Aldo Ferrer (15 de abril de 1927/ 8 de marzo de 2016). Homenaje de Pagina 12 por su fallecimiento



Faro para la heterodoxia económica

Javier Lewkowicz
Paguna 12 [x]

Referente ineludible para el pensamiento nacional, Aldo Ferrer escribió libros célebres de la economía argentina, contribuyó a crear la escuela latinoamericana del estructuralismo. Reunió pasión y compromiso de lucha por una Argentina soberana.

Ayer (8 de marzo de 2016) falleció el economista Aldo Ferrer. Vivió 88 años durante los cuales ocupó diversos cargos en la función pública, escribió libros célebres de la economía argentina, contribuyó a crear la escuela de pensamiento económico latinoamericana del estructuralismo, formó discípulos y se brindó a compañeros y amigos a quienes transmitió hasta sus últimos días su pasión y compromiso de lucha por una Argentina soberana. La comunidad política y académica manifestó su pesar por la enorme pérdida para el pensamiento nacional. Ha transitado un sendero extraordinario que resulta necesario conocer por su historia y su trayectoria profesional, algunas de sus ideas y anécdotas.

La economía argentina en el siglo XXI, llamó Ferrer a su último libro, editado el año pasado. No es un dato anecdótico sino una postura de vida. Consagrado, con 60 años encima de análisis de la economía nacional, Ferrer se dedicó sobre el final de sus días a investigar los posibles recorridos de un país que nunca iba a poder ver. “Argentina vuelve a confrontar problemas fundamentales de su desarrollo nacional, en el contexto del nuevo orden global que se está desplegando en este siglo XXI. ¿Cuáles son las tendencias, en alguna medida previsibles, de la economía mundial, que constituyen y serán el contexto externo de nuestro desarrollo? ¿Cuáles son las nuevas oportunidades y amenazas que cabe esperar en las próximas décadas? ¿Cuál es la estructura productiva del país y su inserción internacional consistente con el despliegue del potencial disponible, la inclusión social y el ejercicio del derecho a elegir nuestro propio camino en el orden global?”, son las preguntas guías del último trabajo de Aldo.

Estaba internado en el Sanatorio Otamendi desde el jueves 25 de febrero, cuando debió cancelar una actividad por una dolencia cardíaca. Camino al hospital sufrió un infarto del cual no logró recuperarse a lo largo de estos días. Ayer por la madrugada se descompensó y falleció. Tenía tres hijas y siete nietos que decidieron hacer una ceremonia íntima.

Un cuadro de algún célebre equipo de Boca de la década del 50 era la bienvenida a la casa de Aldo Ferrer, un departamento de estilo, silencioso y tranquilizador. Aldo continuaba los encuentros en un pequeño cuarto-biblioteca, siempre algo urgido por los tiempos, porque mantenía una agenda muy apretada: desde la invitación de dar una charla sobre economía en algún centro cultural rodeado de jóvenes militantes, presentar libros de colegas, ex alumnos o amigos, participar de eventos sindicales, empresariales y académicos o asistir a encuentros en Casa de Gobierno o el Ministerio de Economía. Su voz algo quebrada y sus manos arrugadas eran parte de una vitalidad, entrega y lucidez sorprendente y de una historia de vida que Marcelo Rougier detalla en su libro Aldo Ferrer y sus días: Ideas, trayectoria y recuerdos de un economista. Esta nota recoge, en una síntesis muy apretada, algunos fragmentos de ese trabajo.

Sus primeros pasos

Ferrer nació el 15 de abril de 1927 en Buenos Aires. Vivió sus primeros años en Córdoba y Rodríguez Peña y solía recordar que iba a la cancha con su padre. Heredó de él el amor por el tango, conoció a muchos maestros tangueros e incluso entabló una amistad con el gran Horacio Salgán. Egresó de la escuela secundaria como perito mercantil en 1944 e inició sus estudios de contador en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA en simultáneo con las materias del doctorado en Economía. El joven Ferrer militaba en el socialismo y miraba con mucho recelo la transformación que ante sus ojos hacía el gobierno de Juan Domingo Perón.
En 1948 conoció a su gran maestro, el economista Raúl Prebisch, profesor de la materia Dinámica Económica. Fue su primer contacto con la teoría del deterioro de los términos del intercambio. Prebisch estudió la evolución de los precios de los alimentos y de los bienes industriales, que exportaba e importaba, respectivamente, la Argentina. Concluyó que el país sufría un deterioro de los términos del intercambio que suponía una sangría de recursos hacia los países centrales que sólo podría suplir con un programa de industrialización. Prebisch lo inició en el pensamiento keynesiano enfocado sobre los caminos para acceder al pleno empleo.

