La revista Línea y la libertad de expresión

Por Enrique Manson
publicado el 18 de noviembre de 2013

“La libertad de expresión en la Argentina está siendo cercenada", afirmó el columnista político del diario La Nación, Joaquín Morales Solá. Prefiero la cárcel al odio y la descalificación, prefiero la cárcel a que el Estado cambie la historia de mi vida”. Estas expresiones se manifestaron ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, la misma que visitó la Argentina en 1979 para conocer el estado de tales derechos, incluyendo la libertad de expresión en aquellos terribles años.


Días atrás, Tiempo Argentino publicó un reportaje a Tomás Sanz en el que el fundador y director de la revista Humor la recuerda como “salvoconducto, con la que tantos miles que resistían anónimamente a la dictadura se reconocían en la calle.” Entonces era más difícil decir públicamente que estaba cercenada la libertad de expresión, y las cárceles –o destinos mucho peores- estaban a la vuelta de la esquina.

En 1978, los adelantados de Humor se atrevieron a utilizar la máscara humorística como código para los iniciados que, efectivamente, esperaban regularmente la salida de la revista. La única que se atrevía a salir del discurso complaciente.

Sin embargo, para quienes habían hecho de la militancia peronista un compromiso de vida, no alcanzaba con “cargadas a Martínez de Hoz, a Idi Amin con uniforme militar, como un mensaje para la dictadura.”

Es cierto que el peronismo era el gran derrotado. La muerte del General, las sangrientas luchas internas, el gobierno de Isabel, el recuerdo de López Rega, parecían explicar el castigo político. Que no era poco castigo, porque a la pérdida de fe que había hecho inimaginable enfrentar a los uniformados y civiles del 24 de marzo, se sumaba la multitud de peronistas presos, exiliados, privados de sus derechos y, fundamentalmente, desaparecidos, con todo lo que esta palabra encerraba.

Sin embargo, quedaban quienes podían tener la fuerza suficiente como para empeñar una nueva etapa de la batalla cultural.

Con precarios medios materiales y distribución mano a mano, Fermín Chávez publicó en mayo de 1980 el primer número de Pueblo Entero. Con un contenido que no evitaba los temas polémicos y las críticas a la dictadura, escribían en él, además del propio Chávez, Osvaldo Guglielmino, Arturo López Peña, Aníbal Ford, Juan Carlos Neyra, José María Castiñeira de Dios y otros.

Al mes siguiente, apareció la revista Línea, con la dirección de José María Rosa. El veterano historiador orientó la publicación en el sentido de una dura crítica a la dictadura, desde una posición peronista. Línea era, en lo formal, una revista política de características tradicionales, al mejor estilo de las clásicas Primera Plana o Panorama, de las que la diferenciaba su identificación con el peronismo. Al director lo acompañaba un grupo de jóvenes militantes, encabezado por Rubén Contesti, que habían tenido experiencia en las luchas políticas de la JP de los setenta. Artículos sesudos y una notable carga de ironía en las caricaturas y los títulos de sus tapas la convirtieron en lectura obligada de muchos.

Rubén Chacho Contesti era un diputado nacional de 26 años el 24 de marzo. Desaparecida su agrupación de origen, y muertos la mayoría de sus dirigentes, volvió a Rosario. No pasó mucho tiempo cuando empezó a viajar a Buenos aires para retomar contactos. Pero estos viajes eran decepcionantes. Los dirigentes que no estaban presos le comentaban que “las cosas están muy mal”, y no eran pocos los que se habían alineado con Viola o Massera, lo que no era exclusivo de los peronistas. Pero los jóvenes que lo recibían a su regreso le preguntaban: ¿Cuándo empieza la resistencia? De esos grupos surgió la idea de los cursos de Historia. Pronto invitaron a Fermín Chávez, quien sugirió: “Hay que invitarlo a Pepe Rosa”. Chacho lo llamó por teléfono y se quedó asombrado de que el propio Pepe lo atendiera. De inmediato aceptó y lo llevaron a Rosario. El viejo luchador se asombró de la asistencia de un público masivo, y así surgió la idea de publicar una revista. Sería de Historia, desde luego, porque la política estaba más que prohibida.

