El país de los votos y el país del poder

Nicolás Tereschuk* 
Artepolítica [x]

Y así parece ser. Enero es el nuevo Diciembre.

Decir que los enormes obstáculos que enfrenta el kirchnerismo en estos días -a partir de la denuncia del fiscal Alberto Nisman hasta su muerte y capítulos posteriores- son proporcionales a la fortaleza política con la que el Gobierno se disponía a encarar el último tramo de gestión no pasaría en un examen de Pensamiento Científico del CBC. Tampoco debería ser necesariamente así si consideramos todo esto como una tormenta de fortuna que pone a prueba lo que quede de virtú. De igual manera, la afirmación no resultaría válida si este, como todo drama político, incluye la necesidad de hacerse weberianamente responsables del presente, incluso (sobre todo) si es el resultado de lo no se supo, no se quiso o no se pudo hacer para evitar lo que se vive por estas horas.

Y sin embargo…

Sin embargo, en medio del ruido político y mediático -nacional e internacional- que escuchamos retumban todavía más las sensaciones de la “semana pasada”:
Que el Gobierno atravesó sorprendentemente bien el último trimestre del año, incluido “Diciembre”.
Que la presidenta Cristina Kirchner encara el último tramo de su gestión entera, con recursos de poder a su alcance y capacidad de influencia sobre la interna de su partido.
Que nadie sabe quién ganará las elecciones de octubre. (Una digresión. El politólogo Adam Przeworski define la democracia como aquel “sistema para abordar los conflictos en el cual los resultados dependen de la actuación de los participantes, pero ninguna fuerza concreta controla el desarrollo de los hechos. Ninguna de las fuerzas políticas enfrentadas conoce de antemano el desenlace de los conflictos particulares, pues las consecuencias de sus acciones dependen de las acciones de los demás y éstas no pueden preverse unívocamente. En consecuencia, desde el punto de vista de cada participante, los resultados son inciertos: la democracia aparece como un sistema en el cual todo el mundo hace lo que espera que le sea favorable; luego se lanzan los dados y se espera para comprobar cuál es el resultado”).
Que cuanto más se muestra la oposición, más frágil parece. No hubo que esperar a las impostadas conferencias de prensa de Mauricio Macri y de Sergio Massa del día lunes. Apenas unas horas antes tuvimos que ver cómo una senadora del PRO le torcía el brazo al “líder” de su partido, cómo un economista de la televisión declinaba ser candidato en la Ciudad de Buenos Aires por uno de los partidos que dice estar en condiciones de disputar la Presidencia de la Nación, cómo la Unión Cívica Radical parece no tener energía suficiente para plantar un candidato nacional.
Que con once años de gestión todos ya sabemos lo que es y lo que no es el kirchnerismo. Todos tenemos posición tomada, todos somos grandes, salvo aquellos que sueñan con que “ahora sí, ahora sí se develará lo que REAL MEN TE son”.
Lógicas aparte, el ruidaje que se empezó a escuchar desde que el fiscal Nisman dio a conocer su denuncia, la crisis política que genera su muerte no pueden despegarse en el análisis de aquel escenario. Pienso: las personas que marcharon el lunes a la Plaza de Mayo, muy enojadas, pensando que Cristina Kirchner es una asesina o algo peor desde hace mucho tiempo no saben tampoco quién va a ser el próximo presidente y no tienen, por tanto, un candidato ganador. Además: ¿Los candidatos “ganadores” no son acaso garantía de dejar atrás la pesadilla que ha significado el kirchnerismo? ¿Este gobierno, este demonio, no es que ya se va? Basta prender la tele o leer las redes sociales para preguntarse ¿cuánta agua? ¿cuánto fuego?