Centro y periferia

Se recibió de contador en 1949 con un trabajo sobre los problemas económicos del primer peronismo. Ese mismo año daría un paso importante en su vida al ganar un concurso organizado por Naciones Unidas que le permitió incorporarse a la Secretaría General en Nueva York y conocer a las figuras más importantes del pensamiento económico heterodoxo, como Michael Kalecki, Víctor Urquidi, Celso Furtado, Horacio Flores de la Peña y Hans Singer. También allí retomó contacto con Prebisch, quien era secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) durante una etapa trascendente del organismo como promotor de las ideas económicas propias de la periferia. “Fueron años fundamentales, establecí contacto con varios de los mayores economistas de América latina y otras latitudes, como Celso Furtado –genial economista brasileño–. Allí escribí mi primer artículo en 1950 sobre la relación centro-periferia”, recordaba Ferrer en un diálogo con Rougier publicado en este diario el 1º de diciembre de 2014.

“El pensamiento estructuralista rechazaba la hegemonía del pensamiento céntrico y reclamaba una visión crítica desde los intereses de América latina. El centro es el conjunto de países capaces de gestionar el conocimiento, transformarlo en tecnología y aplicarlo a la producción de bienes y servicios”, explicaba Ferrer hace unos años. El estructuralismo es un aporte fundamental de América latina al pensamiento económico porque contradice la visión universalista de la ortodoxia, según el cual el análisis de los fenómenos económicos en los países desarrollados tendría total validez, en todo tiempo y lugar, en la periferia. El estructuralismo, en cambio, reclamó un pensamiento crítico y propio.

En 1953, Ferrer, antiperonista, volvió a la Argentina de Perón, se afilió a la Unión Cívica Radical, empezó a asesorar a Arturo Frondizi y en paralelo terminó su tesis doctoral: El Estado y el desarrollo económico. Luego de trabajar un tiempo en la embajada argentina en Londres, volvió al país y en 1958 fue designado por Frondizi ministro de Economía y Hacienda de la provincia de Buenos Aires, cargo que desempeñó hasta 1960. En 1958 se casó con su compañera de vida, Susana Lustig, quien falleció en 2004.

En 1963 publicó La economía argentina, un libro esencial del pensamiento económico nacional. En ese trabajo describe las relaciones económicas en el Río de la Plata desde la conquista hasta los dilemas del desarrollo de la etapa de industrialización por sustitución de importaciones. “Los grupos dominantes insisten en las dificultades económicas del país, exageran la escasez de recursos, desprecian la capacidad interna de cambio tecnológico y afirman la necesidad inevitable del capital extranjero, de las empresas y de la tecnología del exterior como factores determinantes y decisivos del desarrollo. Consecuencia natural de este enfoque es la proposición y ejecución de políticas para un país chico y dependiente”, dice la novena edición de ese libro, de 1974.

Ferrer trabajó de 1963 a 1966 como profesor titular regular de Política Económica en la FCE-UBA y se dedicó la segunda mitad de los 60 a la vida académica en clave institucional: coordinó la Comisión Organizadora del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) entre 1965 y 1967 y fue el primer Secretario Ejecutivo de ese organismo entre 1967 y 1970.

Ministro y después

En 1970 fue designado ministro de Economía, cargo que ocupó hasta 1971, bajo las presidencias de facto de Roberto Levingston y Alejandro Lanusse. A pesar de que se trataba de una continuidad en el proceso de gobiernos militares, Ferrer fue una de las caras del cambio de rumbo de la política económica luego de los estallidos populares, en particular del Cordobazo. Desde la apertura comercial y financiera y la centralidad de las empresas extranjeras de Adalbert Krieger Vasena al “giro nacionalista” con un programa que apuntaba al capital nacional y el mercado interno.