La voz de los que no tienen voz

Contaron con la colaboración de la Agrupación Scalabrini Ortiz de periodistas y de varios colaboradores individuales, muchos de ellos escribiendo artículos, aunque sin tener mucha confianza en que fueran publicados. Se afrontaron temas difíciles como la financiación y la distribución

En junio de 1980 se publicó el primer ejemplar de Línea. La tapa era audaz, pero prudente, y mencionaba el diálogo político anunciado por el gobierno en forma de desconfiada pregunta. La contratapa era un seguro de que no se trataba de peligrosos zurdos: una foto de Juan Pablo II, el nuevo Papa polaco, de notorio anticomunismo, con un epígrafe que decía: El Papa de los pueblos.

Contesti escribió un editorial moderadamente político, pero debía quedar claro que el director era José María Rosa, por lo que el texto salió sin firma, aunque con la foto de Pepe y su nombre en la tapa como director. En páginas interiores había, sí, un artículo suyo de carácter histórico.

Rosa había viajado a Córdoba. Cuando Chacho lo fue a buscar al aeroparque, le preguntó “¿Cómo anda la revista?”. Contesti sin decir palabra le entregó un ejemplar del primer número. Empezó a leerla ávidamente, y quedó entusiasmadísimo. Le gustó la presentación, la confección y, sobre todo, el contenido. Mientras tanto se habían publicado avisos importantes en La Nación y Clarín, y la revista llegó a los quioscos. Rosa, Contesti y familias viajaron de urgencia en el Peugeot gasolero de Chacho a la casa de Pepe en La Barra de Maldonado a esperar los resultados. Y los resultados fueron excelentes. Muchas se llevaron los suscriptores, pero en los quioscos desapareció rápidamente. Había compradores que la pedían, la doblaban y se la llevaban escondida, recomendando al diariero que si salía un próximo número se la guardara.

En el segundo número, tal vez para provocar la clausura, se atrevieron a poner a Perón en la tapa. Un General algo sesgado y con una pregunta: “¿Está vigente el pensamiento de Perón?”. Además publicaron 12.000 ejemplares, contra los sólo 10.000 del número 1. En diciembre la tapa tuvo una caricatura de Martínez de Hoz con gorra de general. Los militares estaban haciendo el trabajo sucio de los intereses económicos.

La difusión de la revista impulsó la multiplicación de las conferencias de Pepe en el interior. Lo invitaban a Salta, Jujuy, y en Río Gallegos fue invitado a la inauguración del Ateneo Juan Domingo Perón del joven Néstor Kirchner. Pepe y Contesti conocieron allí a su mujer, Cristina Fernández, y asistieron a un acto multitudinario ?¡en Gallegos!? donde Rosa se despachó sin medida contra la dictadura y se burlaba abiertamente de los uniformados, pese a que buena parte de la asistencia estaba integrada por militares, policías, prefectos y funcionarios federales. En algún momento, Chacho se acercó al dueño de casa y le hizo la evaluación clásica: “De aquí vamos todos en cana”. “No te preocupes”, le contestó Lupín, como lo llamaban por su parecido con un personaje de historieta. De ahí en adelante se convirtió en distribuidor de Línea en Santa Cruz.

La revista se fue convirtiendo en lectura obligada de muchos. Esperábamos el día de la salida con la explicable ansiedad. A sus páginas fueron sumándose los nombres más significativos de los distintos sectores del campo nacional, como Carlos Carella, Salvador Ferla, Luis Alberto Murray, y los periodistas estables, Ricardo Fabris, Carlos Campolongo o Roberto González, entre muchos otros. Con el elocuente título Todos unidos triunfaremos, Rosa firmó el editorial del número 11, salido en junio de 1981, e inspirado en la “advocación del general Valle y los mártires del 9 de junio”.

En el medio, no faltó el artículo en que llamó pendejos en boca de un imaginario Alfonso el Sabio de Castilla, a los jueces del proceso, y debió afrontar un juicio por calumnias e injurias de Videla y Massera, a quienes había llamado subversivos y corruptos en una tapa de la revista. Con el periodismo militante de sus redactores y, sobre todo, con el coraje a toda prueba de José María Rosa, fue, como lo enunciaba su subtítulo, La voz de los que no tienen voz.

Línea fue clausurada por primera vez en mayo de 1981, a raíz de la publicación de una tapa titulada "La Argentina Secreta". La ilustraba el rostro vendado y amordazado de un hombre joven. En octubre de 1982 sufrió la clausura definitiva.

Eso sí, ni Pepe Rosa, ni Chacho Contesti se fueron a quejar a Washington.