El 15 de abril de 1953 dos explosiones provocaron la muerte de seis personas. El curioso destino ilustre de los perpetradores: televisión, calles y hasta una estación de subte.

Por Teodoro Boot
para Revista Zoom
Publicado el 17 de abril de 2018

El miércoles 15 de abril de 1953, en el transcurso de un acto multitudinario que se celebraba en Plaza de Mayo, dos explosiones provocaron la muerte de seis personas, además de herir y mutilar a más de un centenar. Sucedió así:

El 9 de abril, tres días después de que el presidente Juan Domingo Perón anunciara por radio que metería presos a todos los ladrones, “aunque sea mi propio padre –advirtió–, porque robar al pueblo es traicionar a la Patria”, al entrar en su habitación para despertarlo, el mayordomo japonés encontró a Juan Duarte en calzoncillos, inclinado sobre la cama, con un agujero de bala en la sien derecha.

Juan Duarte era un bueno para nada de la clase que años después serían llamados play boys y se desempeñaba como secretario privado del presidente.

Cuando Perón dijo “mi propio padre”, Juan Duarte escuchó “cuñado”, y se pegó un tiro, explicaron los peronistas. 

“Lo mató Perón”, aseguraron los opositores, alentados por la señora Juana Ibarguren, quien encabezando el cortejo fúnebre no dejaba de gritar “¡Asesinos! Me han matado a otro de mis hijos!”. 

Se entiende: apenas ocho meses antes la menor y más encantadora de sus hijas había pasado a la inmortalidad.

En los pagos de Coliqueo

Juana Ibarguren, hija a su vez del vasco Joaquín Ibarguren y de la moza criolla Petrona Núñez, había nacido en un puesto de una estancia cercana a las tolderías del cacique mapuche Kolükew –lonco principal de los indios amigos y coronel del Ejército Nacional–, un descendiente de Caupolicán que había trasladado a su tribu desde la localidad chilena de Temuco hasta la provincia de Buenos Aires para intervenir en las guerras civiles argentinas.

Kolükew, que en el hablar de la tierra significa “rubio” o “pelirrojo”, españolizó su nombre como “Coliqueo” y de yapa se bautizó “Ignacio”. Tras muchos incumplimientos, finalmente consiguió que, en mérito a su invalorable contribución al exterminio general, las autoridades nacionales otorgaran a su tribu la propiedad de las pobres tierras que ocupaban, a mitad de camino entre Lincoln y Bragado, y entre Junín y 9 de Julio. 

La hija del carrero vasco y la puestera criolla nació treinta años después de la muerte del cacique, cuando ya los estancieros vecinos iban lentamente arrebatando a los mapuches las tierras que les había otorgado el decreto ley 474 del 29 de septiembre de 1866, y la antigua toldería había mutado en el pequeño pueblo de Los Toldos.

En uno de los campos usurpados a los descendientes de Kolükew, el cajetilla de Chivilcoy Juan D´Huart, Uhart o Douart, españolizado Duarte, fundó la estancia La Unión, donde instaló de querida a la veinteañera hija de Joaquín Ibarguren y Petrona Núñez, con quien convivía durante los meses del año en los que no se encontraba en Chivilcoy con su esposa Adela y sus hijos Adelina, Catalina, Pedro, Magdalena, Eloísa y Susana D´Huart.

En La Unión y auxiliada por la comadrona india Juana Rawson de Guayquil, Juana Ibarguren dio a luz a Blanca, Elisa, Juan Ramón, Erminda y Eva María Ibarguren, quien en 1945, durante el gobierno del presidente Edelmiro J. Farrell y aprovechando la influencia de su novio, consiguió modificar su partida de nacimiento invirtiendo el orden de sus nombres para luego adoptar el apellido de su padre, muerto en 1926.

El novio no se mostró muy impresionado: él también era hijo del cajetilla porteño Mario Tomás Perón y de una joven muchacha tehuelche llamada Juana Sosa.