Ferrer solía recordar de su experiencia como ministro el desarrollo del puente Zárate-Brazo Largo. “En ese financiamiento se rechazó el crédito de proveedores –préstamos que involucran la venta del paquete tecnológico– y en cambio se utilizaron recursos de libre disponibilidad –emisión de bonos– que permitieron aumentar radicalmente el componente local de la obra”, explica en El empresario argentino, publicado por Capital Intelectual en 2014. Ferrer escribió en 2012 junto Rougier La historia de Zárate-Brazo Largo, del Fondo de Cultura Económica. Durante la gestión de Ferrer también se promovió la construcción de las represas de Salto Grande, Yacyretá, El Chocón-Cerros Colorados, el gasoducto del sur y la autopista Buenos Aires-La Plata.

Luego de esa experiencia, Ferrer abrió un estudio de consultoría, viajó varias veces a Caracas, volvió a participar de la vida académica y publicó en 1974 Tecnología y política económica en América latina, de Paidós. También comenzó a hacer deporte con frecuencia, corría diez kilómetros en Palermo junto a Julio Aray, un amigo venezolano. Tuvo un cargo en la gestión de Salto Grande durante la breve presidencia de Héctor Cámpora. Durante la última dictadura Ferrer permaneció en el país, se dedicó a la actividad privada y publicó algunos trabajos críticos de la política económica de José Alfredo Martínez de Hoz.

Con el retorno de la democracia, ocupó de 1983 a 1987 la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires bajo la gestión de Raúl Alfonsín y publicó “¿Puede Argentina pagar su deuda externa?”, “El país nuestro de cada día” y “El devenir de una ilusión: la industria argentina hasta nuestros días”. El auge del neoliberalismo en los 90 lo marginó de la vida pública. Logró cierto refugió en la academia y escribió Historia de la Globalización: orígenes del orden económico mundial.

El Plan Fénix

El estallido de la Argentina neoliberal lo encontró abocado a la elaboración de un programa económico alternativo en el Plan Fénix junto a economistas como Enrique Arceo, Ricardo Aronskind, Daniel Azpiazu, Eduardo Basualdo, Jorge Gaggero, Abraham Gak, Julio César Neffa, Mario Rapoport, José Sbatella, Jorge Schvarzer, Héctor Valle y Alejandro Vanoli. El Plan Fénix formuló en aquellos años de la salida de la convertibilidad muchas propuestas que luego los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner llevarían a la práctica. En particular, la política de desendeudamiento, de desprenderse de la relación de sometimiento al FMI e impulso al mercado interno a través de la redistribución progresiva del ingreso hizo que Ferrer se sintiera identificado con esos gobiernos y fuera muy revalorizado en estos últimos años. Hizo varias reediciones de libros y escribió Vivir con lo nuestro y la Densidad Nacional. Apoyó muchas de las medidas económicas del kirchnerismo y realizó advertencias, particularmente en relación a la deuda externa. El final de sus días lo encontró con un nuevo gobierno liberal. Una voz crítica fundamental deja de estar pero sus ideas seguirán estando presente en esa disputa.

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Lo explicó como ninguno


Raúl Dellatorre



Aldo Ferrer tuvo en vida muchos reconocimientos, pero probablemente mucho menos lecturas atentas sobre sus escritos como él hubiera merecido y el país ha necesitado. Su agudeza para analizar las deficiencias de la economía argentina, e interpretar en cuánto se distanciaban esas condiciones de las posibilidades de alcanzar el desarrollo nacional, lo colocaban varios escalones arriba, demasiados quizás, del común de los economistas que suelen opinar, aconsejar, criticar y hasta llegar a puestos clave de decisión.

Un ejemplo de lo dicho es uno de sus últimos libros publicados, El empresario argentino (2014), en el que analiza con notable lucidez las causas que impidieron la formación de una clase empresaria en el país que fuera agente fundamental del desarrollo. Su lenguaje claro y directo en más de una vez lo llevaba a destruir mitos que por repetidos parecían convertidos en verdades absolutas, repetidas por ortodoxos y heterodoxos, neoliberales o nacionales. “Si Argentina tuviera un empresariado como el brasileño...”, o “los países asiáticos se desarrollaron porque tuvieron empresarios que...”, son algunas de esas fórmulas habituales. Ferrer, en cambio, afirma que “si los empresarios brasileños o de Corea, Taiwán o Malasia hubieran estado en Argentina, habrían actuado igual que el empresario argentino. Y si los argentinos hubieran estado en alguno de esos países, habrían actuado como hicieron los de esos países. La cuestión no es el lugar donde nacen, la cuestión es contar con un Estado nacional no sometido a las condicionalidades neoliberales. Esto es una condición necesaria para la construcción del empresario argentino. No es posible la construcción del empresario argentino en ausencia del Estado nacional y el ejercicio efectivo de la soberanía”.

La lúcida noción del Estado de Aldo Ferrer le dio siempre otro plus, porque logró fundamentar como nadie la importancia de otorgarle un rol orientador, protagónico en la definición de estrategias, tanto frente al capital privado nacional como extranjero. En relación a este último, describió en el citado libro: “La presencia de filiales de corporaciones transnacionales puede contribuir a la participación de segmentos tecnológicos avanzados de las cadenas de valor y el acceso a los mercados internacionales. Pero precisamente esto último es el problema con las filiales en la Argentina y en América Latina, porque aquí están orientadas a producir para el mercado interno y a insertarse en los segmentos tecnológicos secundarios en las cadenas de valor”. “En todos los países exitosos, el protagonismo de la transformación descansa en el Estado y en las empresas nacionales”. En la misma publicación, Ferrer aborda y explica cómo logró Brasil acumular “un considerable poder nacional en sectores fundamentales de la economía: hidrocarburos, industria aeronáutica, construcción e ingeniería”, La estructura productiva, y en manos de quién se depositan los sectores estratégicos, vale mucho más que la dimensión del país a la hora de contar con las condiciones para el desarrollo.

Argentina recuperó al inicio del presente siglo “la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y el pensamiento crítico, viabilizando la reaparición del Estado nacional”, escribió Ferrer. Ello posibilitó un espectacular proceso de redistribución de ingresos, crecimiento económico e inclusión social, podemos agregar. Pero dejó trunco la articulación del camino del desarrollo, porque las condiciones estructurales que debían cambiarse para posibilitarlo no se lograron.

Hoy, cuando el país se orienta a un proceso de sentido contrario, podríamos decir que Ferrer es más imprescindible que nunca. Pero su sabiduría quedó impresa en importantes libros. Después de llorarlo y despedirlo, volverá a ser hora de leerlo. Particularmente, para los que no lo hicieron, o lo hicieron mal, antes.

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En defensa de los intereses nacionales

Por Plan Fénix

Ayer, 8 de marzo, falleció Aldo Ferrer. En su homenaje y como un último aporte suyo al país, ponemos a consideración su opinión con respecto a la negociación con los fondos buitre, la que se entrelaza con las propuestas básicas del Plan Fénix a las que él contribuyó decisivamente. Ante el acuerdo alcanzado por el Gobierno con los fondos buitre, el texto de Ferrer tiene plena vigencia. Refiere a los riesgos que imponen estas negociaciones cuando la toma de nueva deuda pasa a ser un elemento fundamental de la estrategia económica futura. El endeudamiento y la apertura indiscriminada a los flujos de capitales habrán de llevarnos una vez más a un callejón sin salida, caracterizado por el estancamiento y, en última instancia, por la insolvencia externa. Esto es lo que nos enseña la experiencia que vivió la Argentina en la década del 90, cuando una severa contracción del aparato productivo condujo a la imposibilidad de cancelar los compromisos externos asumidos, generando una crisis de proporciones inéditas.

He aquí el texto:

“La negociación con los buitres”*


Por Aldo Ferrer

La cuestión central en el conflicto con los buitres es la respuesta al siguiente interrogante: ¿su resolución es indispensable o solo conveniente para el curso futuro de la economía argentina? En el primer caso, se impondrá la demanda de los buitres y la negociación es, en realidad, una ficción. En el segundo, la negociación es real porque puede no haber acuerdo, si el costo de la demanda de la contraparte es mayor que sus beneficios.