Podríamos añadir múltiples elementos al escenario. Como que apenas el viernes pasado el presidente norteameriacano, Barack Obama, anunció junto al primer ministro británico, David Cameron, que si el Congreso de los Estados Unidos, dominado por la derecha conservadora de su país decide endurecer sanciones a Irán está dispuesto a vetarlas con el objetivo no entorpecer las negociaciones que lleva adelante con Teherán por la cuestión nuclear. O que lo mismo advirtió en su discurso sobre el estado de la unión al Congreso hace unas horas. O que el domingo Israel mató en un ataque aéreo a cinco integrantes del grupo Hezbollah en Siria, incluyendo al hijo de su excomandante. Que por eso hoy mismo Israel se encuentra en alerta máxima, ante una posible respuesta bélica. El ministro de Defensa ruso, a todo esto, viajó a Irán para firmar un acuerdo con su par de ese país. Se habla de que el gobierno de Vladimir Putin dotaría finalmente de unsistema misilístico a Teherán. El diario The New York Post, mientras tanto, le cuenta en un editorial a sus lectores allá, tan lejos, tan cerca: “Ciertamente esto es conveniente para el gobierno de Kirchner, teniendo en cuenta la forma en que Nisman vinculó el ataque de 1994 a Hezbollah, que actuaba bajo órdenes de Irán (…) Todo esto llega en un momento en el que el presidente Obama apunta a lograr un acuerdo nuclear con Teherán del cual incluso sus compañeros demócratas en el Congreso son escépticos (…) La cruzada solitaria de Alberto Nisman por justicia terminó en la forma en que muchos temían. No agreguemos insultos apurándonos a un acuerdo con Irán incluso más peligroso que el que Nisman expuso en Argentina”. 

Pero se trata de esos datos que nos ayudarían un poco a dormir tranquilos. A creer linealmente en titiriteros globales. A introducirnos en la lógica de la que -justamente- el gobierno debe salir. Dentro de la política, el kirchnerismo se hace fuerte. Lejos de la política, se debilita. ¿Pero cómo hacerlo? Es obvio no todo en política es convencer, persuadir,  delinear una idea de futuro compartida, seducir de la palabra, plantear la resolución de los problemas del hombre de a pie.  También hay que lidiar con los conflictos que se cuelan en los pliegos de una resolución del Ministerio de Economía, con un empresario de medios a quienes hasta hace siete años no nombrábamos jamás; con lo que ocurre en los pasillos del Poder Judicial de donde salen provisiones, “precautelares” y ataques al nombramientos de fiscales subrogantes (así parece que se dice) o con las consecuencias del descabezamiento -demasiado tarde o demasiado temprano- de la Secretaría de Inteligencia.

Y así y todo sigo pensando que lo que fortalece más al oficialismo es la política y no tanto el poder. Los votos y no los carpetazos. Justamente por el momento de relativa “fuerza” del Gobierno a finales de 2014, las cosas en las que es superior es en las que se puede opinar en las páginas de Política y no en las de Policiales. Por eso resulta tan difícil esto que se parece a una batalla descarnada. ¿Cuánto pelear y cuánto poner la pelota contra el piso? Y entonces, por ejemplo, ¿cuánto beneficia a la Presidenta mostrar en su mensaje al país medias cartas, medias preguntas? ¿Cuánto gana al hablarle, al escribirle, en el país de los votos, al país del poder?

Más allá del vértigo, las preguntas que se deberán comenzar a definir a fin de año no dejan de estar ahí ¿Cuán políticamente fuertes pueden ser determinadas coaliciones sociales y políticas que así están bien en términos de baja de la desigualdad? ¿Qué pedirán esta vez los empresarios a cambio de volver a invertir? ¿Qué margen de ganancia? ¿Qué nuevo negocio inexplorado? ¿La pregunta de “cómo recrear el crecimiento” es “cómo recrear la fuga de divisas” en la Argentina? ¿La sociedad quiere pagar por un Estado que ahora pesa más en la economía? ¿Cómo vivirán los ricos en los próximos cuatro años? ¿Y cómo y de qué se quejarán? ¿Y los pobres? ¿Y nuestra intelligentsia? ¿Querrá la intelectualidad realmente que vivamos mejor o se contentará apenas con vivir en el Suplemento Sábado del diario La Nación? ¿Comenzarán a gobernar más pronto que tarde aquellos que están destinados a gobernar? ¿Los que “saben”? ¿Los “técnicos” con sus “técnicas”? ¿Los sindicatos querrán tener más afiliados o así estamos bien ya? ¿Lo “excepcional” en este peronismo habrá sido el menemismo o el kirchnerismo?

A la vez, el tiempo parece acelerarse. Y uno se pregunta si lo que está en juego en octubre no es algo más profundo, más central que definir un presidente, como podría ser que se vuelvan a delinear una vez más los contornos del cargo. Que se delimite de otra manera cuánto puede influir (o no) un presidente en la vida del país.

Todos los días de este 2015 que recién comienza se estará escribiendo esta historia.

* Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM).