Luche y Vuelve”. En 1958 fue Vocal Suplente del Comando Táctico, designado por el Grl. Perón desde el exilio. En 1963 fue Delegado del Consejo coordinador y Supervisor del Justicialismo en Santiago del Estero. En 1974 fue miembro de la Comisión Asesora Política del Comando Superior Justicialista.
Ejerció la docencia en las Universidades de La Plata, de Lomas de Zamora y de Buenos Aires, su conocimiento de las lenguas clásicas lo había llevado a traducir el Martín Fierro al latín.
Si no hubiese estado comprometido con la causa nacional y popular seguramente habría sido un intelectual de permanente consulta, por su amplio conocimiento, pero como ya sabemos los “medios de comunicación masiva” prefieren la opinión de aquellos que muy poca idea tienen sobre la realidad del país.
Desde 1974 vivió en el barrio porteño de San Telmo, donde siempre abrió las puertas de su departamento a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) que concurrieron en busca de orientación o consejo y que él siempre recibió con la amabilidad que lo caracterizaba y con la palabra de aliento para continuar con la tarea emprendida.
Todos los que tuvimos el honor de tratarlo, y aprender algo de lo que él transmitía, nos encontramos con un hombre sencillo, de una humildad extrema y de una generosidad sin límites, un hombre bondadoso, siempre dispuesto a recorrer el país dando charlas en locales del Partido, en Sindicatos, entregando su tiempo tan valioso para la investigación de nuestra historia, sin esperar nada a cambio.
Sufrió el castigo, como otros intelectuales del peronismo, y del campo nacional y popular, de la indiferencia de parte de la “inteligentsia”, de los críticos y de los historiadores mediáticos, de los académicos, que silenciaron el inmenso valor de sus obras, relegándolo al lugar para ellos menospreciado, el de “historiador del peronismo”, a pesar de que su nombre tenía ya reconocimiento mundial, siendo citado como una autoridad en obras de historiadores extranjeros.
Pocos hicieron tanto por la divulgación de la verdad histórica Nacional y Peronismo como lo hizo Don Fermín. Era un hombre con un profundo conocimiento de nuestra historia y de nuestras tradiciones, podemos decir sin exageraciones que era un hombre sabio, tan sabio como humilde.
Por su calidad de entrerriano, vivió la contradicción entre la historia oficial que reivindicaba a Urquiza y la historia del pueblo que simpatizaba con López Jordán, por eso uno de sus libros fue “Vida y muerte de López Jordán” editado por primera vez en 1957. De no ser por este libro los porteños desconocerían por completo la vida del que fuera, uno de los últimos caudillos federales.
Encaró el estudio serio y con irrefutable documentación de aquellas personas que fueron ignoradas o distorsionadas por la versión liberal de la historia. Así fue como escribió, también, “Vida del Chacho”, una biografía del Chacho Peñaloza, otro de los caudillos denigrados por los porteños, “El general Ángel Vicente Peñaloza es uno de los grandes infamados de nuestra historia oficial. Sabido es que el Olimpo liberal argentino no admite más que aquellas figuras protagónicas en un todo ortodoxas, es decir, las enteramente aceptables a la fórmula implícita en el slogan Civilización o Barbarie”, recordaba siempre Fermin.
Fue autor de más de 40 libros y opúsculos sobre historia política e historia de las ideas. Además, como ya lo señale, era dibujante, en 1974 Juan Lamela lo distinguió con la “Orden Pampa”. La música también lo atrajo, principalmente nuestro folklore, en 1952 compuso letras para Nelly Omar, también escribió “Huella de Pedro Rosas y Belgrano” y, en 1974, escribió su cantata “Barranca Yaco” con música de Horacio Malvicino.
En 1990 recibe el Premio Consagración Nacional; en 1991 recibió los premios Bartolomé Mitre y Adolfo Saldías; el Municipio de Nogoyá, lo declaró Nogoyaense Ilustre; en 1993, TEA le otorgó la distinción, la manzana de oro, “Al Maestro con Cariño”; el 2 de octubre de 2003, por Ley 1090, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lo declaró ciudadano Ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; en el 2003, El H. Congreso de la Nación lo distinguió como “Mayor Notable de la Argentina” ; el 8 de diciembre de 2003 recibió de la Agrupación Oesterheld la estatuilla de “El Eternauta” y en el año 2004 el “Premio Arturo Jauretche a la Cultura” por su trayectoria.
Su presencia austera, baja estatura, de gorra, pañuelito al cuello y alpargatas, nos acompañará por siempre, él cebaba el mate amargo, sabía de filosofía, teología, sociología, folclore, literatura, latín, música, historia, leyendas, refranero, inmigraciones, zoología, botánica ... con él era un placer pasar las horas escuchando, con él se aprendía a escuchar y a pensar.
Hombres como Don Fermín nunca mueren, viven en la memoria de un pueblo agradecido.
Resulta muy importante recordar también que la muerte de su hijo Fermín Ricardo produjo, como era lógico esperar, un profundo dolor en Don Fermín y lo llevó a un estado de tristeza profundo del que, estoy convencido, no podía abstraerse.
Nunca olvidaré que lo llamé ese día para expresarle mi solidaridad y compartir el dolor por su pérdida, me atendió con voz firme, inquebrantable, agradecido, y yo que pensaba llevarle mi palabra de aliento terminé llorando al oírlo en su firmeza, sabio como siempre me dijo: “tranquilo, estas cosas pasan, muchas gracias por su llamado…”, quién sufría la pérdida consolaba a quien pretendió consolarlo en alguna medida… así era Fermín.
Don Fermín Chávez, falleció a las 8,45 del 28 de Mayo de 2006, a los 81 años y fue velado en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, allí, muchos compañeros y amigos expresaron sus pensamientos, entre tantos podemos recordar que el Dr. Alberto González Arzac, lo exaltó como un patriota; Ana Lorenzo, docente, lo evocó como "el último maestro", que no escribía una línea que no pudiera respaldar en un documento. Y fue su pluma -dijo-, “la que escribió la nota que Deolindo F. Bittel entregó en 1979 a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Todos lo sabíamos y él se enojaba; decía que ésa era la nota oficial del peronismo y que estaría mal que alguien se jactara de ello".
Fue llevado al Jardín de Paz para su descanso final, pero no todo estaba dicho todavía en tal sentido, gracias a la decidida intervención del Dr. Schiavoni –entonces Presidente Municipal-; de la Dra. María Mercedes Defilippe y del Prof. Enrique Manson, entre otros…” hoy descansa en su tierra, en su solar natal: El Pueblito.
Schiavoni, comentó que Fermín “fue condenado por ser auténticamente peronista y vivir como tal, por no conceder nada que no debía y eso le costó no estar en los grandes medios, pese a que fue uno de los más grandes historiadores del país y fundamentalmente un gran estudioso y como gran peronista y cristiano, por eso lo estamos acompañando.”
Hay que destacar que desde entonces, desde aquel 14 de marzo de 2008, la Municipalidad y todo el pueblo de Nogoyá han conmemorado cada fecha de nacimiento y de su paso al comando celestial, con visitas a su escuela primaria, a la capilla Nuestra Señora del Rosario en El Pueblito, con charlas en la Biblioteca que lleva su nombre y con un asado y un brindis en su memoria, junto a cantores del pueblo, facilitando el traslado y la estadía de todos quienes han querido estar presentes en cada oportunidad, como le hubiera gustado al querido Maestro.
Simplemente deseaba dejar, como homenaje, estas reflexiones y recuerdos, reiterando el agradecimiento por la confianza depositada en mi cuando se me encargó por parte de la Municipalidad de Nogoya, de Cultura de Entre Ríos y de la Honorable Cámara de Diputados de esa provincia la redacción de un libro conmemorativo de los 90 años de su nacimiento “Fermín Chávez – Inédito”.
En ese libro, reitero, con escritos y compilaciones Inéditas del querido maestro hoy les comparto un texto que pertenece a Marcos Sastre, aparecido en La Gaceta Mercantil el 11 de setiembre de 1844, pero que Don Fermín valoró tanto como para incluirlo en sus estudios. En lo personal, tan ajustado a nuestra época como para querer ser un camuatí.


El camuatí, por Marcos Sastre
La colmena es un jardín de virtudes
Plutarco
Es un destello de la divinidad
Virgilio
Su historia es una serie de prodigios
La Treille

Entre el cúmulo inmenso de las riquezas naturales que cubren profusamente la faz de nuestro suelo hermoso, entre los innumerables, nuevos y bellos objetos que ofrece a nuestra contemplación en los tres grandes órdenes de la creación terrestre, hay uno en nuestra islas, prodigioso, pero ofuscado por la misma sobreabundancia que lo rodea, como la centellante luciérnaga se pierde entre las estrellas que brillan al través de nuestro diáfano cielo, o como el incomparable picaflor desaparece por su pequeñez en medio de la multitud de lindas y variadas aves que abrigan nuestros bosques. Ese objeto, tan peregrino como ignorado, cuyo nombre es apenas conocido, es el camuatí.