La evidencia es abrumadora en el sentido de que los buitres son un problema de segunda importancia y, por lo tanto, que el arreglo es conveniente pero no indispensable. Por las siguientes razones:

1. En los canjes de 2005 y 2010, Argentina logró la reestructuración de deuda soberana más exitosa de la historia, sin pedirle nada a nadie. Es decir, sin la participación del FMI ni el visto bueno de los mercados financieros. La deuda pendiente no alcanza a 3000 millones de dólares, menos del 8 por ciento del total de la declarada en default en la crisis del 2001. El supuesto aumento de la pendiente a 12.000 millones de dólares, por intereses caídos, ignora que el pago a los buitres habría desarmado la reestructuración de la deuda e implicado un premio a la especulación y el castigo, a la inmensa mayoría de los inversores, que facilitaron la recuperación de la economía argentina. Estaríamos, otra vez, como en la crisis del 2001.

2. Hace una década que los fondos buitre, tenedores del 50 por ciento de la deuda pendiente, vienen litigando contra el país. Plantearon el embargo de bienes argentinos, en alrededor de 900 demandas en diversos países. El hecho más sonado fue el de la fragata Libertad. No tuvieron éxito en ningún caso. El país mantiene relaciones económicas normales con todo el mundo. Los buitres son especuladores despreciados en el escenario mundial. Operamos en un orden internacional, dentro del cual la inmunidad soberana de los Estados pone límites a la extrapolación de la jurisdicción de tribunales nacionales sobre terceros países. La razonabilidad de la posición argentina ha sido respaldada por la Asamblea General de las Naciones Unidas y la opinión de los analistas más destacados en el escenario internacional.

3. Los problemas principales de la economía están en la esfera interna: el déficit del comercio de manufacturas de origen industrial y la consecuente restricción externa, la inflación, el desequilibrio fiscal, entre otros. Ninguno se resuelve por el pago a los buitres.

4. El conflicto obedece a la ausencia de normas internacionales para resolver los default de deudas soberanas. La exitosa reestructuración de más del 92 por ciento de la deuda en default cumple con exceso los límites para la resolución de las quiebras en las jurisdicciones nacionales. Las dificultades de tenedores de deuda reestructurada para recibir los pagos realizados por el gobierno argentino es responsabilidad de quien provoca la interrupción de la cadena de pagos.

5. La suposición de que después del arreglo con los buitres llegarán las inversiones es una ficción. Ningún inversor, argentino o extranjero, que tenga un buen proyecto, deja de realizarlo por el conflicto con los buitres. El buen “clima de inversiones” depende de la gobernabilidad de la economía, la paz social, la seguridad jurídica, los espacios de rentabilidad y el ritmo de transformación de la estructura productiva para incorporar tecnología y agregar valor.

6. El pago a los buitres no es suficiente para que las agencias evaluadoras de riesgo mejoren la calificación de la deuda argentina, con la consecuente baja de la tasa de interés. Es previsible que exigirán, además, un plan económico y financiero respaldado por el FMI.

Es por estas y otras razones que el acuerdo con los buitres no resuelve ningún problema fundamental ni garantiza la baja de la tasa de interés y la entrada de inversiones extranjeras. En resumen, el acuerdo es útil, porque remueve algunos obstáculos, pero no indispensable.

¿Cuáles deberían ser los límites de la oferta argentina? Los mismos que los de los canjes de 2005 y 2010, como lo planteó el gobierno anterior. Es una oferta generosa. Representa una excelente ganancia para los buitres, considerando el precio ínfimo al cual adquirieron sus títulos y los costos y pérdida de tiempo, que soportó el país, por pleitear con los buitres. Cuanto mayor sea el desvío de la próxima oferta del Gobierno respecto de ese límite, peor será la calificación que merecerán los actuales negociadores, en términos de la defensa del desarrollo, los derechos y la soberanía de la Argentina. El contenido del acuerdo revelará la inspiración del actual gobierno respecto de la autonomía de la política económica y la soberanía.

El Gobierno no debe hacerse ilusiones de que un acuerdo satisfactorio es posible por la “razonabilidad” de los buitres. El rechazo de estos al necesario carácter público de las negociaciones es un primer ejemplo. Para defender con eficacia el derecho y los intereses del país es indispensable que el Gobierno asuma la posibilidad de que no se alcance un acuerdo razonable y, los buitres, tomen nota que, en definitiva, no cobrarían nunca.

La negociación con los buitres es un primer paso en la definición de la estrategia de financiamiento internacional. Está planteada, al mismo tiempo, la alternativa de ratificar la soberanía recuperada con la cancelación de la deuda con el FMI o volver a solicitar su asistencia, con las condicionalidades incluidas. Es preciso, por lo tanto, que el Gobierno explicite la totalidad de su política de financiamiento internacional y la procese por las vías institucionales correspondientes.

