El voto fuera de las maquinarias

Horacio González
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Cualquier elección nacional debería ser interpretada según el tipo de libertad de conciencia en que se engarzan los votos. Si hacemos una rápida historia de las tensiones entre la autoconciencia del elector y el modo en que se induce la toma de la decisión final, se puede afirmar que han decrecido los factores de autonomía y se ha agrandado la parte correspondiente al voto emanado de la red de operaciones calculadas, que tradicionalmente se llama campaña, pero en verdad se compone de un conjunto de guerrillas semánticas guiadas por asesores, publicistas, entendidos en tópicos motivacionales, psicólogos improvisados, encuestadores con resultados por lo general atados a la fuente remunerativa, intérpretes de ligereza asegurada sobre los presuntos misterios que surgen de los denominados “focus group”, consultores de discurso cada vez más sofisticados, pero que lo son en la misma medida en que fabrican arquetipos en los que hacen descansar simplificadísimas hipótesis ficticias de interlocución de los candidatos. Así uno de esos asesores –que se hacen tan conocidos como los propios candidatos– llegó a decir que el personaje típico del país es “un vendedor de choripán en Mataderos”, al que entre diversas circunvoluciones de su pensamiento alegórico, le puso el nombre de Cacho, que rebosa dulzonamente una seudointimidad.


Todo esto contrasta con las modalidades del voto ya arcaicas, pero no minoritarias. El voto no inducido por el laboratorio del especialista científico en campañas, esto es, el voto ajeno a los “operadores” que superan hoy el papel de los “punteros”, voto que no ha desaparecido, aunque se halla lamentablemente amenazado. A diferencia del votante que surge de los auténticos componentes de la memoria electoral de un país, el del voto no “operado”, ese voto libertario no creado por la densidad social de los intereses invisibles en juego, trata en estos tiempos de generalizarse el recinto sigiloso donde actúa, con sus probetas, termómetros y cintas de medición el experto taumaturgo que desea imponer resultados previos ya trazados, en una gigantesca inducción con su ciencia “hipotética deductiva” de manipulación refinada de cuerpos electorales enteros.

La elección que ha transcurrido mostró en parte el dominio general de tales operaciones, que fueron desde la más brutal que se conoce en la historia electoral argentina –la atribución de un cruel asesinato ya comprobado en los turbios entretelones de la sociedad, típico crimen de las estructuras de ilegalidad de las sociedades capitalistas, transferido sin más a uno de los candidatos del domingo– hasta el uso del “teleprompter” por parte de Macri, para leer en una situación de aparente espontaneidad un discurso absolutamente ya moldeado en todos sus enunciados. Esto último nada tiene de malo, y desde luego es muy diferente de la tecnología de inculpación rápida a un candidato, con un golpe de efecto comunicacional basado en el terrorismo del significante. Sin embargo, todas estas son advertencias preocupantes respecto de que se aproximaría el tiempo –si no reacciona lo que consideramos un espíritu republicano y democrático más incisivo que el que a veces con ese mismo nombre se pregona con ligereza– en que podría quedar extinguida la idea de verdad en las estructuras comunicacionales de un país. Sin embargo, el sistema hace años implantado para los locutores de televisión, de hablar manteniendo en un plano implícito y no observado por el espectador, una máquina que contiene el discurso que aunque se lee, deja flotar el sentimiento de que es “natural” y no producto de la fábrica de textos, también introduce un enrarecimiento en la conciencia política (de los candidatos como de los votantes). Sin embargo, esta nueva zona de confiscación de las tradiciones oratorias por parte de máquinas de la industria serial de discursos, que también embargan la capacidad de interpretación espontánea del político, ha quedado perturbada. Y de algún modo refutada por los resultados de la elección, más allá de tal o cual candidato.