He preferido el estudio del camuatí, por lo mismo que yace oculto e ignorado, como se encuentra la virtud entre el tumulto de la sociedad humana; el camuatí, que bajo un exterior sencillo, tosco, sin brillo, emblema de la modestia que suele acompañar al mérito, encubre cosas admirables, incomprensibles.
El camuatí es una república de avispas, incógnita todavía en el mundo científico; es una maravilla de las obras de Dios; es una lección elocuente para los hombres.
No es mi intento describir ni menos analizar esta obra divina; sólo sí, llamar la atención de los sabios capaces de comprenderla. Y he recogido algunas palabras simbólicas de salud y de vida, que han reflejado hacia mí, al contemplar este espejo de una sabiduría y poder sobrenatural; y me apresuro a comunicárselas a mis hermanos porque es un deber tan grato el hacer bien a sus semejantes, y mayor y más dulce todavía ser útil a nuestros compatriotas.
Desde los más remotos siglos de la historia natural de las abejas ha ocupado la atención de los sabios. Hubo algunos que emplearon todos los años de su vida en su estudio; se cuentan por millares los libros y tratados que se han escrito sobre estos insectos industriosos, y entre sus autores se notan muchos naturalistas afamados. Pues bien; las avispas del camuatí americano son mucho más admirables que las abejas de la colmena europea.
Desde los primeros pasos de uno y otro enjambre se manifiesta la superioridad de aquél sobre ésta.
Las abejas no pueden emprender su trabajo si no encuentran una oquedad en los leños o en las rocas, o una colmena preparada por el hombre; pero el camuatí no necesita de abrigo alguno, ni de auxilio ajeno; más ingenioso y audaz, confiado en su habilidad e industria, una ligera rama le basta como punto de arranque para desplegar la idea sublime de aquel palacio pensil que encierra tantas maravillas.
Los habitantes de la colmena, reducidos a un limitado recinto, como los hijos de la Europa, tienen que abandonar su patria y errar buscando un nuevo asilo por el mundo. No así los habitantes del camuatí, que continúan por muchos años ampliando los términos de su ciudad aérea; y cuando juzgan conveniente dividirse en nuevos Estados consultando a sus recíprocos intereses, se separan en paz, como Abraham y Lot, y van a fundar otras colonias felices en los dilatados bosques que los rodean.
Las abejas tienen que emplear el néctar de las flores para hacer sus construcciones porque de la miel se forma la cera en sus estómagos, segregándose por los anillos inferiores del abdomen, sin intervención de su industria. Más económicos e industriosos, los camuatíes no sacrifican, como aquellas, una parte de su tesoro melifluo para construir su morada y sus panales; preparan ellos mismos una pasta idéntica a la del papel, hecha de la albura de los árboles secos, cuyas fibras arrancan, trituran y humectan con sus mandíbulas dándoles más o menos consistencia, según lo requiera la arquitectura del edificio. Con este arte singular hallan en todo tiempo materiales abundantes, cuando la abeja tiene que esperar la estación de las flores para emprender sus trabajos.
Reducido el alimento de la abeja a las frutas, las flores y la miel de su despensa, suele agotársele ésta y padecer necesidad en lo inviernos prolongados. Pero el camuatí, que puede y sabe economizar sus provisiones sustentándose con insectos, vive siempre en la abundancia, prestando al mismo tiempo, como insectívoro, un importante servicio a la agricultura.
En cuanto a la organización de estas dos admirables sociedades, no me es posible aún formar un paralelo exacto, porque todavía no he hecho un estudio detenido de la economía social del camuatí. No obstante, de la igualdad que he observado en todos sus individuos, de la similitud de todos los alvéolos entre sí, y de la no existencia de los zánganos, se puede inferir que el sistema gubernativo del camuatí es análogo a la democracia, y, por consiguiente, es muy aventajado al gobierno de las abejas. Tienen ésas la fatalidad (como muchas sociedades europeas) de alimentar en su seno a una clase privilegiada de ciudadanos que viven sin trabajar, llamado zánganos; bien que son de tiempo en tiempo expulsados por su pueblo. El camuatí se compone únicamente de ciudadanos laboriosos que con su industria y trabajo contribuyen a formar una habitación, una provisión y una defensa común, que aseguran el bienestar individual.