Durante la Guerra Fría, el presidente Kennedy afirmó: “Nunca hay que tener miedo de negociar y nunca hay que negociar con miedo”. No hay razón alguna para que los negociadores del nuevo gobierno actúen con “miedo”. Es decir, que supongan que el arreglo con los buitres es una cuestión de “vida o muerte”. Existe un nivel de deuda externa pública y privada entre los más bajos del mundo y los bancos están rentables, con carteras sólidas, fondeados en pesos, sin burbujas especulativas ni descalce de monedas. Podríamos estar más fuertes si conserváramos el “superávit gemelo” en el presupuesto y el balance de pagos y aumentaran la reservas internacionales. De todos modos, el país conserva la fortaleza suficiente para negociar sin miedo ni urgencias.

* Texto publicado por Página/12 el 20 de enero de 2016.

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Adiós, Maestro

 Por Claudio Scaletta

Cuando pienso en Aldo Ferrer tengo inmediatamente recuerdos fuertes. El primero es el de mi profesor de Política Económica en la Universidad de Buenos Aires. Fue en la década del 90. Tiempos de mainstream cerrado en esa casa de estudios. Ferrer, uno de los intelectuales más brillantes entre quienes pensaron la economía argentina, era casi un outsider entre los profesores. Algunos se referían a él con los clichés que el neoliberalismo le había creado. Se lo consideraba una suerte de loco que pregonaba “vivir con lo nuestro” y “aislados del mundo” justo en una década de máxima apertura. No lo habían escuchado y seguramente no lo habían leído. Por entonces, conocedor de los flujos y reflujos del pensamiento nacional y popular, Aldo predicaba en soledad, no en el desierto, a las nuevas generaciones de economistas.

El segundo recuerdo es el estudio de su departamento de Avenida del Libertador, donde me recibió muchas veces para artículos que se publicaron en este diario. Siempre atendía el teléfono él mismo. No había secretarias ni largas esperas. Recuerdo su generosidad y su paciencia; su voluntad de explicar un pensamiento que por entonces era contracorriente. En las charlas sobre problemas de coyuntura jamás argumentaba ad hominem; debatía ideas, nunca personas. Ese fue siempre su proceder aun en los momentos de mayor efervescencia política. Cada vez que en cualquier debate recaigo en enojos personales, recuerdo el proceder de Aldo.

El tercer recuerdo fuerte es, por supuesto, su calidad de economista político. Sus clases significaban venir del desierto de aulas en las que se llenaban pizarrones con derivadas, integrales y supuestos falsos, para sumergirse en el oasis de los problemas de la estructura económica nacional a lo largo de la historia. Aldo recorría las etapas de la economía argentina, hablaba de disputas de poder que no aparecían en los modelos matemáticos de la clase de al lado. En tiempos en que se creía que la globalización era un fenómeno reciente vinculado al desarrollo de las telecomunicaciones, explicaba que el capitalismo nació globalizado y enseguida se remontaba al descubrimiento europeo de América. Los caminos de la economía no eran unívocos. Existían alternativas a ese mundo de escasez en el que era imposible avanzar por fuera del Consenso de Washington y sus gendarmes financieros. Había siempre un norte marcado por la voluntad política, la necesidad del desarrollo con inclusión creciente aumentando la densidad nacional y alejando la restricción externa. Ferrer explicó largamente que el país tenía el potencial de lograr estos objetivos sin subordinarse al poder financiero global. Esa fue la gran herejía de “vivir con lo nuestro”.

Aldo no fue sólo un profesor inspirador, también fue funcionario, ministro de Economía, embajador, presidente de empresas y bancos, formador de cuadros, inspirador del proyecto Plan Fénix. Estas líneas encierran una gran tristeza. Pero Aldo tuvo una vida larga y fructífera. Heredó a las nuevas generaciones una obra que servirá de herramienta para pensar y construir el futuro. Y hasta el último día mantuvo una lucidez absoluta y batalladora. Es así como a muchos de quienes compartimos con él algún instante en el tiempo nos gustaría terminar nuestros días. Adiós, Maestro.