Quedó en entredicho que los discursos se hayan transformado en un conjunto de señuelos, ya sea presentando al candidato como alguien “que aprendió de sus errores”, que “escucha al común”, que “reconoce al peronismo, la justicia social”, ya sea afirmando “la verdadera justicia social, no como elemento discursivo sino en la realidad efectiva”. Más peronista que esa frase, imposible. Es la traducción del “mejor es hacer que decir” (pero por su mero acto de decirse demuestra que tanto el decir como el hacer comparten el mismo rango de importancia, lo cual es necesario certificarlo hoy, donde impera el decir modelado en las cintas de montaje de los gabinetes de ensamble de piezas lingüísticas, al servicio de todos los candidatos, pero quien fue más allá fue la candidata Vidal en su discurso peronista en la provincia de Buenos Aires. Todo daba la impresión de que el peronismo histórico ya lo había dicho todo y ahora era cuestión de retraducirlo al idioma del operador o del recitador de la minuta preelaborada de campaña, lo que entregaba una visión del peronismo y sus fraseos que ocuparon los tramos anteriores de la política argentina, sumamente mecanizada y reelaborada en las probetas entrecruzadas del “nuevo comunicador de maniobras”. ¡El macrismo reivindica el peronismo! Pero de lo que se trata es de decir el pasado nacional en figuras nuevas de convocatoria, entusiasmo ciudadano y acción social.

Se estaba verificando un gigantesco pasaje del modo en que se comportaron los votantes de los ciclos anteriores (el votante que votó a Yrigoyen en 1916 y 1928; el votante que votó a Perón en 1946 y 1952; el votante que votó a Alfonsín en 1983; el votante que votó a Kirchner en 2003). Es el pasaje de la ebullición de ideas al voto atado a la producción industrial del miedo. Por cierto, el reclamo de voto electrónico es justo, pero las condiciones en que ahora se pide, son las del refuerzo del voto de laboratorio, el voto previamente confiscado y coaccionado por maquinarias semiológicas diversas, que van desde la encuesta previa a las arduas planificaciones de las denuncias más inverosímiles. Y en medio de todo esto, una nueva entomología para extraer evocaciones publicitarias de un peronismo previamente congelado.

Muchos candidatos, en verdad todos, afirmaron que el ciudadano fue a votar a pesar de la inclemencia del tiempo. Descartando los que aprovecharon para convertir los efectos de la lluvia en una acusación política (algo que en verdad merecería que toda la acción u omisión de las tecnologías públicas sobre la naturaleza, en primer lugar los tipos de fumigación actuales sobre los campos de soja, sea puesto seriamente en debate), el tema ya estaba insinuado en la frase de 1946, en el decir del candidato de aquel entonces: “Vayan a votar rompiendo las tranqueras del patrón”. Pero ahora no se llega a tanto, sino que todo vale para proclamar catástrofes. La escuela de la doctora Carrió ha triunfado a un costo alto, la pérdida de su prestigio electoral a cambio de haber diseminado equívocas enseñanzas sobre todo tipo de artimañas sobre la conciencia colectiva. Los resultados ahora a la vista esperamos que no sean motivo de nuevas manipulaciones en el “brain storming” de los nigromantes de las nuevas seudociencias que embargan las formas diversas de autonomía ciudadana. En principio, los resultados generales y específicos (por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires), guardan una cierta relación de libertad autorreflexiva de los votantes, al demostrar que hay memorias que no se han pulverizado, reconocimientos brotados de la razón crítica que han sido realizados, y sobre todo, que los resultados que cosechó la operación denigratoria más calculada contra un candidato, permitieron contrastar el verdadero juicio de la soberanía del pensamiento cívico, con la asombrosa anulación de la facultad de juzgar a la que desdichadamente nos invitaba esa Gran Maquinaria de usurpación de los significados emancipatorios de la vida electoral. Atacados por todos sus flancos, por suerte esos resortes de autodeliberación social aún perduran, resistiendo laboriosamente. Precisamente, la resistencia sigue siendo un lindo concepto para pensar estos agitados días políticos, inclusive una renovada campaña electoral.