No es tampoco el gobierno de las abejas un remedo del gobierno monárquico hereditario como se había creído. Es, a lo sumo, una monarquía electiva, según se deduce de las observaciones de Schirac y de Huber, que consideran a la abeja madre como reina de la colmena. Las abejas crían y preparan para abejas reinas a un cierto número de larvas comunes del pueblo, las cuales, por medio de una alimentación abundante, se transforman en verdaderas hembras, en vez de quedar sin sexo como las demás obreras. Hasta cuatro veces al año las abejas eligen nueva reina; por manera que a cada generación le corresponde un nuevo reinado. Al tiempo de la elección se observa en el interior de la colmena gran murmullo e inquietud. La reina destronada corre agitada de un lado a otro, como si intentase acometer a la nueva electa, pero ésta es rodeada y defendida por e pueblo, hasta que la soberana depuesta se ausenta seguida de sus adictos, y buscando donde establecerse. Cuando muere la soberana y falta una candidata para el trono, hay un interregno mientras crían una larva del pueblo para reina.
Cuando el Supremo Hacedor formó al hombre, dotándolo de la inteligencia y del libre albedrío, parece que quiso dejarle a sus ojos, en la colmena y el camuatí, una lección viva y perpetua del orden social, para que por él se modelasen las sociedades humanas. Pero ¡cuán poco se ha sabido aprovechar de estos divinos ejemplos!
No carece de verosimilitud que la colmena del Viejo Mundo haya sido la que inspiró a Platón el ideal de su República, aunque admitiendo la división de clases o categorías y la esclavitud, porque la luz divina del Evangelio no había llegado aún para disipar los grandes errores de la humana política. Empero en el Nuevo Mundo tuvo el hombre un modelo más acabado en la república del camuatí, y una inspiración más pura en la religión para establecer la sociedad sobre la base de la fraternidad y mancomunidad, como en aquellas colmenas de hombres de las reducciones guaraníes, tan celebradas, que florecieron en la misma patria del camuatí.
¡Admirable combinación de voluntades, esfuerzos e interés, que da por resultado el orden, la paz, la seguridad y la abundancia para todos! Economía social, por cierto muy superior a lo general de la civilización humana, donde, abandonados los individuos a sus impulsos aislados y necesariamente incoherentes, se ponen en choque unos con otros los intereses privados, y el interés individual en oposición con el interés colectivo.
En la mayor suma posible de comodidades y riquezas de que participan igualmente el pequeñuelo, el anciano y el enfermo, no teniendo ningún individuo por qué inquietarse por su futura suerte ni por la de su descendencia.
El camuatí como la abeja y otros insectos de este orden, está armado de aguijón ponzoñoso, que siempre lo emplea para su defensa y nunca como agresor. Conocida es la triste condición de las abejas europeas, condenadas a trabajar para sus amos. ¡Mísero pueblo cruelmente sacrificado a la codicia de los mismos a quienes enriquece!
Nuestras avispas, injustamente conceptuadas por malignas y feroces, con de la índole más noble, pacífica y sociable. Yo he traído más de un camoatí de los montes silvestres del Paraná, lo he colocado cerca de mi habitación y al punto han continuado las avispas sus trabajos, reparando algunas lesiones que había sufrido exteriormente en el transporte; y mil veces me ha puesto a mirarlas trabajar a dos pasos de distancia, sin que jamás hayan intentado ofenderme. Por el contrario, parece que sensibles a mi afecto ha venido uno de sus enjambres a situarse en un peral inmediato a mi ventana, a seis pasos de distancia, construyendo al alcance de la mano un magnífica colmena, donde han podido observar de cerca sus trabajos todas las personas que han visitado mi quinta de San Fernando.
Se muestran tan familiares y confiadas, que beben en nuestros mismos vasos, y se paran sobre las flores y las frutas que los niños tienen en sus manos. Muchas veces cuando he visto al camuatí afanado en arrancar las fibras de un tronco seco para preparar su pasta, lo he tocado impunemente con el dedo, sin que por eso abandonase su tarea; un tenue estremecimiento del insecto manifestaba no sé si su temor o su contento, pero su ira no, seguramente. ¡Y éstos son los animales odiados y temidos por perversos!
Los camuatíes sólo hacen uso de sus armas en defensa de su vida, de su propiedad y de su pueblo. ¡Desdichado del que quiere ofenderlos, del que llegue a conmover su edificio o a perturbar su sosiego! Entonces cada uno de estos pequeños insectos se convierte en un guerrero temible. Sin aprecio por sus vidas, sin mirar si el enemigo es poderoso, se arroja sobre él en veloces torbellinos, lo acosan, lo hieren, lo persiguen con encarnizamiento, hasta ponerlo en fuga y dejarlo escarmentado para siempre, así es como se defiende lo que se ama; y los que quieren tener una patria y libertad, así es como deben defenderlas.
(*)Presidente del IMEPU - Instituto por la Memoria del Pueblo