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La (e)lección del maestro

Por Mario Wainfeld

Hasta sus últimos días Aldo Ferrer predicó con un vigor que podía asombrar si uno se fijaba solo en edad y hasta en su físico esmirriado. Era didáctico, con afán de divulgador. Atendía (en las vastas acepciones de la palabra) a los interlocutores y auditorios. La energía era tributaria de la convicción. La embellecían el buen trato, un vocabulario accesible sin caer en la vulgaridad, una sonrisa siempre pronta a salir. Le gustaba conversar o disertar, fue un tanguero de fuste, diz que hasta buen bailarín.

Ferrer fue para muchos un maestro de economía política, una disciplina que definen las dos palabras que la integran en pie de paridad... no tan cultivada como necesaria. Entre tantos otros agradecidos, apenas uno en el montón, está el autor de esta columna que no es versado en economía ni quiere (hoy y aquí) intervenir en el fértil debate sobre la validez o rigor de las ciencias sociales. Lo recuerda asumiendo límites propios que intentará no atravesar.

Una vida larga ligada a la actividad pública y a la intervención permanente conlleva vicisitudes, momentos mejores o peores. Conoció, alternó y colaboró con muchos presidentes, entre ellos Arturo Frondizi, Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Su biografía acumula muchos cargos públicos y más libros.

El portal del diario Clarín subraya que fue funcionario de dos presidentes de facto, Roberto Levingston y Alejandro Agustín Lanusse. Vaya súbito interés del vocero de esos regímenes que, todomodo, merece ser atendido. Es una suerte de reconocimiento capcioso del calibre del adversario. Ferrer lo hizo en una etapa en la que las fuerzas políticas mayoritarias convivían o colaboraban a menudo con los regímenes autoritarios y se valían del golpismo cuando imaginaban que les convenía o que era un interregno con potencialidades. Un error compartido no deja de serlo pero merece ser encuadrado en la cultura de la época.

Varias constantes signan su trayectoria siempre sensible a los tremendos cambios sucedidos en décadas de vida intensa. Algunos factores clave se mantuvieron en su obra concreta y escrita, si ambas pueden escindirse. El rol del estado, la prioridad de un desarrollo nacional, el rechazo al liberalismo o neoliberalismo falsamente internacionalista.

Su versión de la economía política enalteció desde 1983 la centralidad del sistema democrático. Acompañó desde su saber el aprendizaje colectivo de los argentinos.

Para ser coherente, en un mundo mutable, hay que saber percibir todas las peripecias, registrarlas y conservar aggiornadas las banderas principales. Tal fue su mérito constante: una incansable capacidad de aprendizaje y búsqueda de información.

Difusor de ideas fuerza comprensibles, acuñó expresiones que valieron como consignas o síntesis. “Vivir con lo nuestro” transmitía de movida el ideal autonomista y relativamente autárquico acuñado desde la mitad del siglo pasado. Lo supo enriquecer años después.

La democracia política es una “variable” fastidiosa o hasta despreciada por muchos economistas de postín. Para Ferrer era un factor esencial, núcleo de la economía política deseable, solo concebible en una sociedad que tutela derechos.

“El crecimiento de la economía argentina fue muy pobre en el siglo veinte” escribió hace cosa de seis años añadiendo “sin embargo lo peor no fue la economía. En 1930 se derrumbaron las instituciones”. Ese orden de prioridades lo inducía a valorar la recuperación ocurrida desde 2003. “Las instituciones de la democracia resistieron el impacto y la economía argentina se recuperó por sus propios medios, sin pedir nada a nadie demostrando el potencial del país para crecer y vinculándose con el mundo manteniendo el comando de su soberanía”. Soberanía, instituciones, autodeterminación, el estado como agente económico fundamental he ahí cifrado el credo y la prédica de las décadas más recientes.

En el siglo XXI se acentúa el predicamento y el protagonismo de especialistas en aspectos cada vez más acotados de la realidad. Saben mucho sobre casi nada y lo que es más grave, creen que saben mucho o todo. La estirpe de los grandes economistas (o sociólogos o politólogos o intelectuales en general) encara otros rumbos más ambiciosos. Un conocimiento vasto, interminable de aquello que llamamos realidad, implacablemente, polifacética. Para hablar de la economía de la Argentina hay que conocer su historia, su geografía, su demografía, sus costumbres, su cultura política, la vitalidad de la sociedad civil, las apetencias de sus clases sociales.

