Lisandro De la Torre: Crónica de un suicidio patriótico

Por Lelio Merli*
para Agencia Rodolfo Walsh
Publicado el 12 de enero de 2007

Un nuevo día de Reyes Magos nos recordó el suicidio de Lisandro de la Torre. En esa fecha puso fin a su vida, en 1939, disparándose un tiro en el corazón, tal como lo hicieran antes otros líderes y como después lo hizo René Favaloro.

Todos ellos, lo hicieron con la intención de dejar bien en claro que no fueron pensamientos erróneos o indignos, formados en sus mentes, los culpables de tan tremendas decisiones.

Muy por el contrario, sabedores que sus ideas servirían de base para que sus discípulos continuaran sus obras, prefirieron destruir definitivamente sus corazones, que hacía rato los tenían lacerados. Lacerados por el desdén de los incapaces envidiosos y la falta de reconocimiento de la mediocre mayoría.

Ese fue el final de la vida de Don Lisandro. Rodeado de la lisonja de amigos personales que adquirían prestigio y candidaturas a su lado, pero que no compartían en lo mínimo, su posición frente a la problemática social, ni en la defensa de la economía nacional frente al imperialismo extranjero.

Sólo el simpatizante anónimo lo secundaba a muerte. Muy pocos dirigentes del partido que él fundara (Demócrata Progresista) comulgaban con todas sus ideas. Muy pocos con la reforma agraria. Muchos menos con la igualdad de oportunidades para todos, especialmente en la educación superior.

Muy pocos fueron como Luciano Molinas (ex gobernador de Santa Fe). Leal en todo.

Y esa fue la imagen que nos quedó de Lisandro: El Solitario de Pinas, un anciano que quedó solo en el Congreso y parecía estar solo en la vida. Digo parecía, porque su trayectoria le había acercado amigos inesperados. Inimaginables.

Julio Irazusta (presidenciable del radicalismo antipersonalista, posteriormente Pte. de la Acad. Nac. de Historia y de quien soy discípulo) me confió que De la Torre fue “apretado” por los poderes políticos y económicos de su época, pero que él no se rindió a esa presión.

Se lo amenazó con un escándalo para después del pedido de quiebra por la deuda de la compra del campo de Pinas que le fuera entregado en un préstamo “a pagar a muy largo plazo” por el Banco Español, como retribución simbólica por haberlos defendido en un juicio multimillonario, que ganaron gracias a él.

Un verdadero regalo persa que a la postre le costó la vida. Desgraciadamente De la Torre no pudo concretar el pago total, por las continuas sequías en La Rioja.

Un caso de “fuerza mayor”. Para nada indigno.

Había devuelto el campo, perdiendo pagos, pero el valor de reventa en ese momento (con tantas sequías) era muy inferior al originario. Por eso el Banco Español le pediría la quiebra. Un paso lógico para volver el campo a cero y ponerlo de nuevo en venta.

Todo esto, con un comerciante común, hubiera sido corriente, Pero De la Torre no era un comerciante minorista. Era el enemigo Nº 1 de los conservadores. Sabemos que en una actividad comercial, cuando las cosas van mal y el pasivo es mayor que el activo, se pide la quiebra. A veces la pide el mismo comerciante arruinado.

Si no existen maniobras dolosas, si se obró de buena fe, se entregan todos los bienes y activos y se prorratea el pago a los acreedores, después de levantar las hipotecas.

Como el problema aquí era el valor de reventa del campo, que a causa de las sequías era muy inferior al valor original de la compra, la quiebra sería muy abultada.

Los conservadores tenían ahora la oportunidad de vengarse del debate de las Carnes en el que fueron desenmascarados como infames traidores a la patria. Se había montado un show espectacular para después de la quiebra. Esa fue la gota de agua que rebalsó el vaso.

La tarde del 5 de enero de 1939, víspera de su muerte, conocedores del circo que se había montado, personajes muy diferentes fueron a ofrecerle su ayuda: Peters, el dirigente comunista de los obreros de la Carne, de aquellos que dejaron caer el famoso cajón con la contabilidad oculta de un frigorífico, en el sonado debate de Las Carnes y los Hnos Rodolfo y Julio Irazusta.

Los Hnos. Irazusta fueron quienes le entregaron a Don Lisandro la primera documentación, la del frigorífico Gualeguaychú, fundado por su familia y que fue la médula del debate de las Carnes.

Los Irazusta le llevaban ahora, el aval financiero de los mayores ganaderos de la provincia de Bs. As. (todos rosistas). Esos ganaderos se harían cargo del activo y del pasivo. También se harían cargo del campo, que recobraría su valor cuando pasara la extensa sequía de La Rioja, con sus nefastas consecuencias.

Julio había organizado la “vaquita rosista”. Había que esperar un par de años para recuperar el dinero. Estaba en lo cierto. Manubens Calvet , que fue luego el nuevo propietario de Pinas dijo en 1941, justo dos años después, que esa compra fue el mejor negocio de su vida. Aquella visita de Peters y los Irazusta, a De la Torre fue histórica: él agradeció la información que le traía Peters (se notaba que ya la conocía) pero declinó la ayuda de los ganaderos que cubría el total de sus deudas.

Si la ayuda hubiese sido de sus amigos personales quizás la hubiera aceptado, sólo por no ofenderlos. Pero sus amigos, viejos conservadores, ni siquiera intentaron un plan salvador como lo hicieron los rosistas, que admiraban en serio la defensa que hiciera Don Lisandro de la ganadería nacional y por ende, del país.

Algunos de aquellos amigos, porque eran mezquinos, otros porque vivían de apariencias y en los bolsillos sólo tenían pelusas. De la Torre no aceptó esta última broma del destino, de tener que recibir la ayuda de extraños, viendo cómo los “amigos” pudientes se borraban. Prefirió pegarse un tiro.

Para entender mejor esta situación, basta compararla con lo ocurrido con Favaloro. Todo esto lo hice público recién el 5/1/1999, cuando lo publiqué en La Capital de Rosario. Fue un pedido de mi maestro, fallecido en el 82.

No quiso lucirse en vida con su actuación, al igual que los ganaderos de Bs.As. Pero me pidió que la confirmara con Luciano Molinas y que la dejara escrita.

- La historia no debe tener lagunas – siempre me repetía.

¿Se habrá enterado de esto, Pignas, si es que alguna vez se entera de algo cierto?.

Pues bien: la visita de Peters y los Irazustas personas de tan diferente extracción, la víspera de la muerte de Don Lisandro, nos da la pauta de porqué la población en general, simpatizantes y contrarios, lloraron la muerte de nuestro viejo querido.

Yo tenía nueve años cuando murió De la Torre. Estaba en Córdoba con mi madre y una prima de ella, en una pensión de las sierras. La noticia llegó al día siguiente con el informativo de la radio. Los turistas se agolpaban en el patio. Las mujeres tenían húmedos los ojos. Mi madre lloró.

Ese día, sin firmar ninguna ficha y sin esperar a los 18 años, me hice latorrista. Así fue como muchos chicos de mi tiempo se convirtieron en sus seguidores. A esa edad en la que no entra aún la reflexión. ¿Por qué aquellos niños y jóvenes fuimos atraídos por ese anciano sin poseer los conocimientos necesarios para valorarlo?.

Todos sabemos que a los chicos normales, les atraen los abuelos. Sienten, con esa percepción natural, que ellos les dan una imagen sintética de lo que es una vida que habrán de consumar y que si esa existencia fue notable deberán tomarla por modelo. Es que todos, al nacer, traemos un instinto. Lamentablemente llega el hombre pronto a una edad en que pierde ese instinto y sucumbe ante las exigencias del consumismo y del sistema. A otros, ahora, el sistema mismo, directamente los excluye y los degrada.

Pero a esa edad el niño no ha llegado aún. Está en un tiempo en que se ama al anciano.

Fue por eso que a muchos de nosotros nos atrajo la figura de Don Lisandro. Cuando llegaba al final de su existencia. Sin haberlo estudiado, sin haberlo leído, sólo por impulso. Al examinar su vida y su obra confirmamos luego nuestra primera percepción.

Preguntemos a cualquiera, qué imagen recuerda de Lisandro De la Torre y nos dirá que es la del anciano. Porque ésa es su hora más gloriosa, cuando se convirtió en un muerto por la patria. Aquel fue su último mensaje. Sabedor que la imagen de su vejez venerable sería el lumen de la juventud futura, prefirió morir antes que la mancillaran.

*Periodista