Mujer resuelta en luna

 Por Esteban Peicovich
publicado el 23 de octubre de 2007


“Muchas veces pienso que tuvo la desgracia de conocerme a mí, de que yo fuera un poquito rara, de no querer que me rozara, hasta esa desgracia tuvo, pobrecillo»? Pasan los años, Serrat canta (siempre por primera vez) las “Nanas de la cebolla»? y ella que se reanima (como en aquel 1985) y cuenta, me cuenta, en tono de adagio, sus recuerdos de Miguel. Sea aquella vez, o en esta fotografía, siempre es la misma temblada voz la que resuena. La de Josefina Manresa, hilandera por la que su esposo/poeta/soldado Miguel Hernández llegó a decir, nada menos: «Y al fin en un océano de irremediables huesos/tu corazón y el mío naufragaron/ quedando una mujer y un hombre gastados por los besos.» Lo acaba de recitar (antes o ahora da lo mismo, la foto es presente absoluto) como rezando y tras llevar su mano a la boca, como si hubiese cometido un desliz, informa: “En el final de este poema Miguel y yo permanecemos juntos para siempre»?.Josefina Manresa, la del negro rulo en la sien, la que recogía las hojas que caían de la máquina de escribir de Miguel Hernández, las acomodaba en el regazo “y las soplaba, por si algo del polvo se les hubiera pegado»?. Pareja que cuajó en la España partida, “de solo vernos»? y pese a ser “agua y aceite»?. Romance que apenas tuvo unos meses de felicidad pues les tocó tener como espacio de luna de miel el paisaje de la guerra civil y como hogar el escenario patético de la cárcel, donde él morirá tuberculoso. Es tras recibir carta de Josefina (“una mujer morena resuelta en luna»? diciéndole que dada la pobreza en la que se encuentra no tiene ya para alimentarlo más que “pan y cebolla»?, que Hernández le escribirá “Nanas de la cebolla»? desperado poema vital que concluye: “Vuela niño en la doble/luna del pecho/ él, triste de cebolla/tú, satisfecho/ No te derrumbes/. No sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre»?.

No ha sido fácil llegar hasta Josefina. «La han operado de la vista hace un mes. A mi no me gustan los cronistas. Pero ella lo recibirá»?. Mientras espero, me quito, de a poco, el estupor: este hombre de jeans celestes, botas tejanas matacucarachas, camisa tirolesa y tono altivo, es la prolongación vital (sic) de aquel infante a quien su padre encarcelado le escribiera el poema. No me recibe bien y desaparece, huidizo, en el modesto piso familiar de Elche, ciudad de palmeras, en cuyo cementerio, a nivel de tierra, hay un nicho rotulado con el nombre y oficio de su padre: «Miguel Hernández. Poeta», donde por la mañana dejé una rosa roja apoyada sobre el nombre. No es entrevista cómoda. Aquel que su padre sublimó “Rival del sol /por venir de mis huesos /y de mi amor»?, regresa y me exige no verse implicado en la conversación que mantendré con Josefina, su madre. Gira, va hacia la ventana, mira a través, luego vuelve a mi, y ofrece su mano huesuda y firme. La estrecho y se va. En la penumbra del salón Josefina Manresa irá saliendo del silencio. Por la operación debe evitar la luz. (cómo no recordar aquí que un día Miguel le dijo «Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos»)

Ya serena, cuenta que la alegran los palomos que cría en su balcón, los geranios, su nieta y el recorrido, que con ayuda de una amiga, hace de las 200 cartas que le quedaron del poeta. Entre ellas, la que comienza:»Tu eres más tonta que yo, y es una desgracia más grande haberse juntado o casarse dos tontos que casarse un tonto y una avispada o viceversa. Josefina, Josefina, Josefina: acuérdate de tu hijo y no tengas reparos en nada». Ahora se sienta, y me dice: “Me vienen a cada rato recuerdos de Miguel, de los niños. El primer hijo se nos murió. Se llamaba Manuel Ramón. A este, a Miguel, lo vió nacer»?. Y como saca un pañuelo hay que cambiar el aire.

–Dígame Josefina, de poder estar Miguel ahora aquí, con nosotros ¿Qué habría hecho?

–Traería vino, jamón y tomates. Era lo primero que hacía cuando venían amigos. Pero no tuvimos muchas visitas de amigos. Todo lo nuestro fue un vuelo.

Fuente



NANAS DE LA CEBOLLA

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.


Miguel Hernández, 1939