La cobarde multitud 

Luego de que el 6 de abril de 1953 el hijo de Mario Tomás Perón y Juana Sosa dijera que metería presos a todos los ladrones, y de ser necesario hasta al propio Mario Tomás, porque robarle al gobierno era robarle al pueblo, y tres días después el hijo de Juan D´Huart y Juana Ibarguren se pegara un tiro en calzoncillos, medias y portaligas, la Confederación General del Trabajo convocó a una marcha a Plaza de Mayo, entre otras cosas en repudio a las acusaciones que la hija de Joaquín Ibarguren y Petrona Núñez vociferaba en el cementerio de la Recoleta. 

En el transcurso de la importante concentración obrera, en momentos en que el hijo de Mario Tomás Perón ilustraba a quien quisiera oírlo sobre la necesidad de controlar los precios, una bomba de treinta cartuchos de gelignita arrancó de cuajo las cortinas metálicas de la confitería del Hotel Mayo, ubicado en Hipólito Yrigoyen y Defensa, destrozando sus ventanas y vidrieras.

Instantes después, mientras desde el balcón de la casa de gobierno el hijo de Mario Tomás Perón intentaba calmar a la multitud, desde la boca del subterráneo de la línea A ubicada a un costado de la Plaza de Mayo, emergió una espesa columna de humo provocada por el estallido de otro artefacto, éste de cien cartuchos, que había sido colocado en el andén, debajo de un tablero eléctrico y que provocó severos daños.

Un tercer artefacto, armado con cincuenta cartuchos de gelignita, fue colocado en el octavo piso del Nuevo Banco Italiano, pero por defectos del mecanismo de relojería, no alcanzó a estallar.

Como consecuencia de las explosiones, Mario Pérez, León David Roumeaux, Osvaldo Mouché, José Ignacio Couta, Santa Festigiata de D`Amico y Salvador Manes pasaron instantáneamente a la inmortalidad, mientras 93 manifestantes y transeúntes sufrían heridas de diversa gravedad y otros 19 quedaban lisiados en forma permanente.

La alegre muchachada

Los artefactos habían sido fabricados en el local de Redondo Hnos de la avenida Jujuy 47/51 por Arturo Mathov, Roque Carranza, Miguel de la Serna, Rafael Douek yCarlos Alberto González Dogliotti, quien, persuadido en la Sección Especial por los tenebrosos interrogadores Cipriano Lombilla y José Faustino Amoresano, reconoció haber colocado los explosivos, aunque sostuvo que no eran más que bombas de estruendo: los muertos y heridos fueron consecuencia de la cobarde estampida de la multitud peronista. 

Investigaciones posteriores demostrarían que los explosivos habían sido provistos por el capitán Eduardo Thölke y en el atentado también habían intervenido Crisólogo Larralde, los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse y Mariano Grondona.

Fogoso orador, en 1956 Crisólogo Larralde fue elegido presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical del Pueblo, al año siguiente participó de la convención constituyente que intentó dar legitimidad a la eliminación por decreto de la Constitución de 1949 y en 1962, siendo candidato a gobernador por la UCRP, falleció en la localidad bonaerense de Berisso mientras pronunciaba un discurso.

Arturo Mathov fue electo diputado nacional en 1960 y el abogado y periodista Mariano Grondoza, autor del célebre Comunicado 150 del sector Azul del ejército encabezado por Juan Carlos Onganía, apoyó todos los golpes de Estado producidos durante los siguientes treinta años. Y si no apoyó a más, fue porque no hubo.

En 1964 el fabricante de bombas Roque Carranza fue designado secretario general del Consejo Nacional de Desarrollo por el presidente Arturo Illia y el 10 de diciembre de 1983, ministro de Obras Públicas por el presidente Raúl Alfonsín. Falleció el 8 de febrero de 1986 siendo ministro de Defensa y mientras nadaba en la pileta de su residencia oficial en Campo de Mayo. 

En la actualidad, una estación de subterráneos recuerda su nombre.