Solo una mirada amplia con perfil tan o más humanista que erudito puede ingresar sin extraviarse en la maraña de las especialidades.

Solo un país con “densidad nacional”, esto es con educación, igualdad, acceso a los bienes materiales o espirituales puede progresar en la siempre relativa extensión del término.

La disputa pendular entre los gobiernos de matriz nacional popular y los neoliberales fue otra de sus obsesiones. El artículo publicado en estos días en Le Monde Diplomatique la refleja y pone al día. Lejos estuvo de ser neutral en el vaivén y aducía razones sólidas: el PBI creció mucho más con la matriz nacional y popular, inextricablemente ligada a gobiernos democráticos. Por otra parte, las experiencias neoliberales más recientes terminaron con severas crisis y endeudamiento extremo.

Vaya una larga cita de una entrevista radial reciente que resume, dentro de lo factible, su pensamiento más actual.

“Somos el país en el que la política no tiene andariveles: se puede pasar de (Carlos) Menem a (Néstor) Kirchner. La variabilidad de la política en la Argentina tiene un grado de dispersión mayor que en otros lados. Por otra parte, hemos tenido un largo período de inestabilidad institucional... La política tiene enorme capacidad de transformación... El problema de la deuda se resolvió en contra de la posición del mercado financiero internacional y del FMI. Se nacionalizaron las AFJP, el petróleo... incluso la ley de Medios. Una serie de decisiones con un impacto fenomenal en el sistema de poder. Y esto lo hace un gobierno democrático, legítimo... es muy poco frecuente en otros lados. No ocurre en Brasil, por ejemplo... Tenemos una capacidad de transformación que, al mismo tiempo, es un rasgo de inestabilidad muy grande. Tal vez allí se puede encontrar parte de la respuesta a por qué hemos convivido tanto tiempo con tanta inflación. La Argentina es, yo creo, el país más democrático de América latina desde el punto de vista de la participación política y de la capacidad del sistema político de influir en la realidad. Pero el tema es cómo administramos ese potencial político para construir proyectos viables.”

La globalización es un hecho, razonaba, aunque cada país tiene la que se merece o construye. Lo obsesionaba la conducta de la burguesía en la Argentina pero no la atribuía a su ADN o a un problema congénito sino a la capacidad socialestatal para imponer reglas. Un empresario europeo se acriolla (en el peor sentido) a poco de afincarse aquí, un argentino que actúa en otras comarcas, se amolda a las de allá. Es la política, caramba.

Fue frontal en el enfrentamiento a las políticas neoliberales de los noventa y fin del siglo pasado. Cofundador del Plan Fénix, parecía entonces arar con pocos en el mar, a contracorriente del pensamiento dominante que arrasaba en la economía y hegemonizaba la Academia.

Pudo fallar, como todos hemos hecho, en un recodo del camino pero jamás se equivocó en los alineamientos fundamentales.

Su posición respecto de los gobiernos kirchneristas fue constructiva sin caer en la apología absoluta o el silencio y sin distraerse de aspectos fundamentales. Previno respecto de los riesgos de la restricción externa. Señaló que el parate del crecimiento, la alta inflación y la creciente dificultad para generar trabajo formal ponían en vilo al modelo. Lo hizo con delicada firmeza, un oxímoron que su gallardía hizo posible, a contrapelo de quienes querían arrojar al niño (un proyecto nacional inclusivo, con errores o límites) con el agua. O de los seguidistas o aplaudidores sin freno.

Siempre se paró lejos o mejor enfrente de quienes se inclinan por el neoliberalismo devastador. Sus últimas publicaciones rondaron con probidad el nuevo escenario sobre el que no ahorró prevenciones ni dilapidó agresiones que restan más de lo que agregan.

En la reedición de Vivir con lo nuestro, de 2011, aggiornó la consigna clásica: “Vivir y crecer con lo nuestro, abiertos al mundo, es la respuesta necesaria y posible. La crisis mundial de 2008 confronta al país con nuevos desafíos frente a las cuales la única respuesta es la misma”. El cronista vuelve a ojear ese libro que como tantos otros lo ayudó a (tratar de) mirar con los propios ojos, única manera de poder ver y entender algo. Gracias, maestro.