El "Caso Penjerek"

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Héctor Gambini
Publicado el 27 de mayo de 2012

La desaparición de la adolescente conmocionó al país. En su momento, se halló un cuerpo y se dio por Cierto que era ella. Pero, según afirma hoy un primo, detrás hubo una trama de nazis y espías jamás contada. 


Hay un misterio sin resolver que ya lleva 50 años. Hay un cadáver que nunca terminó de convencer a nadie. Hay una hipótesis alternativa disparatada, conspirativa y fascinante, que se fue metiendo como una daga en las sospechas de la familia, y que ha resistido el paso del tiempo hasta llegar a hoy, inquietante y robusta. Y hay un hombre obsesionado por la verdad, que nunca conoció a la víctima, pero lleva su sangre y su apellido: Penjerek .
El misterio es simple. El 29 de mayo de 1962, una chica de 16 años, Norma Mirta Penjerek, salió de la casa de su profesora particular de inglés, presuntamente de regreso a su casa de Floresta, y desapareció para siempre. Cuarenta y siete días después, un hombre que paseaba a su perro por Llavallol, en el sur del conurbano, halló un cadáver semienterrado en el barro. Era de una mujer y estaba irreconocible . Tras una serie de circunstancias dudosas, se lo identificó finalmente como el de Norma en base a dos pruebas que parecían concluyentes: parte de una huella dactilar y su ficha odontológica. Pero había otros datos, igualmente concluyentes, que generaban dudas. El cuerpo medía 1,65, diez centímetros más que lo que medía Norma; y pertenecía a una mujer casi seguramente de mayor edad (el forense describió a alguien “de unos 30 años” ). Sus padres no reconocieron a la chica ni a la ropa que llevaba puesta.
Los Penjerek dejaron entonces de ser una ignota familia de clase media porteña para pasar a ser un caso que explotó en lo que hoy llamaríamos el planeta mediático. El diario Crónica , que acababa de asomar con una tirada promedio de 20.000 ejemplares, hizo del caso Penjerek su bandera y comenzó a vender más de 100.000 diarios cada día, cuando la Policía anunció que detuvo a la banda que asesinó a la chica. Una banda que, según la acusación, la había secuestrado para drogarla y hacerla participar de orgías. La historia tenía a una prostituta en el rol protagónico, quien acusó a un zapatero de Florencio Varela y a otros oscuros personajes que entraban y salían de un cóctel de sexo y drogas. Fue un manual de policías corruptos “armando” un caso para mostrar que aclaraban lo que al final oscurecieron por 50 años. “Fue tremendo, hasta se llegó a decir que esta gente vendía chorizos con cocaína”, recuerda hoy Alberto Garganta (82), ex juez de la causa, que fue apartado por sobreseer a los acusados. Todo resultó falso y el caso terminó –sigue aún- sin culpables ni explicaciones lógicas .
Norma era única hija. Sus padres ya murieron, igual que todos sus tíos. Los familiares más directos que quedan de la chica a la que se tragó la tierra son cinco primos hermanos. Uno vive en Estados Unidos, otro en Canadá, un tercero en Israel y los dos restantes en Argentina.
Chacho Penjerek, que tiene 60 años, es el menor. Vive en Hurlingham. Allí tiene un bar donde recibió a Clarín . Es el primer Penjerek que habla en 50 años. Por razones que irá desgranando durante una conversación de tres horas, él cree que su prima jamás fue asesinada, y que desapareció porque fue parte de una operación donde confluyen espías sin rostro y cazadores de nazis .
Aunque sabe que suena a locura, asegura que hay cientos de indicios en horas de conversaciones familiar, íntimas, susurradas sobre una almohada o dichas distraídamente, en una sobremesa, que abonan una completa radiografía de lo extraño. Una conspiración que, verdadera o falsa, desveló todos estos años a parte de la familia. Como nunca hubo una verdad, el misterio aún inquieta.
“Yo siempre negué ser familiar. Decía no, nada que ver. Decías que te llamabas Penjerek y la gente te preguntaba inmediatamente. Recién ahora te das cuenta de que ya hay una generación a la que el apellido Penjerek no le significa nada”, dice Chacho . Prefiere que lo llamen así. Y fuma. “Todavía ni sé por qué acepto hablar ahora”.
–¿Usted cree que el cuerpo aquel era el de su prima? –No. Todavía hoy creo que aquel cadáver no era el de Norma. Estoy seguro de que no era ella.
–Su tío Enrique, el papá de Norma, pareció finalmente convencerse de que a su hija la habían secuestrado y asesinado, y prácticamente aceptó los hechos como se presentaron.
–Eso fue en público. En privado, uno de mis hermanos, que se retiró como comisario de la Policía Federal, le preguntó qué pensaba del caso y mi tío le dijo que él seguía buscando a nuestra prima viva...
–¿Por qué no lo diría públicamente, exigiendo una investigación más completa? –Tal vez porque convenía que todo quedara así...
Viene entonces una sucesión de preguntas y respuestas. Muchos silencios. Suspiros. Otro cortado. Yendo y viniendo en el tiempo, se sabe que él tenía 10 años entonces y nunca conoció a su prima porque su papá se casó con una católica y pasó a ser la “oveja negra” de una familia que respetaba cada una de las tradiciones judías, aunque luego de la desaparición de Norma los hermanos volvieron a encontrarse. Hay anécdotas y recuerdos. Hasta que el relato se va acomodando así: que el papá de Norma fue tal vez uno de los informantes que dieron datos para que Israel ubicara en la Argentina al nazi Adolf Eichmann, escondido en San Fernando como un simple operario fabril. Los servicios secretos lo hallaron y se lo llevaron a Israel, donde finalmente lo condenaron a muerte por su participación en el Holocausto. Y que entonces grupos nazis amenazaron con secuestrar a la hija del informante. Lo que Chacho Penjerek cree ahora es que su prima pudo haber sido sacada del país y haber vivido en Israel durante muchos años, mientras en la Argentina se inventaban pistas sobre un cadáver falso. Fechas: Adolf Eichmann fue ahorcado en Israel el 31 de mayo de 1962, apenas dos días después de que Norma Penjerek desapareciera en Buenos Aires. El dato encaja en la novela: si fue así, mataron al jerarca nazi cuando la chica ya no podía ser objeto de ninguna venganza.
Ahora bien, nada vincula a Enrique Penjerek directamente con el caso Eichmann, aunque hay datos que siempre le llamaron la atención a su familia. Uno: un ex cuñado suyo (que había estado casado con Mary, su hermana menor) se fue a vivir al entonces flamante Estado de Israel en los 50. “En la familia siempre se dijo que había entrado a trabajar en los servicios de inteligencia”, cuenta ahora Chacho . Este hombre volvió a la Argentina cuando fue el caso de Norma y estuvo cerca de los policías que investigaban. Dos: Enrique Penjerek viajó tres veces a España en 1958, solo, sin su esposa ni su hija. Para su sobrino, “iba a encuentros secretos”. Tres: Enrique y su mujer tenían un alto estándar de vida para ser un empleado municipal y una enfermera. Pero hay más.
En 2005, el primo que vive en Israel llegó a visitar a Chacho a su casa del oeste del conurbano. “Hablamos de la vida y él me dijo que tuvo que separarse de su primera mujer porque la familia le había encargado cuidar a una chica de 17 años que tuvo un problema en la Argentina y se fue a un kibutz, en la ciudad de Haifa. Le pidieron que por favor se hiciera cargo, porque ella no conocía a nadie en Israel...
–Y usted piensa que esa chica podía ser Norma Penjerek...
–Claro. Se lo pregunté un tiempo después y me lo negó, pero nunca quedó claro quién era ella. Ahí me puse a pensar en los viajes de mis tíos a Israel durante tantos meses, casi todos los años, luego de que Norma desapareciera...
Esa chica –contó el primo que la tuvo a su cargo en Haifa– creció, formó pareja y tuvo una hija que ahora podría tener cerca de 40 años. ¿Aquella adolescente “escondida” en un kibutz por la familia vive aún? “No. Mi primo me asegura que falleció hace unos años, creo que por una enfermedad”.
Después de que el caso quedara en la nada, los padres de Norma desaparecieron. Se dijo que se habían ido para siempre. No fue así. Vendieron el departamento de la avenida Juan Bautista Alberdi y alquilaron otro, más pequeño, en la avenida Independencia. Viajaron a Israel entre tres y cinco meses al año, casi todos los años, hasta que murieron. El, posiblemente en 1985. Ella, Clara Breitman, en 1988. Su cuerpo fue sepultado en la misma tumba que aún hoy tiene el nombre de Norma Penjerek, en el cementerio de La Tablada: Manzana 46, Tablón 1.000, Sepultura 37. Esas son las coordenadas del enigma sin respuesta.

“Los abogados de la familia querían cerrar todo rápido”

Alberto Garganta tiene 82 años y vive en Gonnet, muy cerca de La Plata. Fue uno de los jueces del caso Penjerek, apartado por la Corte a pedido de los abogados querellantes, que lo criticaban porque no procesaba a la presunta banda denunciada por una prostituta. “Los abogados de la familia de la víctima querían cerrar todo rápido, con esos culpables. Pero al final se demostró que, como yo pensaba, no tenían nada que ver”, dijo a Clarín en el living de su casa.
–¿Cuánto hacía que usted era juez, al recibir el caso? –Algo más de un año. Yo tenía 32. Fue un caso muy mediático. Todo el mundo hablaba de eso. La historia de la banda que reclutaba chicas para prostituir era totalmente inverosímil, pero se ve que hacía vender muchos diarios...
–No mucho. Lo que me llamaba la atención es que decían en todos lados que la chica era poco menos que una prostituta, y nada que ver... Los padres aseguraban que ella jamás había faltado a dormir una sola noche en su casa. ¿Por qué no salían a contestar esas cosas? Hasta hoy no lo sé. Algunos medios llegaron a decir que yo no quería profundizar en la hipótesis de la banda que capturaba chicas porque mi hijo andaba por los cabarets del gran Buenos Aires. Y mi hijo acababa de nacer! Era un bebé de días...
(Aquel bebé es hoy el fiscal de La Plata Alvaro Garganta, el investigador del cuádruple crimen de mujeres por el que está detenido un karateca) .
–¿Usted estaba seguro de que el cadáver era el de Norma Penjerek? –Bueno, mire, sí. Uno como juez tiene que creer en las pericias, y había un reconocimiento de 19 puntos de una huella digital y una ficha odontológica...
–Pero no coincidían ni la altura ni la edad de la chica...
–Vio cómo es eso. A veces los forenses no son tan exactos, a veces trabajaban medio a ojo...
–¿Alguien le mencionó en aquel momento algo sobre una vinculación con el secuestro del nazi Adolf Eichmann? –Sí, alguien me sugirió que le preguntara al señor Penjerek sobre eso...
–¿Le preguntó? –No. Al final, no.
–¿Por qué? –Pensaba que era una maniobra para sacarme el caso. Si yo preguntaba sobre eso, iban a decir que quería desviar la investigación o algo así. Entonces dije que, si a alguien le interesaba aquella cuestión, que por favor lo preguntaran las partes. Que los abogados de la querella se lo preguntaran en audiencia a Penjerek, que era su cliente...
–¿Lo hicieron? –Que yo sepa no, nunca...
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La adolescente perdida y el jerarca nazi

Publicado el 29 de octubre de 2016

A Carlos le dicen Chacho. Lleva una vida tranquila en el Oeste del Gran Buenos Aires. Tiene siete hijos y cinco nietos. Dirige una consultora de temas de higiene urbana y está preparando un viaje para irse a pasear con su mujer. En las horas libres escribe una historia que avanza y retrocede. Se abre y se cierra en los recuerdos y en un puñado de anécdotas familiares que sobrevuelan los últimos 54 años. Es la historia de una duda. La duda de su vida. El apellido de Carlos es Penjerek.
Es una historia que podría contarse en tres actos.
Primer acto. Norma Penjerek era una adolescente de 16 años que iba al secundario y vivía con sus padres -él empleado municipal, ella enfermera- en una casa de la avenida Juan Bautista Alberdi, en Flores. El 29 de mayo de 1962 fue a una clase de inglés particular y no regresó. La profesora dijo que efectivamente estuvo con ella y que se fue a la hora habitual. Norma nunca llegó a su casa. Nunca más.
Cuarenta y siete días después, un hombre que paseaba a su perro en un baldío de Llavallol, en el sur del conurbano, encontró el cadáver de una mujer. El forense determinó que el cuerpo medía 1,65 y que pertenecía a una mujer de unos 25 a 30 años que había tenido hijos. Norma medía 1,55, tenía 16 y nunca había sido madre. Pero la Policía dijo que era Penjerek
El caso estalló en la calle y en los medios cuando una chica detenida por prostitución dijo que ella sabía lo que había pasado con Norma. Contó una fábula que prendió en el imaginario popular: que Norma fue reclutada por una red de trata que la obligaba a participar de fiestas sexuales y con drogas en una casa del conurbano. Culparon de todo eso a un zapatero que se postulaba a concejal por el peronismo. Hubo un show que duró meses, hasta que el juez de La Plata que investigaba el caso sobreseyó a todos los acusados por falta de pruebas. La chica que los había señalado se desdijo y terminó admitiendo que lo había hecho por pedido de un enemigo del hombre acusado, que lo quería perjudicar porque tenía con él una vieja e insignificante rencilla vecinal.
Cuando bajó la marea y se disipó el humo, quedó un cadáver dudoso y ningún culpable. El odontólogo de Norma Penjerek dijo que el cuerpo sí era el de la chica. Y parte de una huella digital coincidía, aunque nunca se obtuvo una huella entera. Los padres no reconocieron ni el cadáver ni la ropa que llevaba puesta.
El caso fue tragado, impune, por la sombra de los tiempos. Fin del primer acto.
Intervalo.
Segundo acto. El nazi Adolf Eichmann, ejecutor implacable de la "solución final" y uno de los máximos responsables del Holocausto, consiguió escapar tras la guerra y llegó a la Argentina en 1950 con el nombre de Ricardo Klement. Tras deambular por el conurbano, se fue a trabajar de peón rural a Tucumán en la cosecha de la fruta y regresó al GBA, donde sobrevivió con changas varias. Hasta que consiguió un trabajo como operario en la Mercedes Benz y se instaló con su mujer y sus hijos en una casa ignota de una calle llamada Garibaldi, en San Fernando.
En mayo de 1960, un grupo comando de los servicios secretos israelíes llegó al país, comprobó que Klement era Eichmann, lo secuestró cuando llegaba del trabajo en colectivo, lo tuvo 9 días oculto en algún lugar de Bella Vista y lo subió a un avión en Ezeiza drogado y disfrazado. Quienes lo llevaban dijeron que estaba borracho. El avión había llegado de Israel con una excusa bien oportuna: dijeron que traía al canciller, que formaría parte de los festejos del 150° aniversario de la Revolución de Mayo.
Tras la llamada "Operación Garibaldi", Eichmann fue llevado a Israel clandestinamente -el gobierno de Frondizi sólo se enteró cuando el nazi ya estaba en el país donde sería juzgado- y terminó condenado a muerte por el Holocausto. Murió en la horca el 31 de mayo de 1962.
Repasamos fechas. Norma Penjerek desapareció en Buenos Aires el 29 de mayo. Adolf Eichmann fue ejecutado en Israel 48 horas después. Es acá donde comienza el tercer acto. El de la conspiración. El que desvela a Chacho, el único Penjerek que acepta hablar en los últimos 50 años.
El nexo de la improbable conexión de los casos son los misterios. Tras la Operación Garibaldi, nunca quedó claro cuántos y quiénes "marcaron" a Eichmann en la Argentina. Y en la familia Penjerek nunca se supo por qué Enrique, el padre de Norma, empleado municipal de modesto vivir, viajó tres veces a España, solo, entre fines de 1958 y comienzos del 59. Chacho dice hoy que su familia decía entonces, en voz muy baja, que Enrique viajaba para hacer contacto con agentes israelíes y pasarles información de probables nazis en la Argentina. ¿Fue Enrique Penjerek uno de los que pasaron el dato de oro sobre Eichmann?
Y si el cuerpo dudoso de Norma no era de ella, entonces ¿qué fue de ella? La misma hipótesis familiar sostuvo durante décadas que Norma pudo ser "salvada" de posibles represalias de grupos nazis contra su padre. Y que por eso decidieron sacarla de escena dos días antes de la ejecución de Eichmann, simulando una desaparición. Chacho Penjerek, que tenía 10 años cuando su prima desapareció, cuenta que otro de sus primos supo de una chica argentina, adolescente, que fue "encargada" a un familiar en la ciudad de Haifa, en Israel, porque "había tenido un problema" en la Argentina y ya no podría volver allí. 
Y si el cadáver no era el de Norma, ¿de quién era? Una semana antes del hallazgo del cuerpo se había denunciado la desaparición de una joven que trabajaba como prostituta en la zona de Luis Guillón, muy cerca de Llavallol. Esa chica tenía 28 años, había sido madre y medía 10 centímetros más que Norma Penjerek. Nunca fue hallada. O al menos no con su nombre.
"Mi teoría es indemostrable", dice ahora Chacho Penjerek, "pero no me cabe ninguna duda de que el cuerpo de aquella chica no era el de mi prima".
Cuando todo pasó, cuenta él, sus tíos, los padres de Norma, comenzaron a viajar a Israel al menos dos veces al año, casi todos los años hasta que murieron. ¿Iban a ver a su hija o a aliviar el dolor de su pérdida con sus familiares de aquel lado del mundo?
¿Y qué vínculo pudo tener Enrique Penjerek con los agentes secretos? El eslabón, dijeron siempre en la familia, pudo ser un hombre llamado Sorkin, ex marido de María, la hermana menor de Enrique. "En mi casa decían que trabajaba en los servicios israelíes. El anduvo muy cerca de los policías que investigaban el caso de mi prima y después desapareció de golpe", dice Chacho, que prepara un viaje a la ciudad de Haifa para dentro de seis meses.
Penjerek es entonces algo más que uno de los mayores enigmas de la historia criminalística argentina. Es también un puñado de fantasmas sin destino que, 54 años después, aún siguen persiguiendo a un hombre